Propuestas para conmemorar el centenario luctuoso de Zapata
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—El zapatismo sí tenía un proyecto de nación plasmado en el Plan de Ayala
—El libro de Womack sigue siendo la obra más influyente que se haya escrito sobre el prócer campesino
Este miércoles 10 de abril se cumplieron cien años del asesinato de Emiliano Zapata Salazar, una de las figuras clave de la Revolución Mexicana. ¿Cómo conmemorar ese acontecimiento más allá de discursos y ceremonias solemnes? Al respecto, el historiador Felipe Ávila Espinosa ha formulado dos propuestas. En primer lugar, “la mejor manera de recordar el aniversario luctuoso del “Caudillo del sur” sería que el presidente Andrés Manuel López Obrador, acepte y cumpla los Acuerdos de San Andrés Larráinzar, Chiapas, de febrero de 1996, firmados entre el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y el gobierno federal, en materia de reconocimiento de derechos de los pueblos indígenas”.
“Es una asignatura pendiente con las comunidades indígenas, no solo de Chiapas; sino de todo el país. Fue la razón por la cual se levantaron en armas en 1994, lo que negociaron y estuvieron de acuerdo. Sin embargo, el entonces presidente Ernesto Zedillo tuvo miedo y no quiso implementar lo pactado. Y al expresidente Vicente Fox se le hizo agua el engrudo, su propio partido, encabezado por Diego Fernández de Cevallos, lo bloqueó en el Congreso, y nunca pudieron sacar adelante los Acuerdos, que siguen durmiendo el sueño de los justos. Creo que merece la pena volver a poner en la mesa de la discusión la necesidad de reconocer los derechos de los pueblos y comunidades indígenas”, estimó.
“Hay una deuda histórica que no se ha saldado. La mayoría de la población rural vive en condiciones de pobreza y marginación. Los mayores índices de desnutrición, enfermedades crónicas, analfabetismo, deserción escolar, falta de oportunidades, están en las áreas rurales”.
En segundo lugar, Ávila propone revertir la contrarreforma salinista al artículo 27 Constitucional para restablecer el texto original y con ello, reafirmar la soberanía de la nación sobre los recursos naturales y del subsuelo; pero también reivindicar el ejido; darle una nueva dimensión. “Yo creo que la mejor manera de honrar la memoria de Zapata sería hacer una reforma agraria que le diera viabilidad económica, política, social y cultural al ejido del siglo XXI. Esto sería lo que tendría impacto y trascendencia”, aseveró.
Al presentar la conferencia magistral “La importancia histórica del zapatismo” en el marco del Coloquio “Zapata, hoy”, llevado a cabo en la Facultad de Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el pasado 3 de abril, Ávila recordó que la historia de Emiliano Zapata (Anenecuilco, Morelos, 1879), tomó un giro trascendente en 1909, cuando recibió del consejo de ancianos de su pueblo, los títulos de propiedad de la tierra (en parte invadida por las haciendas circundantes); documentos ancestrales que se comprometió resguardar aun a costa de su propia vida.
Otro momento no menos decisivo fue cuando Zapata y un grupo de sus seguidores se levantó en armas (marzo de 1911), a favor del Plan de San Luis (proclamado por Francisco I. Madero en contra de Porfirio Díaz); un manifiesto donde también se prometía restituir a los campesinos las tierras y aguas que les habían despojado los hacendados. Sin embargo, tras el derrocamiento del dictador, no procedió inmediatamente la prometida reforma agraria. Zapata se sintió traicionado —e incluso amenazado de muerte— por Madero.
Ávila postuló que Zapata sí tenía un proyecto de nación —en contraste con interpretaciones que le niegan este mérito—, el cual estaba plasmado en el Plan de Ayala de noviembre de 1911 (donde, en principio, el jefe del Ejército Libertador del Sur desconoció al gobierno de Madero), con el lema de “Reforma, libertad, justicia y ley”. Dicha proclama se convirtió en la bandera de lucha de campesinos e indígenas del estado de Morelos, del centro sur y de todo el país. “Fue el programa político más importante no solo de la Revolución, sino tal vez de la historia de México”.
“Propone una reforma agraria radical y profunda, donde los pueblos van a recuperar inmediatamente las tierras que les pertenecían y las van a defender con las armas en la mano.
“El Plan de Ayala establece también un mecanismo democrático para nombrar al gobierno de la Revolución, a través de una junta de todos los jefes revolucionarios de los estados del país, que en una convención militar elegirían al presidente de la República”, expuso el connotado investigador.
El asesinato a traición de Zapata en la Hacienda de Chinameca, Morelos, el 10 de abril de 1919, es difícil de comprender, según Ávila, por lo desconfiado que era el también llamado “Atila del Sur” y “Apóstol del agrarismo”. “La única explicación es porque tenía la desesperación de encontrar aliados, y una necesidad urgente en conseguir armas y municiones. Esto fue lo que le ofreció el coronel Jesús Guajardo (oficial bajo el mando del general Pablo González, quien respondía a las órdenes del presidente Venustiano Carranza). Por eso es que bajó la guardia y lo ultimaron”.
A pregunta expresa para este reporte, Ávila estimó que la obra de John Womack titulada “Zapata y la Revolución Mexicana” sigue siendo el libro más influyente que se haya escrito sobre el prócer campesino. “Creo que la mayoría del conocimiento y la información que tenemos sobre Zapata proviene de ese libro. Es uno de los textos más leídos. Me parece extraordinario, un clásico. Muy bien escrito. Con mucha empatía. Realmente logra ofrecer una imagen completa y comprensiva del zapatismo, aunque historiográficamente hablando, ha sido superado y matizado. Hay que entenderlo como un libro de época. De la generación del 68. Una generación romántica, revolucionaria y libertaria que encontró en ejemplos históricos como el de Zapata, un referente”.
“Sin embargo, tiene algunas limitaciones. La primera es que ofrece una visión muy idealizada y romántica del zapatismo, como un movimiento homogéneo, sin contradicciones ni fisuras. Creo que Samuel Brunk, investigador estadunidense que escribió el segundo libro más importantes sobre Zapata, puso el acento en estudiar los conflictos dentro del zapatismo, que explican en buena medida sus limitaciones y fracaso”.
Otra crítica que Ávila esboza sobre el libro de Womack es la de haberse centrado en el zapatismo de Morelos, cuando el movimiento también tuvo manifestaciones en Puebla, Tlaxcala, Estado de México, Michoacán, Oaxaca, Hidalgo, Guerrero, Sinaloa y el sur de la Ciudad capital del país (de manera particular, en Xochimilco).
“Al libro de John Womack se le ha criticado por el aforismo inicial que dice: “Esta es la historia de unos campesinos que no querían cambiar y que por eso hicieron una revolución”. Lo cual se entendió como un movimiento que miraba hacia atrás, anclado en el pasado, que no quería avanzar hacia el futuro. El mismo autor se ha encargado de aclarar la mala interpretación. En el prólogo a la edición más reciente del Fondo de Cultura Económica, dice que todo se debió a una mala traducción. Lo que él puso en el original en inglés era el verbo “to move”, que no debió haberse traducido por “cambiar”, sino en el sentido de ‘no querer dejar el lugar al que pertenecían’. De modo que debió haberse traducido como: “Esta es la historia de unos campesinos que no querían dejar el lugar de donde eran y que por eso hicieron una revolución”.
“El libro de Womack es maravilloso. Lo sigo leyendo y recomendando a mis alumnos. Forma parte de un abanico de obras que se han venido escribiendo y que en conjunto ofrecen una visión más completa del zapatismo original”, concluyó.
Felipe Arturo Ávila Espinosa (Ciudad de México, 1958) es uno de los más reconocidos estudiosos del zapatismo. Es Doctor en Historia por El Colegio de México. Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores. Ha ejercido la docencia y actualmente es director general adjunto de Servicios Históricos del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM).
Ha publicado “Los orígenes del zapatismo”; “El pensamiento económico, político y social de la Convención de Aguascalientes”; “Entre el porfiriato y la Revolución. El gobierno interino de Francisco León de la Barra”; y recientemente, bajo el sello de la Editorial Crítica, ha empezado a circular su obra “Zapata: la lucha por la tierra, la justicia y la libertad”.
El presidente López Obrador ha declarado el 2019, como “el Año del Caudillo del Sur, Emiliano Zapata Salazar”.
En el Coloquio “Zapata, hoy” también participaron historiadores de la talla de Francisco Pineda, Javier Garciadiego y Enrique Semo.
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