¡Grafito!
- Opinión
Cohabitan hasta el incesto las diversas expresiones estéticas.
Un paradigma oculto unifica sus aparentes espontaneidades y divergencias.
Preguntémonos qué explica la simultánea aparición de grafitos instantáneos que no expresan nada salvo a sí mismos, la de relatos brevísimos que sólo demuestran la imposibilidad de demostrar.
Fue en una época el grafito sólo un letrero conativo, imperativo, portador de un mensaje referencial dirigido a un mundo definido por categorías: bien, mal, reprimidos, represores.
Hoy surge el grafito como flor obscena que ni comunica ni quiere nada comunicar.
Eclosionan los grafitos como caligrafías reverberantes de alfabetos imaginarios que se ofrecen y a la vez rechazan a los lectores desconcertados.
Fugaz es el grafito contemporáneo, el arte del golpe de vista, expedito para realizarlo antes de que llegue la policía, expedito para verlo mientras frenamos o aceleramos, expedito en su duración antes de que lo borren la municipalidad o la intemperie.
Un poco desamparado y un mucho libre es el grafito al cual nadie comprará en una galería, colgará en una sala ni atesorará en una pinacoteca esperando que suban las cotizaciones.
Contestatario es el grafito que se atreve al anonimato después de dos siglos de culto a la personalidad del autor.
Huérfano de toda tutela estética, en situación de calle, el grafito a quien ningún crítico adopta ni apadrina.
No sólo es nihilista entonces el artista que perpetra, sino la obra misma inmolada al anonimato y la destrucción.
Explosión del Yo en las grafías chisporroteantes, desconcertantes, discordantes que algunos toman por marcas territoriales, otros por caligrafías para analfabetos.
En la época de la prisa el grafito callejero es equivalente del flash, del fogonazo, del relámpago que aturde antes de que podamos interpretarlo.
Sólo muy raramente condesciende el grafito a la figuración: cuando se asoman a ella, sus personajes aparecen melancólicos, monstruosos, desfigurados, fija en quienes los miran la mirada.
El personaje del grafito te contempla, no está allí para ser contemplado.
El grafito no combina con nada: gratuidad estética en la ciudad farisaicamente utilitaria.
No confundamos con grafitos los torpes murales que predican meritorios evangelismos cívicos con recursos de analfabetismo pictórico.
Pero ese mismo contraste de lo inútil con lo utilitario, de lo colorido con lo monótono, de lo espontáneo con lo servilmente ajustado es lo que inviste al grafito genial del carácter de epifanía.
Nos convoca el grafito a un mundo donde las cosas se hacen por el goce de hacerlas y la palabra misma se solaza de haber sido liberada de la categoría infame de la orden.
Propone el nuevo grafito la paradoja de un mundo sin valores que perpetra actos por el puro goce de cumplirlos.
Escupitajos armónicos, desechos cromáticos, amenazas de caos ajustadas a la exigente retórica de la brevedad.
Hay grafitos ejecutados por ángeles, a tal punto es inaccesible el elevado espacio donde se trazan para los simples mortales.
En los caracteres ondulantes de las pintas parecería nacer un nuevo internacionalismo: he fotografiado grafitos a lo largo del mundo sin encontrar rasgos locales que permitan situarlos geográficamente; quizá en ellos se gestan nuevos idiomas que a la larga se organizarán en gramáticas pictóricas: por lo mismo que no descienden a la anécdota tampoco condescienden a la exclusión.
Hasta ahora las artes plásticas intentaban la presentación o la representación del mundo separándose de él en los ámbitos del templo, la galería o del museo: el grafito forma parte del mundo y por ello no siente la necesidad de mimetizarlo.
Las revoluciones artísticas irrumpen desde las periferias geográficas o sociales: el arte instantáneo invade a partir de los marginados, patineteros, raperos, grafiteros.
Basta ver Tiuna el Fuerte (no confundir con Fuerte Tiuna) para comprender que es posible el grafito tridimensional e incluso arquitectónico: el encuentro improbable de una docena de containers con dos centenares de creadores sobre el campo de la invención.
Medio milenio hace que el único consuelo del maltratado artista era el reconocimiento de su individualidad y la promesa de la inmortalidad. Preguntémonos qué mundo propone un arte que conjuga el anonimato del creador con la fugacidad de la creatura irrepetible.
Qué nos dice del mundo una obra cuya misma creación es delito o cuasi delito y cuyo destino se confunde con la erradicación o el desteñido. Así como hay un Dios de la Intemperie tenemos asimismo un Arte y una estética de la intemperie, vulnerables a los elementos y al Orden Público.
Todavía no hemos descifrado los petroglifos ni los murales de Altamira o Lascaux ni las cabezas de la Isla de Pascua ni infinidad de otras obras cuyo encanto se confunde con su enigma: mientras la clarividente crítica no nos ilumine sobre lo que querían decir, siguen oficialmente siendo grafitos.
Con el paso del tiempo lo serán todas las obras cuyo significado se nos aparece hoy en día como diáfano.
Al desprenderse del orden mercantil corre el grafito no sólo el riesgo de no ingresar en el mundo bursátil de subastas y vernissages, sino también el de no entrar en el mundo real por falta del pincel de aire comprimido del aerosol.
Afirma André Malraux que el museo es una construcción imaginaria que junta en un mismo espacio y un mismo tiempo obras no relacionadas entre sí por la época, la zona, la función ni el tema. Todavía no sabemos si el Museo del Grafito acumulará garabatos pintarrajeados en el obelisco de Washington, en el frontispicio del Partenón o en la nariz de la Esfinge.
Falta saber cómo se preservará inmodificable el cielo grafiteado por las estelas de condensación de los aviones.
Preservar la obra de arte que ha sobrevivido al tiempo que la engendra es reconocer que ésta va más allá de él, que encierra un mundo de sugerencias quizá ni sugeridas ni explicitadas en su época, que nada sabemos de las obras de arte contemporáneas hasta que sobrevivan a nuestros efímeros días para entonces revelar por fin su verdadero sentido.
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