El que se ríe, se lleva

26/08/2019
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A los 153 periodistas asesinados desde 2000, y de ellos 12 en lo que va de 2019.

 

Cada vez que oigo el dicho que encabeza esta nota, me acuerdo de Carlos Montemayor, el periodista, abogado, escritor, poeta, tenor, ensayista y traductor, quien lo espetó a Héctor Aguilar Camín, doctor que pontifica contra la corrupción pública, la privada no la toca ni con el pétalo de una palabra. Menos la de las 7 mil suscripciones a la revista Nexos que compraba la Secretaría de Cultura, vea usted: https://www.sdpnoticias.com/nacional/2019/06/30/los-motivos-de-aguilar-camin-para-calumniar-a-amlo-cherchez-les-abonnements

 

Debatían bajo la moderación de Joaquín López-Doriga quizá en Canal 4, aquél domingo de mayo de 2004 en que Jorge Castañeda y Santiago Creel, el que inventó el “señor López” para referirse AMLO, para anunciar que el gobierno de Vicente Fox decidió llevar al punto de la ruptura las relaciones con Cuba al expulsar a varios diplomáticos cubanos, presentados como subversivos.

 

Ese era el tema del debate, y Aguilar visiblemente alcoholizado lo llevó a un callejón sin salida, al decir a Montemayor: “Pues no sé tú, pero yo estoy con el presidente de México”. Marrullero el intelectual orgánico que desde Carlos Salinas hasta Enrique Peña destacó al lado del príncipe.

 

“El que se ríe, se lleva” ahora es aplicable al presidente Andrés Manuel que el viernes 24 llamó, desde Villahermosa, Tabasco, “Comandante Borolas” a Felipe Calderón.

 

Por supuesto que López Obrador tiene derecho a practicar el estilo de gobernar que mejor embone con su personalidad, y la realidad mexicana y el entramado jurídico le permitan.

 

Mas no es necesario faltarle al respeto a uno de los personajes del comediante Joaquín García Vargas (Borolas), actor mexicano que pertenece a la conocida como Época de oro del cine nacional, caracterizado por su aspecto peculiar utilizando un sombrero de bombín y una amplia chaqueta. Hasta los años 80 fue posible disfrutarlo en Canal 2.

 

Como es natural, Calderón Hinojosa reviró enseguida: “Hoy se cometen más de 100 homicidios al día, casi el doble que al final de mi gobierno, el cual comenzó a limpiar la casa plagada de animales venenosos. Hoy se les deja crecer porque no distinguen alacranes de abejas. A mí no me queda el saco, a otros el cargo les queda grande”.

 

También a Calderón, Enrique Peña y sus antecesores les quedó grande el cargo en cuanto a la seguridad pública. Desde los años 50 padecí al crimen organizado comandado por Juan N. Guerra en Matamoros, protegido de Miguel Alemán Valdés, el gobernador de Veracruz (1936-39) hasta que Juan Nepomuceno, el Cártel del Golfo y Los Zetas desbordaron al gobierno e impusieron su voluntad en Tamaulipas y buena parte de México. La inseguridad pública no comenzó ayer.

 

No le falta razón al esposo de Margarita Zavala –la señora que engañó con la letanía de “Yo sé cómo derrotar a López Obrador” cuando ni siquiera fue capaz de mantenerse hasta el final de la contienda electoral de 2018 para no hacer el ridículo–, al afirmar que “Hoy se cometen más de 100 homicidios al día, casi el doble que al final de mi gobierno”.

 

El gravísimo problema de la inseguridad pública no es sólo un asunto del gobierno de México, lo es de los tres niveles de la administración y los tres poderes de la Unión. Y mientras no lo asuman como propio todos los actores políticos, agentes económicos, el movimiento social, los organismos civiles, las iglesias, la academia, todas las clases sociales, la diversidad nacional, no avanzaremos sustancialmente en su abatimiento.

 

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