Antes de la invasión

16/10/2019
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40.000 A.C. No hay devenir sin raíces. Los más antiguos pobladores de lo que luego será llamado América arriban en consecutivas oleadas por el estrecho de Bering y por el Pacífico y encuentran una nueva tierra frente a ellos. Echan a andar y no paran hasta que otro océano los detiene. Media circunferencia terrestre hacia el Sur, hacia lo que luego se llamará la Patagonia. No sólo recorren del extremo Norte al extremo Sur del continente: lo pueblan de manera estable.

 

La investigación arqueológica encuentra su material genético diseminado a lo largo y lo ancho de Nuestra América. De Bering a la Patagonia: Así, la herencia de los amurianos o caucasoides, arribados a América desde Siberia hacia el año 40.000 antes de Cristo, deja su rastro en América del Norte y América Central, en el macizo amazónico y en los sirionós de Bolivia.

 

La oleada de plánido-pámpidos, integrada por caucasoides mongoloides, se extiende desde el estrecho de Bering y se divide en dos ramas, una que puebla Norte América y otra Centro América, pasando por Bolivia hasta poblar la actual Argentina y las costas del Atlántico Sur.

 

Los carpentarios transponen Bering, se extienden por la Costa del Pacífico de América del Norte y habitan luego los Andes hasta lo que es hoy Bolivia. Y pueblos de Mongolia cruzan también el estrecho de Bering para permanecer en América del Norte y dar origen a los esquimales. También arriban abisinios negroides, guerreros que navegan por Indonesia, Australia, Nueva Zelandia y las islas cercanas, y bordean las costas americanas del Pacífico hasta Centro América. Así como originarios de Indonesia llegan hasta Nueva Zelandia, pasan por el Japón, llegan hasta California y originan la llamada cultura Valdivia en el Ecuador. Y los llamados andinos llegan igualmente por el estrecho de Bering, cruzan Norte América y se establecen en Perú. No se encierran en nichos parroquiales ni languidecen en incomunicadas aldeas. El continente es su ámbito: todo un hemisferio terrestre su hogar.

 

Las grandes civilizaciones

 

Tampoco tienen los nuevos pobladores vocaciones ínfimas. Dondequiera que establecen asentamientos estables, unifican territorios bajo una cultura y unas relaciones de intercambio comunes. Los mayas cubren con una misma civilización lo que hoy es parte de México, Guatemala, Honduras, Nicaragua, El Salvador y Belice. Los aztecas imperan sobre lo que actualmente es México, desde lo que ahora constituye el Sur de Estados Unidos hasta la península del Yucatán. Los incas sujetan a dominación común lo que hoy es Ecuador, Perú, Bolivia y el Norte de Chile. Las etnias caribes establecen una comunidad cultural que se extiende entre los dos trópicos: desde el río Xingu, al sur del Amazonas, hasta la Florida.

 

El perímetro que cubrieron estas grandes civilizaciones de la antigüedad es casi invariablemente superior al de las unidades políticas que terminaron constituyéndose sobre sus ruinas. Asimismo, las civilizaciones americanas generan cuerpos demográficos equiparables a los de Europa, cuando no más populosos. Para la época de la Conquista, América era más poblada que el Viejo Continente. Tenochtitlan y la capital de los incas tenían cada una más población que Madrid o París. En México vivían quince millones de habitantes para la llegada de Hernán Cortés; un siglo después apenas contaba con millón y medio. Estos colosales cuerpos territoriales y demográficos establecen y mantienen entre ellos redes estables de intercambios comerciales, crean asombrosas ciudades, poéticas mitologías precisos calendarios, complejas observaciones astronómicas, elaborados sistemas matemáticos e inventan el cero.

 

Igualitarios y estratificados

 

Pero no sólo logran imponerse sobre las vastedades americanas las sociedades jerarquizadas de la pirámide y del códice. También lo hicieron las comunidades de la palabra y la igualdad. Así como al Oeste de las cumbres andinas los aborígenes instituyeron civilizaciones estratificadas, en la vertiente atlántica y caribeña crearon sociedades igualitarias y libertarias cuyo dilatado ámbito no tuvo nada que envidiarle a los de los vastos imperios andinos y centroamericanos. Las de los caribes y los arawaks eran sociedades en las cuales no se habían desarrollado sistemas de estratificación ni clases sociales.

 

El cataclismo

 

La invasión europea cae sobre este mundo como un cataclismo. En poco más de un siglo la violencia de los conquistadores y sobre todo el contagio de sus epidemias causan la muerte a más del 90% de los pobladores originarios: unos 55 millones de víctimas. Las huestes de Cortés ocupan Tenochtitlan marchando sobre una alfombra de aztecas muertos de viruela. Con el asesinato de los pobladores viene el de sus culturas. Sus ídolos son fundidos o destruidos; sus códices quemados, sus religiones proscritas, sus relaciones familiares ilegitimadas, sus lenguas originarias prohibidas o marginadas, sus tierras usurpadas. Los asentados de manera fija y estable en sociedades agrícolas sedentarias y jerarquizadas, debieron aceptar la esclavitud o la servidumbre. Los nómadas recolectores, cazadores y agricultores itinerantes, como los caribes, resistieron durante centurias hasta el exterminio.

 

Perturbación global

 

La devastación invasora revistió magnitud planetaria. Los indígenas masacrados dejaron de cultivar 56 millones de hectáreas que fueron ocupadas de nuevo por selvas o malezas, y ello frenó un proceso de calentamiento global en curso. Como señalan Bauska y Francey, “La gran mortandad de los pueblos indígenas de América resultó en un impacto global causado por el hombre al Sistema Terráqueo que perduró en los dos siglos anteriores a la Revolución Industrial” (https://wattsupwiththat.com/2019/02/02/america-colonisation-cooled-earths-climate/). Sobre Nuestra América se cierne de nuevo la codicia del mundo. Quienes propician o sueñan invasiones de sus países por fuerzas extranjeras, llévense esta advertencia.

 

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