Navidad es la fuerza de lo pequeño pero en comunidad
- Opinión
Parece que todo se está haciendo para hacer de la Navidad la fiesta grandiosa del comercio, del derroche, de la comilona y del alcohol, poniéndole a la cabeza el metiche papanoel. Y ¡cuántos estamos cayendo en alguna de estas particularidades! “¡Ecuador, país católico!”: pasa a ser la expresión que hace reír. ¿Dónde está la pobreza del primer Belén? ¡Ya que desaparecen los nacimientos bajo los árboles llenos de luces y de ‘nieve’! ¿Dónde está la fe que es ‘gloria a Dios y paz a los hombres’ tal como la anunciaron los ángeles? ¡Mientras llenamos la casa de regalos de última generación y nos encerramos en el consumismo? ¿Dónde está el compartir entre vecinos tal como nos los enseñaron los pastores visitando al recién nacido? ¡Ya que las cenas de Navidad llenan restaurantes y hoteles con precios escandalosos! ¿Están abiertas las puertas de nuestras casas a la sabiduría ancestral para que entren los magos de hoy: chamanes, yachac, taitas y profetas? ¡Ya que la ‘sabiduría’ neoliberal es el gran engaño de nuestra época contra la cual empiezan a alzarse en contra ciudades, pueblos y países enteros! ¿Dónde está o simplemente está en nuestros hogares y en nuestras ciudades la estrella que nos orienta hacia una vida nueva, una sociedad más justa, un mundo más fraterno? ¡Ya que el racismo se hace agresivo, el individualismo campante y la lucha solidaria una excepción en las calles de nuestro país! ¿Encontrarían un lugar hoy María y José en nuestras familias, nuestros barrios, nuestras iglesias, nuestros santuarios… para que nazca otra vez el niño Jesús? ¡Si no hay un momento para rezar en familia, ni para reunirnos entre vecinos para leer la Palabra de Dios, ni para llevar una cena a quiénes no tendrán más que un pan con leche para celebrar la Navidad…!
Comercio, derroche, luces, papanoeles, comilonas, alcohol, regalos… han entorpecido el sentido de la Navidad y nuevamente arrinconan al niño Jesús entre los animales del campo y los más pobres del páramo. La Navidad de hoy se parece bastante a la primera Navidad: Herodes ha vuelto en sus palacios de ciudadelas de lujo y con sus matanzas de inocentes que reclaman por sus derechos. No hay lugar en la ciudad, como ayer en Belén con José pobre y María embarazada, para los pobres de hoy, para los jóvenes marginalizados y las mujeres discriminadas, violadas y asesinadas. Navidad se ha vuelto la gran fiesta pagana de la ciudad endiablada.
Los cristianos nos hemos dejado robar la Navidad porque no tenemos un proyecto de vida ni siquiera humana, porque preferimos tener más en vez de ser más, haciendo del materialismo nuestra tumba en vida, porque nos limitamos a un existencia individualista que hace de nuestra soledad un infierno, porque sustituimos la solidaridad por la comodidad superficial, porque dejamos que la indiferencia y el odio contaminen nuestra alma, porque reducimos a Dios a un ser inútil, porque no creemos en la fuerza de los pequeños ni de la comunidad.
Construimos nuestra propia desolación, desesperanza y desamor porque apagamos el grito de la Navidad: nos gusta un Dios omnipotente que resuelva nuestros problemas, dé de comer a los hambrientos, cure a los enfermos, cambie el corazón de los gobernantes; no aceptamos que la grandeza de Dios está en los pequeños, los pobres, los indígenas; no entramos en su proyecto del Reino que es ser comunidades: comunidad familiar, comunidad de vecinos, comunidad ciudadana, comunidad cristiana, comunidad nacional, comunidad planetaria, comunidad con la naturaleza; no queremos entender que allí Dios está naciendo una y otra vez para nosotros y nosotras, para todos. Somos bien cobardes para hacer lo que nos toca a nosotros y no a Dios.
Despertemos: para nosotras y nosotros vuelven a tocar “las campanas de Belén”, más suavemente, porque la Navidad es la fuerza de lo pequeño pero en comunidad.
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