La renuncia de Piñera a su deber constitucional de proteger a la población
- Opinión
La fluida aprobación parlamentaria del Plan Económico de Emergencia de Piñera, tal que ahora es ley de la República casi sin siquiera haber sido noticia, entrelaza varios significados, en distintos planos.
De entrada, representa la renuncia de la elite chilena a conducir la crisis que sobrevendrá cuando el azote del virus alcance su mayor fuerza, a partir de mediados de abril, al menos por los próximos tres meses, con suerte; en medio de una no menos violenta crisis económica, estimulada por medidas procíclicas del peor gobierno de la historia, como echar mano, una vez más, al salario de las personas como variable de ajuste.
Aunque en niveles inusualmente desfachatados, Piñera, con su proverbial audacia y radical ausencia de escrúpulos, hizo lo que siempre el capitalismo durante su larga zaga de crisis cíclicas y recurrentes: proteger a la clase privilegiada de turno y condenar al resto a la ley natural de la sobrevivencia de los más aptos.
«Morirán los que tengan que morir», reconocen en privado; y todavía más íntimamente, que morirán los pobres y menos aptos para la supervivencia.
«Pero siempre fue así, y siempre será», se limitan a reflexionar.
A la aprobación de esta despiadada estrategia de darwinismo social fue arrastrada la desprestigiada clase política profesional, papel que aceptó con desmayada resignación, hoy claramente parte del problema.
Pero también hay un tema en el cómo se hizo.
El golpe más artero en la historia no ya del movimiento obrero, sino de las propias relaciones sociales de producción en Chile desde que es república, se encubre, encarnado en su contrario, en la apariencia de una ley destinada a «proteger el empleo».
Curiosa protección, a la que accede el trabajador que se acoja al seguro de cesantía, en las mismas condiciones que si hubiese sido «desvinculado», como se le dice ahora al despido.
Siempre que su saldo lo permita.
En los términos del plan de Piñera, no podía faltar la letra chica: para pagarse su propio sueldo, reducido a la mitad el primer mes, y en pendiente decreciente los siguientes, el trabajador agotará primero el saldo de su cuenta individual, y recién entonces entra a operar el Fondo de Cesantía Solidario, para financiar la cuota del último mes, equivalente al 30% del sueldo original.
Atrincherado en el cuádruple anillo de seguridad de la crisis sanitaria, el estado de emergencia, la crisis económica y las Fuerzas Armadas en la calle, Piñera instaló por la ley de los hechos consumados, con la complicidad del Congreso, la pacientemente empollada flexibilidad laboral.
En esta pasada; con la ley que permite cargar la remuneración del trabajo al seguro de cesantía mientras dure la crisis, y la ley que permite la reducción de la jornada laboral, con reducción proporcional de la remuneración.
La perfecta ilusión de un gobierno con eficiente manejo de la crisis, se complementa con el bono Covid, que llega a unos dos millones de personas; entre trabajadores informales y beneficiarios de programas de subsidios del Estado, de $50 mil por carga, una sola vez, pagadera presuntamente a fines de abril.
Menos que los programas PEM y POJH durante la dictadura, que al menos duraban lo que la crisis.
A pesar de que la ley de «protección del empleo», que permite al empleador licenciar al trabajador sin pagarle remuneración, fue justificada en nombre de la pyme, para este segmento no hay créditos blandos; ni subsidio alguno; sino beneficios tributarios, postergación de deudas y condonaciones de multas.
Piñera, una vez más le mintió al país.
Afirmó que el Plan Económico de Emergencia implicaba recursos por US$11.700 millones; pero de ellos, US$6.000, más de la mitad, corresponde a estos «beneficios» para la pyme, recursos devengados que, al final del día, tendrá que pagar igual.
A eso se reducirá la protección del Estado a los trabajadores y a la población más vulnerable, en los momentos más álgidos y acuciantes de una pandemia desconocida por las actuales generaciones, después licenciar al capital, o sea, al empleador, de la obligación de pagar sueldos y salarios.
En otras palabras, el eterno retorno del laissez faire, aquel que, no bien las campanas tocan a rebato, significa sálvese quien pueda.
¿Es que alguien podría esperar algo distinto?
Y, aunque con la perspectiva de hoy parezca extraño, sí.
Mucha gente, hastiada de la cháchara impotente del ciclo de la concertación, y de la evidente corrupción asociada, creyó que un gobierno de derecha podía manejar mejor la economía, y que un presidente millonario no necesitaba meter las manos en el cajón.
Craso error hoy a la vista, sin que ello garantice luz al final del túnel hacia ninguna salida conocida.
En estas condiciones de abandono, los aguerridos y sufridos chilenos de estirpe popular enfrentarán el tsunami de la pandemia; librados a sus precarios recursos.
Si el acelerado aprendizaje a partir del estallido social del 18/O, permite incipientes manifestaciones de autoorganización, que ayuden a capear lo peor del temporal, santo y bueno. Ya solo por eso, habría valido suficientemente la pena.
Pero la explosiva combinación de peste, miedo y hambre, puede resultar en una némesis donde se liquiden y resuelvan varias deudas históricas pendientes.
La apuesta de Piñera es audaz, pero tiene escaso margen de maniobra.
Su éxito depende de dos factores simultáneos, ambos de suyo problemáticos por separado: que la curva de contagios no se desmadre, como en Ecuador, España e Italia, y que la recesión económica no se salga de control.
En ese ambiente inestable; en cualquier instante puede prender la chispa que incendia la pradera.
Puede ser, por ejemplo, el tenso y nervioso agolpamiento de multitudes en torno a las sucursales de la APC, intentando cobrar sus reducidas remuneraciones, mientras a la intemperie, el virus cobra elevado tributo a la imprevisión.
Hay una teoría conspirativa que eleva el sufrimiento social.
La tesis eugenésica supone que las elites mundiales propagan este tipo de plagas de modo deliberado; no sólo para patear el tablero de los derechos del trabajo, sino para ajustar las tasas de población a las que necesita la cuarta revolución industrial.
En los tanques de pensamiento de la derecha chilena, se especula que el nivel de impacto de la crisis sanitaria dificultará la reagrupación del exigente movimiento social que se instaló como protagonista por derecho propio, a partir del 18/O; y, por tanto, hay que aprovechar la crisis para lanzar el tejo pasado, como conviene al bastardo interés de los que gobiernan para la enseña propia.
La estrategia de Piñera presenta la misma dificultad que la de toda crisis en la era capitalista: la ausencia de plan B, que no sea el laissez faire; es decir, cada uno enfrenta la crisis como ente individual; porque, en ese discurso, y en esa doctrina, la vida es así.
Además, su estatura, espaldas y crédito político, no avalan su huida hacia adelante.
Las esquirlas de la crisis pueden fácilmente mandarlo al basurero de la historia.
Piñera muestra la talla de personaje paroxístico, apropiado a las necesidades de un cambio de era.
A contramano de Franklin, cree controlar los rayos de Júpiter, lanzándolos primero; sin reparar en la irreversibilidad de cada acción, predicha en el segundo principio de la termodinámica, ni en su correspondiente reacción, establecida en la tercera ley del movimiento de Newton.
Es tan odioso como Pinochet, pero la diferencia radica en que no cuenta con la unanimidad del partido militar a su disposición.
Piñera, adicto a la paremiología y las frases hechas, parece ignorar el antiguo proverbio de que los dioses ciegan a los que quieren perder.
Piñera, adicto a la adrenalina bursátil, no comprende que en las relaciones sociales no valen los juegos de suma cero, como en los modelos.
En la vida real, siempre que alguien privilegia un interés, lo hace a expensas de su opuesto. Uno gana, porque otro(s) pierde(n).
¿Existe la posibilidad de que la estrategia económica de Piñera funcione y el manejo de la crisis del ministro Mañalich mantenga las cifras de la pandemia pegadas al piso de la banda?
Estadísticamente, es remota e ilusoria.
En cambio, es mucho más probable que se superpongan y potencien la crisis sanitaria y la crisis económica, y resulte de ello un cataclismo social de magnitud insospechada.
En ese escenario, Piñera y la elite que lo acompañó en la renuncia a los deberes de Estado, de proteger a la población en tiempos de crisis, no están capacitados para gobernar, ni pueden impetrar disciplina alguna.
También puede suceder que una masiva desobediencia civil post pandemia, confine en sus madrigueras a los teóricos del sálvese quien pueda, y convoque a lo mejor de Chile, a pensar en una nueva sociedad.
En la historia, no son infrecuentes los casos en que las crisis han operado como instantes de alumbramiento.
Fuente: Red Digital
https://reddigital.cl/2020/04/03/la-renuncia-pinera-deber-constitucional-proteger-la-poblacion/
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