Mutaciones del capitalismo en la etapa neoliberal I. Economías centrales
01/05/2014
- Opinión
Al cabo de seis años de crisis global la coyuntura internacional ofrece un cuadro muy variado. Los bancos fueron salvados a expensas de un enorme bache fiscal y una gran expansión del desempleo. En las economías centrales se contuvo la depresión pero no el estancamiento, China consolidó su ascenso, las economías intermedias mantuvieron un crecimiento frágil y la periferia sufrió una nueva degradación.
Los cambios geopolíticos han puesto en debate la supremacía imperial de Estados Unidos, la continuidad de la Unión Europea y la aparición de nuevos bloques. La ofensiva del capital sobre el trabajo persiste con fuertes resistencias en Europa, convulsiones en Medio Oriente y reacciones sociales en Asia.
¿Cómo impacta la crisis en las distintas regiones? ¿Qué alcance y significado tiene la multipolaridad? ¿Cambió la relación social de fuerzas en que se asienta el neoliberalismo? Los acontecimientos del último sexenio brindan pistas para esclarecer las tendencias de la coyuntura, la etapa y la época del capitalismo.
Dilemas del socorro bancario
La quiebra de Lehman Brothers inauguró un período de turbulencias que transformó a la crisis en un dato cotidiano de las economías centrales. Los incontables paralelos con lo ocurrido en 1929 retratan la gravedad del torbellino, que convulsionó a los bancos estadounidenses y al euro.
Al comienzo del 2014 la anémica recuperación de la Eurozona coexiste con una inestable reanimación económica de Estados Unidos, el languidecimiento de Japón y la desaceleración de China. Es el mismo escenario que ha predominado en los últimos años. Los promisorios signos de reactivación se diluyen con la reaparición de nubarrones financieros y paralizaciones productivas. Pocos analistas anuncian el fin de la crisis y muchos consideran factible una reaparición del momento crítico vivido en el 2008-09.
Esta incierta coyuntura prevalece al cabo de una inédita expansión del gasto público. Todos los gobiernos de los países afectados por la crisis desplegaron un gran socorro para rescatar a los financistas que especularon con créditos sub-prime, burbujas y bonos empaquetados.
Las investigaciones sobre el rol de Goldman Sachs en el diseño de hipotecas titularizadas fueron cerradas. Los expertos en ocultar riesgos y apañar créditos insolventes conservan sus empleos. Sólo cayó algún chivo expiatorio por estafas muy explícitas (Madoff) y se negocian algunas multas sin consecuencias penales con las calificadoras de riesgos (Standard and Poors).
Los bancos estadounidenses neutralizaron la reglamentación de una tenue ley de supervisión, mantienen sus operaciones en las sombras, impiden la división de las grandes entidades y preservan los paraísos fiscales. En Europa todavía no se aprobó el famoso impuesto a las transacciones cambiarias (tasa Tobin) y el último proyecto incluye un gravamen ridículo que podría favorecer al propio auxilio de los bancos[1].
Los gobiernos optaron por el rescate en lugar de cerrar o nacionalizar los bancoscolapsados. Evitaron el camino de la clausura por temor a un desplome general de los depósitos y acreencias. Luego de la conmoción creada por la intervención de Lehman se disiparon las propuestas ortodoxas de precipitar una desvalorización masiva del capital.
Pero la asociación de los gobernantes con el poder financiero sepultó también las tentativas opuestas de avanzar hacia la estatización de las entidades. Esta complicidad contrasta con el trato dispensado a las víctimas de la crisis que padecen pobreza, desempleo y caída del salario,
Se ha mantenido intacta la estructura bancaria que detonó la crisis. El oxígeno oficial aportado a las entidades agrava todos los desequilibrios financieros. Lo más explosivo es la magnitud de la inyección monetaria consumada para auxiliar a los bancos. No existen precedentes de una emisión con efectos tan expansivos sobre la liquidez internacional. Nadie sabe cuándo y cómo esa descomunal suma de dinero será absorbida por la economía.
La Reserva Federal (FED) introdujo una política de “relajamiento cuantitativo” para transferir un caudal millonario de fondos a los bancos. Intenta inducirlos a incrementar los préstamos con destino productivo. Pero los resultados de esa medida sobre el nivel de actividad económica han sido exiguos. Las entidades eluden derivar esos recursos a créditos de inversión o al refinanciamiento de las familias endeudadas. Utilizan el dinero para incentivar un nuevo ciclo de especulación con materias primas, acciones o monedas extranjeras.
La FED ha quedado atrapada en un complejo dilema. Si mantiene la liquidez continuará alentando las transacciones de alto riesgo que condujeron al estallido del 2008. Pero si desactiva ese peligro incrementando la tasa de interés asfixiará la débil recuperación y reabrirá el grifo para una recesión de envergadura[2].
A diferencia de los años 60 no está obligada a optar entre el crecimiento inflacionario y la retracción de la economía. En las últimas décadas se ha instalando un cuadro deflacionario que reduce el impacto de la emisión sobre los precios. Pero debe lidiar con la disyuntiva de propiciar nuevas burbujas financieras o resignarse al continuado estancamiento.
Un anticipo de este dilema se verificó en Japón durante los años 90. El auxilio a los bancos no se tradujo allí en repunte del crecimiento y los rescates ni siquiera erradicaron la insolvencia financiera. Si se repite ese escenario los gobiernos bombearán fondos que nunca llegarán a la esfera productiva.
Liderazgo financiero estadounidense
La crisis comenzó en Estados Unidos, se expandió al resto de las economías desarrolladas y terminó atenuándose en el país de origen. Esta curva se explica por la gravitación de la primera potencia en varios terrenos.
En primer lugar mantiene la primacía del dólar en el comercio y las finanzas. En esa divisa están nominadas el 62% de las reservas y el 85% de las transacciones globales. El billete norteamericano ha perdido su reinado de posguerra, pero ninguna otra moneda ocupa su lugar. Preserva una significativa hegemonía, mientras se negocia otro patrón internacional basado en la convivencia de varias monedas, el retorno a las paridades fijas o la formación de una canasta de divisas[3].
A pesar del elevado endeudamiento y déficit comercial que soporta la economía estadunidense, el dólar se mantuvo como refugio predilecto de los capitalistas en los momentos críticos del último sexenio. En esas coyunturas los acaudalados buscaron protección en ese signo monetario.
Estados Unidos define, en segundo término, el ritmo y las características de la reforma del sistema financiero internacional. Este ajuste normativo se ha tornado imperioso por la crisis reciente, la globalización de las finanzas y la interconexión de las Bolsas. Un reconocido jefe del clan bancario supervisa esta remodelación (Paul Volcker), para perpetuar la hegemonía de los capitales que operan desde Nueva York. También busca garantizar los privilegios del puñado de expertos que maneja de ese complejísimo sistema.
La influencia de este sector se verificó en el veto que impuso a las propuestas de limitar las operaciones de alto riesgo. Los financistas bloquearon, además, las sanciones contra los causantes del crack del 2008 y consiguieron la continuidad de las escandalosas comisiones que cobran los gestores de las burbujas.
Estados Unidos logró, en tercer lugar, rehabilitar al FMI como auditor de las economías nacionales y supervisor de los ajustes. Una entidad desprestigiada y con recursos decrecientes, cuenta nuevamente con muchos fondos y gran capacidad de intervención global. En los últimos cónclaves del G 20 se acordó duplicar el capital de ese organismo. Aunque los norteamericanos aportan poco dinero mantienen una influencia predominante en el directorio. La agenda del FMI se define en Washington.
Este poder de Wall Street y la Reserva Federal explica cómo pudo la potencia del Norte exportar una crisis originada en su territorio. Al comienzo del temblor impuso la estrategia de expandir la liquidez bancaria y neutralizó la resistencia de Alemania. Ha recurrido nuevamente a la inundación internacional de dólares, que en el pasado facilitó la licuación de la deuda pública estadounidense. Ante la ausencia de alternativas los tenedores de esa moneda vuelven a aceptar ese riesgo.
Muchos bancos del país se han recompuesto con fondos públicos y comienzan a devolver parte del dinero obtenido durante el rescate. Por eso la FED propicia un giro hacia la restricción monetaria y el aumento de las tasas de interés[4].
En las fases anteriores de liquidez, la política monetaria expansionista condujo a la emigración de capitales hacia las economías intermedias, que ofrecían mayor rendimiento a los fondos golondrinas. En el escenario opuesto que se avecina (de encarecimiento del costo del dinero), comenzaría un retorno de esos capitales hacia las economías centrales.
En ambos períodos Estados Unidos ha orientado el ciclo financiero global, confirmando el rol central que tienen Wall Street, la FED y los bancos de ese país en el desenvolvimiento del capitalismo contemporáneo[5].
Deterioro industrial
La otra cara de este protagonismo internacional es el deterioro interno de la economía del Norte. Ese declive se corrobora en el débil crecimiento, que ha sucedido al endeudamiento privado y a la insolvencia desatada por la crisis de las hipotecas.
La recuperación de la economía está afectada también por el enorme costo fiscal que ocasionó el socorro de los bancos. La deuda pública alcanzó un peligroso techo luego de saltar del 62 % (2007) al 100% del PBI (2011). La gravedad de esta carga fue testeada el año pasado durante el cierre del gobierno federal. La administración dejó de funcionar, mientras republicanos y demócratas discutían los límites al financiamiento de ese pasivo.
El establishment utilizó el abismo fiscal como un argumento de ajuste, para forzar cortes más drásticos en el gasto municipal y social. Finalmente no se produjo el temido default, ni la dramática corrida contra los bonos del tesoro. Pero lo ocurrido ilustra la dimensión de la crisis fiscal que corroe a la economía norteamericana[6].
Esta flaqueza se acentúa, además, por la impotencia que demuestra Obama para introducir reformas mínimas. Bajo la presión del TEA Party y los republicanos aceptó el vaciamiento de su proyecto de salud. Los millones de estadounidense que carecen de protección sanitaria deberán afiliarse a un servicio privado pre-pago regulado por el estado. El proyecto de una cobertura significativa y menos onerosa quedó archivado.
Como la derecha ha bloqueado cualquier reintroducción de impuestos a los ricos, todo el ajuste sigue recayendo sobre los trabajadores. Obama choca con los republicanos en temas culturales (aborto, matrimonio homosexual) y prioridades políticas (inmigración, uso de armas). Pero su agenda económica es muy semejante. Un abismo lo separa del New Deal que instrumentó Roosvelt durante la gran depresión.
El presidente actual mantiene una política neoliberal adversa a los sindicatos y rechaza todas las sugerencias de los economistas keynesianos para regular los bancos, aliviar a los pequeños deudores y mejorar el ingreso de los empobrecidos.
Como resultado de este continuismo un puñado de multimillonarios ha triplicado su apropiación del PBI en comparación a los años 70. El sistema impositivo que impuso el reaganomics no ha cambiado, mientras uno de cada seis norteamericanos vive con ingresos inferiores a la línea de pobreza.
El endeudamiento personal constituye otro índice del mismo deterioro. Es un recurso de supervivencia frente a la pérdida de ingresos, que utilizan todas las víctimas del modelo actual. Las familias de Estados Unidos han quedado particularmente atrapadas en la madeja de esta financiación.
Las brechas sociales se amplían además con la expansión del desempleo, que no decae en los momentos de reactivación. Gran parte de los empleos perdidos desde el 2008 desaparecieron para siempre. Las grandes empresas continúan incrementando la productividad con innovaciones que expulsan mano de obra, mientras amplían su deslocalización de plantas. Crean fuera del país los empleos que destruyen internamente, multiplicando los barrios fantasmales en las ciudades obreras (como Detroit).
Es cierto que este deterioro industrial coexiste con el liderazgo estadounidense en la creación de nuevas tecnologías de la información. Pero esa actividad genera poco empleo y no podrá encabezar un resurgimiento del nivel de ocupación. La emigración de empresa hacia países con menores costos laborales genera pérdidas de puestos de trabajo muy superiores, a la recuperación de empleos que acompaña al desarrollo de las actividades de punta. Las nuevas tecnologías no recrean el trabajo masivo de la industria clásica.
Reajustes en la primacía bélica
Estados Unidos conserva un rol internacional protagónico a pesar de su pérdida de liderazgo industrial. ¿Cómo se explica esta disociación? La influencia decisiva de sus bancos aporta una respuesta. Pero la principal explicación se encuentra en el rol imperial que despliega la primera potencia. Esa supremacía militar le permite preservar protagonismo económico.
El gendarme del planeta es garante del orden capitalista. Es un sheriff que maneja el 40% del gasto bélico global, a través de 800 bases militares distribuidas en 130 países. No tiene sustituto en este papel de custodio de las clases dominantes. Protege al capital frente a las amenazas sociales serias o las situaciones de extrema inestabilidad[7].
Actualmente Obama perfecciona estas formas de intervención. Promueve una menor presencia directa de tropas para facilitar acciones laterales con mayor sostén tecnológico. El curioso premio Nobel de la Paz incorporó a su equipo a un ex halcón republicano (Check Hagel) y a un experto en provocaciones de la CIA (John Brennan). Ha decidido evitar las invasiones con más operaciones encubiertas.
Washington es la capital de una guerra perpetua. Un ejército secreto de 60.000 hombres se encarga de implementar los mandatos de una diplomacia militarizada que desinforma a la población. Este encubrimiento es facilitado por el ínfimo porcentaje actual de alistamiento de la ciudadanía.
Las operaciones quirúrgicas son realizadas por comandos entrenados para el asesinato. El caso de Bin Laden ilustra como estas ejecuciones son resueltas sin procesos judiciales. Obama maneja la lista de condenados y define el momento de cada crimen. Utiliza una ley secreta para detener a los sospechosos de terrorismo en cualquier parte del mundo y refuerza los grupos de tareas que pasaron de 35 (2002) a 106 (2010)[8].
Esta política conduce a restricciones de las libertades democráticas, como se ha notado en la venganza que soporta el soldado Bradley Manning por destapar información sobre la violencia imperial. La persecución internacional que sufren Assange y Snowden obedece al mismo propósito de silenciar la brutalidad de las operaciones estadounidenses. Este belicismo repercute internamente en el continuado armamento de población, los asesinatos en los colegios y la expansión de las milicias derechistas.
Obama reajusta la estrategia imperial para reparar la fatiga política y el agujero financiero que dejó Bush. Después de la crisis del 2008-09 Estados Unidos no puede costear guerras infinitas. Los 800.000 millones de dólares gastados en Irak y los 450.000 millones desembolsados en Afganistán dejaron exhausto al Tesoro. Tal como ocurrió luego de Vietnam, la primera potencia necesita cicatrizar las heridas para retomar el intervencionismo. No es la primera vez que el imperio introduce un paréntesis entre dos cruzadas[9].
Imperialismo colectivo
La reorientación actual incluye una revisión de las prioridades bélicas, para reducir la presencia estadounidense en Medio Oriente y aumentar la presión sobre China. En la primera región se transfieren responsabilidades a los socios locales, mientras la CIA preserva el control de las operaciones secretas, el manejo de la información y la provisión selectiva de armamento.
En la segunda zona el Pentágono incrementa el número de tropas localizadas en la zona del Pacífico, afianza el cerco sobre Corea del Norte y supervisa los conflictos limítrofes entre Japón, Corea y China. Pero además, los marines entrenan tropas de 34 países africanos y encabezan todas la “intervenciones humanitarias” que requieran las empresas multinacionales. Sostienen especialmente la tensión sobre Rusia, a través de los nuevos satélites que incorporó la OTAN.
El gendarme global mantiene su vieja estrategia de hostilizar a los adversarios para obligarlos a negociar. El acuerdo con Irán es el ejemplo más reciente de esta política. La primera potencia impuso el desarme nuclear a cambio de concesiones mínimas. Logró este objetivo al cabo de muchos años de bloqueo comercial y ofertas de negocios a la burguesía persa.
La renuncia a bombardear Siria demostró que Estados Unidos tiene limitada su capacidad de intervención militar directa, pero no su rol de mandante geopolítico. Está ubicado en la primera fila de las negociaciones, luego de la contraofensiva iniciada en Libia para sepultar la primavera árabe en guerras sectarias.
Se ha retirado superficialmente de los conflictos de la región, para facilitar un desangre que le permita negociar nuevas alianzas con los ganadores de las batallas en curso. Fue el modelo que utilizó con Irak contra Irán, para luego sepultar a Irak y terminar negociando con Irán. En Siria financia a los yihadistas contra el gobierno para luego exigir la depuración de los fundamentalistas. En el Líbano apaña el reinicio de las masacres.
Pero como cada aventura alumbra una nueva fuerza reaccionaria autónoma, la secuencia de guerras no tiene fin. Ya ocurrió con los talibanes y Al Qaeda. El próximo descarrilamiento podría ser encabezado por Arabia Saudita, si el reino continúa avanzando en la construcción de una bomba atómica para reforzar sus ambiciones regionales[10].
Es evidente que el sheriff del mundo quedó afectado por el resultado de Irak. Debió abandonar un fallido ensayo colonial que devastó a ese país. Pero sigue manejando los hilos de la región junto a sus socios y a diferencia de Vietnam no soportó una crisis interna por las masacres perpetradas.
Luego de la experiencia iraquí, Obama promueve acciones imperiales más coordinadas y trata de compartir costos con sus socios internacionales. Busca que Europa hostilice a Rusia frente a la crisis de Ucrania, qué Francia intervenga en África y que las elites locales se involucren más directamente en los conflictos de Yemen, Tailandia, Pakistán o Egipto.
Esta política apunta a incrementar la participación de sus aliados en la custodia imperial sin resignar el manejo de las prioridades. Estados Unidos determina quiénes son los integrantes y excluidos de la OTAN, cómo opera el eje forjado durante la guerra fría con Europa y Japón y qué papel deben cumplir las sub-potencias ya probadas (Israel, Canadá, Australia), seleccionadas (Turquía, Brasil, Sudáfrica) o eventuales (Pakistán, India).
Estas tendencias confirman que el rol militar de Washington no se ha modificado. Preserva el liderazgo de una gestión imperial colectiva, que en la segunda mitad del siglo XX sustituyó a las viejas confrontaciones bélicas inter-imperialistas[11].
Algunos autores cuestionan esta caracterización remarcando el declive militar de Estados Unidos. Interpretan los desenlaces geopolíticos recientes en Medio Oriente, Europa Oriental o Asia como expresiones de impotencia de un viejo gendarme. Estiman que el Pentágono ha quedado irreversiblemente agotado y retrocede frente a cada desafío. Consideran que luego de ejercer cierta hegemonía cultural durante de los años 90 (con la fantasiosa ilusión de un “siglo americano”), los yanquis han perdido la partida[12].
Pero resulta difícil corroborar este diagnóstico a la luz de lo ocurrido en los últimos años. Estados Unidos sigue fijando las pautas y asumiendo las decisiones más relevantes de la acción imperial. Es la voz cantante a la hora de definir quiénes son los integrantes y los excluidos del club nuclear.
En ese terreno negocia con sus viejos antagonistas (China y Rusia), comparte el armamento con sus socios (Francia, Gran Bretaña) y agentes privilegiados (Israel), acuerda la magnitud del poderío atómico con regímenes históricamente próximos (Pakistán) o actualmente afines (India). Al mismo tiempo impone una duro acoso contra quienes buscan dotarse de esos recursos bélicos en forma autónoma (Corea del Norte).
Estados Unidos ha perdido capacidad de acción unilateral, pero no poder de intervención en la dirección del imperialismo colectivo. Este comando obedece a la inexistencia de otro timón para la custodia general del capitalismo.
Alemania remodela a Europa
Europa es el epicentro de la crisis actual. Allí continúa la recesión al cabo de fatigosos ajustes con niveles récord de desempleo. El momento más dramático del temblor se registró en el 2011-2012, cuando sobrevoló una convergencia de quebranto de los bancos con cesaciones de pagos de la deuda pública, en pleno temblor global. También parecía inminente el estallido del euro. Ese dramatismo ha cedido pero el respiro es frágil. La situación de las instituciones financieras es delicada y el estancamiento es mayor que en Estados Unidos.
La interpretación europea inicial de tsunami como un eco pasajero del temblor norteamericano ha quedado desmentida. El Viejo Continente está entrampado en un círculo vicioso de quiebras bancarias y déficit fiscal. El rescate de las entidades potenció la deuda pública y precipitó recesiones, que acentúan la vulnerabilidad del sector financiero. Aunque 800 bancos ya recibieron un billón de euros nadie avizora el final del túnel.
Alemania se ha convertido en la gran potencia del Viejo Mundo. Recuperó preeminencia con la anexión de la RDA, que financió entre 1998 y 2006 con ajustes internos y retracción salarial. Luego impuso el incremento de la productividad por encima de los sueldos, mediante un atropello contra las conquistas sociales. Con las leyes Hartz se obligó a los desocupados a realizar trabajos precarizados, que ya representan un cuarto del empleo total. Esta agresión fue desplegada por los capitalistas para reducir el costo salarial.
La afluencia de mano de obra barata y calificada del Este y la relocalización externa de numerosas empresas complementaron el ajuste. Los sindicatos no fueron demolidos como en Inglaterra, pero decreció su poder de negociación y el modelo renano de capitalismo social se diluyó, hasta perder sus viejas diferencias con el esquema anglosajón. El capital alemán se internacionalizó, recibió inversiones externas y adoptó el estilo brutal de los managers estadounidenses.
Estas transformaciones han socavado la legitimidad del sistema político. En Alemania Oriental las elites del viejo régimen no obtuvieron los beneficios que lograron sus pares de Polonia, Hungría o Eslovaquia con la restauración capitalista. La emigración de jóvenes provocó una importante despoblación de la ex RDA y el 16% de la población total, ya afronta un serio riesgo de pobreza. Además, los servicios de alimentación para los carenciados se han triplicado desde el 2002[13].
Los capitalistas germanos salieron airosos de la anexión e impusieron sus prioridades en la conformación de la Unión Europea. Acumularon un gran acervo de acreencias y superávits comerciales que les permite definir el rumbo del continente. Esta primacía se ha consolidado luego de cooptar a varias economías del norte (Dinamarca, Holanda, Finlandia, Austria).
También ha sido esencial el acuerdo político con Francia. La clase dominante de ese país compensa su declive productivo con la alianza geopolítica que forjó con su viejo rival. Pero el precio del convenio es un ajuste continuado, que conservadores y socialdemócratas implementan sin ninguna distinción. A los pocos meses de asumir, Hollande sustituyó su leve sugerencia de subir impuestos a las familias pudientes por nuevos subsidios al capital y mayor flexibilidad laboral.
Inglaterra ensaya otra estrategia tomando distancia del poder alemán. Se mantiene fuera del euro y renegocia el status especial que acordó en el 2009 dentro de la UE. Esta autonomía es exigida por el lobby bancario, para preservar los negocios internacionalizados de la City londinense. Pero hay muchas tratativas en curso, porque el sector industrial -que coloca la mitad de sus exportaciones en el Continente- promueve una reaproximación con Europa.
Cirugía deflacionaria
Las economías intermedias de Europa afrontan las consecuencias de convalidar los recortes que impone la cúpula de la Unión. Esta cirugía comenzó en Italia a principios de los 90 con la aceptación de las reglas de Maastrich. El viejo modelo de inflación, devaluación y déficit fiscal fue sustituido por una drástica comprensión del gasto público. La derecha de Berlusconi y los socialdemócratas de Prodi se han repartido la tarea de privatizar y desregular el mercado de trabajo, acentuando la brecha que separa al Norte del Sur. Con este molde macroeconómico se perpetúa el estancamiento y el desempleo.
España siguió otro recorrido. Su incorporación a la Unión dio lugar a un fuerte crecimiento inicial e incentivó la internacionalización de ciertas empresas que se transformaron en jugadores globales (Telefónica, Endesa, Fenosa, Repsol, BBVA, Santander). La contrapartida de esa inserción ha sido una especialización de la economía (construcción, servicios, turismo), que cercenó la estructura industrial y estabilizó elevadas tasas de desempleo.
Estas fragilidades explican el gran impacto de la crisis reciente. El estallido de la burbuja inmobiliaria precipitó en España un colapso bancario que arruinó las finanzas públicas al cabo de cuatro rescates. El último socorro incluyó el tutelaje alemán directo en la supervisión de los recortes. El producto se contrae, el déficit fiscal saltó al 6,4% y la deuda araña el 87% del PBI.
España e Italia no pueden compensar su fragilidad económica con acciones geopolíticas. En las últimas centurias tuvieron poca presencia en este ámbito y la incorporación a la Unión consolidó esa marginalidad. El impacto de la crisis se asemeja por estas razones al sufrimiento de toda la periferia europea[14].
El desempleo bate récord en la zona euro (10,8%) y se duplica entre los jóvenes (21,6%). Pero en España ya supera el 23% y en Italia afecta a uno de cada tres jóvenes y a la mitad de las mujeres del sur. El 8,2% de trabajadores europeos quedó situado en el 2010 por debajo de la línea de pobreza. Pero el número de empobrecidos se duplicó en Italia (2007- 2012) y alcanza a tres millones de personas en España. Si esta degradación persiste al ritmo actual, un amplio sector de la población de ambos países quedará privado de coberturas básicas en los próximos años. El modelo socialdemócrata de “capitalismo con mejoras sociales” se desvanece en forma acelerada.
En el fracturado mapa del continente, Alemania determina el ritmo del ajuste. Impone a los deudores una indigerible dieta deflacionaria, para amoldar la región a su patrón de competitividad. Como al mismo tiempo necesita preservar los nuevos mercados evita la bancarrota de sus clientes, refinanciando a los quebrados con durísimos condicionamientos.
Cada país debe socorrer a sus bancos con fondos propios, puesto que la unificación monetaria no incluye compartir los pasivos. Alemania proyecta avanzar hacia una convergencia fiscal y bancaria de toda la U.E., cuando haya concluido la actual limpieza de insolventes. Por eso otorga préstamos sólo a las economías colapsadas que aceptan el futuro control germano.
Para preparar esa supervisión, Alemania bloquea cualquier auxilio indiscriminado basado en la mutualización de deudas o la emisión de Eurobonos. Impone un organismo afín (ABE) que timonea la reorganización de los bancos. También introduce la supervisión del Banco Central Europeo sobre las 6.200 entidades de la eurozona y maneja la recapitalización de esas instituciones a través de un fondo de estabilidad (MEDE). El paso siguiente sería reformar el Tratado Europeo para asegurarse el control fiscal, ampliando la delegación de atribuciones que ya detenta Bruselas.
Sólo al final de este proceso Alemania consideraría la introducción de los mecanismos federales que rigen en Estados Unidos, para supervisar las finanzas y la moneda. Pero este plan requiere que el euro, los bancos y las finanzas públicas perduren sin estallar por la gran ingesta de cicuta que contienen los ajustes. La crisis podría demoler este proyecto antes de su concreción, si se agrava la actual fractura entre el Norte y el Sur europeo.
Mecanismos de polarización
Los capitalistas de toda la Eurozona invocan la permanencia en el euro para justificar la destrucción del estado de bienestar. Pero los más afectados son los países de la periferia regional. Estas economías han sufrido duramente las consecuencias de una liberalización financiera, que generalizó las maniobras de titularización, el apalancamiento y las contabilidades fuera de balance. Los bancos quedaron desprovistos de sus protecciones tradicionales y al trastabillar impusieron un inmenso agujero a las finanzas públicas.
La periferia europea está agobiada por pasivos inmanejables y ha quedado sometida a las exigencias de los acreedores. Su situación se asemeja a los padecimientos sufridos por América Latina en los momentos de mayor endeudamiento.
Los mismos excedentes de liquidez y mercancías que Estados Unidos colocaba entre sus vecinos del Sur en años 80 y 90, fueron transferidos por Alemania a las economías más frágiles del Viejo Continente. Ambas potencias utilizaron formas semejantes de endeudamiento público para descargar sobrantes de mercancías y capitales. Esta traslación socavó la estabilidad fiscal de las regiones dependientes y derivó en ajustes muy similares. El FMI monitoreaba los recortes de América Latina y ahora repite esa supervisión en una Troika compartida con la Comisión Europea y el BCE. Sólo han cambiado las victimas y la localización de un mismo proceso.
El desastre es mayúsculo en varios casos. Grecia sufre un colapso superior al padecido por Argentina en el 2001, tanto en el desplome de su producto (el doble del derrumbe pos- convertibilidad), como en la magnitud del endeudamiento (169% frente a 150% del PBI). El desempleo promedia el 27% y alcanza el 58% en la juventud, en un escenario de depresión sin fin[15].
La Troika no expulsó al país del euro pero tampoco lo financia. Mantiene una soga corta para imponer el ajuste perpetuo con inverosímiles promesas de mejoría futura. Al cabo de una promocionada renegociación de la deuda, el pasivo fue reducido en un irrisorio 10%.
A Irlanda no le va mejor. Durante una década el país fue exhibido como el “modelo más exitoso de neoliberalismo” y desde hace cuatro años soporta un ajuste sin pausa. El consumo se ha desplomado (12% inferior al 2007) y los recortes no han reducido la deuda pública que continúa por encima del 120% del PBI.
En Portugal la derecha y los social-liberales se alternan en el gobierno para introducir nuevos recortes, al concluir cada ronda de negociación de la deuda. Con el tercer rescate de los bancos el país quedó vaciado de reservas, mientras se multiplica el desempleo. Europa Oriental sufre una gran emigración de la población desocupada y soporta tasas de pobreza semejantes al Tercer Mundo.
El destino de dos paraísos financieros ilustra quién carga con las consecuencias de la crisis. En Islandia se privatizaron las entidades para atraer capitales a dos bancos, que recaudaron fondos equivalentes a 10 veces el PBI de la isla. Cuando colapsaron el FMI intentó transferir el desfalco a una población que impidió el atropello.
También en Chipre se buscó penalizar a los pequeños depositantes por la quiebra de los bancos. La resistencia social y el temor a una corrida en otros mercados liberalizados obligaron a limitar esa confiscación. Pero el precedente de una expropiación directa de los ahorristas quedó flotando como un recurso para el futuro.
La moneda común opera en toda la Eurozona como una convertibilidad forzosa, que consolida las ventajas de las economías avanzadas al impedir el uso de las devaluaciones para recomponer la competitividad.
Los países más endeudados son forzados a reducir su déficit fiscal y su desbalance comercial. Como utilizan la misma moneda que el resto para gestionar productividades, salarios y tasas de inflación muy diferentes, soportan una gran hemorragia de recursos hacia el centro.
El promedio salarial en Alemania, Francia, Países Bajos, Suecia y Austria duplica o triplica las medias de Grecia, Portugal o Eslovenia. Supera entre 7 y 10 veces los niveles vigentes en Letonia, Rumania o Bulgaria. La brecha de productividad con Alemania es abismal.
También los desniveles de inflación entre el Norte y Sur de Europa se han acentuado. En el período 2000-08 el incremento de precios fue 11,8% en la primera región y 27% en la segunda. Desde su incorporación al euro las economías de la periferia crecieron aumentando el consumo sin ningún soporte productivo. La inflación diferenciada reflejó este desequilibrio, que primero desembocó en déficit comercial, luego en endeudamiento y finalmente en quebranto bancario.
Estos procesos ilustran el carácter crónico de las desigualdades socio-económicas regionales y la recreación de relaciones centro-periferia en los momentos de gran reconversión capitalista. En el escenario europeo se verifica como ambos polos se alimentan mutuamente, a medida que la región es adaptada a los nuevos moldes de la acumulación global[16].
Del federalismo al centralismo
La crisis no ha detenido la conformación de la Unión Europea, que ya es un proto-estado continental con varias instituciones en gestación. Hasta ahora funciona mediante tratados sin gran sustento constitucional. Para cambiar cada regla se necesita el voto de los gobiernos, que a su vez recurren a consultas internas. Estos mecanismos regirán hasta que se defina como centralizar las decisiones. Esta modificación se está procesando mediante la eliminación de todos los resabios de la Europa social que obstruyen a la Europa del capital.
La transformación en curso ya no guarda ningún parentesco con el ideario federalista. Ese proyecto se ha disipado para insertar al Viejo Continente en la mundialización neoliberal. El viraje es comandado por Alemania que ensayó internamente, los nuevos principios de restricción salarial y prioridad explícita del beneficio, a través de estrictas políticas monetarias de independencia del Banco Central[17].
Los primeros pasos que siguió la paulatina conformación de la Unión (Tratado de Roma en los 50, política agraria común en los 60, sistema de paridades en los 70, acuerdos de moneda en los 80) registraron un brusco giro con el tratado de Maastrich en los 90. Allí comenzó el viraje neoliberal consumado con la unificación monetaria, el resurgimiento de Alemania y el ingreso de los países del Este a la U.E.
El modelo actual funciona bajo el comando de una casta supra-nacional, que amolda la construcción de Europa a las exigencias del mercado. Su poder creció abruptamente luego con la implosión de la URSS y la reunificación germana. Maastrich consagró la primacía del despotismo capitalista, para demoler el estado de bienestar en los 27 miembros de la Unión y en los 17 integrantes de la Eurozona.
Todos perdieron soberanía, resignaron atribuciones presupuestarias y delegaron decisiones en la tecnocracia de Berlín-Bruselas. Este sometimiento se verifica en la primacía económica del Tribunal Europeo, el dominio de las empresas continentales, el libre flujo de capitales financiero y la gravitación del euro.
El proyecto federalista inicial de Monnet-Delors ha quedado totalmente sustituido por las propuestas de Hayek de forjar una estructura política divorciada de la soberanía popular. Este esquema modifica a tal punto las tradiciones progresistas de posguerra, que el término “reforma” ya no implica mejoras sociales sino aceleración de las privatizaciones.
La meta geopolítica inicial de la Unión apuntaba a realzar la gravitación de Francia para contener un eventual resurgimiento germano. Ese propósito tenía el Plan Schuman y la Comunidad del Acero y el Carbón. Se buscaba evitar la repetición de la inestabilidad de los años 30, imponiendo la subordinación de Alemania a una construcción continental.
Pero la crisis de Suez, las derrotas del colonialismo francés y la erosión del gaullismo alteraron el proyecto. Por un lado se incrementó la presencia perdurable de Estados Unidos en el Viejo Continente y por otra parte se debilitaron las posibilidades de un esquema europeo autónomo. El desplome de la URSS reforzó estas tendencias.
El viejo temor a una repetición de la inestabilidad de entre-guerra se diluyó e irrumpió el nuevo horizonte de forjar empresas regionalizadas (o internacionalizadas), para apuntalar la competitividad europea. El discurso apolítico que emana desde Bruselas expresa esta prioridad.
Todas los debates actuales confirman la sustitución definitiva del proyecto keynesiano por el planteo hayekiano. Algunas interpretaciones atribuyen este cambio a la necesidad de centralizar la actividad de las grandes empresas integradas. Otros explican el mismo proceso por la pérdida de influencia del estado-nacional. La interdependencia económica y la formación de alianzas continentales son vistas como datos insoslayables del nuevo escenario europeo.
Contradicciones de la Unión Europea
Muchos analistas se preguntan si la Unión aguantará la profunda erosión que genera la crisis actual. También discuten si el ajuste en marcha no terminará debilitando al Viejo Continente en la competencia global.
Cada iniciativa que adopta la Unión reduce su legitimidad política. Desecha las normas de una confederación, afianza la tiranía de sus organismos (Comisión, Consejo, Corte) y se divorcia del sustento electoral. Por estas razones aumenta el predicamento de las corrientes euro-escépticas.
El “déficit democrático de la Unión” es presentado por los neoliberales como un trago amargo y pasajero. Pero en realidad promueven un consenso pasivo de largo plazo, asentado en el sostén de las elites para contrapesar la indiferencia de las masas.
Dos de cada tres europeos ya hablan otro idioma y las calificaciones educativas se han unificado. Pero las clases populares no comparten el nuevo europeísmo, carecen de un sentido supra-nacional y conservan sus afiliaciones nacionales. Este descontento emerge periódicamente a la superficie en los resultados de los comicios.
El distanciamiento popular distingue la unificación actual de las viejas construcciones nacionales, que incluían la intervención revolucionaria de las masas para democratizar los nuevos estados. Estos organismos surgieron históricamente a través de la expansión gradual de la autoridad en cierto territorio, la edificación desde arriba (absolutismo francés) o la revolución anticolonial (Estados Unidos).
La Unión Europea no repite ninguno de estos precedentes y se forja con gran orfandad simbólica. Los valores de la civilización asociados con el Viejo Continente desde el Iluminismo han sido vertiginosamente erosionados por los atropellos neoliberales.
La unificación actual destruye, además, el equilibrio de poderes políticos que generaba la existencia de múltiples estados competidores. Este deterioro podría compensarse con la integración económica continental. Pero las empresas están consumando su entrelazamiento en un contexto de crisis global y desgarramiento social[18].
Los analistas euro-escépticos también remarcan la inexistencia de una defensa militar y una política exterior común, la inoperancia del Parlamento de Estrasburgo, la continuada primacía de partidos políticos nacionales y la ausencia de una real identidad europea. Subrayan especialmente la incapacidad de la Unión para sustituir a los viejos estados nacionales en la gestión corriente de los asuntos públicos[19].
La manifestación más evidente de estas tensiones es la creciente gravitación de las demandas regionalistas. Las tendencias separatistas se expanden en un amplio espectro de regiones (Escocia, Flandes) y en procesos muy contradictorios. Las legítimas exigencias nacionales (catalanes) se mixturan con el regresivo rechazo a compartir los presupuestos locales con las zonas empobrecidas (Norte de Italia).
El contraste entre los derechos vulnerados de los vascos y la persecución racista en la ex Yugoslavia, ilustra el carácter diametralmente opuesto que pueden asumir esos nacionalismos. Al aceptar varios mini-estados en su seno, la Unión Europa abrió un peligroso sendero de pertenencia a la Comunidad fuera de los estados vigentes.
Dos facetas de la unificación
La estructura estatal europea en gestación presenta un perfil neoliberal de pocos gastos y burocracias ínfimas. Con ese delgado aparato se busca avasallar las conquistas sociales que nunca alcanzaron los asalariados de otros continentes. Por esa razón el presupuesto de Bruselas se reduce al 1% del PBI regional.
La insignificante dimensión de ese organismo conduce a combinar los atropellos decididos en Bruselas con su implementación estatal-nacional. En este último ámbito se garantiza el recorte. Allí se concentran los dispositivos represivos y las instituciones políticas requeridas para consumar la agresión.
Pero un proto-estado mínimo para el ajuste también genera una estructura débil para la competencia internacional. Esta diferencia se ha verificado en las políticas divergentes que adoptaron la Reserva Federal y el Banco Central Europeo frente a la crisis. Mientras que la FED lanzó una emisión de 400% de la base monetaria de la economía estadounidense, el BCE sólo incrementó ese volumen en un 150%[20].
Esta diferencia de respuestas ha determinado una recuperación inferior del producto bruto y del empleo en comparación a Estados Unidos. La caída del nivel de actividad tuvo una duración inicial similar en ambas regiones (un año y medio). Pero la Eurozona recayó posteriormente en una nueva recesión de dos años. Además, su tasa de desempleo promedia el 12,1% frente al 6,7% de Estados Unidos[21].
Mientras que la potencia norteamericana recurrió a tres rounds de relajamiento monetario, en el Viejo Continente imperó la norma deflacionaria. Esta asimetría ha sido explicada por la adopción de una política monetaria expansiva frente a otra restrictiva. También se menciona la existencia de una Reserva Federal con experiencia, frente a un Banco Central Europeo en surgimiento. O se recuerda que los reglamentos de la Unión impiden prestar el dinero, que la FED distribuye sin ninguna restricción en todo el territorio estadounidense.
Otros analistas subrayan la mayor capacidad de acción de un estado imperial construido hace dos siglos, frente a un proto-estado continental en plena gestación. Observan la misma diferencia entre un capital yanqui (que opera en forma cohesionada) y capitales europeos (segmentados en proyectos heterogéneos).
Pero la principal diferencia radica en la continuada hegemonía imperial de Estados Unidos. El ejercicio de esa supremacía le otorga un manejo militar, político y económico que no tienen sus rivales europeos. Este dominio se expresa también en la forma dominante de ejercer la política monetaria con un horizonte global.
Por estas razones la Reserva Federal adoptó una actitud ofensiva frente a la crisis, emitiendo moneda y reduciendo las tasas de interés, mientras que el BCE recurría a la deflación y al encarecimiento del costo del dinero.
Merkel optó por una estrategia ultra-ortodoxa, no sólo por alcance acotado del euro como moneda mundial. Su conducta defensiva también obedece a la subordinación germana al poder geopolítico norteamericano. Alemania ha recuperado gravitación económica pero no presencia militar.
La sintonía del país con cualquier acción anti-terrorista que exige el Pentágono ilustra este sometimiento. Las elites alemanas son muy conservadoras y se han acostumbrado a seguir los mandatos del Departamento de Estado. En los últimos años aceptaron la participación de sus efectivos en los Balcanes, Afganistán y el Congo.
El comando económico que rige dentro de la Unión Europea no se extiende a la órbita geopolítica global. Como Alemania carece de ejército y proyección internacional, no puede actuar sola. Necesita el concurso de Francia, que a su vez ha optado por el abandono de la estrategia soberana del gaullismo.
El declive imperial francés no siguió el precedente británico de inmediata dependencia financiera y subordinación militar a Estados Unidos. De Gaulle pretendió reconstruir la autonomía del país mediante guerras coloniales y proyectos atómicos propios, aprovechando la gravitación internacional que mantenía la cultura francesa.
Pero ese intento fue socavado por la adaptación al neoliberalismo que inició Mitterand y posteriormente propiciaron los intelectuales derechistas enemistados con la generación del 68. Esta transformación fue reforzada por la apertura de la economía, la privatización de las empresas públicas y la consolidación de un estilo gerencial anglosajón.
El estancamiento económico, la reacción política y el declive cultural de Francia han desembocado en el giro pro-norteamericano en los últimos años. Este viraje incluyó el reingreso a la OTAN y la participación militar en Afganistán.
Es cierto que Francia mantiene un despliegue imperial propio en su viejo espacio colonial. Allí desenvuelve todas las “intervenciones humanitarias” que exijan sus empresas. Ha realizado estas incursiones neocoloniales en Costa de Marfil, Ruanda, Congo, Níger y República Centroafricana, considerando a esa región como una gran reserva de negocios.
Pero habitualmente actúa en sintonía con el Pentágono, a través de operaciones coordinadas que distribuyen el trabajo militar. En el caso reciente de Mali la invasión fue concretada por Francia para garantizar la provisión de uranio a su red energética. Pero el ejército norteamericano ya había adiestrado previamente a las tropas del mismo bando[22].
No sólo en África la acción imperial francesa remueve presidentes, promueve secesionismos y encubre genocidios en coordinación con la OTAN. También en Medio Oriente actúa con sus aliados occidentales, para sostener a las fuerzas reaccionarias de Libia o Siria.
Todas las rivalidades franco-americanas se procesan en el marco compartido del imperialismo colectivo. Cualquiera sea la expectativa francesa de esta acción (conservar su influencia neocolonial, su proteccionismo agrario o su excepcionalidad cultural), la asociación con Estados Unidos reduce el margen de acción de la principal potencia militar de la eurozona.
Estados Unidos incrementa su influencia sobre una Europa unificada. Piloteó la expansión de la OTAN hacia el Este promoviendo la incorporación de varios países lindantes con Rusia y logró un explícito compromiso del Viejo Continente en la “guerra contra el terrorismo”. Ha impuesto la definitiva extinción de las viejas diferencias que separaban a los conservadores de los social-demócratas en el manejo de la política exterior europea
La reciente crisis desatada por el espionaje informático norteamericano corrobora ese viraje. Snowden destapó cómo el Pentágono ausculta los secretos de sus socios europeos. Los espiados respondieron con cierta espuma mediática, pero aquietaron rápidamente el escándalo para no perturbar las operaciones conjuntas de ambas potencias.
La impotencia de Japón
La crisis global generó fuertes efectos pero no sorpresas en la economía nipona. Reavivó impactos que la tercera potencia del bloque desarrollado padece desde hace veinte años.
El prolongado estancamiento que soporta Japón le quitó centralidad económica, desde el estallido de una burbuja especulativa en sectores bancarios y de la construcción (1989). Ese temblor inició un lento proceso de restricción crediticia e inversora, que desembocó en 5 recesiones durante los últimos 15 años.
En ese período las cotizaciones del mercado bursátil Nikkei y los activos inmobiliarios se desplomaron en un 70% y el nivel de actividad se retrajo muy por debajo del promedio de Estados Unidos y Europa.
La insolvencia bancaria generó un agujero financiero que continúa absorbiendo el 40% del presupuesto estatal. La deuda total se ubica en un récord internacional de 245% del PBI y todas las iniciativas ensayadas para retomar el crecimiento han chocado con la persistente deflación. Estos resultados son vistos con gran preocupación por los gobiernos occidentales, que actualmente recurren al mismo experimento monetario.
Un nuevo intento de reactivación ha encarado el gobierno de Shinzo Abe. Lanzó planes keynesianos de gran porte, que incluyen la inyección anual de 100.000 millones de dólares (Plan Kuroda). Se propone monetizar la deuda pública, expandir el crédito barato y mantener reducidas las tasas de interés, mientras empuja la actividad económica estimulando cierto repunte de la inflación. Implementa una flexibilización monetaria muy riesgosa, con un volumen de liquidez interna que podría situarse por encima de su equivalente estadounidense.
El atisbo de crecimiento que registran ciertos analistas no alcanza para revertir el estancamiento de las últimas décadas. El nuevo plan ha impulsado el despegue de los índices bursátiles, pero no la reactivación real de la economía[23].
Las iniciativas en curso alientan también la devaluación para propiciar las exportaciones. Pero esta opción enfrenta la saturación del mercado mundial y la retracción general de compras. Japón no está en condiciones de entablar una guerra de monedas con sus competidores asiáticos, mientras mantiene irresueltos varios conflictos económicos con Estados Unidos.
Los funcionarios norteamericanos negocian desde hace varios años la liberalización comercial de la economía nipona, especialmente en los sectores más protegidos de la agricultura, el comercio minorista, la salud, la energía y las finanzas. Después de muchas negativas, el gobierno se ha resignado a negociar un tratado de libre comercio.
Japón lideró la primera oleada de exportaciones asiáticas y quedó posteriormente afectado por el ascenso de sus rivales. China y Corea del Sur han logrado mayor competitividad en varios sectores. El viejo milagro exportador nipón se está deteriorando y por primera vez desde los años 80, la economía padeció coyunturas de déficit comercial por la fortaleza del yen y la debilidad de las ventas. El encarecimiento de las importaciones de petróleo y minerales ha influido significativamente en este declive.
El peso económico de Japón se desdibuja. Por esta razón durante los picos de la crisis reciente hubo más preocupación por el contagio, que por los eventuales auxilios a Estados Unidos y Europa
El deterioro de la competitividad nipona está influido en el largo plazo por el envejecimiento de la población. El exabrupto de un ministro, que presentó la aceleración del fallecimiento de los ancianos como único remedio al déficit de la seguridad social, ilustra la gravedad de este problema.
En un contexto de evidente madurez industrial Japón no cuenta con reservas demográficas para abaratar el salario. Enfrenta un fuerte escollo frente a rivales asiáticos que cuentan con gran acervo de trabajo juvenil.
También en el tablero internacional Japón actúa en espacios geopolíticos muy estrechos y se desenvuelve como un actor secundario en comparación a Europa. Está subordinado a las prioridades que fija Estados Unidos y esta marginalidad tiene serias consecuencias a la hora de concretar negociaciones comerciales o financieras.
Japón acompaña sin voz propia todas las acciones de la gestión imperial colectiva. Esta conducta se corroboró en las guerras recientes. Las fuerzas neo-conservadoras que dirigen el país reforzaron el alineamiento pro-occidental, mediante un giro armamentista que incrementó el presupuesto miliar.
Esa política condujo a la revisión de la Constitución de posguerra que restringe la acción bélica externa del país. Siguiendo las demandas de Washington fueron enviadas tropas a Irak y Afganistán y para limitar el avance de China se multiplican los ejercicios con los socios regionales de Estados Unidos (Filipinas, Malasia, Australia) [24].
El escenario japonés confirma que más allá de los matices y diferencias, la crisis global afecta a todas las economías avanzadas. ¿Pero qué ocurre con los países emergentes? ¿Han logrado sustraerse del temblor? ¿Consumaron el esperado desacople?
30-4-2014.
Mutaciones del capitalismo en la etapa neoliberal I. Economías centrales
Claudio Katz
RESUMEN: Seis años de crisis han alterado el escenario mundial. Los bancos fueron salvados con mayor bache fiscal y una enorme inyección monetaria que incentiva más burbujas que reactivaciones productivas.
Estados Unidos exportó la crisis y define el ciclo financiero global porque mantiene la supremacía del dólar, el manejo de los grandes bancos y el control sobre el FMI. Pero la deuda pública y la regresividad impositiva acentúan su deterioro industrial. Mantiene protagonismo por una preeminencia militar, que reorganiza con más tecnología y menos tropas. Reajusta prioridades estrechando la coordinación con los aliados.
Luego de la anexión, el ajuste interno y una alianza con Francia, Alemania refuerza su predominio en Europa. Italia y España no tienen resguardos geopolíticos frente a la cirugía deflacionaria y las transferencias a los acreedores golpean a la periferia de la región.
El ideario federalista keynesiano ha sido reemplazado por la centralización neoliberal en la conformación de un proto-estado continental. Para amoldar Europa a la competitividad global se acentúa el despotismo de la Troika. Pero la ilegitimidad, el rechazo popular y las demandas separatistas socavan a la Unión.
La reducida estructura estatal europea es funcional al ajuste pero no a la concurrencia internacional. Lo demuestra la política monetaria defensiva y el abandono de proyectos militares. La crisis refuerza el prolongado estancamiento de Japón que pierde posiciones en Asia y reafirma su rol secundario en la política internacional.
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[4] Noyola Rodríguez Ariel, Noyola Rodríguez Ulises,“La rivalidad euro-dólar”, 6-4- 2014, contralinea.info
[5] Hemos desarrollado esta caracterización partiendo de la tesis de autores como Gowan y Panitch. Katz Claudio, Bajo el imperio del capital, Luxemburg, Buenos Aires, diciembre de 2011, (cap 3). Gowan Peter, “US hegemony today”, “Imperialism Now”, Monthly Review, vol 55, n 3, July-august 2003. Panitch Leo, Leys Colin. “Las finanzas y el imperio norteamericano”. El Imperio Recargado, CLACSO, Buenos Aires, 2005.
[6] Navarro, Vincent. “La falsa alarma del abismo fiscal en Estados Unidos”, 11/1/2013 www.vnavarro.org.
[7] Exponemos este tema en nuestro último libro retomando los enfoques de Anderson, Panitch y Gindin. Katz, Bajo el imperio, (cap 3, 5, 6, 11). Los trabajos más recientes de esta visión en: Anderson Perry, “American Foreign Policy and Its Thinkers”, NLR 83, Sept-Oct 2013, Panitch Leo, Gindin Sam The Making of Global Capitalism, 2013.
[8] Gelman, Juan. “Robotizando la guerra”, www.pagina12.com.ar, 9/2/2012.
[9] Petras James, “The changing contours of US Imperial”, 22/12/2013,www.worldtruth.org.
[10] Armanian, Nazanín.“Arabia Saudí: el viaje más importante de Obama”, 31/3/2014, www.other-news.info/
[11] Analizamos este problema recogiendo la visión de Amin. Katz, Bajo el imperio (cap 4). Una actualización en: Amin, Samir. El imperialismo colectivo: Desafíos para el Tercer Mundo, 19/8/2013, fisyp.org.ar
[12] Zibechi, Raúl. “Hacia un mundo desamericanizado”, 14/9/2012, hunna.org/el-ir-a-las-cosas-de-la-política, paginaglobal.blogspot.com. Meyssan, Thierry. “Hacia un mundo sin Estados Unidos”, 15/10/2013, www.voltairenet.org/article.Sapir, Jacques. El nuevo siglo XXI, El Viejo Topo, 2008, Madrid, (pag 16, 62-63,65-67, 84, 88)
[14]Beck, Gunnar “El experto prevé que el bloque europeo”, 29/6/2012,www.pagina12.
[15] Ntavanellos, Antonis ¿Podremos avanzar hacia la constitución de comités?, 25/10/2013,www.vientosur.info
[16] Esta reconsideración de la dinámica centro periferia en: Husson, Michel. “Economíe politique du systeme euro”, Inprecor, 585-586 août-septembre 2012. Toussaint, Eric. “Contradicciones Centro Periferia en la Unión Europea”, 12/11/2013, www.isepci.org.ar
[17] Goddin, Roger. Quelques elements trop peu connus du neoliberalisme, 30-3-2014 www.avanti4.be
[18]-Anderson, Perry. The New Old World, Verso, London, 2009.(pag 110-115, 48, 476-480, 24, 98-105, 130-132, 118-123)
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[21] Wiesbrot, Mark. “En el reino de los ciegos”, Página 12, 23/1/2014.
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[24] Kessler, Christian. El regreso militar de Japón, 15/6/2013, lahistoriadeldia.wordpress
https://www.alainet.org/pt/node/85234?language=en
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