Estrategia global capitalista y táctica imperial
04/05/2014
- Opinión
En el siglo XXI al interior del sistema capitalista se agudiza la contradicción entre la tendencia a la centralización global del capital y la permanencia de dinámicas capitalistas de origen nacional-imperial.
Por una parte se observa la conformación de una burguesía financiera global, que es fruto de la superposición de intereses, entrelazamiento de capitales, imbricación de empresas deslocalizadas por el mundo, entrecruzamiento de deudas y déficit fiscales de Estados “nacionales”, y por el otro, se mantienen dinámicas económicas, militares y geopolíticas de los imperios constituidos en siglos anteriores, bloques imperiales y agrupamientos de nuevas potencias que luchan por la apropiación del excedente capitalista, el control de las materias primas y la hegemonía mundial.
Las crisis financieras y económicas incentivan esa contradicción y sacan a flote la contradicción entre quienes tienen intereses e influencias en diferentes niveles, espacios y territorios de la economía global y quienes dependen de ejes “nacionales”, como algunos capitalistas que le han jugado todas sus apuestas al complejo industrial militar de EE.UU.
Los analistas de la economía y la política internacional – por lo general – sólo ven un aspecto de esa contradicción. Unos se aferran a la tendencia predominante, la extrapolan y llegan a la conclusión de que ya existe una burguesía financiera global que todo lo planea y controla. Otros se centran en el análisis de la geopolítica, la lucha entre potencias y bloques regionales, y hacen todo tipo de cálculos sobre el grado de hegemonía que mantienen los EE.UU., concluyendo que entre más pierde en el terreno económico más aprieta en el campo militar. Las dos partes tienen algo de verdad.
Los primeros suponen la existencia del imperio global; los segundos mantienen la visión clásica de la confrontación entre imperialismos. Para los teóricos críticos del “imperio”, la revolución proletaria debe ser mundial y simultánea, desconociendo la ley del desarrollo desigual y combinado; para los teóricos de los imperialismos, el proletariado puede aprovechar las fisuras y contradicciones entre los diversos bloques económicos e imperiales, y entonces, la táctica nacional tiene su fundamento.
Ambas posiciones se han encontrado y distanciado frente a los casos de intervención imperialista en Libia y Siria, para mencionar algunos casos. Unos, justifican que las fuerzas revolucionarias se apoyen tácticamente en las potencias imperiales para derrotar a los gobernantes criminales y dictatoriales, dado que lo importante es sobrevivir para avanzar más adelante. Los otros, denuncian la intervención imperial y apoyan a los dictadores, porque son anti-imperialistas y defienden el “interés nacional” de esos pueblos. Los unos reivindican el internacionalismo; los otros, el anti-imperialismo.
Cada cual se aferra a un aspecto de la contradicción. Sólo un movimiento internacional de los trabajadores con una posición coherente a partir de la aceptación de la existencia de esa contradicción y de un “análisis concreto de la situación concreta” puede interpretar la realidad en forma dialéctica y actuar en consecuencia.
Sólo entendiendo la dinámica de la contradicción y la tendencia actual a la centralización, se puede desentrañar la complejidad de los conflictos y las tensiones inter-imperialistas que se han presentado en casos como los de Kosovo, Libia, Siria, Sudán, Ucrania, Irak, Afganistán y demás países intervenidos de una u otra manera por las potencias (EE.UU., UE, Rusia, China). Allí hubo un proceso de desmembración de la unidad nacional de esos países, aprovechando particularidades y fisuras étnico-nacionales, tribales, religiosas y culturales, para repartirse sus riquezas e impedir el avance de la revolución.
La lucha geopolítica se juega a fondo en cada uno de los países y regiones del mundo: unos imperios ganan, otros pierden. Si no se ha llegado a una guerra aguda y abierta entre las potencias es porque finalmente ceden coyunturalmente ante la necesidad de preservar su estabilidad política y económica. El temor a una guerra nuclear juega también, pero es secundario. Lo central es la economía que es frágil e inestable. Por ello, la tendencia a la centralización se impone y va apareciendo una súper-burguesía mundial omnipotente.
La burguesía global “en formación” ha elaborado una serie de políticas para mantener su dominio y fortalecerlo. Tiene un inagotable acumulado de experiencias, cuenta con innumerables y poderosos centros de pensamiento y perfecciona permanentemente la estrategia. Su meta medular es impedir que el proletariado y los pueblos del mundo identifiquen sus intereses y tracen una política anti-capitalista de carácter internacional.
Invisibilizar al proletariado es su tarea central. Resaltar los intereses sectoriales de la población y convertirlos en algo especial y esencial, ha sido un trabajo ideológico sistemático emprendido desde los años 80s del siglo pasado (XX). Estimular las diferencias étnicas (indígenas, afrodescendientes, mestizos, blancos, etc.), nacionales (nativos y migrantes), etarias (jóvenes, adultos, viejos), de género (mujeres, hombres, LGTB), religión y demás intereses culturales (ambientalistas, animalistas, humanistas, etc.), es su estrategia. El análisis de clase es desechado, la identidad sectorial es el referente principal.
Esa maniobra es utilizada también por los bloques imperiales para defender sus áreas de influencia, mercados y territorios. Así lo hacen ahora en América del Sur estimulando las “memorias” de pueblos indígenas hacia la conformación de una nación “aymará-quechua” o hacia “autonomismos” que colocan como aspecto principal la lucha por la territorialidad, la “economía propia” y la crítica al desarrollismo, pero que no enfrentan la lógica del gran capital en el terreno de poder político concreto (imperial-capitalista) sino en el campo de la crítica a la “colonialidad del poder”. Su objetivo: quebrar la unidad de Estados nacionales que se les han salido del control y crear condiciones para la intervención imperial.
Por un lado es una estrategia global, integral, de clase dominante. Por el otro, es una política regional, sectorial, también de clase pero donde predomina el interés de su Estado imperial y de determinados grupos capitalistas que tienen afincados intereses sectoriales. La segunda está subordinada a la primera. Sólo la lucha de clases muestra en qué momento se hace evidente esa subordinación. Dominación, hegemonía, control, se entrecruzan.
Por ejemplo, cuando la revolución árabe estaba mostrando sus potencialidades de clase, la intervención imperial se hizo necesaria, más que para hacer una nueva repartición de las riquezas petrolíferas, para impedir la profundización de la revolución en términos sociales. Por ello, la intervención iba dirigida a dividir el frente revolucionario con intereses tribales, étnicos y religiosos. La unidad popular fue quebrantada y no se pudo avanzar hacia caminos anti-neoliberales y anti-capitalistas.
Es importante precisar que la estrategia global de la burguesía no se casa con nacionalismos pero tampoco los desecha. Ella hace análisis de cada caso en particular. Trabaja a largo plazo y usa la complejidad no lineal para defender sus intereses. Es flexible y oportuna.
Cuando los “nacionalismos” son encabezados por alianzas entre fuertes burguesías “nacionales” y elites de trabajadores de sectores estratégicos (centralizados) de la economía de países dependientes (Brasil, Uruguay, Argentina), la burguesía global acepta sin reparos la aplicación de políticas de redistribución parcial de la riqueza mientras no afecten la estructura básica de funcionamiento del capitalismo. Cuando los nacionalismos son liderados por clases subordinadas (trabajadores, campesinos y pequeña-burguesía en proceso de proletarización), los capitalistas planetarios impulsan la política de contención, debilitan sus economías por medio de bloqueos abiertos o camuflados, preparan diferentes formas de intervención y saboteo mientras empoderan a las burguesías locales para recuperar la hegemonía política. Es lo que han hecho en Venezuela, Ecuador y Bolivia, y están logrando resultados.
Los trabajadores del mundo entero tenemos que superar las visiones parciales y lineales. Debemos aprender a ser tan flexibles o más que nuestros enemigos de clase. Debemos identificar los intereses globales del proletariado – la revolución anti-capitalista –, pero en cada caso en particular tenemos que determinar cómo juega cada aspecto de la contradicción y responder con la táctica acertada.
Por ejemplo, en Ucrania dos imperios luchan por intereses geopolíticos (EE.UU. y Rusia). Alinearse con uno u otro es perder la independencia de clase. La unión de los trabajadores ucranianos – por encima de diferencias étnico-nacionales – alrededor de los intereses coyunturales de su Nación, es la posición correcta. Hay que rechazar ambas intervenciones como parte de la guerra imperialista.
Pero a la vez que se lucha por la autodeterminación nacional se debe impulsar la unidad de los trabajadores ucranianos con los rusos, europeos, estadounidenses y del mundo entero contra la explotación capitalista, dado que la unidad nacional no garantiza – en un planeta globalizado y controlado por el capitalismo – ni una verdadera independencia y autonomía ni la resolución de los problemas vitales y estratégicos de los trabajadores.
Sólo así podremos explotar ambos aspectos de la contradicción y no quedar amarrados a un bloque imperial y a la ilusión nacionalista. Sólo así fusionaremos dialécticamente el análisis global de clases sociales enfrentadas con el estudio de la geopolítica imperial, y avanzaremos en la conformación de un gran movimiento proletario de características internacionales.
Sólo así podremos desafiar con fuerza nuevamente al capitalismo depredador de la vida y aspirar a construir un mundo mejor. Las nuevas generaciones lo valorarán.
Popayán, 4 de mayo de 2014
https://www.alainet.org/pt/node/85269?language=es
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