La selección, los aficionados y el fuego
22/06/2014
- Opinión
Si es cierto, fue así: la selección jugaba en el país donde la samba era un ritmo incontrolable que se había metido en los cuerpos de los hinchados, y mientras hacían como que practicaban el deporte universal (la sal del universo) el presidente de la nación se instaló en el mismo hotel que los albergaba, y supervisaba si dormían bien, comían igual y si el equipo de entrenamiento los trataba con dulzura, buen tino y simpatía especial.
Toda su indumentaria era azul, había puesto a sus ciudadanos escogidos para enfrentar los retos del futbol, a grabar anuncios políticos sobre la seguridad, el hambre, la miseria, etc. Los jugadores estaban convencidos de que aquel tirano era un ser magnánimo que los aupaba en toda parte, en los baños, en los pasillos, en los campos de entretenimiento, en todo espacio donde él pudiera estar presente.
Los directores de la organización nacional de futbol pertenecientes al mismo partido del dictador escogían las camisetas azules, los tacos azules, las habitaciones azules, y a uno de ellos se le ocurrió ponerles en los ojos unas córneas azules para que cuando llegaran al enfrentamiento del partido, supieran que todo es de color azul.
El agua azul, los bancos prestamistas azules, en fin, todo estaba perfectamente diseñado para que incluso el sueño de los aficionados fuera incluso azul, como el estadio nacional pintado todo de azul.
Y así mientras procuraba el dictador que todo fuera un sueño y mientras se desarrollaba aquel evento mundial de personas serias, profesionales y dedicadas al mundo del deporte más promovido por la sociedad comercial, las radios y la televisión habían sido contratadas para que comentaristas, periodistas y aficionados se embebieran de aquel evento sin precedentes.
Así el banco azul vendía las camisetas azules, o podían ser blancas con números azules. Y todos se introducían en el recuadro de las enajenaciones.
Mientras tanto, el país padecía de incendios de buses, masacres de ciudadanos comunes unos y delincuentes otros, asesinatos frente a las cámaras de TV, desabastecimiento de medicinas en los hospitales porque sus funcionarios habían saqueado las arcas correspondientes, los pacientes morían en las aceras aledañas a los edificios de los hospitales, los frijoles ya no se podían comprar para la dieta diaria ciudadana, se tomaban las calles por la falta de alimentos, en fin, el país estaba convertido en una catarata de desgracias incontrolables.
El presidente de la nación se había ausentado de sus funciones y se había instalado en las habitaciones colindantes con las de los jugadores.
Si Costly salía al pasillo se encontraba al presidente con su calzoneta azul, si Bengston iba a la cafetería a tomar un refresco miraba a su presidente, si el técnico estaba en el lobby del hotel allí se encontraba al encargado de dirigir los destinos nacionales, en fin, era una especie de asedio político deportivo.
El presidente soñaba con que la selección llegara a los octavos de final, para volver con sus muchachos al país y seguir su parafernalia política pues todo sería azul por orden expresa de su capricho.
Allá se encontraba solito en los palcos presidenciales del Maracaná y demás estadios, porque todos los presidentes estaban solucionando problemas domésticos de sus naciones, él no, allí estaba gritando hasta quedar afónico de tanto esfuerzo laríngeo.
Fue tanta la irresponsabilidad política de aquel primer ciudadano que el imperio no resistió tanta desidia mandataria, así que la embajadora dijo a los medios masivos azules: aquí todo está abandonado, debe regresar el presidente a sus funciones. Dijo mientras tomaba un café en sus oficinas donde el águila imperial en vez de poseer flechas en sus garras sostenía misiles y aviones a control remoto.
La nación era un incendio total. Y la vergüenza era un síntoma moral que pocos padecían. Algunos creyeron haber visto su orina del color azul.
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