Allende otra vez: En el umbral de un nuevo periodo histórico
15/09/2003
- Opinión
En los últimos treinta años, ha habido dictaduras más
prolongadas y más brutales, dentro y fuera de América Latina.
¿Por qué, entonces, tantos en todo el mundo se alistan hoy a
conmemorar precisamente el ominoso comienzo de esta particular
historia? El que produjo el régimen de Salvador Allende no era
el más radical, ni el más profundo, de los procesos de cambios
históricos que tenían lugar en ese mismo momento en América
Latina. ¿Por qué, entonces, concitó por sobre todos los otros
la esperanzada atención de todo el mundo? ¿Y puesto que era un
régimen establecido según todas las reglas de la democracia
liberal y vuelto a legitimar del mismo modo, dos años después,
en elecciones municipales, por qué el Estado de Estados
Unidos, cuya hegemonía no era entonces contestada entre los
socios del mundo imperialista, decidió, junto con sus socios
chilenos, destruirlo de manera sangrienta, alegando que lo
hacía nada menos que en defensa de la democracia?
Treinta años no son siempre suficientes para producir una
perspectiva eficaz que desoculte los sentidos históricos de
los procesos y de los sucesos ocurridos en su curso. Al
cerrarse éste, sin embargo, ahora no es difícil advertir que
estas no son tres décadas cualesquiera, sino el tiempo de un
específico período histórico cuya singular importancia apenas
comenzamos a entrever, porque las implicaciones de los cambios
históricos que ha producido apenas están comenzando a
desplegarse, inclusive un modo diferente de producir nuestro
conocimiento de la historia. Puesto que no dispondré aquí del
espacio necesario para presentar y discutir de modo
sistemático las respectivas cuestiones, me restringiré a
señalar y abrir las que pueden ser consideradas como
decisivas.
Crisis y globalización de la contrarrevolución
Este período histórico se abrió con la más profunda y duradera
de las crisis, que aún no termina, del actual patrón de poder
mundialmente dominante. Y se desarrolló, hasta aquí, como un
victorioso proceso contrarrevolucionario. Esta última
dimensión del proceso no consiste sólo, y quizá no tanto, en
la derrota y en la desintegración del "campo socialista" como
rival principal del imperialismo y junto con él, inclusive de
las entonces minoritarias corrientes y organizaciones
antagonistas del capitalismo. Consiste también, y ante todo,
en la aceleración y en la profundización abruptas de las
tendencias centrales de este patrón de poder, a partir de
aquellas derrotas de sus rivales y antagonistas. Eso no podía
dejar de implicar, y ha implicado, la rápida intensificación
de la dominación política imperialista y de la explotación
capitalista del trabajo, a escala mundial. En otros términos,
este proceso ha producido la derrota social y política
extremas de los dominados y explotados del mundo. Se trata,
por eso, de un proceso mundial de contrarrevolución del
imperialismo capitalista. Tal es el carácter básico de lo que
la prensa capitalista llama "globalización". Y el Golpe de
Pinochet, el 11 de setiembre de 1973, que llevó a la muerte de
Salvador Allende y a la destrucción del régimen de la Unidad
Popular en Chile, fue el evento mayor con el cual se inició
este específico período histórico y en particular su dimensión
contrarrevolucionaria(1).
El contexto histórico que produjo la crisis
Lo que la prensa gringa bautizó como "stagflation", la
inusitada combinación de estancamiento productivo con
inflación, inédita en la historia capitalista, estalló ese
mismo año de 1973, casi al mismo tiempo que la formación de la
OPEP y poco después del Golpe de Pinochet.
La asociación histórica entre dichos acontecimientos no es
difícil de establecer.
La OPEP era una señal dramática, por la importancia del
petróleo para el capitalismo, de la intensificación de la
lucha mundial por la desconcentración del control del poder,
recomenzada al término de la Segunda Guerra Mundial como
proceso anticolonial y antiimperialista en Asia, Africa y
América Latina, y que en algunos pocos casos había avanzado
hacia una alguna redistribución real de dicho control (China,
Cuba, o Bolivia tempranamente derrotada entre 1952 y 1964).
En América Latina en particular, ambas dimensiones de ese
conflicto aparecieron asociadas. Los "nacionalistas" y los
"socialistas" se daban la mano, pues tenían un interés común:
el control del Estado. De un lado, las luchas guerrilleras
que después de Cuba se extendieron a Colombia, Venezuela,
Argentina, Uruguay, Bolivia, pugnaban por una redistribución
del control del poder. Y los propios trabajadores, de manera
mucho más profunda y radical en el caso de la Asamblea Popular
de Bolivia, víctima de un Golpe Militar un año antes que el de
Pinochet. De otro lado, las corrientes "modernizadoras" y
"desarrollistas" de las capas medias y de algunas fracciones
burguesas, pugnaban también por lograr alguna desconcentración
del control del poder, como en los casos de la Democracia
Cristiana, sobre todo en Chile y Venezuela, y del militarismo
reformista y nacionalista, como en los casos de Velasco
Alvarado, Rodríguez Lara, Juan José Torres, Torrijos, en Perú,
Ecuador, Bolivia, Panamá, respectivamente, todos empeñados en
prevenir procesos revolucionarios.
Simultáneamente, los trabajadores explotados de todo el mundo,
y en particular en el "Centro" del universo capitalista, no
sólo continuaban sino extendían y profundizaban sus propias
luchas por negociar mejor las condiciones y los límites de la
explotación y, en primer lugar por aumentar salarios y mejorar
sus condiciones de trabajo. De ese modo, la disputa mundial
se desarrollaba en dos canales y en dos niveles simultáneos.
De una parte, entre los grupos burgueses del mundo, por la
desconcentración o la redistribución del control del capital y
del plusvalor entre grupos burgueses de desigual acceso al
control del poder capitalista. Mientras de otro lado las
luchas de los trabajadores de todo el mundo ponían en cuestión
la distribución del plusvalor entre la burguesía y los
explotados, a escala mundial, pero en especial en el "centro"
del capitalismo.
La creciente agudización de esos dos tipos y niveles del
conflicto social y político mundial - que ya había comenzado a
generar sus efectos desde 1969 con la decisión norteamericana
de anular los acuerdos de Breton Woods sobre la relación
dólar-oro y con la creciente extensión de la inflación
mundial, que llegaba ya al doble dígito en Estados Unidos por
primera vez en su historia - desembocó a fines de 1973 en la
brusca caída mundial de la tasa de ganancia y, con ella, en el
también abrupto estancamiento de la producción, mientras
continuaba creciendo la inflación.
La magnitud y la profundidad de la crisis en la estructura de
acumulación capitalista, de un lado aterró a los grupos
capitalistas que ocupaban el "Centro" del control mundial del
patrón de poder, esto es, a los principales grupos
imperialistas. Pero del otro lado, sin duda generó en sus
rivales del "socialismo real" la ilusión de avanzar en la
disputa por la hegemonía mundial, y entre las corrientes y
organizaciones anticapitalistas, la ilusión de que, por fin,
estaba cerca la revolución socialista como efectiva liberación
del poder. Para tales corrientes, la liberación del trabajo
era, con seguridad, la cuestión predominante, seguida de la
"liberación nacional". Pero si se recuerda bien, los
movimientos de liberación femenina, los movimientos
antirracistas, antihomofóbicos, los movimientos de jóvenes,
estaban ya en pleno desarrollo. Y el propio patrón
eurocéntrico de producción y de control del conocimiento
estaba ya en cuestión. Al estallar la "stagflation", todo ese
contexto entró en combustión. Era, de ese modo, un momento de
genuina crisis del poder, en todas sus dimensiones. ¿Por qué
esta crisis se desarrolló y, aunque parcial y temporalmente,
se resolvió como una victoriosa contrarrevolución capitalista
global?
Pinochet y el comienzo de la contrarrevolución
Se puede entender ahora que la decisión del Estado de Estados
Unidos, entonces bajo la conducción de Nixon y Kissinger,
primero de impedir la elección de Allende y después de
destruir a cualquier costo el régimen de la Unidad Popular,
que él presidía, no fue sólo, ni principalmente, el resultado
de la presión de las empresas estadounidenses afectadas por la
política de nacionalizaciones, ni de las disputas hegemónicas
con la entonces Unión Soviética en la llamada "Guerra Fría",
aunque, sin duda, esos elementos no dejaron de estar en juego.
Tras las derrotas en Vietnam y en Argelia, que continuaban las
ocurridas antes en China y Corea del Norte, para la coalición
imperialista y su Estado hegemónico, la revuelta nacionalista
y socialista latinoamericana, en el momento mismo en que se
hacían explícitas dificultades crecientes en la estructura
mundial de acumulación, no podía ser tolerada. Y muy en
especial, un régimen como el de Allende, que era nada menos
que el resultado del desarrollo de un movimiento político-
social que había logrado, después de varios intentos, usar con
éxito las propias reglas de juego de la democracia liberal,
para establecer el control de los representantes políticos de
los trabajadores y de las capas medias asociadas, sobre el
Estado. Y que precisamente por eso era mundialmente acogido
por los trabajadores y socialistas de todo el mundo, como una
genuina alternativa al "socialismo real". El genio malvado de
Kissinger, en ese preciso momento en la atalaya principal de
la fortaleza imperialista, no podía no percibir las señales de
la crisis mundial que llegaba, cuando muchos de los
observadores del mundo ya estaban discutiendo sobre ella, ni
los riesgos de la propuesta allendista para el poder
capitalista mundial y en primer término para la hegemonía de
Estados Unidos (2).
Otra cuestión histórica debe ser aquí abierta de nuevo, aunque
no sea esta la ocasión de una más detenida indagación.
Estados Unidos es un caso excepcional en la historia, pues la
historia de su desarrollo nacional está estructuralmente
asociada a la de su constitución como sede imperial regional,
primero, y a su consolidación como sede imperial mundial
después. Las etapas son, en general, conocidas. La conquista
de las tierras de los "indios" y el virtual exterminio de
éstos; la imposición de su dominio en el Caribe; la conquista
de la mitad norte de México; la guerra con el moribundo
imperio colonial español y la conquista de Cuba, Puerto Rico,
Filipinas y Guam, que propulsó a Estados Unidos a la categoría
de poder imperial mundial; su intervención política al final
de la Primera Guerra Mundial, ya como actor decisivo,
imponiendo el wilsonismo como la ideología principal de esa
postguerra; su intervención militar masiva en la Segunda
Guerra Mundial y su definitiva entronización como el Estado
Hegemónico del imperialismo capitalista frente al "campo
socialista". Y, finalmente, tras la desintegración de éste y
después de la Guerra del Golfo, como el Estado Hegemónico del
Bloque Imperial Global (3).
Lo que de todo ello se desprende es que ninguna explicación de
la decisión de tal Estado norteamericano de destruir a
cualquier costo el régimen de Allende y de la Unidad Popular,
puede ser completa sin insertarla en ese específico patrón
histórico de la historia nacional, imperial y hegemónica de
Estados Unidos. Porque desde esa perspectiva, para el Estado
y la burguesía yanquis, Allende y la Unidad Popular no
implicaban solamente los específicos problemas de la guerra
fría o los riesgos de un proceso que levantaba simpatías
mundiales por trabajar un camino socialista no estaliniano.
Tales elementos, por ocurrir precisamente en ese contexto,
ponían en cuestión de más dramática forma uno de los
fundamentos centrales, una de las condiciones decisivas del
patrón histórico mismo del desarrollo nacional-imperial de
Estados Unidos: el dominio imperialista sobre América Latina.
Históricamente, el Estado yanqui reaccionó siempre con
violencia, directa e indirecta, en todos los casos en que
pudiera estar en juego su hegemonía imperial en América
Latina. No se podría explicar de otro modo la recurrente
intervención de Estados Unidos, ya desde fines del siglo XVIII
en el Caribe y en Centro América, en especial en Nicaragua, y
en toda América Latina desde los primeros años del siglo XX,
comenzando con su intervención en la derrota de la revolución
latinoamericana entre 1925-1935 (4). Sin duda, el nuevo
carácter revolucionario de los procesos de Bolivia o de Chile,
al comenzar la década de 1970, en el contexto de la disputa
hegemónica y de la crisis mundial que se iniciaba, exacerbó
esa tendencia constitutiva de la historia de las relaciones
entre el Estado Hegemónico del capitalismo imperialista y
América Latina. El Estado de Estados Unidos no retrocedió
ante nada para mantener y ampliar esa dominación. Incluso, si
se fue convirtiendo, como Chomsky afirma, en el principal
estado terrorista del mundo después de la Segunda Guerra
Mundial, esa trayectoria fue ejercida y desarrollada, en
primer término en América Latina.
La derrota y desintegración del socialismo del periodo
Empero, nada de eso es suficiente para explicar la derrota de
los dos procesos más importantes para los trabajadores
latinoamericanos en ese período: la Asamblea Popular
Boliviana, en 1972, y la Unidad Popular, presidida por
Allende, en 1973. Aquí sólo anotaré dos cuestiones. Primero,
el que ambos, cada cual a su propio modo, fueran procesos que
proponían opciones distintas al despotismo burocrático
bautizado por el estalinismo como "socialismo real" y que esa
fuera, precisamente, la razón de la atención esperanzada de
los socialistas de todo el mundo. Esa es una indicación
eficaz del descrédito del estalinismo, sobre todo después de
la derrota de la ola revolucionaria de 1968 en todo el mundo
y, muy especialmente, tras la invasión rusa a Checoeslovaquia,
en 1969, para derrotar el intento democratizador del régimen
de Dubcek. Pero no menos también de la profunda y decisiva
crisis del pensamiento socialista dominado por la perspectiva
eurocéntrica de conocimiento, en el marco de la colonialidad
del poder imperante. Y, por supuesto, de la política de lo
que entonces se admitía como la versión dominante del
socialismo, en particular en el denominado "campo socialista",
y que se resolvería durante este preciso período con la
desintegración de dicho "campo". Este ya estaba comenzando el
curso que lo llevaría a su rápida desintegración en la
siguiente década, culminando con la súbita implosión de la
Unión Soviética. Tal implosión mostró, además, que su Estado
y su Partido de Estado estaban ya bajo la dirección de quienes
inmediatamente después aparecieron como agentes de la
neoliberalización capitalista en todos sus países.
Desde esta perspectiva, ahora no es, quizá, muy difícil
entender porqué la Unión Soviética no estuvo interesada en
apoyar ninguno de esos procesos. No es inútil recordar que
una semana antes del Golpe de Banzer en Bolivia, cuando
virtualmente todos en ese país sabían que ese Golpe estaba
próximo, el embajador de EEUU, acusado de ser hombre de la CIA
y uno de los organizadores del Golpe de Banzer, y el de la
URSS, salieron del país el mismo día, de vacaciones. Y que
poco después, la Unión Soviética otorgó a Banzer un crédito
que había negado al gobierno de Torres- Asamblea Popular. Y
el gobierno de Allende no consiguió tampoco ayuda financiera o
técnica alguna desde el "campo socialista".
Ninguno de aquellos procesos, ni el de Bolivia, ni el de
Chile, pudieron contar con la ayuda del "campo socialista",
exactamente cuando el "campo imperialista" volcaba todo su
poder material y político a la destrucción y derrota de la
revolución socialista latinoamericana. Los de Bolivia
resistieron abiertamente con las armas en la mano y fueron
vencidos. Los de Chile, no obstante que la amplitud y la
profundidad crecientes de la distribución de acceso al control
del trabajo, de los recursos y de los productos a favor de los
trabajadores, empujaban a un enfrentamiento violento de los
dominadores, rehusaron en realidad preparar la defensa del
proceso. El Allendismo mostró, así, que era posible comenzar
la redistribución del poder según las propias reglas de la
democracia liberal. Pero también hizo claro que sin una
consistente preparación material y política para defenderlo,
un proceso tal no puede continuar exitosamente.
Todavía hay otra cuestión que no puede ser eludida, pero que
no será discutida aquí. Mientras toda la ideología formal de
los revolucionarios socialistas de todo el mundo cantaba al
internacionalismo, el hecho obvio es que los procesos
revolucionarios de Bolivia y Chile no sólo emergieron
separados, sino, sobre todo, que no produjeron, ni lo
intentaron siquiera en realidad, formas de coordinación, de
asistencia y de apoyo recíproco, no obstante su contiguidad
territorial, precisamente cuanto más les era necesario. Por
lo demás, el proceso que produjo la Asamblea Popular boliviana
era, sin duda, el mas radical y el más profundo de los
procesos revolucionarios de ese momento en América Latina.
Pero no atrajo la atención, ni la simpatía debidas, de parte
del movimiento socialista mundial, ni antes, ni después de la
derrota, en la escala del proceso chileno. La colonialidad
del poder en América Latina es parte necesaria de esos
desencuentros (5).
Allende otra vez: de la resistencia mundial a la revolución
Durante estos treinta años, dos procesos han dominado el
capitalismo, sobre todo después de la desintegración del
"campo socialista". Ambos consisten en la aceleración y en la
profundización de las tendencias centrales del capitalismo.
De una parte, la reconcentración del control político mundial
en manos del Bloque Imperial mundial. Este proceso se ha
acelerado bruscamente después del otro 11 de septiembre, el
del 2001 y amenaza con la recolonización imperialista del
mundo. Y de la otra, la creciente y extrema polarización
social de la población mundial entre un 80% que no tiene
acceso sino al 18% del producto mundial, y un 20 % que tiene
el control de más del 80% del producto mundial. Su desarrollo
amenaza con una catástrofe demográfico-social sin precedentes
en la historia conocida, que ya ha comenzado a operar en parte
de Africa, Asia, América Latina. La exacerbación de ambos
procesos comenzó con el Golpe Militar de Pinochet y Chile fue
el primer escenario de la neoliberalización del capitalismo.
El siglo XXI comenzó con el Foro Social Mundial de Porto
Alegre, de un lado, y, del otro, con la recesión mundial aún
en curso. Casi una década de continuada resistencia a la
profundización de las tendencias centrales del capitalismo, ha
logrado avanzar hasta abrir de nuevo, mundialmente también, la
cuestión de la revolución como destrucción del actual patrón
de poder. Esa es la cuestión central del debate que ya ha
comenzado. Estamos, por lo tanto, en el umbral de un nuevo
período histórico. Por eso, en la conmemoración mundial del
infausto 11 de Septiembre de 1973, es Allende el que vuelve,
no Pinochet.
*. Una versión abreviada fue publicada en IL MANIFESTO, 11
Settembre 2003, pg. 503. Roma, Italia.
1) No debe olvidarse las implicaciones estratégicas del Golpe
de Suharto en Indonesia, en 1968, ni del de Brasil, en 1964.
Tampoco el de Bolivia en 1972, antecedente directo del Golpe
de Pinochet en Chile, en 1973. Pero no fue con ellos que se
dio comienzo a la crisis y a la neoliberalización mundiales
del capitalismo, con todas sus implicaciones en la agudización
y la aceleración de la crisis del "socialismo realmente
existente".
2) Ahora existe información suficiente acerca del debate
dentro del Estado norteamericano en esos años, sobre esas
cuestiones, así como sobre las principales decisiones y
acciones dirigidas por Nixon-Kissinger contra el régimen de
Allende y de la Unidad Popular. Para las demás regiones,
véase, por ejemplo, Stephen E. Ambrose: Rise to Globalism.
Penguin Books 1985. Para el caso chileno, Peter Kornbluh: The
Pinochet File. A Declassified Dossier on Atrocity and
Accountability. New Press, 2003. New York. Y del mismo
autor: Opening Up the Files. Chile Declassified. En NACLA,
vol. XXXVII, No. 1, July/August 2003, pp. 25-31
3) Acerca de este concepto, Aníbal Quijano: Colonialidad del
Poder, Globalización y Democracia. Originalmente en
TENDENCIAS BASICAS DE NUESTRO TIEMPO, Instituto de Altos
Estudios Internacionales "Pedro Gual", 2000. Caracas,
Venezuela.
4) Este fue uno de los resultados de un estudio llevado a cabo
entre 1986-1988: Estados Unidos, Reagan y Centro América.
Lima 187-1988, que no llegó a la imprenta, pero que circuló
entonces algo extensamente.
5) Ver de José Oruro, Bolivia: La Tragedia de las
Equivocaciones. En SOCIEDAD Y POLÍTICA, No. 10, Noviembre
1980, pp. 25-42. Lima, Perú.
https://www.alainet.org/de/node/108396
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