La guerra invisible: la otra guerra
20/03/2004
- Opinión
"Es posible que la guerra como estrategia sea la continuación de
la política. Pero no hay que olvidar que la "política" ha sido
concebida como la continuación, si no exacta y directamente de la
guerra, al menos del modelo militar como medio fundamental para
prevenir la alteración civil. La política, como técnica de la paz
y del orden interno, ha tratado de utilizar el dispositivo del
ejército perfecto, de la masa disciplinada, de la tropa dócil y
útil, del regimiento en el campo y en los campos, en la maniobra
y en el ejercicio."(1)
La movilización de alrededor de treinta millones de personas
rechazando la invasión Norteamericana a Irak fue una
manifestación de las nuevas formas de resistencia frente al poder
hegemónico globalizado. Aunque la movilización y el rechazo a
este tipo de intervención en algunos países se constituyan como
ejemplo de una de las formas de resistencia que necesitaremos
adoptar, no será suficiente para garantizar nuestra permanencia
en este planeta. Al tiempo que se fortalece la estrategia
militarista y armamentista de quienes disputan la hegemonía en la
creación del nuevo orden mundial y de los nuevos centros de
poder, se acrecientan las estrategias de control político de los
individuos. Por un lado, se perfeccionan las disciplinas que los
hacen más eficientes en cuanto a la producción se refiere; por
otro, se generan nuevas estrategias para el control de sus
voluntades. Todo esto ocurre en espacios micro en los que pueden
pasar desapercibidas las tácticas de control, y en los que la
guerra se enmascara de política o de normatividad.
De manera simultánea, se agravan las crisis económicas,
políticas, sociales, culturales y ambientales; los principales
grupos de poder toman decisiones arbitrarias en lo referente a
los modelos de desarrollo económico de los países pobres; se
fortalecen las estrategias armamentistas para mantener la paz
(aunque sea una flagrante contradicción); se favorecen las
políticas de guerra; se intenta uniformar al mundo con la cultura
de una sola nación; aumenta el consumo de combustibles fósiles;
se reglamenta el saqueo, depredación y destrucción de los
recursos naturales; se fortalece el canibalismo epistemológico,
mitológico y ritual; etcétera. Es sorprendente la velocidad en la
que esto avanza, estructurando el desarrollo de las sociedades
contemporáneas.
Una de las constantes entre las guerras que hoy se proliferan en
el planeta es el carácter estratégico de las zonas en donde
tienen lugar. Las guerras se desarrollan en los lugares donde se
concentra buena parte de los recursos naturales (petróleo,
minerales, agua, biodiversidad, entre otros) que son
estratégicos, tanto para la preservación de la vida como para la
ganancia de las grandes multinacionales que quieren controlarlos.
En el proceso de globalización, en el cual se integran todos los
recursos en una visión planetaria, las potencias hegemónicas
(Estados Unidos, potencias europeas y Japón), con sus empresas
transnacionales, se interesan cada vez más por el conjunto de
esos recursos. Éstos están distribuidos de manera dispersa por
todo el planeta.
Un 40% de la totalidad de las reservas de petróleo se encuentra
en el Golfo Pérsico - lo que explica la pertinencia de la
invasión a Irak.
Los recursos de biodiversidad están concentrados principalmente
en la región amazónica, en las cabezas de cuenca de la región
Andina y en el corredor biológico mesoamericano.
La Cuenca amazónica es el lugar más importante en concentración
de recursos naturales - primer núcleo de biodiversidad, segundo
en concentración de agua, tercero en reservas petroleras y con
importantes reservas mineras. Siberia es el segundo lugar más
importante. Esto permite explicar, en lo que tiene que ver con
Siberia, la pertinencia de la guerra contra Afganistán. En el
caso de la Cuenca Amazónica, se explica el estado de violencia,
pobreza e inestabilidad en que se encuentran los países que la
contienen; además, se entiende por qué ha llegado a constituirse
como el lugar principal en la escala de intereses geopolíticos de
las empresas transnacionales. En este sentido es que podemos
entender la militarización de la triple frontera, además de los
fuertes componentes militares que se encuentran dentro del Plan
Colombia y del Plan Puebla Panamá.
La ubicación de estos recursos explica, en la mayoría de los
casos, la pertinencia de la "colaboración" militar y económica de
las potencias hegemónicas para con los países del Sur. El dominio
político sobre éstos asegura el control de la economía actual y
futura.
Por otro lado, en el proceso de globalización que se ha venido
articulando desde la Segunda Guerra Mundial y que ha crecido
exageradamente en la avanzada neoliberal, hemos presenciado la
privatización de las infraestructuras (carreteras,
ferrocarrileras, telefónicas, empresas públicas, etcétera);
además, se han privatizado los recursos naturales que antes
pertenecían, en la mayoría de los casos, a las comunidades que
habitaban los territorios en los que dichos recursos se
encuentran. El petróleo y los minerales estaban parcialmente
privatizados y existía una guerra declarada a los países que
mantenían el control soberano de estos recursos. Hoy, un frente
importante de esta estrategia de guerra apunta al control y
privatización del agua (entendida como hidrosfera dulce).
En nuestro país, las fumigaciones hacen parte fundamental en la
infundada guerra contra las drogas ilícitas que en realidad tiene
otros objetivos: aumento del precio de las drogas, venta de
químicos de la empresa multinacional MONSANTO, apropiación de
tierras a partir del desplazamiento forzado generado por las
fumigaciones, entre otros.
Toda esta estrategia de guerra que vemos cristalizada en el
aumento de la capacidad militar en estos espacios estratégicos es
simplemente una forma terminal de una estrategia oculta y muchas
veces invisible que nos logran imponer. Ya no hay necesidad de
asignar la muerte, ahora los poderes incitan la vida. Hemos
crecido en una sociedad caracterizada por el control milimétrico
sobre nuestro cuerpo y nuestro propio yo, es decir, sobre
nuestros sentimientos y deseos. El cuerpo y la mente han sido
adiestrados científicamente; ya no son necesarias las bayonetas
para inculcar la obediencia. los colegios, la familia, las
clínicas, los manicomios y los campos de concentración, entre
otros, son los nuevos espacios del biopoder. Saben lo que
queremos y deseamos, ellos mismos son los que nos imponen
aquellas necesidades y son los que manipulan nuestros deseos.
Esta es la guerra invisible. No es necesario un cañón frente a
nuestra casa para que nos comportemos de forma adecuada, para eso
existen ahora los televisores. Nuestra identidad ya no es tal,
está atravesada y la constituye una multiplicidad de relaciones
de poder. Aquel yo trascendental, en el que se fundaba una
necesaria emancipación de los seres humanos en la época ilustrada
para salir del letargo del medioevo y de la minoría de edad, ha
desaparecido para dar paso a un yo, ya no constituido por el
mismo individuo, sino por una sistemática imposición de ideas y
valores para que cada uno de nosotros pueda ser un "buen
ciudadano".
Nuestra lucha en contra de todas estas guerras debe convertirse
en una pluralidad de resistencias frente a la multiplicidad de
poderes que nos atraviesan, una resistencia frente a cada uno de
los poderes que nos dominan, una vida de resistencia a la
biopolítica de la dominación.
(1) FOUCAULT, Michel. Vigilar y Castigar. Nacimiento de la
prisión. Siglo Veintiuno Editores. Colombia. 1984. pág. 172.
https://www.alainet.org/de/node/109631?language=es
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