Islamistas desbocados por doquier?
04/11/2004
- Opinión
Apenas se le ha prestado oídos a la formidable proliferación de
expertos en seguridad. Aunque sus excepciones hay, frecuente es
que estas gentes destilen un tufillo reaccionario y se instalen
con comodidad en la vulgata difundida por los neoconservadores
estadounidenses. Si unas veces disfrutan de posiciones de franco
poder -tal sucedía en estos pagos hasta el pasado marzo-, cuando
no es así acaban marcando, pese a todo, agendas impregnadas de
eso que ha dado en llamarse realpolitik.
No hay mejor retrato del discurso que nos ocupa que el que
aporta su obsesión por apreciar, en todas partes, islamistas
desbocados que formarían parte de oscuras tramas
internacionales. La opacidad de estas últimas -todo puede
decirse sobre ellas- otorga a nuestros amigos una singular
seguridad y contundencia en sus argumentos. Varias son las
consecuencias de esta radical supremacía atribuida al terror
islamista internacional.
La primera no es otra que un inocultado desinterés por las
claves singularizadoras de los conflictos. Si ya sabemos lo que
es Al Qaida, y la naturaleza aberrante de sus monsergas, ¿a qué
prestar atención a lo que ocurre en Chechenia o en Palestina?
Basta con invocar una conocida trama planetaria que, al
responder a una inercia propia preñada de fanatismo,
justificaría su pleno desgajamiento con respecto a los problemas
de uno u otro escenario. En su caso, y en fin, tampoco habrá
lugar para consideraciones sobre por qué el islamismo desbocado
ha encontrado un adecuado caldo de cultivo aquí o allá.
La segunda consecuencia es una macabra carta blanca otorgada a
gobiernos impresentables. El todo vale contra el terror se ha
instalado en el núcleo del discurso que nos interesa, siempre
sumiso al acatamiento de lo que rezan formidables maquinarias de
propaganda. Que nadie busque en las reflexiones de nuestros
neoconservadores ninguna consideración crítica, por ejemplo, de
las distorsiones que los gobiernos estadounidense y ruso ofrecen
en relación con lo que ocurre, respectivamente, en Irak y en
Chechenia.
Al calor de estas fórmulas se ha asentado sin rebozo una obscena
doble moral que invita a tratar de forma distinta a amigos y a
enemigos, a poderosos y a débiles. De resultas, y ésta es la
tercera secuela, los terroristas son siempre los otros. Procede
hablar en exclusiva de lo ocurrido en Osetia del Norte y
arrinconar en paralelo cualquier discusión relativa a lo que
sucede en Chechenia. El terror de Estado queda entonces en el
olvido, toda vez que sólo se invoca en el caso de manifiestos
enemigos, degradados a la vil condición de gamberros y díscolos.
Mencionemos una cuarta consecuencia: la mayoría de los expertos
en seguridad se muestran renuentes a aceptar la idea de que,
siendo injustificables los hechos de terror que tan a menudo nos
ocupan, no por ello hay que dejar de buscar explicaciones al
respecto. Los problemas de fondo que, en un planeta marcado por
la injusticia y las exclusiones, a buen seguro vienen a dar
cuenta de comportamientos desbocados no son objeto de atención
alguna. La secuela principal de tan llamativo olvido es la
defensa, omnipresente, de medidas de cariz estrictamente
policial-militar. ¿Para qué recordar que la principal lacra del
planeta, antes como después del 11-S, no es el terrorismo sino,
claro, la pobreza?
Rescatemos una quinta, última y significativa consecuencia de la
apuesta neoconservadora. En ésta no se barrunta, ni de lejos,
ningún designio orientado a atribuir responsabilidad alguna, en
la gestación de las miserias del planeta contemporáneo, al mundo
occidental. Nos hallamos, si así se quiere, ante un negativo
fotográfico del discurso de Osama Bin Laden: toda la culpa de lo
que ocurre recae sobre los otros, sobre los infieles, en un
argumento de ribetes eventualmente xenófobos. Todos los
chechenos, o todos los musulmanes, son terroristas
irrecuperables en un magma impregnado de esa formidable e
interesada superstición que es el choque de civilizaciones.
Cuando el planeta de estas horas se retrata con trazos tan
gruesos no cabe esperar consideración alguna sobre lo que a
tantos nos parece indisputable: Estados Unidos -y quienes se han
sumado a su carro- está aprovechando tan abruptas manipulaciones
para sacar tajada en ostentoso provecho propio. Y es que sólo en
virtud de una ilusión óptica debemos colegir que la Casa Blanca
se halla inmersa en una lucha sin cuartel contra el terror: su
propósito, hoy como ayer, es deshacerse de sus enemigos -sea
cual sea la condición de éstos- y arrinconar a los competidores
a través de audaces operaciones guiadas por la geoestrategia y
la geoeconomía más tradicionales. Claro es que, en ese camino, y
con sorprendente falta de criterio, EE.UU. está engordando, y de
forma espectacular, el caldo de cultivo de respuestas
desbocadas.
* Carlos Taibo es profesor de Ciencia Política en la Universidad
Autónoma de Madrid. Agencia de Información Solidaria.
https://www.alainet.org/de/node/110835?language=es
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