El combate a la pobreza desde una visión estructural
26/11/2004
- Opinión
Para pensar en una agenda política común para el combate a la
pobreza en América Latina, que denominaríamos agenda común de
combate a las causas estructurales que generan la pobreza,
resulta necesario entender que ésta es estructural e inherente
al sistema capitalista, en tanto que la lógica de éste se
orienta a la ganancia y no al bienestar social.
Por naturaleza, el capitalismo genera pobreza. Pero con la
imposición de la globalización neoliberal a partir de la década
de 1980, ante la crisis y el fin del ciclo de los Estados
nacional-desarrollistas, este desastre social se ha profundizado
y ha crecido a niveles alarmantes en nuestras naciones
subdesarrolladas.
Cabe señalar que el establecimiento del neoliberalismo en
América Latina, en términos generales, implicó la privatización
de miles de empresas públicas, la reducción de las
responsabilidades sociales por parte del Estado, la regulación
del mercado sobre las economías nacionales y la entrega de la
soberanía nacional, en diferentes aspectos, a los grandes
capitales transnacionales.
En esta lógica, los gobiernos neoliberales de la región se
preocupan, no por los miles de muertos que provoca diariamente
la pobreza, la indigencia en la que viven millones de seres
humanos, el analfabetismo, la desnutrición infantil, la
migración de millones hacia Estados Unidos, entre otros
aspectos, sino por las consecuencias que su existencia genera en
términos de estabilidad política, por el crecimiento de la
delincuencia social, las resistencias sociales y los movimientos
guerrilleros, en el caso de México, e incluso por el aumento del
abstencionismo en los procesos electorales como reflejo del
rechazo a este modelo político y económico.
Es decir, se preocupan de la pobreza no por sus efectos en la
vida de los ciudadanos, sino por lo que ésta pueda afectar al
status quo, sobre todo en los gobiernos más interesados en
proteger al gran capital y además sumisos a las políticas de
Washington, como en el caso del régimen de Fox. En síntesis,
vivimos en un sistema regido bajo la ley de la mercancía antes
que la del bienestar social.
Por ello, resulta evidente que la pobreza no sólo tiene su
origen en las desigualdades que genera el capitalismo, sino en
la enorme incapacidad que han demostrado los sistemas políticos
y las medidas económicas neoliberales para garantizar mínimos
niveles de vida para nuestros pueblos.
En este sentido, nos preguntamos en qué puede consistir una
agenda común para combatir las causas estructurales que generan
la pobreza. Bajo el modelo neoliberal y neoconservador que rige
en la mayoría de los gobiernos de la región y, en particular,
los de la región mesoamericana, resulta difícil imaginar una
agenda común entre sociedad civil, organizaciones sociales,
partidos políticos y gobiernos que puedan no sólo combatir la
pobreza, sino erradicarla.
Por ello, habría que valorar la construcción de esta agenda bajo
dos escenarios fundamentales. El primero, el impulso de un
conjunto de "elementos intermedios" que puedan aminorar los
niveles de pobreza extrema en la que se encuentran millones de
latinoamericanos. El segundo escenario radica en la edificación
de un sistema socialista democrático como la única alternativa
que puede sentar las bases para garantizar la justicia social.
De qué tipo de socialismo estamos hablando, sin duda es tema
para una reflexión mucho más profunda, pero será uno que en el
que estén consagrados los derechos humanos fundamentales y las
libertades cívicas, políticas y sociales para todos los
integrantes de la población, en el marco del respeto a los
derechos colectivos.
En este sentido, resulta fundamental tomar en cuenta la
composición pluriétnica de la nación y, en consecuencia,
establecer las formas autonómicas de representación de los
pueblos indígenas rescatando la aportación que han hecho a las
formas y prácticas políticas, como la reconstrucción de la ética
política introducida por los indígenas zapatistas.
Las estructuras de un Estado socialista tendrían que garantizar
la existencia de medios efectivos de participación popular,
entre los que destacan el referéndum, el plebiscito, la
iniciativa popular, el presupuesto participativo y la revocación
del mandato.
La economía socialista estaría en manos de consejos
ministeriales de producción, integrados sectorialmente, bajo la
óptica de una economía productiva en la que las riquezas
nacionales se concentren en el Estado para el beneficio
mayoritario de la población, pero bajo una estricta vigilancia
ciudadana, con mecanismos efectivos de intervención y decisión.
Se trata de construir una economía socializada, en la que puedan
existir ciertas expresiones de la iniciativa privada, y en la
que las metas de crecimiento respondan a las necesidades
sociales.
El socialismo que existió en la Unión Soviética y el ex bloque
de Europa del Este, fracasó por múltiples factores, aunque
destaca la burocratización del mismo, el alejamiento del Estado
y los partidos comunistas de las sociedades, la excesiva
inversión en la carrera armamentista y la crisis económica de un
modelo que arrojó grandes resultados pero que poco a poco fue
usurpado de la voluntad popular por el aparato del partido.
Los cambios que han experimentado algunas naciones que continúan
bajo este sistema, nos dan la pauta para afirmar que con una
revisión crítica de las experiencias pasadas, rescatando sus
mejores logros, se puede reconstruir una alternativa socialista
que tenga viabilidad en nuestras propias realidades.
En particular, en Cuba se han realizado cambios importantes en
la vida económica, política y social, como la creación de más de
160 oficios en manos de particulares, la comunicación constante
y efectiva entre los órganos de dirección y la sociedad, la
reducción de los privilegios para los miembros del partido y el
gobierno, una promoción permanente del debate en la población en
torno a temas fundamentales y la realidad de que las actividades
culturales son un derecho garantizado para todos.
De ninguna manera se puede afirmar que sea un sistema perfecto,
pero es el más justo a nivel latinoamericano, con índices
constantes de crecimiento económico, un sistema de salud y
educación como pocos en el mundo, y un nivel de bienestar social
elevado, a pesar de las carencias que implica la continuación
del inhumano bloqueo económico que Estados Unidos mantiene
contra la isla desde hace más de 40 años.
Por ello, insisto, los cambios estructurales constituyen la
puerta principal. Sólo habría que matizar que, en el caso
mexicano, no me refiero en lo más mínimo a las reformas
estructurales que Fox pretende que se aprueben en el Congreso de
la Unión, como la venta del petróleo y la electricidad a las
transnacionales. Los cambios de los que estamos hablando
implican una transformación radical del modelo económico,
relacionados con el destino del presupuesto público, la
construcción de una economía productiva y una real política de
austeridad en los gastos del funcionamiento de los gobiernos.
En este sentido, como parte del combate a la pobreza, resulta
fundamental construir una globalización solidaria, sostenible,
cooperativa y soberana que puede ser, y de hecho se está
construyendo, una alternativa a la globalización neoliberal.
Muchas de estas experiencias se han conocido ampliamente en los
diversos encuentros del Foro Social Mundial, así como en los
Foros Mesoamericanos "Frente al Plan Puebla-Panamá, el
Movimiento Mesoamericano por la Integración".
Cabe destacar que en estos Foros, las diferentes organizaciones
que participan han presentado importantes alternativas al Plan
Puebla-Panamá, que delinean una estrategia de integración para
el desarrollo desde las propias comunidades, a partir de sus
necesidades más apremiantes, su historia, sus tradiciones y
sobre todo el entorno de sus territorios.
A finales de junio del 2002, Xalapa, Veracruz, fue la sede del
Encuentro Nacional contra el Plan Puebla Panamá, al cual
asistieron dos centenares de activistas y representantes de un
mosaico de organizaciones sociales mexicanas que se oponen al
PPP. Entre sus conclusiones, destacan los siguientes
señalamientos:
"El 'desarrollo' que ofrecen el Plan Puebla Panamá (PPP) y el
Area de Libre Comercio para las Américas (ALCA), es un
desarrollo excluyente ya que consolida el proyecto neoliberal de
los capitales transnacionales, atenta contra las soberanías y
las economías regionales, contra el desarrollo sustentable y los
derechos económicos, sociales y culturales. El PPP fue elaborado
de manera unilateral por parte de los gobiernos y las
instituciones financieras internacionales, sin tomar en cuenta
las necesidades de los pueblos mesoamericanos; representa una
amenaza a nuestros recursos naturales y a nuestras formas de
vida y agudiza el control policíaco-militar de nuestros
territorios. Por tales razones, manifestamos nuestro rechazo al
Plan Puebla Panamá. Decimos no al desarrollo excluyente y
devastador del PPP, y llamamos a la consolidación de la
resistencia popular y de las alternativas de desarrollo que
estamos impulsando".
Este conglomerado de organizaciones, además de rechazar el ALCA
y el PPP, también han mostrado su oposición al Plan Colombia por
representar éste la vertiente militar del PPP, en el sentido de
una presencia armada de Estados Unidos en la región, como se ha
estado haciendo patente a través de nuevas bases militares en
diversos puntos de la región.
Sin duda, las interacciones entre los procesos de globalización
y los de regionalización, así como de estos con las estrategias
nacionales de desarrollo, pueden desatar iniciativas que
impacten de manera profunda sobre las condiciones de vida y de
trabajo de nuestras sociedades, todo ello dentro de una
perspectiva general de reconstrucción del entramado social
latinoamericano.
En este contexto, resulta muy interesante reflexionar sobre el
planteamiento desarrollado por el sociólogo nicaragüense Orlando
Núñez, en el sentido de impulsar la construcción de una economía
popular, asociativa y autogestionaria, que promueva la
movilización de los sectores populares como forma de
contrarrestar la voracidad del mercado y el desinterés de los
gobiernos neoliberales.
Para Núñez, se trata de combinar la producción individual con la
acumulación colectiva, compitiendo consciente y organizadamente,
en una primera etapa, con el régimen capitalista bajo la visión
de levantar una sociedad alternativa. En la Nicaragua
sandinista, las empresas autogestionarias tuvieron un éxito
importante dentro de la economía revolucionaria. Incluso, hoy en
día constituyen una fuente alternativa importante en medio de la
crisis económica por la que atraviesa esta nación
centroamericana.
Sin duda, las empresas autogestionarias pueden tener la fuerza
de impulsar un cambio económico desde abajo, pues de entrada por
sí mismas constituyen generación de empleo. Se trata de que los
productores directos de las riquezas, expresadas en diversas
mercancías de bienestar, puedan canalizarlas de tal manera que
los grandes intermediarios, es decir, las transnacionales
capitalistas y sus filiales nacionales, dejen de explotar esa
fuerza de trabajo y que de una vez por todas, la tierra y la
fábrica sea de quienes la trabajan.
En el primer escenario del diseño de una agenda común de combate
a las causas estructurales que generan la pobreza y construcción
de una alternativa real, lo cual implica actuar en el marco del
sistema capitalista, resulta de fundamental importancia promover
la autogestión, el presupuesto participativo, la creación de
cooperativas populares y la integración regional desde las
comunidades.
De igual forma, esta agenda común debe emprender una
modificación conceptual de que los ciudadanos que se encuentran
en esta situación sean sujetos de derechos sociales y no
excluidos de los supuestos beneficios de la economía de mercado
que requieren una atención y una caridad de las fundaciones
privadas y de las dádivas de los gobiernos neoconservadores.
Son importantes las reformas legislativas en las constituciones
que puedan perfilarse en asegurar una normatividad que impulse y
garantice la existencia de estos mecanismos de organización y
actuación popular. Desde los gobiernos, ya sean nacionales o
locales, será prioritario definir programas que alienten la
participación de la sociedad en este mismo sentido.
Por ello, ante el embate de la globalización neoliberal, la
respuesta de la izquierda, en su amplio espectro, debe ser la
organización desde abajo, perfilando la construcción de poderes
paralelos que puedan impulsar una reorientación de los
equilibrios del poder.
La dramática realidad de pobreza en la que están sumergidas
nuestras sociedades constituyen la cosecha de siglos y décadas
de explotación y desigualdad, la plusvalía que el sistema
capitalista ha privilegiado frente al ser humano, el resultado
de las violaciones a las soberanías nacionales, la consecuencia
de que Estados Unidos haya promovido y mantenido a sangrientas
dictaduras militares en América Latina, es la espada del imperio
que pende sobre el destino del mundo en pleno siglo XXI.
En este sentido, una agenda común que podría construirse en el
futuro a corto plazo tiene que ver con la creación de una
Internacional en Defensa de la Humanidad, una red organizativa
que involucre a todos los actores políticos, sociales y
culturales que comparten la visión de que otro mundo es posible.
En esta internacional, de carácter democrático y horizontal,
deben confluir movimientos sociales, organizaciones no
gubernamentales, partidos políticos y gobiernos socialistas y de
izquierda, organizaciones campesinas y sindicales, movimientos
guerrilleros, redes estudiantiles, grupos altermundistas,
movimientos indígenas, intelectuales, asociaciones
autogestionarias, y podríamos seguir ampliando la lista.
El objetivo fundamental de esta internacional sería rescatar la
concepción humana de la convivencia internacional, un freno
tajante a la política guerrerista, la reorientación del gasto de
las grandes potencias hacia el desarrollo de las naciones del
llamado Tercer Mundo, una especie de resarcimiento de las
riquezas extraídas durante la época colonial, y la construcción
de ese otro mundo posible.
Estos son algunos apuntes para la construcción de una agenda
común para el combate a las causas estructurales que generan la
pobreza en nuestras naciones, una estrategia que tenga como
prioridad el ser humano, no el capital, y sobre todo que
mantenga la mirada hacia el futuro, hacia la preservación de
nuestra misma existencia.-
* Nayar López Castellanos es cientista político.
ANCHI/México
https://www.alainet.org/de/node/110955