La mujer y los derechos reproductivos
22/11/2005
- Opinión
¡Qué son los derechos reproductivos?
El tema es totalmente controversial. No se puede hablar de estos derechos ni entender o explicarse la posición de la mujer peruana si no tenemos en cuenta los siguientes aspectos:
1.- La sociedad machista y sus valores emblemáticos.
2.- Las influencias religiosas, doctrinarias y de fe.
3.- El referente cultural en un país multiétnico y pluricultural como el nuestro.
1.- SOCIEDAD MACHISTA: Mito de la superioridad del sexo masculino
No considero necesario, por ahora, hacer una historia de la hegemonía de géneros que signó el desarrollo de la humanidad, e introducirme en la discusión -puramente académica- de matriarcado versus patriarcado. En este análisis me voy a referir al machismo imperante en la sociedad contemporánea y a los valores que lo sustentan, por considerar que ellos determinan la forma de actuar y pensar de una gran mayoría de mujeres y varones que habitan el planeta en pleno siglo XXI.
El término machismo incluye una actitud, una manera de actuar frente a la vida, un sistema de valores que tienden a demostrar, a partir de la natural división de los géneros, la superioridad del macho sobre la hembra, el «natural dominio del varón sobre la mujer». Cuando hablamos de la sociedad machista nos estamos refiriendo a una sociedad construida para afirmar esta dominación, para mantener su hegemonía y obligar a las mujeres a aceptar, de buen o mal grado, los valores y normas de conducta que afirman esta pretendida superioridad. Estamos ante la configuración de una estructura mental avasalladora que condiciona la manera de pensar y actuar bajo la indiscutible preeminencia del macho. La sociedad en su conjunto está condicionada por esta escala de valores y el pacto social organizado acepta la discrimi-nación de género como algo natural y válido para que el sistema funcione. La mujer, obsecuente a este peculiar modus vivendi, acepta con resignación el rol asignado y contribuye a su propia y perjudicial marginalidad.
Es curioso comprobar, por ejemplo, que muchas mujeres alcanzan mayores responsabilidades que los varones en la sociedad contemporánea y cumplen roles protagónicos, pero su estructura mental opera en sentido contrario a la realidad, y hace que ellas cataloguen sus tareas como inferiores y acepten como naturales la discriminación de género que padecen; discriminación que se hace patente en cuanto a salario y oportunidades de liderazgo por ejemplo. La dependencia moral, sicológica y económica es, tal vez, el mayor lastre que impide la asunción de la mujer al rol que le corresponde en una sociedad equilibrada y moderna.
¿Es ociosa el ama de casa? ¿El rol que cumple en el hogar es inferior?
Lo que acontece en el hogar es harto significativo. La llamada, con aceptada displicencia «ama de casa», recibe el dinero que el marido le da para la manutención del hogar y, por ello, está obligada a administrar lo recibido en forma eficiente, ingeniosa y oportuna a fin de resolver los problemas de la cotidianeidad y la economía doméstica. En otras palabras está dispuesta, de modo natural y resignado, a «hacer milagros para que el dinero alcance». Tiene como labor prioritaria cocinar, lavar, planchar, encargarse del aseo de la casa y cumplir con prontitud las mil y una labores domésticas. La educación de los hijos forma parte de su responsabilidad y, por tanto, está obligada también a ayudarles a cumplir sus deberes escolares, inculcarles valores morales, e impartirles normas y formas de conducta que considera arquetípicas para una correcta formación. Además, debe atender al marido «que vuelve cansado del trabajo», resolver sus necesidades inmediatas y satisfacer sus urgencias sexuales. Cuando el marido o los hijos se enferman, está llamada también a cumplir el rol de enfermera y dispensadora de primeros auxilios, sin tener, en la mayoría de casos, mayor conocimiento que el empírico y la intuición que le ha proporcionado su naturaleza de mujer y de madre. Es común verlas tomando la temperatura, curando indigestiones o administrando mates o remedios a los integrantes de la familia, con dedicación conmovedora que el marido y los hijos consideran algo natural y, por tanto, poco digno de agradecer o celebrar. El trabajo de estas mujeres alcanza un promedio de 16 a 18 horas por jornada, sin derecho a salario, acceso a la cobertura de salud ni -mucho menos- a los beneficios de la cesantía o jubilación. La costumbre ha sacralizado su rol protagónico en el hogar, rol que, por ser natural, no crea obligación retributiva alguna por parte del marido ni de la sociedad. «Me casé para servir al marido y atender a los hijos» es la máxima que rige su vida y la expresión cabal de una esclavitud consentida.
La sociedad contemporánea, pese a los adelantos tecnológicos y debido, principalmente, a la crisis que abate a la mayoría de los hogares, ha obligado a la mujer a cumplir sus labores tradicionales y, además, a salir a la calle en busca de trabajo para «equilibrar el presupuesto». Muchas de estas mujeres que están debidamente calificadas para ejercer oficios y profesiones, aportan económicamente a la economía familiar sin renunciar al rol que desempeñan como amas de casa. Es patético constatar que, mientras el marido regresa de su jornada laboral -muchas veces peor remunerada que la de ella- y se entrega al descanso y al relax, mira la televisión o sale a la calle «a combatir el stress con los amigos», ella relaja sus nervios cumpliendo sus extenuantes tareas de ama de casa. Hay mujeres que se levantan dos a tres horas antes de salir al trabajo, dejan listas sus labores de cocina, lavado, planchado y totalmente cumplidas las atenciones del marido y los hijos. Otras lo hacen al volver de la fábrica y oficina y algunas «se dan un tiempito» antes y después de su jornada laboral para sepultarse en el hogar y cumplir sus tradicionales deberes. Esta escala de valores, connatural a la sociedad excluyente y enferma que padecemos, es causa principal del atraso y marginación de la mujer, calificada con alegre desparpajo por la cultura oficial, solapada o explícitamente, como de «inferioridad innata y minusvalía de género». Al común denominador de «explotación del hombre por el hombre» que signa la sociedad capitalista, habría que añadir otro, igualmente descriptivo y patético: La sociedad actual está caracterizada por la «explotación de la mujer por el hombre».
Es muy común en nuestras sociedades que los varones no asuman situaciones de contingencia ni siquiera dentro del hogar. Las frases «Lo que diga tu mamá o pregúntale a tu mamá» que aparentemente otorgan poder de decisión a la mujer son, en la mayoría de los casos, carentes de contenido real; tanto como aquella de «le voy a consultar a mi esposa» cuando se trata de eludir una responsabilidad o recusar una propuesta. La mujer le sirve de parapeto al varón para disimular su absoluta inacción como padre y su incapacidad para enfrentar los problemas y traumas de lo cotidiano. Paradójicamente, si la solución dada por la mujer no satisface las inquietudes de los hijos, la expectativa del marido, o no contribuye a resolver el problema puesto en consulta, la mujer carga con la responsabilidad y tiene que soportar, por añadidura, las recriminaciones del marido y, en el peor y nada excepcional de los casos, hasta las agresiones físicas y las amenazas de abandono y ruptura del vínculo.
La situación de las madres solteras, divorciadas, y aquellas que no tienen marido, es aún más infamante y desprotegida. En la mayoría de los casos ellas, sin apoyo alguno de la sociedad y en el más completo desamparo, tienen que sostener la economía del hogar exponiéndose a una variedad sin límites de atropellos y abusos. Son comunes el acoso sexual, la maledicencia, y el horrible sentimiento de culpa por «haber traído al mundo hijos sin padre», o haber cometido tantos errores que provocaron el alejamiento del marido, su «justificada» indignación y el abandono de los hijos. Estas mujeres sufren el «Síndrome de la Magdalena», pero carecen de un Jesús que las defienda y padecen vilipendio y lapidación aún más crueles que las padecidas por las «pecadoras» de los tiempos bíblicos. La sociedad machista hace escarnio con este tipo de mujeres porque, de una u otra forma, intentaron apartarse del camino señalado y el destino manifiesto.
¿Qué otros valores asume la mujer en una sociedad machista?
El rol dependiente al que está condenada la mujer surge desde la cuna. Apenas tiene conciencia del mundo se ve obligada a cumplir roles «femeninos», es decir, a ser sumisa, resignada, dulce, glamorosa y débil. Se le enseña a vestir con colores suaves como el rosado, jugar con muñecas o a las casitas. Para ellas están hechas las ollitas de juguete, las muñecas y los vestiditos; jamás una pelota de futbol ni un carrito motorizado, ni un soldadito de plomo. Los padres les inculcan ideas absurdas como que ellas pueden llorar porque están hechas para eso, algo repudiable y vergonzoso en los varones. «Llorar es cosa de mujeres» es un lugar común en la educación familiar «Los machos no lloran». Si una niña se cae o se golpea, la acuden de inmediato; si lo propio acontece con un varoncito, la primera admonición que escucha es: «Aguanta que para eso eres hombre».
Al concepto de debilidad asociado a la condición femenina se le ha dado la connotación de inferioridad e ineficacia. Ella no será capaz de decidir sobre su persona cuando sea mayor y, mucho menos, sobre su propio cuerpo. Esto se hace patente y alcanza niveles groseros cuando la mujer alcanza su plenitud y forma un hogar. Ella está impedida de decidir sobre la cantidad de hijos que desea, ni planificar la familia de acuerdo a su propia conveniencia. Si lo hace, se expone a que la acusen de motivaciones ajenas a su decisión y libre albedrío. Cuando decide limitar su prole, es común que el marido la acuse de encubrir su infidelidad y la estigmatiza como posible culpable. Los celos pueden más que la lógica de la concepción y el deseo de procrear de acuerdo a las posibilidades de la familia que garanticen amparo y protección a los hijos. Sufre, en consecuencia, maltrato físico y psicológico si no cuenta con la explícita aprobación del marido para una planificación familiar consentida. En la mayoría de los casos está obligada a tener los hijos «que Dios le mande» para calmar la arrebatiña de su pareja y satisfacer su ego lujurioso. El marido, por lo general, acusa a la mujer de infiel y de querer tener amantes, cuando ella propone someterse a un método científico y racional para limitar su descendencia. Otro pretexto esgrimido con el mismo propósito es la pretendida «falta de amor» El macho encelado escuda sus frustraciones con la frase común «Ya no me amas y por eso no quieres tener hijos conmigo». Generalmente en los estratos menos favorecidos de la sociedad y dentro de esta concepción puramente machista, es probanza de hombría tener muchos hijos. El macho no considera oportuno limitar su prole, pues esto puede perjudicar su reputación y afectar su orgullo varonil. Si la mujer se atreve a sugerir que sea el marido quien acceda a los métodos de control espermático y así limitar la prole, se expone a que la consideren loca o demente. La vasectomía es una posibilidad apenas practicada por un ínfimo número de varones, generalmente con niveles altos de educación y posibilidades económicas. El común de los varones lo repudia.
2.- INFLUENCIAS RELIGIOSAS Y CUESTIONES DE FE
La discriminación que padece la mujer proviene de ideas fuerza que arrancan, en el caso de la civilización occidental, del judeo cristianismo. Esta cosmovisión religiosa considera a la mujer como un ser inferior al hombre desde las páginas iniciales del Génesis. Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, supuestamente masculina, y tuvo que amputar la costilla del primer macho para dar forma e insuflar un soplo de vida a la mujer. Resulta que, según esta concepción originaria, la existencia de la hembra se debe a una simple amputación biológica. La mujer salió del cuerpo del hombre y, como tal, es tributaria de su organismo y, por tanto, necesaria sólo para la conservación de la especie y la atención de las urgencias del macho. Además y de acuerdo al mito inicial, el género femenino es culpable del primer pecado y causa primaria para la perdida del Paraíso y la eterna condenación del hombre, destinado por esa mitológica desobediencia, a «comer el pan con el sudor de su frente». El orden cultural derivado de aquella cosmovisión primigenia, considera a la mujer como fuente de todos los pecados, instrumento del demonio y única culpable de las desgracias de la especie.
En el Perú la religión católica, rama desprendida del judeo cristianismo, es la religión oficial, pese a la reserva puramente declarativa de la libertad de cultos y su independencia del Estado. La mayoría de fieles sigue, por tanto, los mitos y deformaciones de esta concepción religiosa, así como sus aciertos y tradiciones. Para ella, la mujer es una suerte de animal semejante al diablo y culpable de la tentación de los bienaventurados y su inmersión en los pantanos aberrantes de la lujuria y el pecado. Nada hay más opuesto a la mujer que las concepciones de San Agustín y otros «doctores» de la Iglesia que los fieles aceptan de buen grado. Los innumerables crímenes que la humanidad ha soportado, siguiendo estas aberraciones ideológicas, nos obliga a las mujeres a reflexionar sobre estas realidades, a menudo irritantes y encubiertas por la ignorancia, como actos necesarios para la lucha por la igualdad de géneros. En el fondo y la forma, la iglesia católica es una organización machista; prueba de ello es que, a lo largo de su dilatada historia, ha conducido a la hoguera a miles de mujeres, acusándolas de brujas y engendros demoníacos por el simple hecho de cumplir roles de comadronas y curanderas, y ayudar a las gestantes. Pese a la aparente inflexión de los rígidos cánones oficiales que se procesan en el Vaticano desde el Concilio Vaticano II, las mujeres todavía no pueden ejercer actos litúrgicos ni celebrar misas, ni ocupar cargos importantes en la jerarquía de la Iglesia. No es extraño, pues, que obispos tan cuestionables como el actual purpurado de Lima se opongan tenazmente a cualquier método de control de la natalidad y contribuyan, con sus absurdos prejuicios, a la muerte de miles de mujeres que se someten a operaciones de riesgo para impedir el nacimiento de hijos no deseados. Contribuyen, adicionalmente, a incrementar la explosión demográfica que termina agudizando la situación de pobreza y extrema pobreza que padece la mayoría de mujeres en estado de necesidad. En el fondo, esta concepción machista de la iglesia, actúa sobre la conciencia de las mujeres, y logra imponerse debido al sometimiento que padecen y la ignorancia de sus derechos reproductivos.
La iglesia católica considera el placer sexual como algo pecaminoso y sucio, lícito y tolerable sólo como medio de reproducción. La falta de información que esta torcida y obsoleta concepción provoca, es causa principal de los embarazos prematuros, las frustraciones que sufren las mujeres adolescentes y el riesgo permanente al que están expuestas. La iglesia oficial acepta el coito como fuente provista por la naturaleza para perpetuar la especie, y lo desconoce como vehículo idóneo para lograr placer y plenitud sexual. Realiza por tanto intensas campañas para evitar las relaciones sexuales entre varón y mujer, salvo en los casos explícitos de procreación y siempre bajo el palio sacramental del santo matrimonio. La amenaza de la condena eterna y los fuegos del infierno a quiénes dan rienda suelta al instinto sin las trapisondas de este cúmulo de prohibiciones, ejercen un efecto corrosivo sobre sectores muy importantes de la población y son causa principal de muchos problemas, tanto personales como sociales. Un esclarecimiento racional de estos tabúes, con ayuda de las disciplinas sociales y la información, es tarea fundamental para quienes luchamos por la emancipación plena de la mujer y la aplicación de políticas de género que sean compatibles con la condición humana y la dignidad de las personas.
Las carencias que sufren la mayor parte de las mujeres para acceder a la planificación familiar, sobre todo aquellas de bajos recursos, se deben a la influencia que ejerce la jerarquía católica en la política estatal. Salvo excepciones, las ciudadanas comunes y corrientes -fenómeno que se agudiza en el campo-, no conocen ni tienen acceso a los diferentes métodos de control de la natalidad, debido a esta influencia nefasta de la Iglesia. Ella promueve sólo el método llamado natural: «el ritmo» que, por su relativa y poca eficacia, lo único que logra es condenar a la mujer a la abstinencia sexual, o a la agresión de su pareja al negarse a sostener relaciones sexuales. En un país machista como el nuestro es casi imposible que el marido acepte la negativa de la mujer al acto sexual, produciéndose, en la práctica, violaciones consentidas por la costumbre y aún por la ley que no contempla sanción alguna para este género de violencia que contraviene la libre disposición y el legítimo albedrío de la mujer. Estas violaciones «legales» no son denunciadas porque la tradición y la propia legislación las convierten en agresiones legítimas.
Es importante anotar que cada uno es libre de confesar la fe que le parezca y actuar dentro de las normas y principios que su religión impone. Lo que está fuera de lógica es que esta manera de pensar y obrar, trate de imponerse al conjunto de la población, sin tener en cuenta la pertenencia o no de las personas a la religión oficial. Lo censurable es que la iglesia católica trate de imponer políticas de Estado en materia de salud reproductiva que afecten a todos los ciudadanos, pertenezcan o no a su feligresía. Las creencias religiosas son respetables y aún necesarias pero pertenecen por completo al orden espiritual y al libre sometimiento de las personas a sus dogmas y mandatos. En ese nivel deben quedar.
3.- CARACTERISTICAS ÉTNICAS DE UN PAIS PLURICULTURAL
Este es un tema importante que tiene que ver con nuestro ser social y la memoria colectiva. Ocurre que el Perú es un país pluricultural desde sus orígenes; es decir, se da simultáneamente en su territorio la convivencia de varias culturas que coexisten y han superpuesto sus espacios a través de la historia. Corresponden por tanto los peruanos de hoy a diferentes orígenes étnicos. Las culturas son diversas y hasta contrapuestas y no es dable aplicarles criterios únicos y normas de conducta comunes a cada una de ellas. Simplemente han tenido diferentes orígenes y no son mejores ni peores en una escala de valores que impone la cultura dominante. Por consiguiente, tienen los mismos derechos y obligaciones y es deber del Estado preservarlas y respetar sus singularidades. Cada cultura, sobre todo aquellas que no son tributarias de la cultura oficial, tienen diferentes cosmovisiones, explicaciones distintas para comprender su ubicación en el universo. Sus valores éticos y sus costumbres, obedecen, por tanto, a esta diferencia que se ha ido formando a través de una acumulación cultural en el transcurso de milenios. El judeo cristianismo, por ejemplo, considera al hombre creado por Dios a su imagen y semejanza y, por tanto, se considera rey de la naturaleza y puede hacer lo que considere necesario para su existencia, sin importarle método alguno ni límite a su necesidad. Para la cultura andina -nuestra cultura originaria-, el hombre es apenas un segmento diferenciado de los seres vivos y su existencia es tan necesaria y trascendente como el que corresponde a la totalidad de especies vivas que habitan el planeta. No puede, por tanto, devastar la naturaleza para satisfacer sus necesidades, menos para destruirla con el sólo propósito de alcanzar un beneficio u obtener una prebenda. El orden reproductivo es, por tanto, parte de la naturaleza y el rol asignado a los géneros no es discriminatorio ni excluyente. Es la cultura oficial, impuesta desde la conquista, la que ha introducido en la mentalidad del hombre andino sus aberraciones importadas. Hasta el presente las puna warmis, aquellas que viven en las comunidades apartadas y mantienen escasa correspondencia con los pueblos mestizos, ejercen un rol preponderante en su entorno social, comparten las obligaciones domésticas y de supervivencia con el varón, y aún la crianza y educación de los hijos. Lastimosamente esta situación no existe más en las comunidades aculturadas y en los pueblos marginales, donde el machismo se ha instalado como una lacra social que alcanza, en algunos casos, proporciones dramáticas. No poca responsabilidad corresponde, en esta inversión de valores, a la prédica eclesial que han procesado curas y extirpadores de idolatrías, a lo largo de medio milenio. El hombre andino que aún vive en el campo, necesita mano de obra y es muy importante para su propia supervivencia tener hijos a fin de lograr buenos resultados en el trabajo y las cosechas. La mujer andina esta condicionada a este esquema y, para ella, es también un síntoma de prestigio y necesidad contar con una prole numerosa. Hay que anotar que los problemas de vivienda y comida no son los mismos para la mujer que vive en el campo que para la migrante que ha decidido trasladarse a la ciudad. Ella integra el sector «D» y «E» de la población, padece una exclusión mayor, y su estructura mental no le permite aceptar la limitación de la prole y, por tanto, agrava su situación de pobreza y constituye un factor importante del caos urbano.
DERECHOS REPRODUCTIVOS
Actualmente estos derechos están considerados como parte consubstancial al conjunto de los derechos humanos y se refieren al «Derecho básico de todas las parejas e individuos a decidir, libre y responsablemente, el número de hijos/as a concebir, cuándo tenerlos o no tenerlos, y a disponer de la información y medios necesarios para poder ejercer estos derechos y alcanzar, consecuentemente, el nivel más elevado posible de salud sexual y reproductiva».
El «Consenso de El Cairo» también reconoció a mujeres y varones adolescentes como sujetos de derechos, con necesidades específicas en salud sexual y reproductiva que deben ser atendidas con calidad y confidencialidad. Llamó a los varones a «Asumir la responsabilidad por su comportamiento sexual y reproductivo..».
Es evidente que, en la actualidad, los organismos mundiales se preocupan del tema de los derechos reproductivos de las personas, pero es necesario puntualizar que:
1.. Política de derechos reproductivos Estos derechos deben estar reconocidos por el Estado debiéndose implementar en forma pragmática, es decir no sólo suscribiendo acuerdos internacionales sino poniéndolos en la práctica. Para ello es necesario crear :
a) Políticas de Planificación familiar gratuitas, que utilicen los diversos métodos existentes y procurando que cada mujer -o pareja- escoja el que más se adecue a su condición y necesidad.
La decisión de usar un método u otro corresponderá íntegramente a quien tome la decisión de aplicarlo, sea el varón o la mujer. Para ello es imprescindible que se capacite y explique a la población en su conjunto, de una manera científica, la bondad de los diversos métodos que se ponen a su disposición. De ninguna manera se puede aplicar un método sin que la persona sepa de qué se trata o que esté en desacuerdo con su voluntad.
b) Políticas para los embarazos no deseados, los embarazos de riesgo y los embarazos producto de una violación.
Es necesario hacer un paréntesis. La Iglesia se opone a la llamada «Píldora del día siguiente» y al aborto en términos generales. Es imperioso librar al Estado de cualquier influencia o prejuicio que lleve a la interdicción de uno o varios de los métodos científicos de control de la natalidad. Insistimos en señalar que la iglesia sólo puede ejercer mandato espiritual e influir en la decisión de las personas que pertenezcan a su congregación y que, por tanto, hayan aceptado sus dogmas y prohibiciones. No atañe en absoluto a quienes tienen otra concepción religiosa y practican otros cultos. Por lo demás, la posición de la iglesia oficial contradice la realidad y se torna anacrónica y fuera de contexto: Hace tiempo que la «Píldora del día siguiente», los métodos contraceptivos y aún el aborto, son práctica cotidiana en nuestra realidad. Ocurre sin embargo que estas prácticas están reservadas a los sectores sociales con mayor poder adquisitivo debido a sus costos y a la exclusión informativa que padecen los sectores sociales marginados. Es, pues, una exclusión que contribuye a incrementar la brecha social y la falta de oportunidades para los desposeídos. El Estado está en la obligación de subsanar esas carencias. Finalmente, en el Perú el problema del aborto inseguro hay que tomarlo no como un problema moral sino como un problema de salud pública, pues es necesario reducir su incidencia y dar condiciones de higiene y salud controlada, a las mujeres que se someten a esas prácticas, por la razón que fuera.
En lo personal creo que es preferible implementar una buena campaña de planificación familiar y evitar el aborto hasta donde sea posible. En todo caso la interrupción del embarazo es una decisión personal que cada mujer debe meditar, en sus riesgos y consecuencias, antes de someterse al legrado. Lo que corresponde al Estado es brindar la atención médica necesaria para que los 410 mil abortos de riesgo que, según cálculos confiables, se practican en nuestro país cada año, sean considerarlos como un problema de salud pública y no sean penalizados. En el Perú, el aborto es la tercera causa de muerte materna, debida principalmente a las condiciones precarias en que se realiza. La Ley pena con uno a tres años de cárcel a las mujeres que se someten a dichas prácticas, y con seis años a los médicos o empíricos que lo practican. Se conoce que una de cada siete mujeres que se someten a una operación abortiva, sufren complicaciones que, en muchos casos, son causa de muerte. Hay que señalar también que el aborto en el Perú sólo se permite si la continuación del embarazo pone en peligro la salud o la vida de la madre.
c) Política de atención pre y post natal. Según datos proporcionados por el Ministerio de Salud, aproximadamente un 20 % de la población del país tiene posibilidades de acceder a los servicios del seguro social, sólo el 12 % llega a los servicios privados, y apenas un 3 % es atendido por la sanidad de las Fuerzas Armadas (FF.AA) y de la Policía Nacional del Perú (PNP). El 40 % restante depende de los servicios del Ministerio de Salud y se estima que un 25 % del total no tiene posibilidades de acceder a ningún tipo de servicio. En el Perú cada día dos mujeres mueren por complicaciones durante el embarazo, parto y puerperio, 856 mujeres sufren complicaciones debidas al embarazo, y las principales causas de mortalidad materna son las siguientes: Hemorragia (47%); Infección (15%); Hipertensión inducida por el embarazo (12%); Aborto, (5%); TBC (1%); Parto obstruido (1%); Otras (19%).
Existe gran diferencia entre el número de muertes que ocurren en el ámbito urbano (203) y el ámbito rural (448). Dentro de los derechos sexuales y reproductivos debemos incluir también la atención al binomio madre-niño durante el pre parto y el post parto. Es obligación del Estado establecer una política de atención totalmente gratuita, a fin de evitar las complicaciones y la muerte de la madre y el niño.
2.. Políticas complementarias en lo Social que permitan a la madre lograr un desarrollo personal que implique tener un empleo digno y productivo, adquirir nuevos conocimientos, o ejercer su profesión u oficio en condiciones semejantes a las del varón. Hay muchas mujeres que quieren trabajar en la calle o en sus casas, por eso es necesario que el Estado brinde atención a los niños en cunas y guarderías, e implemente una política laboral en la que el sector privado de facilidades de atención a los niños para que la madre se incorpore al proceso productivo sin restricción alguna.
Los hijos no deben convertirse en un obstáculo para el desarrollo personal y social de la madre. No deben ser un freno para que ésta adquiera una serie de destrezas y acceda a una capacitación laboral, en condiciones análogas a las del varón. Una política sobre derechos reproductivos debe considerar otros complementarios que, sin ser específicamente reproductivos, ayuden a la mujer a tomar mejores opciones en cuanto a su descendencia y reproducción. Si no consideramos estos derechos de carácter social estaremos condenando a la mujer a permanecer en su casa hasta que los hijos crezcan y soportando la minusvalía a la que están condenadas por la sociedad. Hay que recordar que muchas mujeres en edad reproductiva son excluidas del mercado laboral y sus sueldos son inferiores al de los varones, por el simple hecho de ser mujeres. Este tipo de problemas, colaterales por cierto pero decisivos en la formación de la familia y el rol de la mujer en la sociedad, son parte importante de los derechos reproductivos.
3.. Políticas complementarias en la educación que incorporen a la enseñanza escolar impartida a las mujeres adolescentes los diferentes métodos de control de la natalidad. No se puede «tapar el sol con un dedo» y aceptar que los jóvenes de hoy inician su actividad sexual a muy temprana edad, debido, sobre todo, al rol que desempeñan los medios de comunicación como incitadores y modeladores de conducta, particularmente la televisión y el Internet. Por lo tanto debemos orientar a los adolescentes en materia de reproducción sexual y sólo así evitaremos la alta tasa de embarazos en niñas-mujeres de 12, 13, y 14 años. Esta misma enseñanza se debe ejercitar en las universidades e institutos tecnológicos, debiendo constituir parte de la curricula de estudios e implantarse con seriedad, responsabilidad y conocimiento. El Estado esta obligado a realizar en forma permanente campañas educativas dirigidas a toda la población sobre lo que debe considerarse paternidad responsable, los diferentes métodos de control de la natalidad y los riesgos que afrontan los jóvenes al practicar el sexo sin las debidas precauciones.
https://www.alainet.org/de/node/113638?language=en
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