Moncayo, el espíritu de la civilidad

16/08/2007
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“¿Qué es la Guerra?” se preguntaba León Tolstoi y la misma pregunta la ha venido formulando, insistentemente, el humanismo de todos los tiempos. ¿Cuáles son las motivaciones y las costumbres del espíritu de quienes propenden por la barbarie de las confrontaciones militares? ¿Por qué nuestro empecinamiento en desconocer que los seres humanos, esencialmente, “somos seres dotados de razón y conciencia”, como bien lo expresa la Declaración Universal de los Derechos Humanos y como tales nos debemos un comportamiento fraterno entre todos?

“La finalidad de la guerra”, decía dicho autor de “La Guerra y la Paz”, “es el homicidio; sus instrumentos, el espionaje, la traición, la ruina de los habitantes, el saqueo, el robo para aprovisionar los ejércitos, el engaño y la mentira, llamadas astucias militares; las costumbres del espíritu de la guerra son las relaciones disciplinarias (el adiestramiento para el rencor, el odio, la venganza, el asesinato, en una palabra, para el ejercicio óptimo de la violencia), el ocio, la ignorancia, la crueldad, el libertinaje y la borrachera, es decir, la falta total de libertad”.

Y al final del horror -–hablamos de finales transitorios, pues la guerra ha sido una constante histórica--, cuando alguno de los contendientes puede, supuestamente, proclamar una pírrica victoria, solamente, quedan las secuelas de todas las iniquidades: la orfandad, la viudez, la desolación, la pobreza, las mutilaciones físicas y síquicas, en una palabra la derrota de todos. O es que se puede decir que ha habido una victoria por encima de miles o millones de muertos, “creyendo que cuantos mas hombres se hubiere matado, mayor es el mérito” para erigir falsos héroes y heroísmos, nuevos ídolos de barro en quienes depositar las justificaciones de las recurrentes arbitrariedades.

Esa cruda y real descripción de la realidad de la guerra se corresponde con la realidad de Colombia, país asolado, desde siempre, por la intolerancia, por la intransigencia, por la belicosidad insana, por inequidades y exclusiones y por la atrevida ignorancia de quienes se erigen con el poder ilegítimo de las armas, reivindicando atavismos inaceptables para la conciencia de la humanidad como la justicia por propia mano y la ignominiosa Ley del Talión. Bien decía Gandhi: “ojo por ojo y el mundo quedará ciego”.

Colombia sigue siendo víctima del jinete del Apocalipsis, experto en la intimidación, la amenaza, el desaparecimiento forzado, la tortura, el secuestro, la masacre, el terror y la muerte.

Hace pocos días un analista expresaba que, solamente, en los últimos sesenta años, la orgía de sangre se ha intensificado y que en dicho período van asesinadas un millón de personas. Es una tragedia humanitaria pavorosa. Y lo más grave es que es una tragedia que se insiste en invisibilizar.

Estamos rodeados, hoy más que ayer, de paranoicos, de conciencias trastocadas, de seres adiestrados para agredir y para matar. Miles de locos de atar, armados hasta los dientes, estimulados por la codicia, que cínicamente proclaman su compromiso con los anti-valores delincuenciales, los de las mafias de la politiquería, el narcotráfico y la corrupción, con los anti-valores de las mafias de los llamados delincuentes de cuello blanco, autores intelectuales de la barbarie inenarrable de Colombia, del robo continuado de los recursos públicos, de los recursos naturales y de las magníficas potencialidades colombianas, en fin, los verdaderos responsables de la profunda vulneración de la integridad y dignidad nacionales.

Frente a este cuadro desolador, sin embargo, se erigen desde el seno del pueblo, como en la obra “Tungsteno” de Cesar Vallejo, espontáneamente, en una irrupción milagrosa, los líderes espirituales que toman la palabra y con la contundencia de la sabia sencillez expresan el sentir del alma colectiva.

Son aquellos que ejercen el liderazgo moral, aquel liderazgo inexistente, hoy, en Colombia, sumida en el egoísmo y la mentira, ese liderazgo moral que es el único que impacta, con contundencia, las estructuras mismas del establecimiento. Ese liderazgo moral que es el único capaz de forjar la esperanza.

Desconcertados quienes tienen la competencia de orientar la nacionalidad no alcanzan a asimilar el significado de cómo un hombre sencillo, oriundo de un pueblo ignoto (ni sabrán que Sandoná es “la ciudad dulce de Colombia”, la de los famosos sombreros de paja toquilla, rodeada de los más hermosos cañaduzales, la de la gente buena y laboriosa del “huaico”, esa agradable tierra caliente, que nos trae a la memoria, también, nuestra dulce infancia con trapiches y canciones), un profesor de sociales decide caminar para tocar los corazones de los colombianos y sensibilizar al Gobierno, a las Farc y a todo el pueblo, frente al tema del inaplazable Acuerdo Humanitario.

Es, así, como decide emprender una gran marcha que lo llevará hasta la Plaza de Bolívar en Bogotá, recogiendo a su paso por todas las ciudades, pueblos y veredas el afecto, el respeto y las simpatías de todas las gentes que son la cimiente del alma nacional.

Fueron 1.187 kilómetros los que caminó ese padre desolado por la ausencia de su hijo, secuestrado hace diez años por las Farc, un padre desilusionado frente a las frustradas gestiones para hacer cumplir las normas humanitarias internacionales por parte de los actores del conflicto armado interno. Merece todo el respeto su gesta heroica para demandar el acatamiento del Derecho Internacional Humanitario, por parte del Estado colombiano que ha ratificado estos compromisos ante la comunidad internacional y, obviamente, también del actor armado ilegal, si existiese en él un resquicio de sustento ideológico-político, una mínima sensatez y algún reducto de conciencia. La exigencia del Profesor Moncayo es, profundamente, civilizada y civilista.

Su magnifico ejemplo, su extraordinario valor civil, le muestran al país y al mundo que el tratamiento prioritario de lo humanitario debe ser ajeno a connotaciones de carácter militar o político. Lo humanitario es prioritario por encima de cualquier otra argumentación. Lo político y lo militar tienen otros momentos y otros procedimientos.

Mientras persistan, como hasta ahora, las posiciones ideologizadas de las partes, sus posiciones emocionales que obnubilan su razón y propician la intolerancia y las bajas pasiones, no será viable la aplicación de los Acuerdos de Ginebra y sus Protocolos Adicionales, en especial el artículo 3º Común a los dos, en el cual se privilegia la protección de la población civil en realidades de conflicto armado interno como el colombiano. Recordemos su contenido esencial:

“Las personas que no participen directamente de las hostilidades serán en todas las circunstancias TRATADAS CON HUMANIDAD”… “Se prohíben los atentados contra su vida y su integridad corporal, especialmente, el homicidio en todas sus formas, las mutilaciones, los tratos crueles, la tortura y los suplicios; igualmente la toma de rehenes; los atentados contra la dignidad personal, especialmente, los tratos humillantes y degradantes…”

Mil doscientos sesenta y nueve (1.269) colombianos han muerto en cautiverio en la última década. Tres mil Tres mil ciento cuarenta y tres (3.143) colombianos siguen aún cautivos y urgen del país el retorno a los cauces de la razón y la conciencia, sobre todo de quienes tienen la competencia de generar procesos que conduzcan a un Acuerdo Humanitario.

Entre dichos secuestrados está Pablo Emilio el hijo del Profesor Moncayo, quien con su épica jornada nos ha dado la más hermosa clase, ya no como profesor de sociales sino como maestro de sensibilidad humana, de humildad, de ecuanimidad, de coherencia, valores humanos que todos los colombianos quisiéramos ver en quienes propugnan por mantener una absurda guerra. El Profesor Moncayo es una expresión del espíritu de la civilidad, que es todo lo opuesto a la barbarie y a la sinrazón.

Si la solución democrática del conflicto es inviable y la justicia no opera con la prontitud y eficacia como lo ordena la Constitución Nacional, en Colombia es, ya, la hora de la Corte Penal Internacional y de la mediación internacional a partir de la acción vigorosa de la sociedad civil nacional y mundial.

No se rinda Profesor Moncayo, el alma de la patria le ha manifestado su solidaridad y su afecto. Disculpe, con su alma noble, los vejámenes y las malas maneras de personas soberbias y arrogantes. La historia le dará a usted la razón.

Tenemos que seguir lavando la bandera de Colombia, como lo ha venido haciendo usted en los últimos días, “a ver si se limpian los odios” para que Colombia salga de una vez del arcaísmo y de su realidad premoderna.

Continúe su gesta heroica. Su diálogo con la opinión suiza, francesa, española, con el Parlamento Europeo y con los más de mil Comités franceses que vienen expresando su solidaridad por la libertad de los secuestrados en Colombia, fortalecerá la posibilidad del Acuerdo Humanitario.

De igual manera, su diálogo con el sector demócrata de los Estados Unidos, tanto del Congreso como con los candidatos de dicho Partido a la Presidencia de ese país podría ser determinante.

Así mismo, la expresión de solidaridad que le ha manifestado Nelson Mandela, quien le ha extendido una invitación para que visite su país, le otorga a su noble causa, que es la de la gran mayoría de los colombianos, una dimensión planetaria. No debemos olvidar que las normas humanitarias internacionales surgieron el siglo pasado con la comprometida acción de la sociedad civil mundial. Esa no fue una conquista de lo político esa fue una conquista de la conciencia de la humanidad.

No permita que le hagan daño sectores políticos y sociales que quieran, de manera oportunista, sacar ventaja de la grandeza de su ejemplo. Su noble causa debe encontrar, solamente, nobles y generosas almas.

Profesor Moncayo: Usted avivó una nueva luz para que renazca un humanismo renovado. Usted avivó la esperanza. La libertad de todos los secuestrados es, nuevamente, un propósito nacional.

Su gesta abrió una nueva senda por donde correrán las nuevas vertientes de la civilidad que serán las constructoras de la democracia y la paz.

Fuente: Semanario Virtual Caja de Herramientas Viva la Ciudadanía Nº 75
http://www.vivalaciudadania.org
https://www.alainet.org/de/node/122740?language=es

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