Dos insólitos secuestros, un “rescate”

Legión de Honor para Betancourt, ignominia para Omar Khadr

16/07/2008
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Más le convendría a Omar Khadr la ciudadanía francesa. En realidad, más le convendría la ciudadanía de cualquier otro país del mundo civilizado, menos Canadá. Capturado a los 15 años de edad, secuestrado por seis años (desde octubre del 2002) y sin cargo alguno en las mazmorras ilegalmente ocupadas por Estados Unidos en Guantánamo, sometido a brutales torturas físicas y sicológicas y finalmente remitido a un tribunal militar del Pentágono para enjuiciarle el 8 de octubre de este año acusado de supuestos crímenes de guerra en Afganistán, el gobierno canadiense jamás intervino en su defensa.

La semana pasada el Primer Ministro Stephen Harper confirmó la pusilánime neutralidad que raya en cobardía gubernamental. Harper dijo que respetaría la decisión del gobierno estadounidense de enjuiciar a Khadr y que no se involucraría en el proceso mientras se tramita el caso en la corte. Ante tal pronunciamiento, redunda preguntarse qué podría haber hecho Ottawa por Khadr. La respuesta es tan tajante como la injusticia perpetrada: absolutamente nada. Por falta de voluntad política. Por falta del elemental vestigio de decencia humana requerido para oponerse a la saña del socio ocupante de la Casa Blanca.

La triste realidad es que cuando el joven canadiense más necesitaba ayuda, Ottawa no sólo le volteó la espalda sino que colaboró con sus captores. En diametral y obsceno contraste a la hazaña del “rescate” en Colombia, de Ingrid Betancourt, para Khadr no habrá tal opción. Ni diplomática ni política. El líder de la nación que tanto se jacta de su papel internacional en defensa de los derechos humanos, deliberadamente enmudeció. Harper ignoró las protestas en Canadá y en el extranjero demandando justicia para Khadr. Abandonándole a la suerte, el sepulcral silencio de Harper, en efecto, le otorgó carta blanca a su mentor George W. Bush y al establecimiento militar en Washington para que hicieran lo que se les antojara con el prisionero.

No fue hasta 2003 y 2004 que Jim Gould, ex oficial de inteligencia del ministerio de relaciones exteriores canadiense, viajó a Guantánamo para observar “el estado físico y mental del prisionero” según declaraciones al diario Toronto Star. “Tenía que verlo. Tenía que hablar con él. Tenía que ver cómo estaba. Si le hubiese abandonado, Canadá no tendría idea de la condición del chico,” señaló Gould indicando que reportaría la entrevista a Ottawa.

Peca de ingenuo Gould. Sus fáciles, convenientes explicaciones pecan de prestarse a la voluntad de Washington. Pecan de contubernio. Pecan de hipocresía. Pecan miserablemente de subestimar la inteligencia del ciudadano. Ilustradas con lujo de detalles, Canadá y todo el mundo saben perfectamente bien de las odiosas, infrahumanas condiciones de los prisioneros del imperio en Guantánamo. Bien lo resumió el mes pasado el juez Richard Mosley de la Corte Federal de Justicia de Canadá, al afirmar que el tratamiento de Khadr “viola las leyes internacionales de los derechos humanos. Canadá se implicó en esta violación,” escribió el juez Mosley en opinión legal “cuando Gould decidió proceder con la entrevista.” En otras palabras, la visita de Gould fue pura pantalla. Nada más.

Mientras Ingrid Betancourt volaba directamente a Francia en los talones de la cuestionada operación de rescate, se declaraba ciudadana parisina, planeaba en escribir un libro sobre la hazaña, consideraba el rodaje de su vida en las selvas colombianas, se le nominaba al Premio Nóbel de la Paz y la distinguía el presidente Nicolás Sarkozy con la Legión de Honor, al celebrarse el Día de la Bastilla, otro secuestrado languidecía en las mazmorras de Guantánamo, a merced de otro ejército de ocupación ilegal, esta vez en Cuba.

Que la francesita aspirante a la presidencia de Colombia esté libre del cautiverio, de dos maridos y rebosando de salud y honores después del episodio en la jungla, nadie lo resiente. Que Omar Khadr continúe agonizando el comienzo de la Inquisición militar estadounidense es una tragedia de proporciones inhumanas. Sin lugar a dudas le espera un Jaque muy diferente al de la Betancourt.

De ahí el marcado contraste entre la ex candidata presidencial y el joven canadiense. Ambos fueron secuestrados por más de seis años. Ambos reclaman torturas físicas y sicológicas. Ambos tienen familias que les aman. A una la apoya la opinión pública, la oferta de US$100 millones de dólares en recompensa por un rescate acarreado con bomba y platillos. Al otro, a los 15 años de edad -un niño apenas- lo capturaron y lo acusaron sin pruebas ni defensa ni juicio de matar en combate a un soldado del ejército de ocupación estadounidense en Afganistán.

A diferencia de la Betancourt, Khadr no es de abolengo. No escribe libros, ni aspira a presidente de nada. No dispone de un céntimo. No amerita medallas, ni honores, ni películas. Menos aún rescate. En resumen, no existe. Canadá le niega su humanidad. Le trata como a un pobre diablo apátrida. Su país de origen le abandona a los caprichos de los tribunales militares de un ejército que se caracteriza por invadir naciones y en particular por conducir el montaje de un juicio en el territorio ilegalmente ocupado de una isla soberana que detesta y rechaza su presencia. Es el colmo de la ignominia disfrazada de democracia.

Fuente: Incidencia Democrática (Guatemala)
http://www.i-dem.org

https://www.alainet.org/de/node/128730?language=es
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