Cuando la agenda la provee el pueblo
09/11/2010
- Opinión
La sociedad civil ha ido asumiendo un papel protagónico, más allá de los partidos políticos, las iglesias y las instituciones y está aprendiendo a reclamar y conseguir que se cumplan sus justos reclamos.
En buena parte de Sudamérica se han ido produciendo importantes cambios políticos. Han surgido nuevos líderes que han tomado la determinación de producir aquellos que recreen la vida y el futuro de sus pueblos. Enfrentan con persistente audacia los constantes rechazos y críticas que, como un monstruo invisible y porfiado, pretende seguir guiando los hilos de la vida política y social. Esta nueva realidad ha provocado que la sociedad civil -mal que les pese a algunos- haya ido encontrando no solo visibilidad sino el convencimiento de que los cambios necesarios son posibles.
En la década de l960 había mucho interés en algunos grupos eclesiásticos por desarrollar una nueva comprensión de su lugar en el mundo. La preocupación social y los nuevos desafíos de cambio en varias partes acentuaban la necesidad de una reflexión sobre los reclamos y expectativas de la sociedad.
Es en ese contexto que se acuña la frase “el mundo provee la agenda”. Este nuevo paradigma buscaba dirigir la mirada de la iglesia hacia la sociedad para encontrar allí el camino para encarar su tarea.
El interés por esta mirada y su perspectiva tenía raíces en la Europa de posguerra. La reconstrucción, no solo de las ciudades sino la cura de las hondas heridas sufridas en las diversas comunidades, imponía una sólida y profunda mirada a la nueva realidad. Quienes se animaban a indagar en esa visión estaban convencidos que desde el mundo mismo se imponía una agenda que no podía dejarse de lado.
A su vez, en América Latina estaban soplando vientos que pronosticaban fuertes cambios. Una serie de cambios que las iglesias no estaban preparadas para enfrentar, y se refugiaron en sus tradicionales respuestas. El diálogo con otras ciencias brindaba a la teología una perspectiva de apertura y proveía elementos para encararlo. Se podría mencionar lo que significó en aquel momento un movimiento de origen protestante como Iglesia y Sociedad en América (ISAL), que fue precursor, junto a varios movimientos surgidos en el seno de la Iglesia Católica Romana, que gestaron el surgimiento de la teología de la liberación.
No es el objeto de este artículo desarrollar la significativa contribución de ISAL sino de indicar la importancia de haber encarado esa nueva agenda uniendo Iglesia y Sociedad como dos entes que se deben un diálogo, una crítica y un aporte. La energía y desarrollo de este encuentro alcanzó un punto máximo en la creciente expectativa de cambios radicales. La revolución cubana había provisto la esperanza de que los cambios eran no solo deseables sino posibles. Las frustraciones que se desataron en buena parte de la América Latina, provenían de fuertes y devastadores gobiernos dictatoriales alentados y apoyados, no solo por poderes extranjeros sino también por corruptos cómplices nacionales. La agenda que imponían estos gobiernos desechaba cualquier ilusión de cambio para el desarrollo de sociedades justas y pacíficas y asentaban las bases para una sociedad sometida a las grandes potencias.
Cuando el panorama político se va abriendo a tímidas y limitadas expresiones de desarrollo democrático éstas traen consigo una agenda cuya prioridad es el afianzamiento de aquella otra con la implantación de una sistemática estructura económica que condicionaría el funcionamiento de la sociedad toda y que la clase dirigente recibe con beneplácito. Hay que reducir al Estado a su mínima expresión, dejar de lado a los políticos y, por ende, a la misma política.
Había llegado el tiempo de los técnicos y de los ejecutivos. Los enormes beneficios que anunciaban habrían de sobrevenir, al imponer una salvaje privatización de las riquezas nacionales, deslumbraron, por supuesto, al segmento de la población más pudiente y a los que ascendían vertiginosamente en la escala social. Este sistema neoliberal, ejercitado sin objeciones en todos los estratos de la sociedad, trajo consigo la pobreza, la dependencia y la incapacidad para proyectar un futuro de desarrollo de la sociedad.
Todo este proceso estuvo sostenido y estimulado por los crecientes tentáculos de la concentración de medios. Estos medios han demostrado tener la enorme capacidad de diseñar modelos de horadación de la sociedad civil y del ejercicio de sus derechos y oponerse, sin contemplaciones, a todo lo que pudiera afectar sus poderes y dominio. Los grandes medios, cuyos dueños- mayormente ocultos rostros y nombres que se mueven al ritmo de los intereses- se escudan detrás de la defensa de la declamada independencia y libertad de la información para generar la opinión que les conviene.
En este contexto, todo parece señalar que las iglesias, junto a buena parte de la sociedad, vivieron con perplejidad lo que iba sucediendo. Más bien elaboraron su propia agenda de supervivencia, procuraron su propia existencia y buscaron preservar el sostén de su estructura.
Así, el compromiso para producir los necesarios cambios se fue diluyendo y solo fue asumido por restringidos grupos aislados. Las iglesias tradicionales vieron disminuir el número de sus feligreses mientras nuevos grupos religiosos atraían a mucha gente marginada y empobrecida y a sectores afectados por las turbulencias de una estructura económica donde el ser humano no importaba. Una buena parte de estos grupos ofrecían un evangelio de prosperidad, un refugio, una esperanza de una vida plena en otra vida que colmaría los más hondos anhelos que se impedía realizar en este mundo.
En estos últimos tiempos, los cambios que se están experimentando han producido que la sociedad civil haya ido recobrando su lugar protagónico. Cuando el pueblo es protagónico provee la agenda y muchas cosas se ponen en cuestionamiento. No siempre las iglesias han prestado atención a esta nueva agenda, más bien han intentado retomar sus viejas armas autoritarias. Pero han llegado tarde, porque la sociedad civil ha estado asumiendo su responsabilidad. Estudiantes secundarios que se manifiestan solidarios para defender sus derechos a recibir educación en condiciones dignas. Decenas de grupos que trabajan y aportan para la aprobación de una ley de medios audiovisuales que permita la presencia y la voz de la comunidad toda. Apoyo mayoritario para la aprobación de una ley que elimine la discriminación y establezca el respeto y el derecho de los homosexuales.
La sociedad civil fue obligando, por ejemplo, a las iglesias a tener que verse involucradas en esta agenda. No estaban demasiado interesadas en ponerlas en su lista de prioridades y no es menor el intento por usar esa oportunidad para reforzar su vieja desgastada autoridad.
Hoy, las iglesias tienen el desafío de reconsiderar su lugar en el mundo. La agenda que provee el pueblo ha empezado a aplicarse: el desarrollo de una democracia que se afiance en el reconocimiento de pertenecer a una sociedad pluralista, donde se convive en libertad. Una sociedad que pone su atención por los más desamparados, que acompaña con su compromiso y su reclamo el desarrollo de una comunidad justa, pacífica y fraterna.
- Carlos Valle, pastor de la Iglesia Metodista en Argentina.
Fuente: Agencia de Noticias Prensa Ecuménica
www.ecupres.com.ar
asicardi@ecupres.com.ar
www.ecupres.com.ar
asicardi@ecupres.com.ar
https://www.alainet.org/de/node/145391
Del mismo autor
- De la pluralidad de opiniones 08/01/2016
- Qué está pasando con la Ley de Servicios Audiovisuales? 05/07/2011
- Cuando la agenda la provee el pueblo 09/11/2010
- En búsqueda de una Ley que desarrolle una comunicación democrática 13/09/2009
- En busca de una nueva Ley de Servicios audiovisuales 08/09/2009
- Justicia y comunicación 14/04/2009
![America Latina en Movimiento - RSS abonnieren](https://www.alainet.org/misc/feed.png)