Muamar Gadafi fue untiranoque concentraba todo el poder político en Libia desde el 1 de septiembre de 1969, gobernando a sangre y fuego. Durante muchos años fue identificado en Occidente como enemigo público número uno, siendo que en los últimos años se había vuelto respetable y mantenía buenas relaciones con jefes de estado y de gobierno poderosos. Todavía se recuerda en París su célebre carpa beduina levantada a pocos metros de los Campos Elíseos en el año 2007 y sus excelentes relaciones con Sarkozy. Tal vez para redimirse de sus pecados para entonces ya había colaborado con los servicios de inteligencia estadounidenses, británicos y franceses, y obtenidas buenas calificaciones del Fondo Monetario Internacional.
Parecía estar instalado en la cima de la gloria y de los mejores vínculos con Occidente cuando el 20 de octubre de 2011 le sucedió lo peor: aviones franceses interceptaron su convoy e identificado por un grupo de insurgentes fue brutalmente asesinado. Él pasaba a ser otra víctima de la primavera árabe que ya había hecho huir al presidente de Túnez, Zine El Abidine Ben Ali a principios de ese mismo año y defenestrado al de Egipto, Hosni Mubarak, el día 12 de febrero. En poco tiempo el Norte de África se libraba de tres dictadores. Pero, ¿era necesario matar a Gadafi?
Desde el primer momento de la crisis en Libia se manifestaron dos posiciones: La Unión Africana decidida a iniciar un camino que evitara los bombardeos masivos y la somalización del país (fragmentación y conflicto cronificado), y el bando occidental que arrogándose el derecho a decidir sobre Libia se propuso recorrer el camino de la guerra. La Unión Africana deseaba cambiar el sistema, los aliados occidentales querían eliminar a un hombre. En la posición africana predominaba una preocupación: ¿Quién gobernará la Libia post-Gadafi? ¿Quién evitará el caos interno? ¿Quién podrá pacificar las relaciones inter-tribales, inter-étnicas e inter-religiosas? En la posición encabezada por Francia y Estados Unidos no se contemplaba sólidamente el escenario del después. Sólo contaba matar a Gadafi.
Para lograr su objetivo dándole una apariencia razonable los aliados apoyaron desde el primer momento al llamado Consejo Nacional de Transición, un organismo libio gestionado por opositores que tenían como objetivo común eliminar al tirano, pero con la suficiente división interna como para hacerse la guerra entre ellos mismos llegado el momento. En todo caso lo “razonable” del propósito europeo y norteamericano pasaba por una guerra punitiva y la masacre de miles de inocentes (los famosos daños colaterales), como en Somalia, Irak o Afganistán.
Con el fin de tratar de evitar lo peor la Unión Africana presentó un documento para una transición sin Gadafi e inició algunos tanteos para lograr que el dictador fuera acogido en algún país extranjero. El plan era instalar un sistema democrático de manera consensuada. Pero el 20 de marzo de 2011, el mismo día en que una delegación africana se disponía a viajar a Trípoli y Bengasi para abrir las negociaciones con los actores libios, la OTAN inició los bombardeos. La suerte ya estaba echada. No habría diálogo político sino guerra.
Una vez más las potencias occidentales actuaban sin medir adecuadamente las consecuencias. La prepotencia, al parecer, bloquea la mente. Lo que ocurrió es que las estructuras del Estado implosionaron para gozo de los señores de la guerra, del terrorismo islámico, de los clanes mafiosos, de los traficantes de armas y, en general, de toda suerte de grupos sectarios. Las bombas caían sobre Libia pero también lo hacían sobre la Unión Africana y su propuesta política de “paz preventiva”. De nuevo Occidente y particularmente Francia al mando de las operaciones ponían de relieve que sobre África no mandan los africanos sino otros intereses espurios, e impuso la “guerra preventiva”. La propuesta africana no escuchada por la alianza occidental quería evitar la tragedia de una guerra civil, pero su diplomacia fue hundida en el océano del belicismo.
Los resultados están a la vista: ¿Qué es hoy Libia? Un rompecabezas político y religioso imposible de manejar. Dos parlamentos y dos gobiernos tiene una Libia que se desangra. Peor el remedio que la enfermedad. Pretender que el pueblo libio aceptara cívica y educadamente una democracia surgida de los escombros es un chiste. Tantos años de dictadura requerían un proceso de transición liderado por la sociedad civil y sus organizaciones. Los bombardeos de la OTAN buscaban un escenario controlado por Francia y sus aliados, pero la realidad va en otra dirección.
El pasado 25 de junio hubo elecciones que dieron lugar a un nuevo Parlamento dominado por fuerzas laicas y federalistas, derrotando al islamismo que era mayoría en el anterior legislativo. Pero he aquí que el Congreso General Nacional, donde los islamistas tienen mayoría, se rehúsa a aceptar la legitimidad del nuevo Parlamento, que está dominado por liberales y federalistas. De modo que muy recientemente el antiguo Parlamento se ha reconstituido en Trípoli y ha encargado un nuevo gobierno al islamista Osama al-Hasi. En el bando contrario las fuerzas del general Halifa Aftar leal al Parlamento surgido de las urnas de junio tienen su mando en la ciudad de Tobruk, ciudad en la que se refugia el nuevo congreso elegido. Además de los dos grandes bandos enfrentados son centenares las milicias que se reparten el control de pueblos, ciudades y territorios, habiendo fracasado todos los intentos de desmovilizar a los grupos paramilitares. ¿Este es el post-Gadafismo al que aspiraba Occidente? Son ya demasiados errores.
Si todo cuanto está ocurriendo en África y Medio Oriente no fuera tan grave diría que la política de las potencias occidentales es una frivolidad. Ahora sabemos que Estados Unidos ha modificado su oposición en Siria –tal vez debido a las enseñanzas de Libia- y si hace unos meses calculaba con bombardear al régimen de Bashar el-Asad y seguir armando a los rebeldes, ahora estudia como coordinar con el dictador sirio una campaña contra el Estado Islámico. Si Damasco hubiera sido bombardeada ¿quién sabe de qué escenario estaríamos hablando? La frivolidad no consiste en el cambio de posición, desde luego, sino en el hecho de que algunas cabezas privilegiadas estuvieran diseñando crear otra Libia.