De imperialismo, manteros subversivos y pilatos modernos
- Opinión
Hace unos meses, el Imperio nos hizo estremecer –de temor pero también de risa- declarando que la pacífica República Bolivariana era una amenaza para su seguridad nacional. Esta semana, la prepotencia imperial reincidió en sus exageraciones neocoloniales. Ahora acusa a la Argentina de permitir la “competencia desleal” y sancionan al país colocándolo en una de sus tantas listas negras. Al parecer, las ferias populares y el sitio web Cuevan son poco menos que organizaciones terroristas, una seria amenaza a las elegantes y civilizadas reglas de comercio justo que proponen los norteamericanos. El Departamento de Comercio de los EEUU exige que nuestro Estado persiga penalmente a las personas que osen vender una prenda de imitación con el sacrosanto logo de Nike o comentan la blasfemia de subir a Internet una película de Hollywood. Nadie debe pronunciar los nombres ni reproducir los símbolos del Dios Dinero sin rendirle adecuada pleitesía.
Esta pretensión arrogante, reproducidas con innegable gozo por los medios gorilas, expresa un verdadero fundamentalismo de mercado que de aceptarse derivaría inevitablemente en un proceso de criminalización de la pobreza y represión contra los pobres. Ya hay algunos precandidatos que están entrenando para cumplir el encargo. En efecto, el mencionado informe fue originalmente publicado a principios de marzo y pocas semanas después ciertos políticos con vocación cipaya montaron el show de violencia social que vimos durante el desalojo de La Riberita. Los argumentos para justificar semejante barbaridad fueron de los más diversos pero, en realidad, lo que buscaban los serviles desalojadores era mostrarse como una garantía frente a los quejumbrosos mercachifles yanquis.
En muchos sitios de América Latina –Argentina, Brasil, Venezuela, Ecuador y Bolivia, por ejemplo-, va ganando terreno la ofensiva imperial que intenta barrer con cualquier resistencia al proceso de concentración económica. Esta ofensiva que responde a una planificación central y busca expresarse en opciones electorales decididamente pro-mercado y marcadamente antipopulares. Los recursos discursivos que se despliegan en el marco de esta estrategia neocolonial son diversos pero el objetivo es quedarse con todo: los recursos naturales, las empresas públicas, los fondos de la ANSES… hasta con la magra renta de los segmentos más humildes de la sociedad. Apelando a la legalidad, la transparencia, la lealtad comercial y la propiedad intelectual o incluso invocando en forma hipócrita los derechos de los propios trabajadores, el Capital quiere recuperar el territorio ganado por los sectores populares que desde la periferia fueron avanzando sobre algunos nichos económicos, comerciales e industriales.
Hoy no quiero detenerme en el análisis de las asimetrías, situaciones de explotación y graves injusticias que se producen al interior de las grandes ferias y de la economía popular en general. Ya toqué ese tema en anteriores artículos. Creo que ahora es importante denunciar que se está ahondando la campaña de instalación mediática y política de un discurso represivo contra los excluidos y sus rebusques laborales. Que Micheti o Massa hayan basado en la demonización de manteros, trapitos o limpiavidrios su campaña en la Capital Federal es significativo (con los cartoneros ahora es difícil meterse de lleno pero el Gobierno de la Ciudad está vaciando silenciosamente el programa de reciclado social porteño).
Todo esto también muestra que se está agudizando la contradicción socioeconómica principal. Los sectores monopolistas quieren reinstalar la hegemonía neoliberal y profundizar el proceso de concentración económica, eliminando cualquier competencia. El proyecto del ALCA intenta salir de la tumba donde los pueblos y gobiernos latinoamericanos lo enterraron en 2005. Las consecuencias la sufrirán todos los sectores no monopolistas de la economía: también los empresarios PyMES tan adeptos a la xenofobia. El eslabón más débil –sin embargo- es la economía popular y las primeras víctimas serán sus trabajadores. El Capital buscará reabsorber la totalidad de la renta perdida en algunos sectores como el reciclado, el comercio minorista, la producción de alimentos, el mercado inmobiliario urbano y rural, etc. Para ello, los cartoneros, los vendedores ambulantes, los campesinos, los pueblos originarios, villeros y fábricas recuperadas deben desaparecer. La actual tolerancia populista a la “competencia desleal” del pobrerío es un nubarrón que arruina el clima de negocios. Y los hombres de negocios quieren disfrutar de un sol despejado y feliz.
Es dable destacar que la mera tolerancia, ciertamente más humana que la intolerancia neoliberal, es naturalmente insuficiente para conquistar un bienestar social duradero. Cuando el Estado se limita a la “no represión” de la economía informal y no apoya decididamente a las organizaciones sociales que intentan imprimirle una orientación comunitaria, la resultante es La Salada, los talleres clandestinos, el trabajo infantil, la precarización extrema o la autoexplotación. Nuestro Pueblo tuvo la fuerza de levantarse del infierno inventándose su propio trabajo. Si toda esa fuerza, si toda esa creatividad, si toda esta economía, estuviera orientada por organizaciones comunitarias y no secuestrada por grupos cuasi mafiosos como muchas veces sucede, que hermosos serían nuestro asentamientos y ferias populares, cuantos centros sociales de reciclado y cooperativas textiles florecerían donde hubo basurales y talleres clandestinos.
Sin embargo, en la Argentina este apoyo por el que claman los excluidos es tímido, parcial, fragmentario; no una política de Estado. La proscripción que el ministro Carlos Tomada impone a los trabajadores de la economía popular, negándoles el derecho a sindicalizarse, es ejemplo de las peores prácticas de una burocracia estatal que se abstiene de tomar decisiones jugadas al servicio del pueblo. Esta pilatesca “lavada de manos”, además de condenar a los pobres a una precariedad persistente, los deja totalmente indefensos frente a un eventual cambio político que asuma la agenda imperial y acepte eliminar la “competencia desleal”. Los manda, literalmente, al muere.
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