Fidel: desafiar lo imposible

01/12/2016
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Crecimos con Fidel. Mi padre, socialista de los que ya no existen, me contó la aventura del Granma y el asalto al Cuartel Moncada. A dos años de la instalación del gobierno revolucionario conocimos la derrota de Kennedy en playa Girón. Los barbudos no sólo habían sido capaces de derrotar al dictador Batista sino también rechazaban con éxito la agresión externa.

 

En la universidad nos maravillamos con la segunda declaración de La Habana, obligada por el constante hostigamiento de los Estados Unidos. Y aplaudimos esa frase magnífica: “…porque esta inmensa humanidad ha dicho “¡Basta!” y ha echado a andar”.

 

Una épica inigualable. Primero fue playa Girón y luego los sistemáticos actos de sabotaje y terrorismo. Entonces Fidel y los cubanos se propusieron desafiar lo imposible. Optaron por la dignidad, con costos inmensos. Gran parte de la juventud chilena acompañó ese largo y difícil camino que emprendió el pueblo cubano. Lo hicimos por nuestras convicciones anti-imperialistas, porque nos repugnaba la intervención norteamericana en Vietnam y en Santo Domingo.

 

También queríamos a Cuba porque construía una nueva sociedad, con reforma agraria, junto a salud y educación para todos. Y los que no éramos comunistas nos entusiasmaba un proyecto distinto al de la URSS. Veíamos en Fidel a un líder nacionalista y latinoamericanista, continuador de Bolívar, Martí y Sandino. Eso nos animaba y nos diferenciaba de los comunistas, los que a pesar de la alianza de Cuba con la URSS, consideraban a Fidel un aventurero pequeño burgués.

 

Ya adultos, a fines de 1971 nos encontramos con Fidel en Chile. El líder cubano se moderaba frente al Presidente Allende y lo escuchaba en silencio cuando éste sostenía “Los pueblos que luchan por su emancipación tienen que adecuar a su propia realidad las tácticas y la estrategia que ha de conducirlos a las transformaciones”. Ambos se respetaban en sus diferencias. Después de recorrer todo Chile, y observar las convulsiones que estremecían a nuestra sociedad, lo despedimos en el estadio nacional, y allí nos advirtió:

 

“¿Qué hacen los explotadores cuando sus propias instituciones ya no les garantizan el dominio? Sencillamente las destruyen. El fascismo liquida todo: arremete contra las universidades, las clausura y las aplasta; arremete contra los intelectuales, los reprime y los persigue; arremete contra los partidos políticos; arremete contra las organizaciones sindicales; arremete contra todas las organizaciones de masas y las organizaciones culturales.”

 

Fue premonitorio. Vino el golpe en Chile y la represión pinochetista lo destruyó todo, acabó con la democracia y convirtió a nuestro país en una tragedia. Sin embargo, Fidel sostuvo la solidaridad con nuestro país. Era un amigo.

 

Por cierto el régimen cubano no era ni es una democracia representativa. Hubiésemos preferido que allí existiesen amplias libertades públicas y prensa independiente. Sin embargo, los ataques armados contra Cuba, junto al bloqueo comercial y financiero, estrechaban los espacios para la democracia. La guerra fría era un factor de divisiones insoslayables y luego la hegemonía unipolar perseveró en su agresión a la isla. Pero, por otra parte, era admirable que, en medio de tantas dificultades, los cubanos desplegaran persistentes esfuerzos de solidaridad con la resistencia vietnamita, contra el apartheid en Sudáfrica, así como un decidido apoyo militar a Nicaragua y Angola frente a las agresiones exteriores. Era David frente a Goliat. En esa disyuntiva estábamos con Fidel.

 

En su momento discrepamos del régimen cubano, cuando enjuició al General Arnaldo Ochoa en una controvertida acusación de narcotráfico. El héroe de la resistencia en Angola, estratega de la famosa batalla de Cuito Cuanavale, y asesor militar en Nicaragua, fue fusilado en 1989. Ello mereció incluso el cuestionamiento de las autoridades sandinistas de la época.

 

También rechazamos la represión a los homosexuales y a escritores o políticos que pensaban distinto del establishment. Ahora las cosas han cambiado. Pedro Juan Gutierrez y Leonardo Padura, novelistas de renombre internacional, no sufren censura por sus críticas al orden existente, mientras la disidencia política se ha multiplicado. Al mismo tiempo, la comunidad gay recibe apoyo incluso desde las altas esferas gubernamentales. Los tiempos han cambiado, y para bien.

 

Los que critican a Cuba en nuestro país, desde la otra vereda, revelan dudosa consecuencia. No corresponde dictar cátedra sobre democracia cuando se tiene una Constitución elaborada en dictadura, y plebiscitada en medio del terror.

 

Por otra parte, las libertades públicas y los derechos humanos han estado en cuestión no sólo en la isla, sino en el Chile de Pinochet, en el Perú de Fujimori, en las torturas de la CIA en Guantánamo y en el régimen existente en China, entre otros. Y, los detractores de Castro no utilizan el mismo rasero para calificar los atentados a los derechos humanos en estos regímenes e incluso son en extremo generosos cuando hay negocios y dineros de por medio.

 

Los que tratamos de entender la experiencia cubana en toda su dimensión, y dramatismo, lamentamos la muerte de Fidel. Sus errores económicos y políticos no pueden ni deben eludirse. Es necesario aprender de ellos. Como también es preciso aprender de la valentía, dignidad y solidaridad que lo caracterizaron. Desafió lo imposible y muchas veces salió airoso. Castro le dio a Cuba un lugar excepcional en el mundo, así como Allende se lo dio a Chile.

 

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