El Antropoceno ¿máquina de la antipolítica?
- Opinión
La creciente erosión de las fronteras planetarias por parte del ser humano ya ha generado impactos importantes, desde la transformación de la superficie terrestre y la pérdida de biodiversidad, hasta el cambio en la composición de la atmósfera y la alteración de los ciclos biogeoquímicos del planeta (Steffen et al, 2015). La complejidad, velocidad y dimensión de tales alteraciones son tales que serían observables en los récords geológicos estratigráficos futuros, de ahí que se sugiera que se ha dejado el Holoceno para entrar de lleno a la época del Antropoceno (Crutzen, 2002).
Los debates y controversias sobre tal idea son variados, tanto en lo técnico, correspondiente al tipo de evidencia estratigráfica, es decir a los criterios necesarios para poder formalizar una nueva época geológica (para lo cual aún no hay un acuerdo; Lewis y Maslin, 2015)1, como en otros aspectos de tinte socioeconómico y político (Palsson et al, 2013).
Pese a todo, lo que sí es un hecho es que el crecimiento económico, el consumo de energía y materiales y la generación de desechos han estado altamente correlacionados, particularmente desde la segunda mitad del siglo XX o lo que se conoce en la literatura especializada como la denominada “Gran Aceleración” (Costanza et al, 2007), cuando la población aumentó más de 2.5 veces, el consumo de energía y materiales 5.6 veces, la generación de residuos más de 5 veces (con picos tan elevados como los desechos plásticos que aumentaron 150 veces), y la economía 37 veces (con base en Steffen et al, 2011; Schaffarzik et al, 2014; Zalasiewicz et al, 2016). Se trata de un periodo en el que, sin duda, lo urbano se coloca como punta de lanza, no sólo por las interdependencias y sinergias propias de un espacio urbano planetarizado, sino porque es ahí donde se genera el 80% de la riqueza mundial y se concentra buena parte de la infraestructura, la cual suma globalmente un stock de 792 mil millones de toneladas de materiales y absorbe cerca de la mitad de los materiales y energía extraída anualmente para su renovación/expansión (Krausmann et al, 2017).
La popularización del Antropoceno, sin duda tiene alcances positivos. Su extendido uso ha permitido amplificar la conciencia sobre el carácter antropogénico del cambio ecológico global, mismo que se expresa en la transgresión de las ya mencionadas fronteras planetarias. Al mismo tiempo, al acentuar el hecho de que la agencia humana juega y jugará un papel cada vez más importante en el futuro, posibilita –aunque no garantiza- la discusión sobre cuestiones empíricas y aspectos normativos, filosóficos e incluso epistemológicos y ontológicos acerca de la agencia humana como tal y sus impulsores, así como de los lenguajes de valoración presentes, las visiones en juego, y las expectativas o imaginarios del futuro.
Subrayar la mutua responsabilidad de administrar (stewarship) el planeta -a través de la agencia humana- dentro de las fronteras planetarias es también sin duda importante para ampliar la incidencia de ciertos actores y organismos, nacionales e internacionales, en la toma de decisiones para la sustentabilidad (ello sobre todo cuando la ciencia deja de ser relevante para el quehacer político, de por ejemplo un gobierno que cree, en cambio, en “hechos alternativos” [alternative facts])2. Pese a lo señalado, la manera en la que se ha insertado tal mensaje en el discurso del Antropoceno resulta es en sí misma antropocéntrica, irónicamente despolitizada (no suele dar cuenta de las desigualdades imperantes) y, hasta cierto, punto también despolitizante dado que desmoviliza o dificulta los cambios de paradigma, reafirmando a fin de cuentas el modelo imperante.
El discurso políticamente correcto del Antropoceno (en el entendido que sí hay ciertas posturas críticas) tiende a deslocalizar los impactos concretos y a desdibujar los actores responsables y afectados. Responsabiliza a todos los seres humanos por igual y hace un llamado general para modificar actitudes, opciones, políticas y acciones –usualmente individuales o voluntarias- para influir en el incierto futuro del Antropoceno. Las desigualdades socioeconómicas imperantes no son parte central del análisis sobre el que descansa este discurso, de ahí que no logre diferenciar, por un lado, las necesidades más básicas aún no cubiertas por una muy buena parte de la población mundial, del sobreconsumo de cierta clase media y del despilfarro del 1% de la población mundial, y por el otro, las prioridades y capacidades de respuesta de unos y otros actores sociales; ya no se diga algo acerca de los impactos a otras formas de vida.
La construcción de este discurso políticamente correcto podría, por tanto, identificarse como parte del aquel que es propio de lo que James Ferguson (1994) califica, en su libro del mismo nombre, como la “máquina de la antipolítica”, ello en tanto que tiende a fallar, una y otra vez, en develar las relaciones de producción, y de clase, que se encuentran en el trasfondo del problema.3
Cuando los planes fracasan, a decir de Ferguson, “…ello no quiere decir que no significan nada, significan hacer algo más, y ese algo siempre tiene su propia lógica” (Ibid: 276). En ese sentido, la agenda políticamente correcta del Antropoceno pareciera invocar la idea de revolución pasiva de Gramsci (1975), esto es, una revolución sin revolución en la que los grupos dominantes buscan neutralizar cualquier cambio de paradigma, ello por la vía de transformaciones económicas, políticas y socioculturales que permitan conservar su statu quo, incluso ante escenarios de mayor vulnerabilidad como la que plantea la época del Antropoceno.4
No sorprende entonces que se aclamen soluciones tecnológicas y de diseño (algunas altamente cuestionables como la geoingeniería), intervenciones público-privadas, y proyectos y misiones de organismos internacionales, fundaciones o coaliciones empresariales “verdes”, todo al mismo tiempo que se “normalizan” los costos socioecológicos del Antropoceno ante los cuales hay que inevitablemente estar preparados para afrontar pérdidas y hacer sacrificios –aunque eso sea concretamente de modo desigual.
Por tanto, y retomando la noción de la máquina de la antipolítica, puede decirse que el discurso convencional del Antropoceno no se construye como una “máquina” para resolver el problema de fondo que lo ha originado, un punto de entrada para una reformulación económica, política, ecológica, cultural y sociotécnica de fondo, sino más bien como una “máquina” funcional al actual modelo que genera un efecto ideológico de despolitización de la degradación ecológica y la responsabilidad del Estado nación y las clases que lo detentan, ello en tanto que se asume que todos los seres humanos figuran como responsables, y todos deberán sacrificarse por el bien común, ello pese a la desigual distribución de bienes y males que caracteriza estructuralmente al sistema de producción actual.
Para que la idea del Antropoceno trascienda tales limitaciones y sea políticamente significativo, dígase como objeto de frontera a partir del cual se pueda gestar el encuentro de visiones, acciones y eventualmente de consensos, deberá revertir la tendencia a deslocalizar los impactos y a desdibujar los actores responsables y afectados, al tiempo que habrá de privilegiar de manera creciente las soluciones que deriven de una “gobernanza bidireccional”, producto de una recomposición a fondo que emana de la conformación de un cuerpo político social que construye colectivamente imaginarios deseables tanto de la función, como del diseño, planificación y producción del espacio.
Cualquier intento de transición-transformación de lo urbano, obligadamente tendrá que estar
Se trata pues de una apuesta que no pasa por meras soluciones tecnológicas o de tipo y diseño de infraestructura, sino de un cambio a fondo de la lógica imperante y por tanto de la naturaleza y deseabilidad de las propias soluciones, de los procesos de transición, del papel que juegan los diversos actores sociales, e incluso, de las propias nociones de la condición humana como tal. En tal ejercicio de cambio de paradigma, la genuina coproducción de conocimiento (Delgado, 2015) es clave pues, no sólo es importante un conocimiento cada vez más robusto, sino también la construcción de capacidades que habiliten pensar críticamente y que estimulen competencias para la acción desde una perspectiva histórica, política, social, cultural y espacialmente situada.
La dirección que finalmente tome la agencia humana ante los efectos de la denominada época del Antropoceno, no sólo definirá el futuro de la población más vulnerable, tal vez también el de la especie humana y el planeta mismo.
Referencias
Costanza, Robert et al. 2007. “Evolution of the Human-Environment Relationship.” The Encyclopedia of Earth of Earth. En línea: www.researchgate.net/profile/Robert_Costanza/publication/40102452_Evolut...
Crutzen, Paul. 2002. “Geology of Mankind”. Nature 2002. Vol. 415 No. 23.
Lewis, Simon y Maslin, Mark. 2015. “Defining the Anthropocene”. Nature. Vol. 519. Pp. 171 - 180.
Delgado Ramos, Gian Carlo. 2015. “Complejidad e interdisciplina en las nuevas perspectivas socioecológicas”. Letras Verdes. Revista Latinoamericana de Estudios Socioambientales. FLACSO-Ecuador. No. 17. Pp. 108-130. ISSN: 1390-6631.
Ellis, Erle., Maslin, Mark., Boivin, Nicole y Bauer, Andrew. 2016. “Involve social scientists in defining the Anthropocene”. Nature. Vol. 540. Pp. 192 – 193.
Ferguson, James. 1994. The Anti-Politics Machine. University of Minnesota Press. EUA.
Gramsci, Antonio. 1975. Cuadernos de la cárcel. Era. México.
Krausmann et al. 2017. “Global socioeconomic material stocks rise 23-fold over the 20th century and require half of annual resource use” PNAS. No. 8. Vol. 114: 1880-1885.
Nieto Sanabria, Laura. 2016. La economía verde y los derechos de la naturaleza. Lo hegemónico y lo subalterno en el ambientalismo contemporáneo. Posgrado en Estudios Latinoamericanos. UNAM. México.
Palsson, Gislo et al. 2013. “Reconceptualizing the ‘Anthropos’ in the Anthropocene: integrating the social sciences and humanities in global environmental change research”. Environmental Science & Policy. Vol. 28. Pp. 3-13.
Schaffartzik, A., Mayer, A., Gingrich, S., Eisenmenger, N., Loy, C., y Krausmann, F. (2014). “The global metabolic transition: regional patterns and trends of global material flows, 1950 -2010”. Global Environmental Change. Vol. 26: 87-97.
Steffen, Will et al. 2015. “Planetary boundaries: Guiding human development on a changing planet”. Science. Vol. 347. No. 6223. DOI: 10.1126/science.1259855
Steffen, Will et al. 2011. WThe Anthropocene: from global change to planetary stewardship.” Ambio. Vol. 40. No. 7. Pp. 739 – 761.
Zalasiewicz, J., et al. 2016. “The geological cycle of plastics and their use as a stratigraphic indicator of the Anthropocene”. Anthropocene. Vol. 13. Pp. 4-17.
Gian Carlo Delgado Ramos
Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades
Universidad Nacional Autónoma de México
1 El rango va desde antes de finales de la última glaciación, pasando por finales del siglo XVIII cuando comienza la quema de combustibles fósiles, hasta el lanzamiento de la bomba atómica en 1945 o el inicio de la década de 1960 cuando ya es notoria la denominada Gran Aceleración. La definición de una fecha temprana no es políticamente neutral pues se estaría normalizando el cambio global ambiental (Lewis y Maslin, 2015). Por el contrario, ubicarla en la segunda mitad del siglo XX implica reconocer, no sólo la responsabilidad histórica de países concretos (Ibid), sino de un modelo social de producción específico que logra globalizarse precisamente en ese momento histórico (un llamado que también hacen Ellis, Maslin, Boivin y Bauer, [2016] en términos de incorporar al análisis del Antropoceno la caracterización de las sociedades, sus estructuras y dinámicas, sea de la colonización, la mundialización y globalización del comercio, o la urbanización).
2 Me refiero a la expresión usada por Kellyanne Conway, asesora del presidente del actual presidente de EUA, cuando justificaba la afirmación de que la toma de posesión había tenido el mayor número de audiencia en la historia de ese país, ello de cara a fotografías que claramente mostraban lo contrario al contrastar la toma de posesión del gobierno predecesor en 2009. La preocupación de diversos científicos organizados no es menor, no sólo ante el discurso político relacionado a la ciencia (dígase, en asuntos ambientales y climáticos), sino de cara, por un lado, a nombramientos cuestionables en cargos claves como lo son la Agencia de Protección Ambiental o el Departamento de Energía, y por el otro, al potencial recorte del presupuesto en ciencia y tecnología, acompañado de un importante incremento en el gasto militar. Lo anterior se ha expresado en diversos medios de comunicación, notas tanto en revistas como Science y Nature, así como en la conformación de la coalición 314 Action (www.314action.org).
3 Como concluye en su libro Ferguson, “…la totalidad del mecanismo es una mezcla blanda entre lo discursivo y lo no-discursivo, entre los planes intencionales y el mundo social no reconocido en el que están insertos. Mientras que los objetivos instrumentales incorporados en los planes son altamente visibles, y pretenden incorporar la lógica de un proceso de producción estructural, el proceso real avanza silenciosamente y usualmente de manera invisible, encubierto o traducido aún más que en contraste a los planes intencionales, los cuales aparecen a la luz del día. Los planes, entonces, como la parte visible de un mecanismo mucho más grande, no pueden ser descartados, pero tampoco tomados al pie de la letra. Si el proceso a través del cual la producción estructural toma cuerpo puede ser pensado como una máquina, debe decirse que las concepciones de los planificadores no son un diseño o ruta para la máquina sino partes de la máquina.” (Ferguson, 1994: 276).
4 Para una revisión desde la noción de revolución pasiva del discurso de la economía verde, léase: Nieto, 2016.
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