PPK entre la renuncia y la vacancia
- Opinión
Terminada la visita del papa Francisco, el presidente de la República Pedro Pablo Kuczynski “confesó” que el líder de la iglesia católica le aconsejó “que no me distraiga y me dedique a trabajar”.
Confesión por demás curiosa la del mandatario cuando desde el inicio de su gestión, hace año y medio, es lo que todos los peruanos le hemos exigido. Sin embargo, ha pasado el tiempo y lo que menos apreciamos es, justamente, un trabajo que le coherencia y legitimidad al gobierno.
Ello se expresa en las erráticas cuestiones de confianza en momentos poco adecuados, en un “enfrentamiento” estéril con el fujimorismo, en una falta de experiencia de un equipo netamente técnico que no ha podido afrontar las emergencias como el “Niño Costero”, cuya “reconstrucción con cambios” no avanza, como tampoco ha podido responder políticamente a las acusaciones de corrupción del caso Lava Jato y a las irregularidades del aeropuerto de Chinchero, que han terminado por cercar al presidente y debilitar a sus ministros y al propio gobierno .
Falto de reflejos, sin capacidad política y con medidas económicas que no potencian el desarrollo del país, lo que tenemos es hoy un presidente que negoció su precaria permanencia -a cambio del indulto al exdictador- con una facción del fujimorismo, hoy fuera de Fuerza Popular, que no le ha garantizado ningún aporte a su alicaída gestión.
Hoy tenemos a un presidente sin brújula y arrinconado. Con apariciones públicas escasas donde evita el contacto con la prensa y solo se dedica a emitir un discurso improvisado (porque ni sigue las recomendaciones de su equipo de comunicaciones), hacer un par de malos chistes, y luego marcharse rápido para evitar la incomodidad de las preguntas que siguen pendientes desde diciembre del año pasado sobre el accionar de sus empresas Westfield y First Capital de la mano de Odebrecht.
A ello se suma una popularidad en declive constante, sus erróneas decisiones y una oposición que aún lo tiene en la mira. El “Fuera, fuera PPK” de las marchas antiindulto y contra la corrupción, no hacen sino confirmar que el cambio es necesario y urgente.
Un presidente que no ha dado la talla, un gobierno “de lujo” que no ha cumplido con sus promesas electorales, que no ha recuperado la economía, que ha atentado contra los principios básicos de la justicia y los derechos humanos y que no posee el liderazgo que el país necesita, tiene que -obligatoriamente- dar un paso al costado.
Estamos pues, frente a una crisis de gobierno que es el punto culminante -económico y político- de una crisis mayor de la democracia bajo el sistema neoliberal. No es solo un problema personal de Kuczynski, sino del sistema.
La fórmula de la toma de cargo del vicepresidente de la República, Martín Vizcarra, es una opción basada en el Estado de Derecho que ampara la Constitución Política. Sin embargo, para que el proceso funcione deben darse cambios inmediatos, con un gabinete consensuado, de ancha base, que aplique las reformas necesarias para reactivar la economía y combatir a los monopolios, combata la corrupción y sancione a los corruptos, que defienda los Derechos Humanos, que apuntale la reconstrucción del país y que responda a las exigencias de la ciudadanía que hoy demanda una mejor salud y educación, así como un trabajo digno.
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