América Latina en la tormenta del capitalismo mundial

01/04/2020
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La crisis que se despliega es de gran profundidad, sea en su alcance global, regional o local. La pandemia del COVID-19 es un desencadenante más de los problemas estructurales del sistema mundial capitalista, los que ya se reflejaban desde muy atrás del presente año.

 

Para América Latina, las tendencias de 2020 no pueden entenderse del todo si no nos referimos –al menos– al desenvolvimiento recesivo de la economía en los últimos años, el cual está vinculado a la crisis de la modalidad de acumulación y reproducción del capital con la que la economía dependiente latinoamericana se integró a la producción e intercambio global.

 

De la crisis de “larga duración” pasamos a su profundización, cuyas consecuencias para la inmensa mayoría de nuestras sociedades podrían ser demoledoras de no lograr articular una nueva alternativa que construya otro tiempo social en América Latina. A juzgar por la experiencia de los últimos años, una nueva etapa de conflictos sociales tensará con mayor fuerza el peculiar lugar que ocupa América Latina en tanto “eslabón débil” del capitalismo mundial y su despliegue imperialista.

 

A continuación reflexionamos sobre los límites históricos en los que se encuentra la economía latinoamericana, los cuales agravarán sus condiciones si se persiste en continuar subordinados a la arquitectura mundial diseñada por las economías centrales y sus grandes corporativos trasnacionales.

 

La crisis estructural del capital

 

La crisis estructural del capital se despliega en una forma multidimensional (en la producción, la tasa de ganancia, el comercio mundial, la esfera financiera, ecológico-ambiental, desempleo, consumo).

 

Desde la crisis de 2008-2009, el sistema del capital no hecho sino agravar sus contradicciones, fundamentalmente en la esfera financiera, el destructivo “orden” ecológico-ambiental –y aquí entra la pandemia del COVID-19–, y la producción global. El declive estructural de la tasa de ganancia vinculado al giro hacia la financiarización, acompañado del despotismo del capital sobre la naturaleza, acentúan la crisis civilizatoria del mundo del capital.

 

La crisis del crecimiento global y de la producción industrial

 

Como es sabido, antes del COVID-19, el sistema capitalista global ya reflejaba la crisis “permanente” de crecimiento. En 2019 el PIB global apenas logró una tasa de crecimiento del 2.3%, el más bajo desde la crisis financiera.[i] Es así que para el año 2020, distintos organismos como el FMI, estimaban si no una nueva caída del PIB global, al menos una tasa de crecimiento de dos o tres décimas por arriba de 2019.

 

 

Hoy vemos con claridad un consenso referente a la instalación de la recesión de la economía capitalista mundial. Tan solo para el segundo trimestre se estima una profunda caída en la economía estadounidense (estimaciones de BofA: -12%; Morgan Stanley: -14%; Evercore: -20%; Goldman: -24%; JP Morgan -14%). No obstante, aún domina mucha incertidumbre respecto de cuántas semanas más podría expandirse la pandemia y cómo seguiría afectando la economía.

 

El Covid-19 es apenas un relámpago que ha desencadenado el sobrecalentamiento de una profunda crisis estructural del sistema mundial capitalista que marca los signos de nuestra época.

 

Al examinar el Índice de la Producción Manufacturera Global (PMI), correspondiente al mes de febrero –esto es, antes de los primeros efectos del virus en Europa y América–, nos damos cuenta de una fuerte contracción que impacta en el sector industrial cuyos efectos pesan en la destrucción de empleos. El Índice elaborado por IHS Markit, que recoge datos de Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, China y Rusia, y otros países, refleja una caída a su nivel más bajo desde mayo de 2009, esto es, a 47,2 en el mes de febrero, y muy por debajo del 50,4 del mes de enero. Más allá de una pasajera recuperación que presentó a finales de 2019, puede verse, al menos desde 2018, cómo ha venido cayendo la producción industrial.

 

 

 

La crisis financiera que se despliega

 

Los problemas de la economía mundial ya presentaban alarmas para el estallido de una gran crisis financiera. Con la recesión global en puerta, la cual sólo ha desencadenado la pandemia –lo que no quiere decir que la ha causado– se agravan las profundas contradicciones que intrincan a la financiarización económica mundial.

 

Un abanico de factores inciden en el despliegue de una gran crisis financiera: a) Los actuales derrumbes históricos de las bolsas de valores de todas las regiones del mundo; b) la creciente deuda corporativa (de las grandes empresas privadas), con su riesgosa situación de impago (muy próxima en EU) acompañada de la volatilidad que presenta el mercado de bonos (privados y públicos) y su violento disparo en sus tasas de rendimiento y en los costos de financiamiento; c) la montaña de endeudamiento público de los Estados.[ii]

 

Políticas de salvamento del sistema del capital

 

Hoy vemos a los Estados y organismos públicos (Fed, BCE, etc.) implementar políticas de salvamento para el sistema del capital (remunerándolo, subsidiándolo, otorgándoles créditos, etc.) dominado por los grandes corporativos trasnacionales.  Una veintena de Bancos, un conjunto de industriales, el bloque tecnológico de Google, Apple, Amazon, Facebook (GAAF), los grandes fondos de inversión (BlackRock, Manguad Group), los mayores fondos de pensiones del mundo, los cuales en conjunto representan al 1% de la población mundial. No obstante, al imponer los bancos centrales y organismos públicos los paquetes de rescate, sin previa deliberación ni escrutinio público, buscan –sin éxito– consolidar la arquitectura inestable del capitalismo mundial, la misma que dotan de opacidad al responsabilizar de la crisis a lo que ahora llaman “Corona-Crasa”.

 

América Latina frente a la crisis mundial

 

El fugaz auge de la especialización exportadora y el otro lado de la medalla

 

En un trabajo anterior, señalamos las condiciones de la economía latinoamericana en el periodo del boom de los commodities (2005-2012) y de su propia contracara.

 

Como ha señalado la teoría marxista de la dependencia, América Latina se integró a la economía mundial mediante la construcción de un patrón exportador sustentado fundamentalmente en unos pocos productos primarios. El desarrollo de actividades de especialización productiva para la exportación consolidó un papel subordinado de la región en la división internacional del trabajo y el intercambio mundial, el cual fue acentuado en el nuevo estadio de internacionalización tecnológica de los procesos de trabajo, el dominio hegemónico del capital financiero y el ascenso de China en el concierto mundial.

 

Consecuentemente, el aparato productivo de la región experimentó un grave deterioro en su capacidad de producir con los mayores grados de elaboración y generación de valor, tanto en el sector de la industria de manufacturas como en los propios productos básicos. Sus repercusiones no dejaron de afectar la generación de empleo, el grado de calificación y profesionalización de la fuerza laboral, la productividad del trabajo, las tasas de informalidad laboral y niveles de remuneración por debajo del valor de la fuerza de trabajo.

 

La incorporación a las cadenas de valor hegemonizadas por las corporaciones trasnacionales implicó para nuestros países una especialización económica sustentada en recursos naturales atados al boom de los precios. El breve periodo de bonanza económica no fue materializado en la construcción de nuevas capacidades productivas, el impulso a la innovación, apertura de sectores intensivos en conocimiento y de arrastre tecnológico. Las condiciones estructurales de dependencia no fueron puestas en cuestión, fundamentalmente por los propios gobiernos “progresistas” que se sustentaron en la dinámica exportadora y de especialización productiva con fuertes impactos en el deterioro de la estructura industrial.

 

Los Estados de aquel período no irrumpieron en las condiciones de concentración de riqueza y desigualdad imperantes más allá del ejercicio de una política social de “bienestar” con avances positivos en distintos indicadores sociales. El crecimiento fue enfocado en los recursos naturales, lo que de modo inherente implicó el establecimiento de una política del despojo, del latifundio, de la violencia estatal, así como la reproducción de conflictos sociales, territoriales, ambientales.

 

Este patrón de reproducción del capital adoptado en las últimas dos décadas renunció al proceso de acumulación orgánica, con mayores niveles de integración entre sus sectores, deterioró el aparato productivo, el que fue sustentado en una mayor explotación del trabajo reflejada con el aumento de la desigualdad social y la expansión de la informalidad laboral y las nuevas figuras del trabajo precario (temporal, sin contrato, sin seguridad social, por tiempo parcial, “independiente”, etcétera).

 

En otras palabras, se aplicaron modelos “neodesarrollistas” que no incidieron en la remoción de relaciones y estructuras que reproducen el subdesarrollo de la región, con lo que fueron así canceladas las alternativas de emancipación.

 

Con la crisis de la mundialización neoliberal de los años 2008-2009, el patrón de reproducción latinoamericano exportador se encontró con sus propios límites. Los años post-crisis confirmaron el agotamiento de una modalidad de acumulación de capital orientada a cubrir la demanda “global” de productos tradicionales o, como es el caso de México, de manufacturados con poca generación de valor.

 

Bajo este cuadro y de cara a una nueva etapa de la economía mundial percibimos un verdadero impasse en el que se encuentra la economía latinoamericana, el cual urge al subcontinente a emprender radicales mudanzas estructurales para salir de él.

 

Declive exportador, restricción externa y cuadro recesivo

 

En la nueva era “post-crisis” o crisis de “estancamiento secular”, América Latina registró un descenso en los precios de los productos primarios, en contraste a los precios de manufacturas que se mantuvieron estables. Con la desaceleración de la economía China la región latinoamericana experimentó una fuerte disminución en el valor de sus exportaciones (ver cuadro 1). 

 

 

Tras cuatro años de descenso del valor de las exportaciones –en 2015 Cepal caracterizó los últimos tres años como el peor periodo exportador en las últimas ocho décadas–, en el bienio 2017-2018, la región logró una recuperación en el valor exportado (2017: 11.5%; 2018: 9.7%). No obstante, una vez más se trató de una recuperación dependiente del incremento inestable de los precios en commodities, que en estos dos años fue de 7 y 7.6%, respectivamente. Para 2019, se volvió a registrar una caída en el valor de las exportaciones de -2% (cuadro 1). 

 

Tras la caída de las exportaciones, la economía latinoamericana vio disminuir la Inversión Extranjera Directa (IED), la cual tiene fuerte relación con los recursos naturales, además que el grueso de las inversiones está orientado a la expansión tecnológica concentrada en las economías centrales. Tras el máximo de IED de 2012, ésta fue disminuyendo en los siguientes años. Solo en 2018 la IED creció por encima de los tres años previos.

 

 

A la caída de la IED se añade el fuerte peso de la balanza de renta (pago de utilidades e intereses al exterior), que ha sido del orden de 140 mil millones de dólares anuales en la última década (entre 2.5 y 3% del PIB).

 

 

La región continuó enfrentando problemas en la balanza de bienes y servicios, que, junto a las transferencias de renta, empujan el déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos, el cual es “estabilizado” en gran parte por la balanza de transferencias y el papel que ahí juegan los crecientes montos de las remesas.

 

 

Se trata de un marco que agrava la restricción externa para lograr un crecimiento económico, más aún, sobre la base de un fuerte deterioro de la relación deuda/PIB. Tan solo en los años de 2010-2019, la deuda bruta del sector público de América Latina y el Caribe pasó del 50 al 60% en proporción al PIB, con Argentina (80,7%) y Brasil (78,7%) despuntando en la deuda de América Latina, y Barbados (123%) y Jamaica (97%) como dos de los países más endeudados del Caribe.

 

Así, en el último lustro, la economía latinoamericana ha presentado recesión (año 2015: -0.2%; 2016: -1.0%), cuasi estancamiento económico (año 2014: 1.2%; 2017: 1.2%; 2018: 1.0%). Para 2019, el estancamiento fue de 0.1% (Cepal, Balance preliminar, 2019).

 

 

Considerando una estimación de Cepal hecha en diciembre de 2019 –antes de la emergencia del COVID-19– sobre el crecimiento económico regional para el año 2020 (la cual basó en 1.3%), el organismo dependiente de la ONU señala que estos siete años (2014-2020) conformarán el período de menor crecimiento “en las últimas siete décadas” para nuestras economías (Balance preliminar, 2019).

 

 

En este sentido, la crisis del patrón exportador latinoamericano repercute directamente en el desempleo, el incremento de la pobreza, el gasto social, educación, cultura, etc.), el mercado interno, y en la pérdida de la calidad del empleo, lo que en conjunto se ha reflejado en las fuertes tensiones sociales a lo largo de toda la región.

 

Además de lo indicado, cabe señalar que las condiciones de la economía que trascienden al actual periodo depresivo –particularmente sobre las agudas relaciones de explotación de la fuerza de trabajo que asumen nuestras sociedades, la elevada concentración de riqueza, el crecimiento del endeudamiento, el drenaje de riqueza al exterior–, inciden por ejemplo, en un cuestionamiento permanente a la salud pública, así como en el debilitamiento del gasto al sector salud[iii], el que será un arma profundamente mellada con la que los históricamente rezagados sistemas de salud enfrentarán la expansión del virus en la región. 

 

 

Hacia una subversión del patrón de acumulación 

 

Dos elementos llevan a la necesidad estructural de subvertir la lógica de la acumulación del capital que subyace al patrón exportador.

 

El primero versa sobre las tendencias de la crisis de la economía mundial, de la recesión en puerta, del descenso del comercio mundial, etc. Así también, por los impactos que continúan produciéndose en el deterioro de los precios de los commodities. El siguiente gráfico permite representar su violento descenso, más fuerte en todo el mes de marzo, en parte influenciado por la guerra del petróleo ruso-saudí, además de la inestabilidad de la esfera financiera por las ventas masivas de todos los activos propiciadas por los grandes capitales.

 

 

Como hemos señalado, nos condenaron a los commodities, sumergiéndonos y especializándonos en ellos, al tiempo que se nos impidió –incluso con la izquierda– reproducir nuestras sociedades bajo una lógica distinta. Las consecuencias económicas y sociopolíticas del hundimiento de los precios de los productos básicos y del fin del breve periodo de bonanza económica –es importante advertir que ello influyó en el hundimiento de gobiernos “progresistas”, lo cual podría volver a repetirse de no radicalizar el poder popular– saltan a la vista.

 

Vivimos una época que ha tensado al máximo los límites de una modalidad de reproducción del capital que se niega a fenecer, la que ha atrapado a los propios gobiernos progresistas evidenciando con ello sus límites históricos.

 

El segundo elemento trata sobre la nueva jerarquización de la división internacional del trabajo encauzada con la cuarta revolución industrial, la cual es impulsada con la industria 4.0, la inteligencia artificial, robótica, semiconductores, automóviles autónomos, eléctricos, red 5G.

 

En el marco de la especialización regresiva y negativa respecto de la planta industrial de la región latinoamericana, incluso en los países de mayor industrialización, debe de considerarse la debilidad de las capacidades de inversión y desarrollo tecnológico, esto es, el modo en que se está enfrentando a esta nueva etapa de socialización internacional del trabajo.

 

De acuerdo con Cepal (2017), en materia de capacidades tecnológicas, América Latina y el Caribe concentra solo el 2% de las solicitudes mundiales de patentes en 1990. Veinticinco años después, en el año de 2015, su participación es igualmente del 2%.

 

 

En contraste, Estados Unidos pasa del 17 al 20%; China asciende del 1% al 38%; Japón desciende del 37 al 11%; Europa cae del 35 al 12%. En resumen, China, Alemania y Estados Unidos lideran las capacidades tecnológicas en dichas solicitudes.

 

De continuar así la participación tecnológica de la región, sin duda asistiremos a la reproducción de condiciones históricas de dependencia financiera y tecnológica de América Latina. No sobra decir que cuando son monopolizadas por los países centrales las fases y equipos tecnológicos con alta intensidad de conocimiento, son reproducidos mecanismos de intercambio desigual entre las economías (dependientes/centrales), que es lo que ha agudizado los procesos de transferencias de valor y de apropiación de renta con niveles desfavorables para la región, con lo que se reproducen en otra escala nuestros rezagos.

 

Con más de dos décadas de especialización exportadora basada en recursos naturales, América Latina se enfrenta con el enorme desafío de poner en cuestión su lugar subordinado y dependiente en esta nueva etapa de la producción y del intercambio mundial del siglo XXI.

 

Redespliegue imperialista y restauración conservadora

 

La crisis política de los gobiernos progresistas es explicable en función de sus límites históricos tanto con respecto a la fiebre exportadora que consolidaron, así como en relación a las barreras que dejó de cuestionar para superar el subdesarrollo. Al mismo tiempo, se explica también por la ofensiva imperialista y de las oligarquías contra los intereses populares, las cuales lograron imponer un periodo de “contrarrevolución preventiva” o “restauración conservadora” (Honduras, Paraguay, Brasil, Argentina, y recientemente en Bolivia), periodo que atraviesa por un violento “colapso de la democracia”, la cual fue asaltada por la emergencia de golpes de Estado “de nuevo tipo”, la instalación de Estados de excepción, amplios procesos de militarización, lo que de conjunto han llevado a distintos gobiernos de la región a una crisis de gobernabilidad, legitimidad y de representación política.

 

El declive hegemónico del imperialismo le empuja a profundizar un nuevo nivel de agresión sobre los países periféricos y dependientes, la cual es más acentuada en la región, dadas las abundantes reservas naturales, así como las crecientes relaciones de América Latina con la economía de China, Rusia, e Irán, quienes, al representar nuevos polos del poder mundial, desafían la hegemonía estadounidense.

 

Este cuadro permite a su vez explicar la guerra abierta (económica y política) del imperialismo a las economías latinoamericanas, como de años atrás vemos experimentarse en Venezuela, Cuba, Nicaragua, Bolivia.

 

De este modo, América Latina se enfrenta al agravamiento de las tensiones a nivel de las relaciones internacionales de explotación y/o de reproducción de asimetrías entre las economías (dependientes/centrales).

 

La acentuación del huracán internacional en las relaciones comerciales, productivas y financieras, la incesante búsqueda neocolonial e imperialista de materias primas y alimentos en los países de abundante riqueza natural (aquí y ahora es Venezuela el objetivo principal), junto a los intereses de las oligarquías y del imperialismo por reconstituir “mercados laborales” que violentan el valor de la fuerza de trabajo, representan serios retos para los países de América Latina.

 

Crisis, reestructuración neoliberal e insurrección social

 

Tras el periodo de “restauración conservadora” de carácter neoliberal lo que se ha puesto al desnudo es el fracaso histórico de las oligarquías y del imperialismo en el mantenimiento del orden de explotación y dominación. El peso de la crisis ha hecho a estos gobiernos incapaces de establecer una “vía” para salir de la misma.

 

El declive del patrón exportador, esto es, una modalidad de reproducción del capital sustentado en el régimen de superexplotación del trabajo, al mismo tiempo que una redoblada política de des-acumulación y de transferencias de valor al exterior, funciona como factor de inestabilidad y de crisis política. Es esto lo que también se observa cuando vemos que la reproducción del capitalismo latinoamericano intenta derivar hacia una nueva reestructuración neoliberal impulsada por políticas de “ajuste” comprometidas con intereses oligárquicos, la cual exacerba las tensiones sociales con la emergencia de nuevos periodos de insurrección social.

 

Todo ello se ha puesto de manifiesto con los estallidos sociales en las sociedades donde se experimentó la “restauración neoliberal”. Los casos de insubordinación de Argentina y Honduras en diciembre de 2017; de Brasil en aquel mismo año, durante todo 2018 y contra el gobierno Bolsonaro en 2019, donde se protagonizaron manifestaciones sociales contra las reformas neoliberales (laboral, de seguridad social, ajuste, congelamiento del gasto, anti-ambientalistas, etc.). En 2019 Honduras volvió a experimentar en el mes de junio una revuelta social en protesta contra la privatización de la educación y de la salud. Para el segundo semestre del año anterior, Ecuador vivió jornadas de insurrección social en contra de la reestructuración (“paquetazo neoliberal”) que decretó el gobierno de Lenin Moreno.

 

Asimismo, sociedades que han sido mantenidas de modo continuo en el ciclo político neoliberal, protagonizaron en 2019 históricas manifestaciones en Haití (septiembre), Chile (noviembre) y Colombia (noviembre), las que aún persisten en su lucha contra los planes de contra-reforma de estos gobiernos, e incluso, que han logrado cuestionar de fondo las viejas estructuras de acumulación y concentración (Chile).

 

Finalmente, el caso de Argentina con Mauricio Macri, representó el fracaso histórico del neoliberalismo, el cual fue repudiado con la elección presidencial de octubre 2019.

 

Metamorfosis de la estatalidad y Estados de excepción

 

Bajo estallidos sociales que cimbran el orden político, las clases oligárquicas están impedidas de gobernar. Las luchas entre las clases sociales y entre las fuerzas populares contra las fuerzas económicas y políticas predominantes, ha conducido a las oligarquías a optar por establecer, o en su caso, profundizar, la deriva autoritaria.

 

Las clases predominantes y el imperialismo se juegan el aseguramiento del orden político, el impulso de las políticas económicas neoliberales y de realineamiento geopolítico, con el establecimiento del Estado de excepción.

 

América Latina atraviesa el ascenso de las “nuevas dictaduras latinoamericanas” cuyos caracteres más visibles están en una creciente militarización y el recurso a los aparatos judiciales. Ello bajo una gris intermitencia entre el uso de “máscaras democráticas” y el protagonismo de grupos y sectores de carácter neofascista, más visibles en Venezuela, Brasil y Bolivia. En suma, todo un tenso arco de nuevas y viejas formaciones políticas ha entrado en terreno de alteraciones y desplazamientos, cuya mejor expresión reside en los muy recientes cambios de la formación estatal en Bolivia.

 

En resumen, estos redespliegues del imperialismo en América Latina, los procesos de restauración conservadora, de convulsión social y modificaciones de las formas estatales en la región, no hacen sino agudizar las contradicciones aceradas que caracterizan al mundo de los países dependientes, las cuales lo constituyen como “eslabón débil de la cadena imperialista”, poniendo de manifiesto recurrentemente la cuestión de la actualidad de la revolución y su contracara de contrarrevolución.[iv]

 

La crisis se profundiza: escenario 2020 

 

Las primeras estimaciones para el presente año de Cepal (19/3/2020) advierten (moderadamente) de una contracción de -1,8% del PIB en América Latina, lo que podrá llevar a un fuerte aumento en el desempleo (del 10% según Cepal), ello sobre una tasa de desocupación de alrededor del 8% en 2019. Según señaló el organismo, esto conduciría en un incremento en el número de pobres, pasando de 185 millones actualmente a 220 millones de personas, así como al salto de 67.4 millones de personas en pobreza extrema a 90 millones de personas.[v]

 

El banco JP Morgan, estima que en caso de que se presente una recuperación para el segundo semestre, la región podrá contraerse en un 2,2%. Otros organismos y funcionarios estiman que la región podría contraerse un 4% o 5%, y en un escenario más negativo podría caer más allá de estos números.

 

Para el Director Regional de la OIT para América Latina y el Caribe (27/3/2020), si bien antes de la pandemia había advertido de un aumento del desempleo en la región de 8.1% de 2019 al 8.4% en 2020, esto es, en números absolutos, un desempleo que alcanzaría a 27 millones de personas en 2020, con los cierres y medidas de contención actuales, de acuerdo con el organismo, el desempleo se disparará a niveles alarmantes, además de que se presentará una “mayor precariedad, disminución del ingreso y una gran presión sobre los sistemas de protección social”. Para el mundo del trabajo, la dimensión de ello significa que “esta batalla será larga” (OIT).

 

 

Cepal también estimó para 2020 una caída en el valor de las exportaciones de ‑10.7%, lo cual sería derivado de la caída de la actividad productiva y del comercio mundial, con fuertes declives en China, Estados Unidos, principales socios comerciales de la región.    

 

La caída de las exportaciones de los países dependientes se da por partida doble. Con el desplome de los precios de los commodities (agrícolas, energía, metales) el valor exportado verá agravar su caída, mucho más fuerte en los países con mayor dependencia del petróleo, como Venezuela, Ecuador, Colombia, México.

 

La paralización de las actividades de Turismo afectaría con mayor fuerza en los países del Caribe, que puede ver contraerse la actividad entre 8 y 25%.

 

 

De la misma manera, la profunda inestabilidad de la esfera financiera internacional afectará también las vulnerabilidades financieras de la región, lo que ya se aprecia con las fuertes devaluaciones monetarias en México, Brasil, Chile, las caídas de las bolsas de valores en la región, así como la peligrosa inestabilidad que se presenta en el mercado de bonos soberanos y privados, los cuales han vuelto a encender las alarmas en los niveles de riesgo soberano para los países “emergentes” (principalmente Ecuador y Argentina en las últimas semanas), que han sido impactados con el incremento de los rendimientos y costos de financiamiento.

 

A modo de conclusión general

 

Con la debilidad en la modalidad de acumulación del capital y de su modo de integración al sistema capitalista mundial, aunado al cuadro prácticamente recesivo que la región viene arrastrando en los últimos seis años, América Latina profundizará los desequilibrios estructurales con los impactos de la crisis económica mundial, la cual se ha profundizado a partir de la pandemia del Covid-19.    

 

Se advierten tendencias de “reestructuración” que bien pueden conformarse por nuevos paquetes y programas de recortes salariales (por debajo del valor de la fuerza de trabajo), aumento de la jornada laboral, mayor intensificación del trabajo, incremento de la precarización laboral, incremento de pobreza laboral, etc., esto es, un aumento de la tasa de explotación del trabajo, así como de las condiciones de exclusión social. Estas últimas que podrían ser demoledoras de imponerse forzados ajustes al gasto público en aras de que los gobiernos decidan privilegiar los compromisos de deuda.

 

El despliegue prolongado de la crisis mundial del sistema del capital, y estos y otros impactos en las economías dependientes latinoamericanas, exigen adoptar grandes desafíos de corto y de largo plazo.

 

En la reflexión colectiva de las fuerzas sociales alternativas, deberán discutirse nuevos horizontes de emancipación. Los proyectos de cambio deberán rediseñarse y reorganizarse más allá de transformaciones de la faz de los gobiernos y de las formas de régimen político.

 

Ante el inminente estallido de nuevos conflictos y tensiones sociales, se hace necesario diseñar la alternativa sobre la base de mudanzas estructurales en la producción y reproducción social que tengan como prioridad las necesidades colectivas (materiales e inmateriales). Un giro rupturista en las relaciones capitalistas de producción y de distribución social no solo es una posibilidad real, es necesario y urgente.

 

Notas

 

[i] Para Naciones Unidas, en 2019 la economía global registró el crecimiento más bajo de la década, esto es, de 2,3%. AP, 16/01/2020.

[ii] Eric Toussaint, “La pandemia del capitalismo, el coronavirus y la crisis económica”, 20/3/2020. http://www.cadtm.org/La-pandemia-del-capitalismo-el-coronavirus-y-la-crisis-economica

[iii] El promedio del gasto del gobierno central orientado a la salud equivale al 2,4% del PIB. La Agenda

de salud sostenible para las Américas 2018-2030 planteó el objetivo de un gasto público destinado a este sector de “por lo menos” del 6% del PIB, que es lo que se requiere para avanzar hacia la salud universal. Como se ve, las metas propuestas para el año 2030 se ven lejanas.

[iv] De este modo, Jaime Osorio nos señala: “No sólo somos contemporáneos entonces a un periodo en donde ha madurado la actualidad de la revolución, sino que como región nos ubicamos en una franja económico-política-social del sistema en donde dicha actualidad irrumpe y de manera recurrente”. Jaime Osorio, Teoría marxista de la dependencia. UAM-X-Ítaca, 2016. p. 326; “Es la particularidad de la reproducción del capital, que tiene como ejes la explotación redoblada (o superexplotación) y la ruptura del ciclo del capital, los procesos que hacen posible que la revolución se actualice en el capitalismo dependiente latinoamericano”. Op. Cit. p. 331.

[v] A nivel mundial, la OIT (18/3/2020) señala que en este periodo podrá ocurrir un desempleo entre 5 y 24 millones de personas, esto es, sobre la base existente de 188 millones de desempleados en el mundo.

Así también, este organismo alerta de una enorme disminución de los Ingresos Laborales a nivel mundial, en un margen de 860 millones y 3 mil 400 millones de dólares.

https://www.alainet.org/de/node/205633
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