Elecciones parlamentarias en Venezuela: la clave es la participación
- Opinión
Este domingo 6 de diciembre se celebran las elecciones en Venezuela para escoger una nueva Asamblea Nacional, unicameral, y todo indica que ésta será más diversa y con debates más productivos, ya que estará compuesta por diversidad de voces que van desde revolucionarios, oficialistas, socialdemócratas variopintas, proimperialistas, evangélicos militantes, entre otras.
Si bien el país vive una dura crisis social, económica y financiera, la oposición al bolivarianismo se encuentra en su momento más crítico, luego de veinte años de derrotas; dividida, sin liderazgo, sin propuestas y sin estrategia espera el contragolpe del chavismo, que se prepara para retomar la Asamblea Nacional contra una oposición radical que llama a la abstención y al boicot electoral.
El presidente venezolano Nicolás Maduro afirmó que, aunque confía en el triunfo abrumador de los candidatos de la alianza oficialista en los comicios legislativos del domingo, acepta el reto de quienes quieren convertir la elección en un plebiscito y por ello estaría dispuesto a apartarse de la presidencia si contra todo pronóstico sus adversarios salen victoriosos.
En 2015, la oposición al gobierno bolivariano ganó el control de la Asamblea Nacional alcanzando una mayoría que no había logrado durante 16 años de gobiernos socialistas de Hugo Chávez y Maduro. Pero las palabras del presidente, que parecían una bravuconada, tenían le meta de insuflar a todos –bolivarianos y opositores- a ir a votar, porque lo que va a dar significado a estos comicios parlamentarios es, precisamente, la cantidad de participantes.
Uno de los primeros elementos que se debe tener en cuenta para el análisis cuando se difundan los primeros resultados - y casi excluyente- es la participación, que es más importante que el número final de bancas para cada quien. Hay un sector que se suele postular como mayoritario en la oposición que no va a participar y que llama a la abstención, es el sector que tiene a Guaidó y el Departamento de Estado de EEUU como referente, un sector devaluado, pero no por eso menos importante.
La última vez que las venezolanas y los venezolanos fueron convocados a las urnas fue en 2018, en los comicios que le dieron la reelección al presidente Nicolás Maduro. Esa vez quienes ahora no participan también llamaron a la abstención, y la participación se ubicó en el 46 por ciento.
Si la participación este domingo se ubica entre un 45 y un 50 por ciento del total del registro electoral podría considerarse un éxito para el gobierno, que podría alcanzar además una mayoría propia o primera minoría, con la cual el Partido Socialista Unido (PSUV) y sus aliados retomarían el control de la Asamblea Nacional.
¿Cuáles son los parámetros para saber si la participación se anotará como un éxito o como un fracaso para cada sector? En Venezuela el voto es doblemente no obligatorio. Para votar hay que inscribirse en el registro electoral y aún así el voto para los inscriptos es optativo. La participación ha sido masiva en los procesos de elección presidencial, no así en los comicios parlamentarios y municipales.
La masividad está condicionada tanto por el llamado a no votar del guaidosismo y afines; como también por un hartazgo con la política en general de sectores tanto chavistas como de oposición, más ocupados en resolver su supervivencia, el día a día, además del divorcio entre las propuestas de campaña y los temas que realmente preocupan a la gente.
Pero también hubo escisiones dentro del oficialismo, con la Alternativa Popular Revolucionaria (APR) que lleva a las elecciones candidatos fuera de la papeleta del PSUV.
La conforman el Partido Patria para Todos (PPT), Partido Comunista de Venezuela (PCV), Izquierda Unida (IU), Corriente Marxista Lucha de Clases, Partido Revolucionario del Trabajo (PRT), MBR-200, Red Autónoma de Comuneros, Compromiso País (Compa), Somos Lina y los colectivos Movimiento 23 de Octubre, 5 de Marzo, Dirección Táctica Catedral, Tupac Katari, entre otros.
El penúltimo ajuste
Si el objetivo secreto de los halcones de la Administración Trump al aplicar un embargo petrolero a Venezuela fue colocar a un gobierno en Caracas para que aplicara un ajuste tan duro como los del recetario latinoamericano de Milton Friedman, lo han conseguido. Pero no ha hecho falta un cambio de régimen, señala el exministro de Economía Productiva del primer gobierno de Nicolás Maduro, Luis Salas.
Indica Salas que se ha adoptado un ajuste de ortodoxia clásica: una contracción brutal de la masa monetaria venezolana –bolívares en circulación– del 99,9% en los últimos años. El salario mínimo mensual ha caído de 500 a solo dos dólares. La nueva ley antibloqueo dará luz verde a privatizaciones sin control parlamentario ni legitimidad constitucional. Es una auténtica terapia de shock.
"Nadie ha adoptado una ortodoxia tan a rajatabla como Venezuela; no por convicción sino para sobrevivir en un marco de confortación permanente", añade, para preguntar finalmente si tras una pérdida de un 74% del PIB existe un escenario de recuperación.
El gobierno de Maduro ha recibido numerosas denuncias del poder comunal, asediado no solo por terratenientes sino también por algunos gobernadores y altos funcionarios: se contabilizan más de 300 campesinos y comuneros asesinados en lo que va del año
El último bastión de la oposición
La Asamblea Nacional es la última institución nacional en manos de la oposición. Los analistas coinciden en que la oposición, ahora dividida, se encamina a sufrir una aplastante derrota.
Los fracasos políticos permanentes del denominado G4 (integrado por los partidos ultraderechistas Voluntad Popular y Primero Justicia, y los exsocialdemócratas Acción Democrática y Un Nuevo Tiempo), dejó a la intemperie fisuras irreparables en su capacidad de liderazgo y conducción para constituirse en el núcleo central del golpismo, aupado política y financieramente por el gobierno de EEUU, como instrumento para el «cambio de régimen”.
Estos cuatro partidos definieron las estrategias (o cumplieron las trazadas en Washington), tanto a nivel político, insurreccional como institucional, con el apoyo de los medios de comunicación, sus redes de contactos con políticos estadounidenses y europeos de alto perfil y el permanente financiamiento recibido para apuntalar la imagen artificial de una unidad opositora, más parecida a una bolsa de gatos que a una coalición política.
En enero del 2019 los venezolanos asistieron a un surrealista evento en el que una anunciada renovación de la directiva parlamentaria se convirtió en la instalación de un gobierno paralelo, que recibió de inmediato reconocimientos internacionales de parte de Estados Unidos, Europa e incluso de varios países de Latinoamérica, además de la Organización de Estados Americanos (OEA). en una nueva estrategia insurreccional para tomar el poder político.
Si la estrategia era instalar un gobierno paralelo y cercar diplomática y financieramente al país, para que ocurriera una fractura en las Fuerzas Armadas no le funcionó a la oposición ni a Washington con sus bloqueos y sanciones a granel, ya que se mantuvo la cohesión del gobierno, el respaldo de los militares y un margen de apoyo internacional considerable.
Frente a estos fracasos en continuado, la ausencia de nuevas estrategias y liderazgos con credibilidad, las bases sociales de la oposición se cansaron y dispersaron, perdieron capacidad de movilización y de conexión con la gente. Y, ahora, la salida de Donald Trump y su combo retrógrado de la presidencia deja a esta oposición en una situación mucho más comprometida. Ya Europa comenzó a moderar su tono y el contexto latinoamericano es mucho menos hostil hoy que hace un año frente al gobierno de Maduro.
El G-4, que cuenta con la batería del terrorismo comunicacional nacional y foráneo, anunció que planifica para el 12 de diciembre el desarrollo de una consulta a la población, que, planteaba tres cuestiones.
La primera, la salida de Nicolás Maduro y la convocatoria de “elecciones libres”; la segunda, la solicitud a “la comunidad internacional” del desconocimiento de los comicios, y la tercera apoyar las gestiones para activar la injerencia foránea, bajo la excusa de “cooperación, acompañamiento y asistencia que permitan rescatar “nuestra democracia, atender la crisis humanitaria y proteger al pueblo de los crímenes de lesa humanidad”.
Esta iniciativa intentaba movilizar a los venezolanos en el extranjero por la vía digital y convocar a la base opositora dura en el país a la fase presencial, contando con el apoyo de los gobiernos del ajetreado Grupo de Lima, los de la Unión Europea, y por supuesto el patrocinador gobierno estadounidense, en proceso de transición presidencial, así como el siempre dispuesto peón de Washington, Luis Almagro, a la cabeza de la Organización de Estados Americanos.
Lo cierto es que en los últimos años fueron emergiendo nuevos liderazgos opositores, que intentan articularse a través de una estrategia electoral para enfrentarse al chavismo, además de una disposición al diálogo y la negociación y un discurso que incluso deplora el acecho de EEUU y Europa contra el país.
Los resultados de las parlamentarias servirán, obviamente, de termómetro para medir, hasta qué punto esta propuesta viene sentando base en determinados sectores de la sociedad. En esta nueva ola opositora hay viejos partidos con nuevos líderes, nuevas agrupaciones e incluso organizaciones civiles, cuyo discurso se centra en la promoción del diálogo y los acuerdos, y la condena a la injerencia foránea.
Los sondeos de opinión (siempre manipulables) muestran que muchos han dejado de sentirse identificados con el gobierno de Maduro, pero tampoco se sienten opositores, en lo que algunos analistas señalan como un deshielo de los polos políticos que han dominado la escena en los últimos veinte años.
Este domingo se medirán en las parlamentarias y en un año en las elecciones municipales lo que posibilitará saber si es posible la consolidación de una oposición de nuevo cuño en el país. Su reto es construir una narrativa basada en la reconciliación y la inclusión social, así como el reconocimiento y el respeto entre los diferentes en medio de una campaña sistemática de desprestigio generada por sus adversarios, la oposición radical proestadounidense.
El analista Damián Alifa señala que no obstante, tienen una ventana de oportunidad en la despolarización de la sociedad venezolana y el hastío hacia confrontación, que pueden aprovechar para desplazar a la dirigencia radical de la oposición.
El chavismo, en especial el Gran Polo Patriótico, con el Partido Socialista Unido de Venezuela a la cabeza, que cuenta con una organización nacional y con recursos de quienes ocupan responsabilidades estatales, se ve en la obligación no sólo de movilizar a su base dura, sino facilitar el voto de los ciudadanos: el mayor enemigo es la abstención.
Aram Aharonian
Periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
http://estrategia.la/2020/12/04/elecciones-parlamentarias-en-venezuela-la-clave-es-la-participacion/
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