La Lista del Pueblo arriesga convertirse en un barco a la deriva

La Lista del Pueblo se ha conformado ya como un sujeto político colectivo y es de esperar que la actuación de sus dirigentes esté ahora por encima de toda pelea chica, a la altura de las grandes expectativas que ha generado.

16/08/2021
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  • Opinión
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La cúpula directiva de la Lista del Pueblo ha estado dando estos últimos días un espectáculo realmente bochornoso, que choca frontalmente con las grandes esperanzas de democratización de la política y renovación de sus prácticas que la irrupción de esta corriente en la escena política había generado en amplios sectores de nuestro pueblo. Según se ha informado públicamente, algunos de sus más reconocidos dirigentes, actuando con la discrecionalidad propia y característica de un regimiento, acaban de subir y bajar a dedo a sus posibles candidatos a la Presidencia, sin otra consideración que, al parecer, sus eventuales simpatías o antipatías personales.

 

Si bien lamentable, no es del todo sorprendente que algo como esto haya sucedido. En rigor, este es el resultado de una prédica política primitiva, que hasta ahora no se ha mostrado capaz de constituir algo más que una muy elemental expresión del descontento social existente, pero sin lograr plasmarse aún en un proyecto político alternativo, globalmente consistente, al sistema social imperante en el que ese descontento se ha gestado y acumulado hasta estallar. El común denominador de ese descontento ha sido, en sus muy variados aspectos y formas de manifestarse, la aguda desigualdad social en la que se basa y con la que opera el sistema de explotación y depredación capitalista.

 

La mera prédica en contra de la corrupta y cínica partidocracia que ha gobernado el país en estas últimas décadas, como nexo elemental con el descontento social, y la exaltación de la condición de ciudadanos “independientes”, es insuficiente para disimular la ausencia de un proyecto político realmente alternativo, capaz de impugnar y superar las raíces de ese malestar, pudiendo llevar en cambio a los resultados más insospechados e indeseados. No olvidemos que el discurso contra los partidos, como parte de su rechazo al sistema político de democracia formal, es compartido, aunque por distintos motivos, tanto por corrientes de extrema izquierda (como el anarquismo) como de extrema derecha (como el fascismo) y puede abrir también camino a proyectos políticos totalitarios.

 

En rigor, un partido político no tiene por qué ser una cáfila de corruptos ni un aparato que opere con una lógica de cuartel. Por definición no es más que una unión libre y voluntaria de personas en torno a un proyecto político compartido. Y nada impide tampoco que pueda funcionar de manera impecablemente democrática. En consecuencia, abominar de los partidos lleva, en última instancia, a abominar de una política basada en principios y a fomentar en su lugar la presencia de mesiánicos caudillismos. Por otra parte, el descontento social no basta para lograr un cambio social profundo, es decir revolucionario. Para ello se requiere empalmar ese descontento con un proyecto global alternativo de sociedad capaz de orientar y fecundar la lucha popular. Y el insustituible el papel de un programa y un partido revolucionario consiste, justamente, forjar esa voluntad de cambio, proponiendo al pueblo trabajador un programa de transformación social que liquide la explotación y establezca en su lugar una sociedad solidaria.

 

El suponer, en cambio, que el sujeto popular es capaz de conducir por sí solo, de manera espontánea, hacia una sociedad justa, sin desigualdades, explotación, abusos y corrupción, no pasa de ser en política un dulce pero inofensivo sueño. En esa misma línea, más de una vez en el pasado, cuando las fuerzas políticas transformadoras han buscado nominar un candidato para hacer frente a la contienda presidencial, no han faltado las voces que claman ¡que el candidato lo elija el pueblo!, sin atender al hecho de que sin una intensa batalla política, como está llamada a ser la propia campaña electoral, lo más probable es que mayoritariamente el pueblo, como ha sucedido tantas veces en el pasado, no elija a uno cuyo programa sintonice realmente con sus intereses, derechos y aspiraciones.

 

Quiéralo o no, y exhiba o no las formalidades del caso, por su intervención en la escena política la Lista del Pueblo se ha conformado ya como un sujeto político colectivo, es decir como un partido político, y es de esperar que la actuación de sus dirigentes esté ahora, por encima de toda pelea chica, a la altura de las grandes expectativas que ha logrado generar en un amplio sector del pueblo trabajador chileno. Sobre todo en un momento en que la ausencia de un proyecto de transformación realmente profunda de la sociedad chilena, que se proponga atacar las raíces mismas de la desigualdad social y se proponga recuperar para el pueblo las riquezas del país, se hace notar con bastante fuerza.

 

https://www.alainet.org/de/node/213454?language=es
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