La coordenada rusa y el tablero geopolítico global: la real(geo)politik
Las consecuencias de esta guerra económica serán múltiples: si con la pandemia se aceleraron los riesgos de hambrunas, estos pueden aumentar con el conflicto geopolítico que tiene como epicentro a Ucrania.
- Opinión
Reiteramos una vez más (https://bit.ly/3tAHZNP): toda invasión y toda ruptura del derecho internacional, sean emprendidas por el imperialismo europeo, estadounidense, ruso, chino, o cualquiera otro, es condenable por su carácter atroz y por ser un crimen de lesa humanidad. Una invasión militar –justificada o no– es un atentado contra la vida humana capaz de segregar víctimas no pocas veces inocentes que, particularmente, son pobres y excluidos en sus sociedades nacionales. Nuestra solidaridad absoluta con ellos. Aunque también es de resaltar que la misma rusofobia mostrada por amplios sectores del poder es una actitud condenable por cuanto se daña al pueblo ruso, que no a las élites oligárquicas beneficiarias de la invasión a Ucrania.
La conflictividad es una constante en las relaciones económicas y políticas internacionales, pero se exacerba conforme las élites de los Estados que se pretenden hegemónicos en el sistema mundial la usan para afianzar su vocación expansionista. La tensión conflictos violentos/reconfiguración del tablero geopolítico global/procuración de la paz es también una constante en las relaciones internacionales. Y comprenderlo y explicarlo –que no es o miso que justificarlo– es algo que precisa del pensamiento complejo y no del fútil relato maniqueista y reduccionista que solo apunta a la coyuntura y a lo efímero. El desafío es encuadrar los hechos y momentos que ocurren a diario (declaraciones, posturas y negociaciones diplomáticas, movimientos de las élites, alianzas, sanciones, etc.) en procesos históricos de larga gestación y duración que moldean estructuras y dinámicas sistémicas en ese tablero geopolítico global. El déficit de información y conocimiento es latente para quienes desde afuera de esas élites políticas, militares y empresariales observamos esa realidad. De allí la importancia de la modestia en todo análisis. Lo que sí podemos es interpretar la racionalidad de los actores relevantes en estos procesos.
En la geopolítica no todo responde a planes fraguados y orquestados desde las élites, sino que también existen relaciones sociales más inmediatas e imprevistas que le dan forma a las decisiones. Los acontecimientos se desenvuelven en múltiples direcciones y no asumen una lógica lineal. Más todavía: las relaciones internacionales son, en esencia, inestables o preñadas de equilibrios frágiles. En esa lógica, el control del territorio es una consigna de los Estados, y por ello apuestan al recurso militar cuando pretenden expandirse o defenderlo. La incertidumbre se adueña de los comportamientos en esa escala internacional y la propensión al caos y a los reacomodos geopolíticos es una marcada tendencia.
El análisis histórico es relevante al brindarnos luz en túneles signados por la oscuridad. El desmembramiento de la Universidad de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) significó no solo el fin de la llamada Guerra Fría, sino el relegamiento de Rusia en las relaciones internacionales y la avanzada de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) sobre los territorios aledaños al país euroasiático.
Varios acontecimientos marcaron ese declive y arrinconamiento de Rusia a lo largo de los años noventa:
a) La balcanización de la antigua Yugoslavia y la subsiguiente independencia de varias de sus regiones (Serbia, Bosnia, Croacia, Kosovo, entre otras). Fue el primer acercamiento territorial frontal de la OTAN a la antigua área de influencia soviética. El segundo se gestó con la adhesión de antiguos miembros del Pacto de Varsovia (República Democrática Alemana, tras la unificación en 1990; Hungría, Polonia y República Checa, en 1999; Rumanía, Bulgaria y Eslovaquia, en 2004); de naciones desprendidas de la misma ex Yugoslavia (Eslovenia, en 2004; Albania y Croacia, en 2009; Montenegro, en 2017; y Macedonia del Norte, en 2020) y de varias repúblicas ex-soviéticas (Lituania, Estonia y Letonia, en 2004) a la órbita de la OTAN, con lo que este organismo militar intergubernamental extendía sus influencias, misiles y cercos hasta los confines rusos y sus antiguas áreas de influencia.
Todo ello rompió paulatinamente y sin tiento los acuerdos entre Ronald Reagan y Mijail Gorbachov, suscritos a partir de 1987 (por ejemplo, el Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio; https://bit.ly/3wvV0Kv), y que suponían un pacto de no agresión entre ambos países, teniendo a Europa en una plano neutral y como puente entre ambas potencias (la llamada “casa común europea” esgrimida en 1985 por el Presidente soviético) con el ánimo de evitar una guerra nuclear y basada en armas de destrucción masiva. La antigua URSS apostaba al desarme y al fin de la carrera armamentista como único mecanismo para salvar su proyecto encaminado a la ruina, pero en condiciones de seguridad internacional y sin el asedio militar de los Estados Unidos que tenía a Europa como escenario de sus misiles de mediano y largo alcance apuntando a Eurasia.
b) El arrinconamiento ruso alcanzó una de sus expresiones con la entronización de la falsa ideología de El fin de la historia vociferada por Francis Fukuyama como pluma a sueldo del Departamento de Estado en la Unión Americana. El argumento fue sencillo: derribado el Muro del Berlín y desmembrada la Unión Soviética, la lucha ideológica llegó a su fin y entonces el capitalismo y la democracia liberal se erigían como sistemas incontestables y dominantes; como la cúspide de un proceso civilizatorio irreversible y que tomaba el sendero de la eternidad inmutable e incuestionable. La argucia de este dogmatismo caló hondo no en el pensamiento hegemónico, y sí en el pensamiento crítico y en las ideologías alternativas que comenzaron a replegarse y a mostrar una falta de creatividad e inventiva en sus ideas tras vaciarse y postrarse el pensamiento utópico.
c) No bastando con ello, la estocada de Occidente sobre la antigua URSS y la naciente Federación Rusa se dio cuando el ex Presidente Mijaíl Gorbachov fue contratado por Pizza Hut, en tanto uno de los íconos de la empresa capitalista, para ofrecer al mundo rebanadas de ese producto (https://bit.ly/3JqwBtx).
d) El otro golpe provino de dentro de la misma Rusia a través del gobierno de Borís Yeltsin y su pasión por el fundamentalismo de mercado, la privatización y apertura irrestricta de la economía rusa y la consiguiente expansión de la pauperización social. A la crisis del Rublo en 1998 se respondió con “terapias de choque” prescritas por el Fondo Monetario Internacional, hasta colocar al país al borde de la inanición económico/financiera.
Así fue como se concibió a una Rusia decadente y maniatada tras la caída del Muro de Berlín el 3 de noviembre de 1989. Pero en esos movimientos telúricos se perdió de vista el carácter estratégico de Ucrania como país neutral y estratégico para Rusia. Henry Kissinger –el ex Consejero de Seguridad Nacional en el gobierno de los Estados Unidos y experto en temas geoestratégicos–, en el 2014 alertó sobre ese carácter central de Ucrania en la historia, la lengua, la religión y la liberación de Rusia a través de los siglos (https://wapo.st/3IqiTVZ). Se desdeñó esa advertencia y se decidió atizar el fuego en esa última frontera rusa.
Sin embargo, el triunfo absoluto del mundo unipolar no fue tal, sino que con el cambio de siglo se evidenció la decadencia hegemónica de los Estados Unidos y el papel testimonial y de comparsa subordinado de la Unión Europea en las relaciones internacionales contemporáneas. Los problemas internos y la guerra civil que se viven en los Estados Unidos (https://bit.ly/3qvQVlK) juegan también en esta nueva encrucijada geopolítica; más cuando Joe Biden carece de legitimidad tras llegar al poder con la sospecha de fraude electoral y en las encuestas y los sondeos de opinión registra bajas aprobaciones. De ahí que en Ucrania la élite ultra-liberal/financiero/belicista/globalista (https://bit.ly/3bGyfJ9) emprende su guerra contra China. A Biden no le importa el cese al fuego –los lobbies armamentistas que presionan en el Senado se lo recuerdan– y sí el despliegue de la rusofobia como arma discursiva que divide al mundo.
Nuevos retadores hegemónicos se perfilaron desde la primera década del siglo XXI. El ascenso de China como potencia geoeconómica y la reaparición de Rusia como potencia militar y nuclear, desafiaron ese tablero geopolítico que emergió con la caída del Muro de Berlín. Si Rusia reapareció en el escenario internacional, en buena medida, fue por las alianzas estratégicas con China y por la dependencia de la Unión Europea respecto a las materias primas y a los energéticos de procedencia báltica.
La guerra civil actual entre Rusia y Ucrania –se trata de un conflicto entre naciones hermanas con la misma matriz lingüística y religiosa– es la expresión de esa decadencia unipolar que sitúa a China como el principal objetivo a cercar geoestratégicamente. El problema de una potencia languideciendo es lo peligrosa que se torna en sus aspiraciones por el control territorial y geopolítico. Sea en la ex Yugoslavia, Afganistán, Irak, Libia, Siria o Yemen, los Estados Unidos dejaron cabos sueltos y resquicios que evidencian esa decadencia hegemónica y su capacidad articuladora en el sistema mundial.
Limitar el problema geopolítico al conflicto bélico entre Rusia y Ucrania es hacerle el juego a las élites político/militares enquistadas en la OTAN y a las mafias y oligarquías rusas que precisan del andar de la maquinaria de guerra para posicionar sus intereses de grupo y de clase social beneficiaria. Es necesario ir más allá, pues no se trata de obviar los intereses de las redes empresariales globales que son parte del complejo militar/industrial/digital/comunicacional norteamericano, ni de mostrarse ciegos ante las mafias y oligarcas megamillonarios que sostienen al nacionalista conservador de Vladimir Putin, y que también son favorecidos con contratos militares al invadirse a Ucrania. A la par de todo conflicto bélico emergen grandes negocios y transferencias de riqueza pública a manos privadas.
Los datos son lapidarios en el primer caso: entre el 24 de febrero (fecha del inicio de la invasión a Ucrania) a los primeros dos días de marzo, el complejo militar/industrial euro/estadounidense incrementó su valor en alrededor de 81 mil 500 millones de dólares al transitar de los 804 mil millones de dólares a los 885 mil 881 millones de dólares (https://bit.ly/3ue5zz6). Quince megaempresas, de las cuales 9 son norteamericanas (Lock-heed Martin Corp, Raytheon Technologies, Boeing, Northrop Grumman, General Dynamics, L3Harris Technologies, Huntington Ingalls Industries, Leidos Holdings y Honeywell International); 4 europeas (BAE Systems del Reino Unido, Airbus de los Países Bajos, Leonardo de Italia, y Thales de Francia ), y dos Chinas (Norinco y AVIC), son las protagonistas de esta expansión financiera (https://bit.ly/3wrOrZv). La demanda de este armamento durante las últimas tres semanas se dio también por el cambio de postura del gobierno alemán respecto a la exportación de armamento y apoyo a Ucrania; en tanto que la Unión Europea también decidió entregar en conjunto material bélico a las milicias ucranianas que son usadas como carne de cañón por la misma OTAN.
Los objetivos geoestratégicos del gobierno ruso también son claros desde el 2014 con la anexión de Crimea y el actual reconocimiento de la independencia de las regiones ucranianas separatistas de Donetsk y Lugansk: reconfigurar la geopolítica de la era post-soviética reivindicando una “grandeza” como civilización eslava; limitar la expansión de la OTAN (entiéndase los Estados Unidos) y ampliar para Rusia los territorios de influencia en aras de sostener su poder militar/nuclear y garantizar un escudo protector para China.
Estigmatizar a Vladimir Putin como un nuevo Adolf Hitler y atizar el conflicto desde quienes argumentan que es necesario enviar armas para que sean empuñadas por el pueblo ucraniano es tan falaz que conduce a perder de vista las dimensiones económicas y geoestratégicas de esta tensión bélico/mediática.
El conflicto bélico se cernía sobre la región del Donbás desde los años 2013 y 2014 y parece ser que todos los actores estratégicos guardaron silencio al respecto. ¿A quiénes convenía que Rusia arrasara con Chechenia, o que el gobierno de Putin encarcelase a disidentes, o que sus oligarcas se extiendan a través de sus yates y en medio del lujo por las grandes ciudades del capitalismo occidental? ¿Quién cuestionó e intentó detener a la OTAN y a la Unión Europea en el apoyo que brindaron al golpe de Estado del Maidán –o Euromaidán– para derrocar al Presidente ucraniano Viktor Yanukovych, proclive al Kremlin y ansioso de corruptelas?
En sus afanes de adherirse a la postura y maniobras geopolíticas de los Estados Unidos, la Unión Europea pierde de vista que el expediente de Ucrania es también una maniobra para distanciar a Europa de Rusia –y, por tanto, de China– y para poner de rodillas a Alemania tras torpedearle en sus intentos de alianza con los rusos para el suministro de energéticos. De ahí la importancia de detener la edificación del oleoducto Nord Stream 2 y de intentar controlar desde los Estados Unidos el mercado de energéticos en la eurozona tras el distanciamiento de ésta respecto al gas y el petróleo rusos. Entonces se dinamitó la integración económica de facto entre la Unión Europea y Rusia. De tal manera que la integración energética ruso/alemana a través de los dos oleoductos es uno de los trasfondos del zarpazo estadounidense no solo contra Rusia, sino contra la misma Unión Europea.
Lo lamentable de la Unión Europea es que no cuenta con política exterior propia ni con política de defensa ni con autonomía para pensar en torno a estos desafíos que le impone la decadencia hegemónica de los Estados Unidos. Su desunión y sumisión a los designios geopolíticos estadounidenses son tales que el mismo gobierno alemán decidió canalizar 100 mil millones de dólares al gasto militar (https://bit.ly/3CXA7cr; https://bit.ly/3ucrZ3B) en el contexto del envío de armamento a territorio ucraniano. Se sospecha que el mismo gobierno español envío armamento bélico a milicias ucranianas que se reivindican como neonazis. Peor aún: el nuevo conflicto bélico se despliega en territorio europeo y con recursos públicos también europeos, y la Unión Europea tiene como aliado la voracidad del complejo militar/industrial que impone a sangre y fuego la ideología de la democracia y la defensa de los derechos humanos. Es la decadencia civilizatoria de Europa y su extravío en los turbulentos mares de la geopolítica. De entrada, la escalada de precios en los energéticos ya juega en contra de los pueblos europeos. El problema de fondo es la dependencia energética europea y ésta no se resolverá a largo plazo con sus desplantes preñados de rusofobia.
A las tres semanas de iniciado el conflicto bélico en Ucrania, los 13 mil muertos y más de dos millones y medio de personas que experimentan el desplazamiento forzado, son la principal carnada de la narrativa homogénea de los mass medía. Pero se pierde de vista que las sanciones contra Rusia –congelamiento de las reservas internacionales, relegamiento del sistema bancario/financiero, suspensión de la construcción del oleoducto Nord Stream 2, restricciones a los oligarcas rusos en el exterior, retiro de empresas e inversiones extranjeras, el cerco mediático/digital que pesa sobre la narrativa rusa– tienen efectos en los pueblos no solo de esa nación o de Ucrania, sino de Europa y del resto del mundo y en el conjunto de la economía global. Las tensiones bélicas se suscitan en momentos en que las espirales inflacionarias acumuladas con la gran reclusión relacionada con la pandemia del Covid-19 apenas comienzan a desplegar sus efectos.
El objetivo de esas sanciones consiste en incentivar las movilizaciones y la presión social en Rusia para precipitar la salida del gobierno de Putin. Pero uno de los efectos podría ser que Rusia se repliegue con China y extienda sus alianzas con la India para ampliar los mercados de sus energéticos y materias primas.
A la guerra cognitiva (https://bit.ly/3tAHZNP) se suma una guerra económico/financiera en distintos frentes. Se pierde de vista que Rusia y Ucrania son los graneros mundiales de cereales y vastos proveedores de materias primas. Ambos países mueven casi el 30 % del comercio mundial de trigo. Rusia concentra el 11% de la producción de ese cereal; el 12 % de la producción petrolera; el 16 % del gas natural; el 43 % de la producción de paladio; el 6 % de aluminio y níquel; y el 4,3% de cobre. De ahí que también en este conflicto se trasluzca una lucha por el control de los recursos naturales y la conducción de las hambrunas en los siguientes años.
Las consecuencias de esta guerra económica serán múltiples: si con la pandemia del Covid-19 se aceleraron los riesgos de hambrunas, estos pueden aumentar con el conflicto geopolítico que tiene como epicentro a Ucrania. Tanto Ucrania como Rusia son cruciales para el sistema alimentario mundial, y una crisis en éste ampliaría los riesgos de ingobernabilidad y la emergencia de nuevas conflictividades. La escalada en los precios de los granos básicos se une a las espirales inflacionarias acumuladas a lo largo de 2021; y a ello también contribuye el aumento de los precios del petróleo (15 % desde el 24 de febrero y 40 % durante los primeros dos meses de 2022), situaciones todas estas que ya perfilan una profunda reconfiguración de los mercados petroleros.
De esta forma, es posible acercarnos a otras aristas de la coordinada rusa y la reconfiguración del tablero geopolítico global. La real(geo)politik dista mucho de la guerra cognitiva atizada desde los mass media a partir de mentiras y montajes. Comprenderlas ambas solo es posible recuperando la perspectiva del análisis histórico y del pensamiento complejo con miras a alejar el encubrimiento, invisibilización y silenciamiento de las causas estructurales propias de las problemáticas que campean en las relaciones económicas y políticas internacionales.
*Académico en la Universidad Nacional Autónoma de México.
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