Con frecuencia hablamos del “pueblo”, “las mayorías”, los “ciudadanos comunes”, etc.; pero muy pocas veces precisamos su identidad. Damos por supuesto no solo que ya sabemos quiénes son, sino lo que piensan, necesitan y desean. Son habituales las frases dichas con gran contundencia sobre lo que se supone desea la voluntad popular. Por ejemplo, son reiterativas expresiones como “el pueblo quiere el cambio”, “el pueblo es el soberano”, “hay que gobernar para las mayorías”, “atendamos el clamor popular”, entre otras. Por lo general, estos enunciados son vacíos, porque adolecen del conocimiento y contacto directo con lo que abstractamente se denomina mayorías populares. Pero ¿quiénes son verdaderamente esas mayorías? Hagamos un ejercicio de aproximación desde cuatro perspectivas que nos ayudan a entrar en contacto con la realidad de las mayorías concretas de ayer y de hoy. Son perspectivas cuyo interés por esas mayorías tiene en la base el amor y la indignación, es decir, un sentir común: el dolor por los otros. Veámoslo.
La primera visión la tomamos de la tradición cristiana. Es conmovedor el siguiente relato: “Jesús, viendo a la multitud, tuvo compasión por ellos, porque estaban maltratados y abatidos, como ovejas sin pastor” (Mt 9, 36). Según algunos comentaristas, Jesús parece estar recordando las palabras pronunciadas por el profeta Ezequiel seis siglos antes: en el pueblo hay ovejas que viven sin pastor: ovejas débiles a las que nadie conforta; ovejas enfermas a las que nadie cura; ovejas heridas a las que nadie venda, ovejas descarriadas a las que nadie se acerca y ovejas perdidas a las que nadie busca. Estas ovejas son grupos sociales muy específicos. Según el teólogo Aloysius Pieris, cuando en los Evangelios se habla de mayorías pobres, hay una clara referencia a los excluidos socialmente (leprosos y deficientes mentales); los marginados religiosamente (prostitutas y publicanos); los oprimidos culturalmente (mujeres y niños); los dependientes socialmente (viudas y huérfanos); las personas con discapacidad física (sordos, mudos, lisiados y ciegos); los atormentados psicológicamente (posesos y epilépticos); y los humildes espiritualmente (gente sencilla temerosa de Dios, pecadores arrepentidos).
Descuido, indiferencia y abandono son los rasgos que tipifican la realidad de estas multitudes. Y los principales responsables de esa situación parecen ser los dirigentes y autoridades, que lo único que hicieron fue apacentarse a sí mismos, abandonando al pueblo. Por el contrario, en ese contexto y animado por un sentimiento compasivo, Jesús proclama: “Vengan a mí todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo los aliviaré”. Es decir, no oprime, sino ayuda a vivir de manera más digna y humana.
La segunda perspectiva es de Ignacio Ellacuría. Desde una intensa actividad académica universitaria de inspiración cristiana, propuso que el lugar teórico adecuado para enfocar los grandes problemas de un país, en orden a su interpretación correcta y su solución práctica, es, en general, el de las mayorías oprimidas. Para él, la existencia misma de esas personas constituye un desafío inaplazable, tanto en lo teórico como en lo ético, a la institución universitaria. Y de inmediato enfatiza que para entender ese desafío basta con poner ante los ojos lo que son esas mayorías. Las describe en tres rasgos fundamentales. Primero, son auténticas mayorías en el conjunto de la humanidad y viven en unos niveles en los que apenas pueden satisfacer sus necesidades básicas; segundo, están marginadas frente a unas minorías que usan en su provecho los recursos disponibles; y tercero, están desposeídas no por leyes naturales o por desidia personal o colectiva, sino por ordenamientos sociales históricos que las han oprimido y empobrecido.
Para Ellacuría, la superación de este hecho masivo, injusto e irracional pasa, al menos, por dos momentos. Uno, el estudio permanente de la situación social de esas mayorías, desde lo que injustamente padecen (lo que implica la denuncia) y de lo que justamente aspiran (lo que exige la creación de propuestas). Y dos, contribuir al proceso liberador para erradicar la injusticia y cimentar una sociedad incluyente, sin perder de vista que esas mayorías deben ser el verdadero interlocutor, interpelador y principal protagonista de dicho esfuerzo.
La tercera comprensión de las mayorías pone énfasis en otra dimensión que no suele ser abordada con suficiencia o, peor aún, que tiende a ser invisible. Nos referimos a los valores que se encuentran en el mundo de las mayorías empobrecidas. El teólogo Jon Sobrino destaca, entre otros puntos, que estas personas son conscientemente pobres, es decir, han llevado a cabo una toma de conciencia individual y colectiva sobre el hecho mismo de la pobreza material y sus causas (han despertado del sueño dogmático de entender su pobreza como algo natural e inevitable); son liberadoramente pobres, esto es, convierten esa toma de conciencia en organización popular y en praxis de liberación solidaria; son espiritualmente pobres, entendiendo por espiritualidad una vida animada por la gratuidad, la misericordia y la esperanza.
A juicio de Sobrino, esos valores son los que humanizan y ofrecen salvación, los que pueden inspirar y animar a configurar una civilización de la solidaridad, no del egoísmo. Sin idealizar a esas mayorías pobres, reconoce que no todos son así, que en ese mundo también coexisten con frecuencia bondad y maldad. Sin embargo, eso no mina la riqueza espiritual y humana que caracteriza a una buena parte de hombres y mujeres que sí llevan una vida de terca resistencia, sencillez y gozo en lo primordial de la vida.
Finalmente, el documento de la Quinta Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe (Aparecida), al hablar de las mayorías, va más allá de un concepto puramente estadístico y demográfico, y centra la mirada en los rostros de quienes sufren. Entre ellos, las comunidades indígenas y afroamericanas, que, en muchas ocasiones, no son tratadas con dignidad e igualdad de condiciones; muchas mujeres, que son excluidas en razón de su sexo, raza o situación socioeconómica; jóvenes, que reciben una educación de baja calidad y no tienen oportunidades de progresar en sus estudios ni de entrar al mercado laboral; muchos pobres, desempleados, migrantes, desplazados, campesinos sin tierra, que buscan sobrevivir en la economía informal; niños y niñas sometidos a la prostitución infantil; millones de personas y familias que viven en la miseria y pasan hambre.
Y a esas mayorías, el documento agrega lo que podríamos llamar las “minorías vulnerables”. Es decir, las personas con discapacidad, los drogodependientes, los portadores y víctimas de enfermedades graves como la malaria y el VIH-sida, que sufren en la soledad y están excluidos de la convivencia familiar y social. Según Aparecida, tanto las mayorías empobrecidas como las minorías vulnerables son víctimas de una globalización sin solidaridad, que produce no solo “explotados”, sino “sobrantes” y “desechables”.
¿Qué actitudes debemos tener frente a esas mayorías que sufren la exclusión social? Ellacuría, desde su talante y experiencia, desde su ser humano y cristiano, decía que se requiere una gran capacidad intelectual colectiva (para ser ciencia de los que no tienen voz), un indeclinable fervor por la justicia social, coraje para enfrentar el rechazo y la persecución, pero, sobre todo, un gran amor por esas mayorías.
Carlos Ayala Ramírez, director de Radio YSUCA (El Salvador)