Antropólogo estadounidense, David Stoll, niega genocidio en Guatemala

09/12/2013
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Introducción
 
1. La guerra según Stoll
 
2. La actuación del ejército según Stoll
 
3. Stoll niega genocidio en Guatemala: sus argumentos
 
a. La construcción del “dato objetivo”
b. Niega la línea de mando
c. El juicio por genocidio según Stoll
 
Consideraciones en torno a Guatemala: ¿Hubo genocidio? de David Stoll
 
Recientemente el antropólogo David Stoll publicó un artículo donde se preguntaba ¿hubo genocidio en Guatemala? En ciudad de Guatemala comenzó a circular desde la revista “Contrapoder”, en versión traducida por la periodista Claudia Méndez Arriaza. En el blog de Stoll se podía descargar la versión en inglés con fecha del 31 de octubre y otra del 21 de noviembre 2013. En dicho artículo el antropólogo estadounidense cotejaba su experiencia en Nebaj durante 1982 y 1983 con una breve serie de entrevistas que realizó en julio 2013. Le interesaba conocer las distintas opiniones de los nebajenses sobre el polémico juicio por genocidio contra el general Efraín Ríos Montt. Para esto Stoll realizaría un análisis histórico de la violencia contrainsurgente en el área ixil con el fin de, posteriormente, cotejarla con los testimonios durante el juicio.
 
Los años 2012 y 2013 han sido un parteaguas en la historia de Guatemala. Por un lado el 4 de octubre 2012 el ejército disparó contra manfiestantes k’iche’s de Totonicapán, matando a 6 personas e hiriendo al doble. Por otro, el 10 de mayo 2013 se condenaba por genocidio al general Efraín Ríos Montt. Esto en el marco de un creciente conflicto social entre comunidades y el proyecto estatal-capitalista de imposición de hidroeléctricas, minería y agroproducción. El artículo escrito por David Stoll se enmarca dentro de esta lucha por la interpretación de la historia particular de Guatemala. El presente en lucha disputado demanda una explicación a la guerra del pasado, sea en la demanda del olvido (CACIF[1] y Pérez Molina) o en su estudio, por el que muchos abogamos.
 
Las siguientes consideraciones quieren plantear puntos respecto la interpretación social e histórica de David Stoll. No es la primera vez que, personalmente, abordo una crítica a los argumentos del autor. En 2010 y 2011 leí varios libros relacionados con la guerra en Guatemala, enfocándome en los escritos por Yvon Le Bot y David Stoll. De este segundo publiqué dos artículos, los cuales se citan al final de este escrito. Este tercer escrito no tenía contemplado realizarlo. Fue a raíz de la publicación de su Guatemala ¿hubo genocidio? (noviembre 2013) que decidí elaborarlo. Me interesa recordar cuál ha sido su interpretación particular de la historia de la guerra, cotejándola con las continuidades que muestra en su reciente escrito. Así también, entender cómo Stoll utiliza ahora los testimonios ixiles del juicio por genocidio en lo que, considero, es la continuidad de su argumento original de 1993: una guerra entre dos ejércitos y una población en medio. Finalmente, veremos cómo la interpretación de Stoll entra en consonancia con los intereses de militares implicados en masacres, así como de la elite capitalista-finquera que se benefició de la barbárica campaña contrainsurgente de 1981 a 1983.
 
1. La guerra según Stoll
 
No importaban las casas quemadas que punteaban el campo, ni las horribles historias que se oían, o el evidente sentimiento de privación con el que los nebajeños recibían a los gringos en safari, o su deseo de ir a trabajar a los Estados Unidos para ganar dólares. Esto era lo más cerca que yo podía estar de Shangri-La.
 
David Stoll (1993: 8), sobre sus impresiones al llegar a Nebaj en 1982
 
Para entender por qué razón Stoll es parte de la tendencia social que niega el genocidio, es necesario: a) estudiar su interpretación histórica de la guerra y b) analizar cómo coteja el concepto de genocidio con su interpretación histórica. Corresponde ahora lo primero. Con el mencionado fin este escrito reconstruirá su interpretación de la guerra, tanto desde su principal libro Entre dos ejércitos en los pueblos ixiles de Guatemala (1993) como en su reciente artículo en cuestión (2013). A ambos los separa un periodo de 20 años, los cuales comprenden la firma de la paz (1996) y la llegada a la presidencia del general Pérez Molina (2012). Sólo a partir de allí podremos volver a la discusión sobre la campaña de contrainsurgencia de 1981-1983 y la cuestión del genocidio.
 
En su libro Stoll construye la idea de tres polos de conflicto: el ejército, la población ixil, la guerrilla. Para este antropólogo la guerra en el área ixil se inicia con la llegada del Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP). Define a los guerrilleros como «foráneos»[2] que llevan la idea de la revolución (Stoll, 1993: 312). Considera que la violencia llega con el EGP (Ibíd. 64) y que los indígenas no tomaban partido en posturas que él define como de izquierda (Ibíd. 89), estableciéndose más bien como poblaciones neutrales (Ibíd. 132). Es aquí donde retoma la idea, ya planteada por Le Bot (1993: 216), de sectores «entre dos fuegos».
 
Los ixiles son, primordialmente, definidos étnicamente. Sus reivindicaciones no rebasan lo local (Ibíd. 89) y, más bien, es por causa de los guerrilleros que el ejército acrecienta un ciclo de violencia implantado externamente. Para Stoll los nebajenses o ixiles – como los llama indistintamente en su libro – se encontraron durante la guerra en una situación intermedia entre dos fuerzas externas. Esto lo llamó en inglés la «in-between position» (Ibíd. 139). Siendo la guerrilla y el ejército fuerzas externas a las comunidades étnicas (Ibíd. 279), ambos polos se entienden como estructuras que colisionan sobre poblaciones que intentan sobrevivir. De nuevo se repite la idea de Le Bot sobre una «guerra en tierras mayas» la cual, si nos detenemos un momento, impregna el espíritu del tiempo en la interpretación antropológica de la guerra previo al armisticio de 1996[3].
 
La violencia y la guerra son conflictos externos a las comunidades, idea que aún mantiene la perspectiva idealista del antropólogo sobre las comunidades en tanto externas a las relaciones estatales y capitalistas[4]. El ejército en Stoll se entiende como la violencia que reimpone el orden del Estado y, por lo tanto, necesita controlar constantemente a la población, sea masacrándola cuando es considerada base de apoyo de la guerrilla como, posteriormente, reduciéndola a aldeas modelo. Es una constante en Stoll plantear y analizar la violencia del ejército, no callándola sino incluso ordenando cronológicamente su actuación. Eso se repite también en su artículo sobre genocidio de 2013. En este sentido Stoll no calla lo hecho por el ejército, no obstante lo interpreta como parte de una violencia homogénea que se dio contra las comunidades. Ejército y guerrilla son lo mismo, sin matices, lo cual le quita fuerza a su argumento. De manera tal que si la violencia y la actividad viene de ambas estructuras, la población ixil ocupa una posición pasiva y como víctimas de una violencia dual   (Ibíd. 95, 302).
 
La visión en conjunto del conflicto «entre dos fuegos» se mantiene en Stoll para el 2013, argumento que se ha repetido, durante los meses del juicio, en periodistas de las redes de la Universidad Francisco Marroquín y del CACIF, es decir, del poder capitalista en Guatemala. Cuando la guerra se piensa como un antes idílico y un después violento, luego se pierde la perspectiva histórica de la conflictividad entre comunidades indígenas y Estado guatemalteco. Leamos cómo recuerda Stoll su llegada a Nebaj en su artículo (2013) y el inicio de la guerra:
 
«Hago investigaciones antropológicas en el pueblo ixil maya de Nebaj. Treinta años atrás, Nebaj y los otros dos pueblos ixiles, Chajul y Cotzal, eran poblaciones pintorescas, golpeadas por la pobreza. La mayoría de ixiles vivía en casas de adobe sin chimenea, cultivaban maíz para sobrevivir y trabajaban en fincas de la costa a cambio de míseros salarios. Cuando un grupo que se hacía llamar Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP) asesinó a líderes locales, no causó mayor sorpresa. De todos los centroamericanos que se unieron a las insurgencias marxistas de aquellos años, los Ixiles parecían candidatos de primera para sumarse a la lucha revolucionaria, y el EGP afirmaba representarlos. Muy pronto las represalias de los militares convirtieron a la región Ixil en una zona de guerra donde la mayor parte de víctimas fueron campesinos indígenas.» (Stoll, 2013: 13; cursiva propia)
 
La estructura del libro de 1993 se repite en 2013: un pueblo pintoresco pero pobre, la llegada de foráneos guerrilleros al área ixil, el inicio de la guerra por el EGP y la violencia del ejército para contener la lucha. Hace veinte años Stoll describía Nebaj con un pueblo idílico, como un «Shangri-la» (1993: 8)[5], como ahora lo llama un «pueblo pintoresco». Llama la atención cómo Stoll reconoce que «no importaban las casas quemadas que punteaban el campo, ni las horribles historias que se oían», para él Nebaj era lo más parecido al paraíso terrenal, al Shangri-la mitológico. Con esta clase de pronunciamientos Stoll regresa a Guatemala para dar su dictamen antropológico sobre si hubo o no genocidio.
 
2. La actuación del ejército según Stoll
 
Ya desde su libro de 1993, Stoll aseguraba que con el Golpe de Estado del 23 de marzo 1982 la situación había cambiado en Nebaj. Para esto refería dos ejemplos de contraste: a) los discursos de Benedicto Lucas en diciembre 1981 (Stoll, 1993: 98);  b) la llegada del mayor Tito Arias – Otto Pérez Molina – bajo la presidencia de facto de Efraín Ríos Montt (Ibíd.112).  Ambos puntos los repite en su artículo de 2013. Sobre el discurso de Benedicto Lucas, Stoll refiere haber amenazado a todo el casco urbano de Nebaj con traer cinco mil soldados a desaparecer el pueblo si continuaban apoyando a la guerrilla. Para esto Stoll cita las enormes masacres realizadas todavía bajo el gobierno de Lucas García y la contrainsurgencia, en el campo, de su hermano Benedicto. Menciona, por ejemplo, la masacre de Chisis, Cotzal, en febrero 1982, con 264 niños, mujeres y hombres asesinados[6]. ¿Representa esto la objetividad de Stoll al escribir la enorme violencia del ejército? No nos parece, más bien es una estrategia de mencionar la violencia de un régimen y contraponerla, supuestamente, a la disminución de estas enormes masacres bajo Ríos Montt. Su fin: utilizar este cambio como argumento para establecer que con Ríos Montt no se cumple la acusación de genocidio.
 
Para esto luego cuenta cómo Otto Pérez Molina – en ese entonces con el alias Tito Arias – fue enviado como parte del cambio de la política en la guerra del Estado. Con Ríos Montt la violencia disminuiría. Pone como ejemplo el cambio de la política de masacre indiscriminada a la de control y reasentamiento de comunidades desplazadas, ahora bajo el ojo vigilante de las aldeas modelo. Utiliza para esto el libro escrito en inglés por Terri Jacob McComb con base en la historia de Tomás Guzaro, pastor evangélico ixil. Con la amnistía decretada por el gobierno de Ríos Montt, muchos decidieron regresar y entregarse al ejército. Esto fue un movimiento a nivel nacional, desde las comunidades kaqchikeles de San Martín Jilotepeque hasta los ixiles de Nebaj. Guzaro, como líder comunitario, llegó a común acuerdo con los ixiles de su localidad de salir de la montaña y entregarse al ejército. Esto la noche del 3 de agosto de 1982, tres meses después de la amnistía de Ríos Montt y de las campañas de masacres de julio 1982 en Huehuetenango y Alta Verapaz. Stoll (2013: 15), en su reciente ensayo, nos dice que Pérez Molina recibió a los ixiles conducidos por Guzaro y los asentó en Aldeas Modelo, como más tarde lo haría en un lugar denominado La Pista, en Nebaj. Allí Pérez Molina sitúo hasta 1,740 ixiles que Stoll denomina refugiados.
 
Al presentar la diferencia entre el régimen de Lucas y el de Ríos Montt, Stoll quiere demostrar el cambio de política de la violencia[7]. Con esto marcaría los cambios de la política de masacres a la política de control poblacional lo cual, no está de más decirlo, fue un nuevo momento de la contrainsurgencia. Pero en el detalle se encuentra la razón política de la construcción de este argumento. La amnistía decretada por Ríos Montt el 27 de mayo 1982 no era un cambio absoluto en la política contrainsurgente. Era, más bien, una estrategia de legitimidad del perdón ofrecido previo a la violencia anticipada. Con esto su discurso religioso podría asemejarse al perdón concedido por el padre previo al castigo de los desobedientes. De hecho, junio 1982 fue el mes de preparación para el nuevo momento de violencia contrainsurgente, como lo sería la campaña del norte de Huehuetenango (Nentón, Ixtatán, Barillas), así como de Alta Verapaz y la región ixil. Las masacres iban acompañadas de la creación forzada y voluntaria de Patrullas de Autodefensa Civil (PAC), expurgando a los comunitarios rebeldes, sacándolos a la montaña, ejecutándolos en las comunidades controladas por el ejército y creando polos de control poblacional, tal como las Aldeas Modelo.
 
Todo este análisis de la contrainsurgencia como un todo está completamente omitido del ensayo de Stoll. Su libro de 1993 también carece de este análisis. Su sistematización antropológica efectivamente elabora cronologías y números de muertos, como en el escrito de 2013, pero no penetra las mismas cifras y cronologías que realiza. Al romper un hilo explicativo de los momentos de la guerra, de las continuidades o rupturas por regímenes deja, llanamente, comparaciones particulares no articuladas al momento del control guerrillero, del levantamiento comunitario, de la campaña contrainsurgente de junio/julio 1981 en ciudad de Guatemala, de la instauración de la Fuerza de Tarea “Iximché” (octubre 1981) en Chimaltenango y sur de Quiché, de la Fuerza de Tarea “Gumarkaaj” (noviembre-diciembre 1981) en el centro de Quiché, de la campaña contrainsurgente de marzo 1982 en Ixcán y de julio 1982 en el norte de Huehuetenango y Alta Verapaz. Este análisis está ausente en Stoll quien, más adelante en su escrito, dirá que no hubo genocidio en Guatemala.
 
3. Stoll niega genocidio en Guatemala: sus argumentos
 
Hay tres puntos a tener en cuenta para entender la negación de genocidio en Stoll. A continuación los plantearemos, primero desde una crítica a cómo construye la “objetividad” de su relato para, posteriormente, ir avanzando hacia su análisis entre historia de la guerra y el cargo jurídico de genocidio. Solo esto nos podrá remitir, finalmente, a su relación con la clase capitalista a la cual beneficia su argumento.
 
a. La construcción del “dato objetivo”
 
Luego de haberse esforzado en su escrito por diferenciar la contrainsurgencia de Lucas de la de Ríos Montt, no obstante, Stoll empieza a reconocer continuidades. Nos dice:
 
«Desafortunadamente no a todos los que se rindieron les fue bien. Uno de los testigos contra Ríos Montt fue Elena de Paz Santiago (#68) quien, a la edad de 12 años, escuchó los aviones que ofrecían la amnistía, y se rindió junto con su madre. En el destacamento militar en Tzalbal, ellas vieron a un hombre y una mujer muertos apilados uno sobre otro. Los soldados violaron a su mamá, después “me agarraron las manos y los pies y me abrieron.” Nunca más volvió a ver a su madre.
El 17 de junio de 1983, según un hombre a quien entrevisté en Nebaj, su padre se entregó cerca de Tzalbal junto con su esposa y cuatro hijas. El padre era considerado sospechoso por el EGP dada su habilidad para mantener suministros de azúcar y sal —recursos que el EGP creía que debían ser controlados por la organización guerrillera. Otra razón por la cual decidió rendirse fue porque sus mujeres se estaban quedando sin ropa. Una vez que estuvieron en manos del Ejército, un guerrillero capturado lo identificó como un colaborador “logístico” de la insurgencia, encargado de comerciar por la noche con poblaciones controladas por el Ejército. Los soldados abusaron de su hija de 15 años y cuando él se opuso, le colgaron de un árbol.
Una masacre ocurrió justo cuando Pérez Molina usaba a guías ixiles de los huidos con Tomás Guzaro para persuadir a más refugiados a rendirse. Antes de la madrugada del 14 de agosto de 1982, tropas del vecino departamento de Huehuetenango capturaron el caserío de San Francisco Javier, administrado por el EGP. Aun cuando nadie en el caserío estaba armado y todos intentaron escapar, los soldados y patrulleros masacraron a 36 personas.» (Stoll, 2013: 15)
 
Luego, ¿qué nos está diciendo David Stoll? De nuevo disfraza de objetividad lo que en realidad es la ambivalencia de su propio argumento. Si consideramos por separado su escrito, se podría decir que efectivamente indica la violencia del ejército como la de la guerrilla. ¿Es necesariamente objetivo esto? Sí, como afirmación de lo sucedido. Stoll no niega las masacres del ejército, ese no es su propósito. Sólo si leemos y reflexionamos cuál es el fin del escrito de Stoll podemos entender el que mencione tanto las masacres del ejército como la de la guerrilla. El objetivo de Stoll se va viendo desde el inicio y simplemente se confirma con su conclusión: no hubo genocidio en Guatemala[8].
 
Desde esta conclusión hay que leer su estrategia de utilizar argumentos que niegan el cargo jurídico de genocidio y, mientras tanto, va cubriéndose la espalda con una supuesta objetividad cronológica. Para los lectores que conozcan o se interesen poco por la historia en Guatemala, precisamente porque está en disputa, Stoll puede parecer un elemento neutral y con posición científica para dar su veredicto académico si hubo o no genocidio. Para quienes nos interesamos por la historia y queremos conocerla, reconstruirla, analizarla, los argumentos de Stoll nos parecen la justificación de una postura a favor del Estado y con claros intereses compartidos con la elite nacional, tanto empresarial (Alfred Kaltschmitt, Harris Whitbeck) como militar (Pérez Molina). Stoll presenta los casos de las masacres entre junio y agosto 1982 sin, siquiera, armarlos dentro de una explicación general de la contrainsurgencia estatal durante Ríos Montt. Esto es parte de su metodología de falseamiento de datos, mencionar particularidades (fechas de masacres durante Ríos Montt) pero excluyéndolas del análisis general de la contrainsurgencia estatal en su momento. Haciendo esto es fácil ver la contrainsurgencia como una serie de violencia no sistemática ni planificada, sino como conflictos locales no referidos al espacio de decisión en el Estado central. La guerra se convierte en un regionalismo que no explica el hilo conductor, complejo, entre política central del Estado contrainsurgente y ejecución de los planes. ¿Qué quiere decir, por ejemplo, la afirmación de Stoll recién citada: «Una masacre ocurrió justo cuando Pérez Molina usaba a guías ixiles de los huidos con Tomás Guzaro para persuadir a más refugiados a rendirse»[9]? ¿Qué quiere decir que una “masacre ocurrió” durante el mando de Pérez Molina? Esa ambivalencia es la misma con la que cita el dato que aparenta objetividad. Como vemos Stoll dice que una masacre ocurrió durante la presencia de Pérez Molina, lo que no está claro es si fue por orden del mismo Pérez, si fue una acción aislada de la tropa y, menos aún, si parte de una estrategia de orden nacional, estatal, de masacrar a los refugiados del área fronteriza entre Huehuetenango y Quiché. Es un dato que flota, sin pies ni cabeza. Con esto, de nuevo, construye su argumento. Por consiguiente
 
b. Niega la línea de mando
 
También aquí utiliza su ya acostumbrado método de negar el cargo jurídico para, luego, citar su contrario. Venimos de ejemplificar cómo, primero, Stoll se concentra en mostrar que el régimen de Lucas fue distinto al de Ríos Montt en la violencia. Luego, Stoll cita masacres y asesinatos que se dieron precisamente durante el periodo de Ríos Montt, los cuales permiten ver la continuidad de la campaña estatal en estos aspectos. Ahora pasamos a una situación similar: ¿Fue Ríos Montt, en tanto presidente de facto y comandante general del ejército entre marzo 1982 y agosto 1983, responsable de las masacres y asesinatos, no sólo en el área ixil sino en otras regiones? A esto responde Stoll:
 
«Durante los 17 meses de Ríos Montt en el Palacio Nacional, él negó toda evidencia de que sus tropas cometieran masacres. También afirmó estar en control total del Ejército -una afirmación que se vio obligado a hacer porque su autoridad era tan tenue. El código castrense de solidaridad institucional y una simple y una sola cadena de mando han sido a menudo desmentidas por un profundo faccionalismo.  Los comandantes locales tienden a convertirse en autónomos, no todos estuvieron de acuerdo con la amnistía de Ríos Montt, y algunos pudieron haber cometido masacres para socavarla. Dados los eufemismos que el Ejército ha usado siempre para referirse a las masacres, me sorprendería si algún día emergen órdenes para matar a población civil.» (Stoll, 2013: 17; cursiva propia)
 
Tres razones niegan la responsabilidad de Ríos Montt según Stoll. Uno, la palabra de Ríos Montt al negar que dirigiera planes de masacres («él negó»). Es decir, toma literalmente lo que dice Ríos Montt con lo que sucedía, tarea a todas luces digna de una ceremonia religiosa pero no esperada en un análisis antropológico. Dos, Stoll mismo niega la palabra de Ríos Montt cuando este dice «en control total del Ejército». Como una voz que lo defiende termina agregando el antropólogo Stoll: «afirmación que se vio obligado a hacer porque su autoridad era tan tenue». Perfecto, atengámonos a lo dicho por Stoll, ¿con base en qué el determina que realmente la autoridad del presidente de facto era “tenue”. Pero, si creemos que no puede ser más parcial y equívoca la respuesta de Stoll, veamos. Tres, la relación de mando entre jefe y subordinado no se cumplió durante el gobierno de Ríos Montt debido a que «los comandantes locales tienden a convertirse en autónomos, no todos estuvieron de acuerdo con la amnistía de Ríos Montt». De manera que Stoll inicia creyendo la palabra de Ríos Montt (él niega haber ordenado masacres), luego Stoll no le cree pues estaba obligado a decir que controlaba el ejército dada su debilidad en el mando y, finalmente, no conforme con las dos ideas que citó, termina Stoll diciendo que no había línea de mando porque los comandantes militares eran autónomos. Con este argumento, como suele suceder en la defensa militar, salvan a uno para condenar a otros. Entonces, por ejemplo, el Presidente y Comandante General del Ejército no sería el responsable en última instancia de la terrible masacre de Cuarto Pueblo[10] sino, más bien, su comandante local Ricardo Méndez Ruiz, tiempo antes de ser ordenado Ministro de Gobernación bajo el posterior gobierno de Ríos Montt, el 8 de junio 1982[11]. Méndez-Ruiz, en sus memorias, nos explica el grado de autoridad que tenía Ríos Montt en esos tiempos, autoridad que Stoll presenta ahora como tenue. Dejemos que nos hable el subordinado Méndez-Ruiz al general Ríos Montt:
 
«Alguien me tomó fuertemente del brazo, me sacó de la vereda de concreto y me introdujo al césped que, como siempre, estaba impecablemente cortado. El General Ríos me alejó del flujo de oficiales que nos miraban mientras se dirigían al club. Todo transcurrió en unos cuantos segundos, y sin preámbulos me dijo que al día siguiente, martes 9 de junio, iba a disolver la Junta Militar de Gobierno, y que me había designado para que me hiciera cargo del Ministerio de Gobernación. Le contesté que por favor nombrara a otro, porque con el General Maldonado Schaad y su familia teníamos, mi esposa y yo, una estrecha y vieja amistad, y él era uno de los miembros de la Junta Militar de Gobierno, que además se desempeñaba como Ministro de Gobernación. ¡No le estoy preguntando si quiere!, ¡se lo estoy ordenando! Me contestó. Después me dijo que no regresara ese día a mi Comando; que me esperaba al día siguiente a las ocho de la mañana en la Casa Presidencial, que lo que me había dicho era confidencial, por lo que no debía comentarlo con nadie, y sin esperar más, regresó a la larga fila de oficiales que iban allegando al club. Cuando volví a la vereda de concreto alguien me preguntó qué me había dicho el viejo. Una llamada de atención, contesté, para que lo escuchara todo el grupo. Supongo que me creyeron, porque me quedé mudo.» (Méndez Ruiz, 2013: 332)
 
Aún creyendo los argumentos de Stoll y, por ende, negando el cargo de genocidio, otro oficial sería el responsable de las masacres. Lo único certero es que las masacres allí están, allí siguen hablando, situación que no cambia como sí lo hace un cargo jurídico o las influencias de las elites nacionales sobre el juicio. Ese mismo juicio al que el imparcial Stoll había llamado un circo mediático.
 
c. El juicio por genocidio según Stoll
 
El 28 de marzo 2013, en medio de los debates del juicio por genocidio, Guillermo W. Méndez[12] publicó en su blog un artículo con semejante título al de Stoll, Genocidio ¿en Guatemala? Mencionaba cómo el juicio se había convertido en un circo mediático: «Hoy, docenas de campesinos acarreados son parte del circo mediático en la torre de tribunales en contra del insigne guatemalteco Efraín Ríos-Montt.»[13]. En el resto del artículo el autor critica las acusaciones de Jean-Marie Simon e interpreta el juicio como una venganza de «un grupo de guatemaltecos, animados por el eje Rusia-Cuba[…]» quienes, luego de ser derrotados por el ejército, solicitaron apoyo a países nórdicos en el financiamiento y publicidad del juicio por genocidio. Su opinión fue semejante a la de diversos periodistas vinculados a la Universidad Francisco Marroquín (UFM), con simpatía al ejército, así como de los columnistas del así llamado «empresariado organizado» de Guatemala, CACIF[14]
 
Con semejante argumento describiría el juicio Stoll en su artículo Guatemala ¿hubo genocidio?:
 
«El juicio en la ciudad de Guatemala, celebrado del 19 de marzo al 10 de mayo, fue un circo mediático[15]. El equipo de defensa de Ríos Montt trató de obstruir el proceso; ni ellos ni la jueza presidenta del tribunal, Yassmín Barrios, ocultaron su desprecio mutuo. Día tras día al anciano acusado se sentaba en medio de docenas de fotógrafos quienes le apuntaban con sus cámaras como si se tratara de un animal de zoológico. Activistas de derechos humanos extranjeros se hicieron demasiado evidentes. Cuando la jueza Barrios leyó la sentencia, la audiencia saltó de alegría, unos aplaudieron y entonaron una canción en favor de la justicia. La jueza Barrios retornó el aplauso.» (Stoll, 2013: 13; cursiva propia).
 
Es fácil, a simple vista, ver las similaridades argumentativas con el artículo de Méndez. El énfasis en los activistas extranjeros de derechos humanos y la identificación entre la jueza y el público, también criticada por el nacionalismo contrainsurgente de los miembros del ejército, está presente en Stoll. Cotejamos los escritos de Méndez y Stoll, inicialmente, para ver la raíz en común de los argumentos a favor del ejército y de la posición del no-hubo-genocidio. La continuidad de los argumentos entre periodistas de UFM y simpatizantes del CACIF con los de Stoll son, a todas luces, evidencia del interés compartido por negar la historia o, más bien dicho, por construirla a favor de sus intereses. Veamos un ejemplo de la influencia de la antropología de Stoll en estos sectores:
«La mayoría de los muertos fueron guerrilleros y militares. Todos fueron parte del conflicto, todos estaban enterados de los riesgos que enfrentaban. Pero, como en toda guerra, también hubo víctimas: inocentes que quedaron atrapados en medio del fuego cruzado de dos grupos que peleaban por el poder. Conciudadanos nuestros, sin importar la etnia con la cual se identifiquen, que fueron sacrificados.» (Díaz-Durán, 8 abril 2013; cursiva propia)
La primera es Marta Díaz-Durán, ligada al círculo de periodistas de la Universidad Francisco Marroquín y al discurso de capitalismo mercantil, llamado por ellos “libertario”. En su artículo del 8 de abril 2013, Díaz Durán pretende demostrar que en la guerra entre ejército y guerrilla las víctimas eran la población civil «atrapados en medio del fuego cruzado». Primer punto en consonancia con Stoll, «entre dos fuegos». Segundo punto, la idea de una guerra que no es genocidio pues mató por igual ladinos e indígena. Stoll, quien había expuesto estos puntos en su libro de 1993, los repite en su artículo de 2013:
 
«No es una exageración concluir que, en los días que el Ejército masacró a campesinos desarmados, su objetivo era exterminar a campesinos que apoyaban a la guerrilla. Hubo mucho de esos días antes de que Ríos Montt llegara al poder, como también los hubo durante los primeros nueve meses de su administración. Sin embargo, esto se convierte en genocidio solo si ampliamos la categoría de protegidos por la convención internacional de grupos nacionales raciales, étnicos y religiosos a grupos políticos. Así es justamente como los activistas querrían estirar el alcance del tipo penal, para incluir víctimas de matanzas políticas masivas. Esto podría ser una buena idea, pero tengo entendido que hace falta aún que esto se convierta en ley internacional.» (Stoll, 2013: 17; cursiva propia)
 
Stoll nos dice entonces que no hubo genocidio pues las masacres no eran por motivos raciales, étnicos y religiosos. Eran solamente, según él, para «exterminar a campesinos que apoyaban a la guerrilla». Si bien mucho más fino el argumento al simplismo mostrado por Marta Díaz-Durán, ambos cometen el mismo error. Claro, tengamos claro que no les conviene complejizar más el asunto. Ambos niegan el genocidio por negar el carácter “étnico, racial o religioso” de la guerra en Guatemala. De nuevo se pierde el carácter general de la contrainsurgencia de 1981 a 1983, eliminar las posibilidades sociales de una revolución que derrocara el régimen surgido del Golpe de Estado de 1954.
 
Este fue un esfuerzo estatal y capitalista (finquero, banquero) por destruir la rebeldía de los oprimidos que se sublevaban contra el orden impuesto. En un país surgido de la conquista y la colonia como Guatemala, con la enorme expropiación de tierras a comunidades indígenas y su posterior imposición del trabajo en las fincas, es imposible no pensar que el miedo a la revolución era, en última instancia, parte del antiguo miedo de las elites a que “el indio baje de la montaña”. De manera que la contrainsurgencia de 1981 a 1983 tiene que entenderse, a la vez, en su carácter de imposición estamental sobre los pueblos indígenas y demás oprimidos en Guatemala.
 
La característica, digamos, étnica, hay que matizarla con la lucha de clases y los conflictos entre desposeídos y propietarios, trabajadores y clases capitalistas. En la masacre pues confluyen diversas particularidades de poder en un solo aluvión o flujo de dominación (Palencia, 2010/2013). El orden colonial y finquero reimpuesto en la violación a las mujeres (patriarcado), en el asesinato de niños (infanticidio), en el desprecio racista al “indio” y en la subordinación-aniquilamiento de trabajadores sublevados (clase). El estanco del concepto jurídico es, pues, utilizado por Stoll y Díaz-Durán para negar lo que importa: el contenido histórico y reconstruido de la campaña estatal-finquera de 1981 a 1983.
 
Por eso el temor del CACIF y la necesidad de escabullir la justicia del Estado mismo basado en los cadáveres de esos años. De allí que es mejor que se generalice el genocidio, se omitan los matices históricos, que se haga del Estado algo igual a la guerrilla y se diga que la violencia del ejército es igual, en todos sus términos, a la de estos grupos sublevados en armas. Es decir, un análisis que complejice la continuidad o diferencia entre guerrilla y ejército – como formas militares – debe ser histórico y social, no para denegar la responsabilidad sino para entenderla como procesos de circunstancias, individuales pero también sociales.
 
Stoll y su tendencia clasista hacen justamente lo contrario. En lugar de rastrear las causas de la guerra en las expropiaciones finqueras de tierra – en este caso – ixil, como en la posterior subordinación a la producción finquera y territorial estatal[16], él simplemente se complace en decir que el EGP llevó la guerra a unas comunidades pobres pero pintorescas. En lugar de ver en la resistencia histórica del pueblo ixil – al Estado y a las fincas – una ventana para entender el enorme movimiento rebelde guerrillero entre 1979 y 1982, Stoll lo ignora y los ve como comunidades víctimas o pasivas, entre dos fuegos. Incluso en su libro de 1993, cuando encontró testimonios de catequistas y comerciantes ixiles, de Cotzal, queriendo contactar desde 1973 a la guerrilla recién instalada en Ixcán, el antropólogo del enmascaramiento simplemente deja como nota marginal un punto que podía explicar la rebelión ixil (Cf. Stoll, nota 27 de la página 323)[17]. ¿Acaso debemos entender como “experiencia etnográfica” la seguridad (1993:9) que siente Stoll residiendo en el Nebaj controlado por los militares y Pérez Molina? Creo que no. ¿Acaso es casualidad su amistad con Alfred Kaltschmitt quien hizo de las Aldeas Modelo un negocio, tal como ahora lo hace en el área ixil con el Proyecto La Vega del Sichel (González, 2013)?
 
Stoll personifica la justificación “científica” de la clase dominante en Guatemala, añorada por supuestamente representar una versión neutral que beneficia su – negación – de la historia. Solo que en Stoll esta clase dominante encuentra a un académico norteamericano, con tres décadas de convertir académicamente a los rebeldes ixiles en víctimas de dos fuegos, de tildar de mentiroso el testimonio de Rigoberta Menchú y, ahora, de negar el genocidio imputado a Ríos Montt. Tan torpe y limitada es la clase social que representa el CACIF, la UFM, los militares, sus periodistas y abogados que, en última instancia, prefieren basarse en los débiles y ambivalentes argumentos del antropólogo Stoll. Sea fabricando historias à la carte con Carlos Sabino o repitiendo las ideas, a todas luces rebasadas, de David Stoll, los aliados y ejecutores de la barbarie de 1981 a 1983, finqueros, empresarios y militares, podrán seguir reciclando las palabras sabiendo que estas nunca podrán fundamentarles un orden eterno. Abajo, en silencio, la rebelión social sigue siendo una posibilidad, pequeña y débil tal vez, por el momento, pero siempre una posibilidad del derrocamiento de su historia y la apertura de la vida digna, una y otra vez, aniquilada y ampliada en la lucha
 
5 diciembre 2013
 
Sergio Palencia
Sociólogo guatemalteco. Actualmente coordinador del programa de investigación “Praxis Mesoamericana de nuestro tiempo”, en el Instituto de Estudios Humanísticos (IEH), Universidad Rafael Landivar, Guatemala.
 
Bibliografía
 
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Stoll, David. (1993). Between two armies in the Ixil towns of Guatemala. New York: Columbia University Press. pp. 383 
 
Zapeta, Estuardo. «Genocidas todos». En: Siglo 21, 16 de abril 2013. Disponible en: http://www.s21.com.gt/era-libertaria/2013/04/16/genocidas-todos
 


[1] La asociación de capital industrial, terrateniente y financiero de Guatemala. Sus siglas, CACIF, significan Comité Coordinador de Asociaciones Agrícolas, Comerciales, Industriales y Financieras
[2] Outsiders (Stoll, 1993: 14)
 
[3] La lectura de la firma de los acuerdos de paz como un armisticio es planteada atinadamente por Marta Gutiérrez (2013: 132)
 
[4] Pareciera, en este sentido, que la influencia de Robert Redfield sobre las comunidades folk versus las urbanas aún se rastrea en los trabajos de Le Bot y Stoll.
 
[5] Cito la página de la versión en inglés. Sin embargo, aquí lo pongo en su versión traducida al castellano: « En ese momento yo estaba en la Universidad de Stanford, haciendo mis estudios de posgrado en el Departamento de Antropología, y buscaba un lugar para mi trabajo de campo. Como muchos de los extranjeros que llegaron antes que yo, estaba fascinado por Nebaj. Mis motivos para ir allí eran más bien románticos, de la clase que no se admite en un seminario universitario. Los Ixiles encajaban perfectamente en la imagen nostálgica de un pueblo aparte, todavía protegido por sus montañas y resistiendo al siglo XX. El estrecho camino que conducía a la región Ixil zigzagueaba hacia arriba hasta el borde de los Cuchumatanes, luego entraba a un banco nuboso y sobre el paso de montaña, llegaba hasta el borde de un valle verde y húmedo. A lo lejos se divisaba un pueblo de paredes blanqueadas y techos de teja, que bien podría ser de siglos atrás. Habían procesiones religiosas que parecían sacadas de la Edad Media, rostros de hombres que no habían entrado a la edad del consumo moderno, y el efecto sorprendente de mujeres Ixiles con sus faldas rojas y brillantes, sus huipiles ricamente bordados y sus desafiantes cintas de pelo.7 Afortunadamente yo estaba casado, lo que me salvó del destino de los extranjeros que cortejaban a las mujeres Ixiles con muy poco éxito. No importaban las casas quemadas que punteaban el campo, ni las horribles historias que se oían, o el evidente sentimiento de privación con el que los nebajeños recibían a los gringos en safari, o su deseo de ir a trabajar a los Estados Unidos para ganar dólares. Esto era lo más cerca que yo podía estar de Shangri-La.» (Stoll,1993; edición electrónica en español disponible en http://community.middlebury.edu/~dstoll/EDF.html)
 
[6] Esto lo introduce Stoll al analizar los testimonios ixiles durante el juicio de 2013: «Pero como grupo, todos se adaptan bien en el patrón de violencia establecida por los otros testigos. De los 63 testigos que proveen fechas precisas, hasta siete se refieren a crímenes ocurridos antes de que Ríos Montt asumiera el poder. De estos, la peor es la masacre de febrero de 1982 en Chisis, Cotzal, el incidente más letal de la guerra en el area ixil, con 264 muertos en un solo día (#32), así como las masacres antes mencionadas en Xix, Chajul, que acabaron con 14 familias.» (Stoll, 2013: 16)
 
[7] De nuevo, utilizando los testimonios que recopiló en su visita a Nebaj en julio 2013, nos dice: «Para los habitantes del pueblo que sobrevivieron el año posterior a dicha declaración, incluidos siete a quienes entrevisté en julio, el discurso de Benedicto marcó la diferencia entre el régimen de Romeo Lucas García y el de Efraín Ríos Montt. “Aquí hubo bala día y noche cuando el hermano del presidente Lucas, Benedicto, nos dio un plazo de 72 horas para que el pueblo se organizara para que la guerrilla no siguiera hostigando al Ejercito. Si no, en 72 horas iban a llegar aviones para bombardear al pueblo. A los dos días fue el golpe de estado, llegó al poder Ríos Montt y quitó a Benedicto del mando”.» (Stoll, 2013: 14)
 
[8] «Personalmente, yo no creo que alguien en Guatemala es culpable de genocidio porque no creo que esa es la descripción precisa de lo que sucedió.» (Stoll, 2013: 17). Citamos también su version en inglés: «Personally, I don’t think anyone in Guatemala is an accomplice to genocide because I don’t think this isan accurate description of what happened.» (p. 12)
 
[9] En su version original: «One massacre occurred just as Pérez Molina was using Ixil guides from TomásGuzaro’s escapees to persuade more refugees to surrender.» (Stoll, 2013: 8)
 
[10] La masacre de Cuarto Pueblo, realizada por el ejército en un operativo del 14 de marzo 1982, fue todavía bajo la presidencia de Lucas García, apenas una semana antes del Golpe de Estado que llevaría a Ríos Montt al poder. Si se analiza la contrainsurgencia de marzo y abril 1982 se verá, pese al cambio de gobierno, una continuidad mayor del plan contrainsurgente del ejército iniciado en junio 1981 en ciudad de Guatemala y octubre 1981 en Chimaltenango.
 
[11] Dejemos que el coronel Méndez-Ruiz nos lo aclare por su propia cuenta: «Una semana después de haber recibido el Ministerio de Gobernación, me puse de nuevo, y por última vez en mi vida, mi gastado uniforme camuflageado de campaña y volé, primero a la Zona Militar de Cobán, y después a la Base de Patrullas de Playa Grande, a unas sencillas ceremonias de entrega de mando a los comandantes de cada una de esas unidades. Aún hacía falta recuperar algunos espacios en el occidente del Ixcán Grande, en Huehuetenango. De ese momento en adelante no supe más de operaciones militares. La situación en Ixcán continuó siendo muy conflictiva durante varios años.» (Méndez Ruiz, 2013: 333)
 
[12] Interesante ver cómo se presenta a sí mismo Guillermo Méndez en su blog: «Guillermo W. Méndez, teólogo guatemalteco. Maestría en Ciencias Sociales con énfasis en Economía, Universidad Francisco Marroquín, 1994. Suma Cum Laude. Diploma de excelencia docente, Facultad de Ciencias Económicas, Universidad Rafael Landivar, 1995. Ha investigado sobre Derecho, Economía y Política. Miembro fundador de Proreforma y parte de su junta directiva.» No es casualidad entonces su opinión, defiende las posiciones de los ganadores de la guerra en Guatemala, de los empresarios y del ejército. Fue él durante esos días parte de la oleada de enojo de la clase propietaria de capital y sus allegados, aquellos que se negaban a aceptar que “su país” fuese tildado internacionalmente de genocida. Afirmar que Guatemala se insertaba en esa definición jurídica les parecía algo absurdo, parte de un circo mediático.
 
 
[14] Véase en la bibliografía algunos de los artículos o columnas citadas: Kaltschmitt (2/4/2013), Jacobs (4/4/2013), Díaz-Durán (8/4/2013), Zapeta (16/4/2013).
 
[15] En su versión en inglés nos dice originalmente «media circus» (p. 2).
 
[16] Para un contexto de las campañas contemporáneas de expropiación territorial del Estado guatemalteco y fincas en la región ixil, véase el trabajo de Cecilia González (diciembre 2013). También véase la detallada reconstrucción histórica de la contrainsurgencia en el área ixil, realizada por el Iniciativa para la Reconstrucción y Recuperación de la Memoria Histórica (septiembre 2013). Asimismo, la historiadora Leticia González realizó en 2011 también un estudio sobre los orígenes de la guerra y cómo fue interpretada por los ixiles. Recomendamos a Stoll, por rigurosidad antropológica, leer estos tres escritos.
 
[17] Para una crítica mucho más detenida y profundad de este punto refiere a los dos trabajo que hice en 2011, citados en la bibliografía.
https://www.alainet.org/de/node/81493?language=en
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