Sobre el ascenso del fascismo en los Estados Unidos
29/05/2003
- Opinión
En septiembre del 2001, durante la agresión norteamericana
contra el pueblo de Afganistán, publiqué en Portugal y
Brasil una serie de artículos en que, comentando la matanza
de Mazar-i-Charif y el saqueo de Kandahar, llamaba la
atención hacia la amenaza a la humanidad que empezaba a
dibujarse: la posibilidad de la instalación en los EE UU de
un fascismo de nuevo tipo.
Sus contornos, todavía imprecisos, podían identificarse en
el componente militar del sistema de poder de la gran
República y en la dinámica de su estrategia de dominación
universal.
En ponencias presentadas en el II y III Forum Social
Mundial, en Porto Alegre, volví al tema, alertando acerca
de una inocultable crisis de civilización, política,
económica, militar, ambiental y cultural.
El peligro del neofascismo en los EE UU aumentaba. En el
cuerpo de oficiales de sus fuerzas armadas echaba raíces un
fascismo castrense que se expresaba a través de la
participación de estructuras de mando en crímenes contra la
humanidad (en Seberghan se llegó hasta el corte de lenguas
a los prisioneros en presencia de oficiales de la US Army),
en misiones genocidas de la fuerza aérea, en el discurso
mesiánico y racista de generales y almirantes del
Pentágono.
La vieja tesis de la nación predestinada, la única capaz de
salvar la humanidad, fue asumida por el presidente Bush,
que la alzó como pilar del Nuevo Orden Mundial, y cuyos
cimientos teóricos fueron reformulados después del 11 de
septiembre. Una concepción maniqueista de la vida fue
puesta al servicio de la estrategia imperial de retalación.
La lucha contra el terrorismo pasó a funcionar como soporte
de una política de terrorismo de Estado sin precedente por
su estilo. En la cruzada universal proclamada por la Casa
Blanca Dios fue movilizado. El presidente informó al mundo
que el Señor no era neutral y apoyaba su política. Agregó
que quien no estuviese con ella sería considerado un
enemigo y tratado como tal.
La agresividad e irracionalidad de esa estrategia
configuran un asalto a la razón.
Quizá yo haya sido uno de los primeros escritores en
utilizar la expresión IV Reich para denunciar la amenaza al
conjunto de la humanidad y a la misma continuidad de la
vida, amenaza cuyo perfil es cada vez más nítido en los
EEUU.
Algunos historiadores y científicos sociales, tomando como
referencia la Alemania de Hitler e Italia, afirman no haber
condiciones mínimas para la introducción del fascismo en
los EEUU.
Me permito transcribir pasajes de lo que afirmé al respecto
en el Forum de Porto Alegre hace dos años:
«Las semillas del fascismo ya han contaminado, es
innegable, a muchos pilotos y oficiales del ejército
presentes en el escenario de horrores de Afganistán (...)
El peligro de un fascismo de nuevo tipo se hace difícil de
identificar porque presenta características inéditas:
1. No se inserta en las definiciones clásicas del
fascismo.
2. Surge como inseparable de la dinámica agresiva de un
poder imperial y como efecto de la misma lógica de la
violencia desencadenada por las fuerzas armadas que
funcionan como instrumento de ese sistema de dominación
planetaria.
3. El fenómeno que echa raíces en el cuerpo de oficiales
presenta la peculiaridad de, al estructurarse y
fortalecerse en el país, en el ámbito de sus guerras de
agresión, se desarrolla de afuera hacia adentro, o sea, de
la periferia hacia los EEUU, corazón del sistema.
«La dificultad en admitir que la actual política de
terrorismo de estado de los EEUU amenaza con desembocar en
neofascismo radica precisamente en el carácter y tradición
de las instituciones democráticas norteamericanas y en la
atipicidad de la ideología subyacente a las acciones de
genocidio practicadas con frecuencia creciente por un poder
militar hegemónico. El hábito de asociar el fascismo, casi
mecánicamente, como modelo de estado y de organización de
la sociedad a la Alemania de Hitler y a la Italia de
Mussolini hace olvidar que su implantación asumió formas
muy diferenciadas y que tanto el asalto al podercomo el
funcionamiento del sistema no caben en definiciones
rígidas.
«El fascismo, en Europa y lejos de ella, no obedeció a un
modelo rígido. Si en el III Reich y en Italia (en ésta
solamente de inicio) contó con fuerte apoyo de masas y tuvo
como instrumento importantes partidos que seguían
ciegamente los líderes carismáticos, ello no ocurrió en la
España de Franco, ni en el Portugal de Salazar. Ni en la
Hungría de Horthy, ni en la Rumanía de Antonescu, ni en la
Croacia de Ante Pavelich, países en los cuales han sido
sobre todo los aspectos básicos de la organización del
estado los que tomaron como fuente de inspiración los
modelos alemán e italiano. El denominador común a todos
los fascismos lo identificamos en el nacionalismo
irracional y agresivo, con componente racista, en la
tentativa de imponer una contracultura y en la creación de
aparatos represivos del tipo Gestapo. En el orden
económico las diferencias fueron transparentes (...)
«El caso de Chile, por ejemplo, es tema de reflexión
inagotable, tanto por lo que en él hubo de específico en el
terreno político, económico y militar, como por sus
contradicciones. Los que definen la dictadura terrorista
de Pinochet, en la teoría y la práctica, como fascista
sostienen -con fundamento, en mi opinión- que las fuerzas
armadas cumplieron allí el papel que en el Reich alemán fue
asumido por el partido nacional socialista y por los
aparatos policíacos por él creados.
«En un contexto diferente y en otra dimensión el fenómeno
chileno ayuda a comprender la amenaza neofascista que el
terrorismo de estado norteamericano transporta en el
vientre. El peligro ahora es planetario y, repito, nace en
cierta medida lejos de la sociedad cuyo sistema de poder lo
generó. Las expediciones punitivas no toman como blanco
minorías, ni partidos de izquierda u organizaciones
sindicales. El enemigo, imaginario, es ahora otro:
individuos transformados en gigantes demoníacos y, sobre
todo, pueblos paupérrimos, lejanos y desarmados.»
La transcripción resultó larga, pero, así lo creo, útil.
Casi dos años han transcurrido desde que escribí esos
párrafos. Debo admitir que no han perdido actualidad.
La crisis de civilización se ha agravado
extraordinariamente y la estrategia de dominación universal
del sistema de poder de los EEUU ha adquirido una
agresividad mayor. Afganistán ha sido transformado en
protectorado, pero los dos hombres -Osama Bem Laden y el
Mollah Muhamad Omar- entonces señalados como objetivo
prioritario de la guerra no han sido capturados y su
paradero es desconocido. Poco se habla ya de ambos, y de
los talibanes. En el espacio afgano se ha implantado una
situación caótica; fuera de Kabul y de las principales
ciudades, las tropas estadounidenses no controlan el
territorio.
Mientras, una nueva guerra, más brutal, aún más trágica por
sus consecuencias, fue emprendida por los EEUU (rebocando
Inglaterra). El objetivo declarado era el «desarme» de
Iraq, acusado de poseer armas de destrucción masiva, y
capturar (o matar) a Sadam Hussein.
Para la humanidad siempre estuvo claro que la motivación de
la guerra era la posesión del petróleo iraquí. La mayoría
se opuso al proyecto. En las mayores ciudades del mundo
docenas de millones de ciudadanos se manifestaron en las
calles contra el genocidio en preparación. La falsedad e
hipocresía de la argumentación de Washington eran tan
transparentes que, bajo la presión de los pueblos, el
Consejo de Seguridad -por iniciativa de Francia, con el
apoyo de Alemania, Rusia y China- resistió a las presiones
y chantajes sobre él hechas, y los EE UU, al optar por la
agresión, se colocaron fuera de al ley internacional. Su
cruzada «libertadora», condenada por el tribunal de la
conciencia de los pueblos, apareció como una sucia y
criminal guerra pirata.
Iraq fue bombardeado, destruidas sus ciudades, saqueados
sus maravillosos museos que guardaban la memoria de las
antiguas civilizaciones de Mesopotamia. Sadam Hussein no
fue sin embargo capturado y se desconoce su paradero. No
fueron encontradas armas de destrucción masiva. Pero la
Casa Blanca y el Pentágono olvidaron esos temas.
Iraq fue transformado en protectorado, bajo la gobernación
de un gauleiter norteamericano nombrado por el presidente
Bush. Mientras, los EEUU ya han obtenido del Consejo de
Seguridad, ahora sumiso, luz verde para (des)gobernar el
país como le de la gana, disponiendo de sus riquezas.
La sumisión de los gobiernos que, en febrero y marzo, se
habían opuesto a la guerra quedará en los anales de la
historia como ejemplo de cobardía y desprecio por la
voluntad de leso pueblos. Considerando la ocupación de
Iraq un hecho consumado, tratan ahora de obtener un pedazo
del botín. El discurso de la capitulación y la complicidad
ha sustituido al discurso de la protesta contra el crimen,
que traducía el clamor de los pueblos. Las comadres se
entendieron. Sin embargo, tienen conciencia de la
situación creada. El ministro ruso de relaciones
exteriores, Ivanov, condensó en pocas palabras el panorama
del nuevo orden al referir «la tendencia a la construcción
(por EEUU) de un sistema de relaciones internacionales
basado en la lógica del dominio militar y de las acciones
unilaterales».
Dentro de años - cuando otras calamidades futuras hoy
impredecibles sean ya recuerdos- los historiadores
seguramente llamarán la atención hacia una evidencia: las
guerras de agresión emprendidas a inicios del siglo por el
sistema de poder de los EE UU han surgido como consecuencia
de la crisis estructural del capitalismo, incapaz de
encontrar solución para ella, como subraya István Mészaros.
Entretanto, el funcionamiento del mecanismo accionado por
la lógica del «capitalismo senil» -la expresión es de Samir
Amin- interpretada por un sistema de poder monstruoso,
amenaza al conjunto de la humanidad.
Y las semillas del fascismo han empezado a germinar.
Las guerras «preventivas» de los EEUU hacen recordar
ciertas epidemias. Cuando empiezan, los efectos de la
contaminación no pueden ser previstos.
La defensa de una estrategia planetaria peligrosamente
agresiva e irracional exigió, en el plano interno, medidas
drásticas del gobierno, las que han sacudido fuertemente la
estructura institucional del país, abriendo fisuras por
donde avanza el fascismo.
Inmediatamente después del 11 de septiembre, millones de
ciudadanos en los EE UU no percibieron que el discurso
bushiano contra el terrorismo funcionaba como anestesia
para golpes quirúrgicos que herían garantías y libertades
constitucionales. La destrucción de las Torres de
Manhattan fue invocada a despropósito para justificar una
feroz ola de xenofobia que ha llevado, por ejemplo, a la
creación de tribunales militares para enjuiciar extranjeros
sospechosos, a persecuciones y humillaciones infligidas a
inmigrantes musulmanes, a la cacería de brujas en las
universidades, a la eliminación de clásicos de la
literatura en las bibliotecas públicas, a gestos tan
simbólicos de una mentalidad ultrareaccionaria como la
prohibición de la canción de John Lennon en defensa de la
paz.
Gente íntima del presidente, como Cheney, Rumsfeld,
Condoleeza Rice, Perle, ha hecho una contribución
importante a la radicalización de un discurso ideológico de
matices cada vez más fascizantes, aunque algunos de sus
autores, por indigencia cultural, no lo perciban. Colin
Powell en la ONU, y generales como Tommy Franks, han
ayudado también a proyectar una imagen del sistema, de su
ética y dinámica, que provoca creciente repulsa de los
pueblos.
El engranaje que abre camino al neofascismo no podría, sin
embargo, servir con eficacia a la estrategia de dominación
si no dispusiera como formidable y decisivo instrumento de
un sistema mediático que hoy controla hegemónicamente los
media.
El tema ha sido exhaustivamente tratado por autores como
Chomsky y Ramonet. Pero la complejidad y gravedad de los
males resultantes del funcionamiento de esa máquina
diabólica hacen indispensable retomar permanentemente el
asunto.
El discurso clásico sobre los EE UU como patria de la
libertad de expresión siempre fue montado sobre inverdades;
hoy es ridículo.
Las tres grandes cadenas de televisión que emiten noticias
durante las 24 horas -la NBC, la FOX y la CNN- mantienen
relaciones íntimas con el poder. La gran mayoría de las
noticias que difunden son de origen gubernamental o
corporativa. El mantenimiento de las tasas de audiencia
exige no solamente una buena relación con esas fuentes,
sino también la inclusión masiva de noticias sobre asuntos
divertidos, episodios de guerras que hagan la apología del
heroísmo estadounidense, un enorme volumen de informaciones
sobre negocios, situación de las empresas transnacionales,
religión, deporte, sexo, comentarios superficiales sobre
historia, ciencia y arte, etc. Y, claro, la eliminación de
temas considerados incómodos por el poder.
La campaña supuestamente antiterrorista promovida por el
gobierno respondió inicialmente, por el estilo, al interés
de la aplastante mayoría de los televidentes. Para
alimentarla, las noticias prefabricadas, recibidas de
fuentes conectadas con la contrainformación, se hicieron
imprescindibles.
«Ejemplos perfectos de esa relación -escribe en Counter
Punch Peter Phillips, profesor de Sociología en la
universidad de Sonoma-, son los pools periodísticos
convocados por el Pentágono en el Oriente Medio y
Washington para transmitir informaciones programadas sobre
la guerra en Iraq a grupos seleccionados de receptores de
noticias (periodistas) que las distribuyen después a
diferentes órganos de comunicación».
Los periodistas que no se someten y se niegan a colaborar
de manera servil con el poder son castigados, directa o
indirectamente, o sencillamente despedidos, aunque sean
celebridades, como ocurrió con Geraldo Rivera y el
neozelandés Peter Arnett.
Los montajes destinados a impresionar al público y
glorificar las fuerzas armadas son frecuentes. Los
resultados, sin embargo, pueden reservar sorpresas
desagradables al sistema, como ocurrió con el film sobre el
famoso rescate de la soldado Jessica Lynch. La BBC, en un
reportaje que enfureció al Pentágono, ha demostrado a
través de testimonios irrefutables que todo fue forjado en
la «epopeya» que hizo llorar a millones de estadounidenses.
La verdad no tuvo nada de heroica. Los iraquíes, cuando
intentaron entregar por iniciativa propia a la prisionera
Jessica a una unidad militar norteamericana fueron
recibidos a tiros. Posteriormente la fuerza que afirma
haberla rescatado entró en un hospital en proceso de
evacuación donde ella se encontraba. No hubo allí combate
alguno; no habia tropas iraquies. El film es una invención
de comienzo a fin. Pero Jessica Lynch ha entrado al
panteón de las heroínas de los EE UU.
Hoy el acceso del ciudadano estadounidense a noticias
objetivas es cada vez más difícil. «Lo que existe -la
opinión es también de Peter Phillips- es un sistema
noticioso complejo, concebido para entretener a la gente,
que protege su propia esencia, para servir al complejo
militar-industrial más poderoso del mundo».
En un país donde un abismo cultural separa a las élites del
ciudadano común, la militarización de la sociedad civil, en
expansión, asume proporciones inquietantes.
Según John Gillis -un analista militar respetado- la
militarización de las conciencias pasó a ser imprescindible
al buen funcionamiento del sistema. El establishment trata
de preparar a la sociedad civil para la aceptación de la
violencia como fenómeno natural. Mientras el militarismo
era tradicionalmente «visto como una serie de creencias que
se limitaban a grupos sociales específicos o sectores de la
clase gobernante, la militarización es una serie de
mecanismos que involucran todo el edificio social».
Jorge Mariscal, miembro del proyecto Yano que combate la
militarización de la educación, afirma en artículo reciente
divulgado por Rebelión, que la vida cotidiana en sus
infinitas formas es enmarcada por ese fenómeno. La
militarización avanza en las escuelas. Contamina la
juventud. Una publicidad agresiva, en la televisión, la
prensa escrita, la radio, en carteles presenta a las
fuerzas armadas como una escuela de virtudes. El cuerpo de
marines cultiva el autoelogio, presentándose como una
corporación de superhombres. El candidato a recluta, al
atravesar el portal del cuartel lee un mensaje en la pared:
«En el corazón de cada marine está el espíritu del
guerrero, una persona imbuida del tipo especial de carácter
personal que ha definido la grandeza y el éxito durante
siglos.Y en esta organización serás considerado como parte
de la familia. Eres especial, eres un luchador, te
cuidaremos».
Lo primario del mensaje ayuda a comprender la mentalidad de
la tropa de élite de la US Navy.
La militarización de la sociedad es acompañada de un
discurso político que transforma en virtudes la dureza, la
insensibilidad y un concepto prusiano de la disciplina. La
tesis del «letal y compasivo» ilumina bien las
contradicciones de una mentalidad patológica. Rumsfeld
dice que las fuerzas armadas de los EEUU son las más
«efectivas y destructivas» de la historia, pero al propio
tiempo las más preocupadas por evitar muertes civiles»
La realidad desmiente la afirmación. Petrer Mass, en
artículo publicado por el The New York Times, cuenta que
cerca de Bagdad, el comandante de un escuadrón, cuando sus
hombres dispararon contra vehículos civiles, gritó: «Mis
hombres no fueron clementes. !Formidable!»
El sargento Jeff Lujan, que ordenó a sus soldados que
abriesen fuego en un punto de control contra un camión
civil en que viajaban una mujer y dos niñas, matando a las
tres, comentó: «Me he resignado. Hicimos lo correcto,
aunque fue erróneo». El episodio, como muchos otros,
similares, fue igualmente relatado por el The New York
Times.
El lema del «letal y compasivo» ha inspirado una sub-
literatura de guerra orientada a la apología del «humanismo
americano». El caso del niño iraquí, amputado de brazos y
piernas que fue internado en un hospital de Kuwait para que
le colocaron prótesis, es bien expresivo de la hipocresía
subyacente a ese falso humanismo. Toda la familia del
muchacho murió en el bombardeo, pero eso fue olvidado.
En las grandes ciudades de los EEUU, entre la juventud de
los barrios de la clase media suburbana, una diversión de
moda es el painball -un juego brutal durante el cual los
participantes luchan salvajemente. Del choque hace parte
la muerte simulada. En San Diego, los adeptos al painball
pagan 50 dólares por intervenir en los juegos que se
efectúan en la base de los marines.
El presidente Bush considera «viriles» esos juegos. No es
por casualidad que, para estimular el espíritu marcial, le
guste discursar en bases militares, fábricas de armamentos
y portaaviones.
Un intelectual serio, James Carroll, publicó en el Boston
Globe, en la edición del 22 de abril p.p. un lúcido
artículo titulado «Una nación perdida», en el cual llama la
atención de sus compatriotas a las consecuencias dramáticas
de la política desinformativa que manipula las conciencias
para presentar como acto legitimo y necesario una guerra
criminal.
«Las celebraciones fotográficas -escribió- de nuestros
jóvenes guerreros, las glorificaciones de los prisioneros
estadounidenses liberados, los heroicos rituales de los
muertos en la guerra asumen el carácter de una burda
explotación de los hombres y mujeres en uniforme. Primero
fueron llevados a actuar en circunstancias dudosas, y ahora
ellos mismos son convertidos en mitos como su principal
justificación post facto -como si Estados Unidos hubiese
ido a Iraq no para capturar a Sadam Hussein (desaparecido),
o para eliminar las armas de destrucción masiva (que no
están), o para salvar el pueblo iraquí (caos), sino para
«apoyar a sus soldados». Así la guerra se convierte en su
propia justificación. Tal confusión sobre un punto de
tanta gravedad, como los demás, denota una nación perdida».
Denuncias como la de James Carroll son felizmente numerosas
en los EEUU. Una parcela ponderable de su pueblo se opuso
a la guerra y combate en defensa de la paz contra la
política de militarización del planeta.
La contribución de norteamericanos progresistas y valientes
como Ramsey Clark y Noam Chomsky -dos ejemplos expresivos-
es un hecho muy importante para la comprensión del peligro
fascista y del funcionamiento de un sistema que pasa sobre
la constitución para suprimir derechos y libertades.
Que no haya sin embargo ilusiones. El capitalismo no ha
entrado, lejos de ello, en la agonía. Precisamente por no
tener soluciones para la crisis se há hecho más agresivo y
trata, a través de las llamadas «guerras preventivas», de
evitar un colapso sistémico que provocaría un espantoso
caos. Incapaces de revertir por medios clásicos el brutal
debilitamiento de su economía, los EEUU, motor del
capitalismo mundial, optan, en el marco de su politiza de
dominación planetaria, por aventuras guerreras de pillaje
de recursos naturales, como las de Afganistán e Iraq, que
le han permitido al propio tiempo asumir el control de
áreas de Asia de enorme importancia estratégica.
Los epígonos de la Casa Blanca intentan encontrar una
lógica en los actos de la Administración Bush, condenados
por la conciencia de los pueblos. Buscan lo imposible,
porque la irracionalidad marca ya el funcionamiento del
sistema.
El grupo llamado de la Cabala, que hoy controla el poder en
los EEUU, se comporta ya como los aprendices de brujo.
Sembró tempestades de efectos impredecibles. Pero el
espectáculo del caos iraquí no le detuvo la agresividad.
Amenaza a Siria, la insurrección colombiana, Corea del
Norte, Cuba.
Irán es blanco de amenazas y provocaciones insistentes.
Las acusaciones repiten, sin creatividad, las que han
precedido la agresión al pueblo iraquí. El gobierno de la
milenaria patria de Darío y Cosroes es acusado de
desarrollar capacidades nucleares, de almacenar armas de
exterminio masivo y de complicidades con la red Al Qaeda.
El disco trae a la memoria los de la propaganda nazi,
cuando Hitler, en vísperas de invasiones, presentaba
pequeños países como amenazas a la seguridad del III Reich.
La realidad es invertida. Una organización tan cautelosa
como Amnistía Internacional en su informe anual acaba de
subrayar que la inseguridad en el mundo ha aumentado
peligrosamente desde el 11 de septiembre y que la
responsabilidad es de los EEUU. Su política de combate al
terrorismo, en vez de reducirlo, ha contribuido
decisivamente a diseminarlo y estimularlo.
En materia de derechos humanos, EEUU, que insiste en
presentarse como su gran defensor, los viola
permanentemente como reconoce Amnistía Internacional. La
Base de Guantánamo ha sido convertida en un campo de
prisioneros en el cual el empleo de la tortura es tema de
denuncias constantes.
De Washington llegan noticias de choques personales en el
equipo presidencial. Dimisiones como la de Ari Flescher,
el vocero de la Casa Blanca, han suscitado una ola de
especulaciones. En el triángulo Departamento de Estado-
CIA-Pentágono la estrategia de las «guerras preventivas»
habría dejado de ser consensual.
Estamos ante rumores. No merecen la atención que se les
viene prestando. Sin embargo, es natural que en Washington
las fuerzas que controlan el poder empiecen a comprender
que la ocupación de las grandes ciudades de Iraq no puso
fin a la guerra. En los últimos dias militares
estadounidenses han sido muertos en diferentes lugares. La
resistencia del pueblo iraquí al ocupante se organiza. Una
guerra larga se dibuja en el horizonte. El fantasma de un
Vietnam árabe perturba ya el sueño de los generales del
Pentágono.
Grandes peligros se anuncian. Pero el gigante
norteamericano tiene pies de barro. Los mecanismos
predatorios de la globalización neoliberal no bastan para
resolver la crisis estructural de un capitalismo enfermo.
Con la peculiaridad de que el mal es incurable .
Mientras la crisis de civilización se profundiza, la tarea
prioritaria para las fuerzas progresistas y democráticas en
todo el mundo es enfrentar, con firmeza y lucidez, la
amenaza -es decir, la estrategia neofascista de un sistema
de poder que aspira a militarizar el planeta, reduciéndolo
al status de protectorado.
Entretanto, el proceso de militarización y fascización de
la sociedad estadounidense prosigue. Y esa realidad no
puede ser ignorada.
La Habana, 30 de mayo de 2003
El original portugués de este artículo se encuentra en
http://resistir.info
Traducción de Marla Muñoz
https://www.alainet.org/en/node/107675?language=es
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