Semillas mutantes

06/11/2003
  • Español
  • English
  • Français
  • Deutsch
  • Português
  • Opinión
-A +A
Uno delos argumentos más repetidos por los defensores de los transgénicos es el de que habrá más producción de alimentos y, por tanto, se erradicará el hambre. Hoy día la desnutrición amenaza a 840 millones de personas en el mundo (mueren de hambre 30 mil al día). Según la FAO, el planeta produce alimentos suficientes para 11 mil millones de bocas, y somos solamente un poco más de 6 mil millones. En Brasil el desperdicio, desde el productor al comerciante, tira a la basura lo que bastaría para alimentar al menos a 35 millones de personas, sin contar lo que se pierde en las casas y en los restaurantes. Si hay tanta hambre y suficiente alimento natural, libre de manipulación genética, ¿cómo se puede afirmar que los transgénicos reducirán el hambre? Ésta no se origina en la escasez de alimentos, sino que es causada por la falta de justicia. El mundo no carece de riquezas, carece de compartir. Los pobres no tienen cómo adquirir el pan de cada día, sea orgánico o transgénico. Por eso, el programa Hambre Cero es, ante todo, un programa de distribución de la renta, como la Bolsa Familiar, y no una oficina de distribución de alimentos. Cuatro ciudadanos de los Estados Unidos -Bill Gates, Warren Buffet, Larry Ellison y Paul Allen- poseen juntos una fortuna superior al Producto Interno Bruto de 42 naciones, con una población de 600 millones de habitantes. Sin embargo, no siempre los avances tecnológicos y científicos son sinónimos de progreso humano, pues éste depende de una economía y de una política que estén regidas por un valor que no le interesa mucho al mercado –la ética, el reconocimiento de que la vida, don mayor de Dios, es un derecho de todos. Y es deber del Estado asegurar ese derecho. La producción de transgénicos es cosa de laboratorio, sofisticada, y exige inversiones caras que nunca estarán al alcance de la agricultura familiar. Ésta puede plantar, pero no recrear. Como sucede en toda producción industrial, la de semillas genéticamente modificables depende de escasas y poderosas empresas, que transforman el alimento en arma de presión, capaz de amenazar naciones. Aunque los transgénicos tripliquen la producción mundial de alimentos, quedará en el aire un interrogante: ¿quién lanzará las semillas capaces de modificar éticamente el mercado y promover la economía del compartir? Si no hay una cultura de que la alimentación es un derecho humano inalienable, que se les debe asegurar a todos, las semillas mutantes del neoliberalismo, que rinde culto a la apropiación privada del lucro por sobre todo, se reforzará la tendencia a la formación de oligópolis. Mi abuelo era dueño, en Minas Gerais, del laboratorio Libanio. Mis primos, en Rio, del laboratorio Mauricio Villela. Hoy día son raros los laboratorios brasileños. Los medicamentos cuestan más caros y, ni por eso, son de mejor calidad, lo que explica la importancia de los genéricos. Brasil tuvo en otro tiempo su propia industria automotriz, que producía autos y camiones. Ahora casi todas las montadoras tienen sus matrices en el exterior. Sin hablar de este crimen de lesa patria: la destrucción de nuestra red ferroviaria en un país rico en recursos hídricos y de dimensiones continentales. Todo ello para hacernos dependientes de las autopistas y de vehículos que consumen petróleo. Aunque Petrobras sea una victoria de nuestra soberanía, no tenemos el monopolio de la distribución de combustibles. Liberar los transgénicos exige antes lanzar en nuestro suelo semillas éticamente mutantes, que adviertan al consumidor acerca de la calidad de lo que ingiere y lo amparen con una legislación que impida cualquier tentativa de oligopolización y patentización que hiera los intereses y los derechos del país. De lo contrario quedaremos a merced del mercado –léase: de pocas y poderosas empresas que, indiferentes a nuestro país, controlarán el pan nuestro de cada día, transubstanciado por genes que sólo Dios sabe qué efectos provocarán en la salud de Gaia y de los seres humanos. Algunas reacciones negativas ya están comprobadas, como el desastroso casamiento genético entre el frijol, pobre en grasa, y la castaña del Pará. Quien lo comió sufrió alergias. Otras reacciones, sin embargo, son como el cáncer: casi nunca dan señales de génesis, sólo de apocalipsis. El presidente Lula hizo eco a la palabra de Dios por boca del profeta Isaías hace 2.800 años: sólo habrá paz si es hija de la justicia. Sólo una civilización de compartir, gobernada por la "globalización de la solidaridad", como lo pregona Juan Pablo II, hará llegar a la mesa de la familia humana alimentos en cantidad y calidad suficientes. Y yo, al servirme, prefiero lo que fue divinamente creado y modificado. Traducción de José Luis Burguet.
https://www.alainet.org/en/node/108748?language=es
Subscribe to America Latina en Movimiento - RSS