Neodesarrollismo: ¿Hacia dónde vamos?
27/09/2004
- Opinión
El debate sobre
el desarrollo vuelve a ocupar una posición central en las
ciencias sociales y en la política latinoamericana. Él se
ubica hoy día en el marco de la oposición entre las
políticas de desarrollo y el dominio del capital financiero
asentado en una "ortodoxia" monetarista bastante discutible
por los efectos negativos que ha producido en la región.
Es muy interesante constatar la preocupación creciente de la
región sobre la cuestión del llamado "desarrollo económico-
social". En realidad está en el orden del día la
recuperación del crecimiento económico en una región que se
caracterizó por un alto patrón de crecimiento en los años 30
a 70 del siglo XX. Al mismo tiempo, en las décadas del 80 y
90 y comienzos del siglo XXI, tenemos una caída colosal de
nuestro nivel de crecimiento, muchas veces inferior al
crecimiento de la población, configurando una rebaja del
ingreso per capita.
Es evidente que la caída del crecimiento está conectada con
el aumento de la deuda externa registrado al final de los
70s y comienzo de los 80s, como resultado de la
renegociación de las deudas anteriores a altísimas tasas de
interés internacionales. Durante la década del 80 hemos
enviado centenares de miles de millones por concepto de pago
de intereses. Para lograrlo, nos hemos sometido al llamado
"ajuste estructural" que consistía en el aumento de nuestro
superávit comercial para pagar estos intereses.
Es evidente el contenido social negativo de esta política de
contención de la demanda interna, particularmente de los
salarios y de los gastos públicos. Para poner en práctica
políticas tan impopulares, se necesitó de dictaduras
militares o gobiernos de fuerza en general, se quebró el
impulso de desarrollo del capital industrial naciente y de
una clase media que apostara a la expansión de la economía y
al desarrollo de nuevas actividades económicas. Se
consolidaba así el cuadro de "reacción" en contra de las
formas más avanzadas de desarrollo socioeconómico, iniciado
con el régimen militar en Brasil, en 1964, a través del cual
se selló un compromiso de sangre entre el capital industrial
naciente y los intereses del capital internacional en toda
la región.
Las renegociaciones de la deuda externa iniciadas en los
años 1986-90 permitieron desahogar, en parte, esta situación
con la rebaja de la tasa de interés en Estados Unidos y las
concesiones realizadas finalmente por los acreedores,
apoyados por sus Estados nacionales, cada vez más sometidos
a los intereses del capital financiero.
Desgracias
El llamado Consenso de Washington, que se diseñó en 1989,
abrió el camino para una nueva aventura económica de la
región. Cuando la tasa de interés mundial se rebajaba
drásticamente, optábamos por una política de aumento de la
tasa de interés interna para atraer capitales del resto del
mundo con el objetivo de cubrir un déficit comercial que
generamos con políticas económicas de sobrevalorización
cambiaria.
Los capitales financieros de corto plazo vinieron
rápidamente para expropiar nuestras reservas acumuladas con
la suspensión del pago de intereses. No siendo suficiente
tales facilidades, exigieron también la venta de nuestras
empresas públicas para abrir camino a sectores económicos
que implantaron nuevas tecnologías y por lo tanto,
obtuvieron una alta rentabilidad pues tenían le monopolio
tecnológico. La telefonía y las comunicaciones en general,
la electricidad y las fuentes de energía en general, las
materias primas fueron los principales áreas donde se operó
la entrega de riquezas a cambio de nada. Los recursos
incorporados a las arcas fiscales fueron rápidamente
absorbidos por el pago de colosales tasas de interés
internas a los capitales foráneos.
Estas desgracias fueron sentidas drásticamente por la
población que, después de un período de ilusión provocado
por la entrada de importaciones y capitales de corto plazo y
por los efectos deflacionarios de la política económica en
curso en todo el mundo, finalmente votaron masivamente en
contra de las políticas del Consenso de Washington.
Con el tiempo, lo único que quedaron fueron las arcas vacías
de nuestros gobiernos, las deudas externas crecientes cuando
salieron masivamente los capitales que entraron
momentáneamente, la caída drástica de la renta nacional.
Pero lo más dramático es el forcejeo por mantener las altas
tasas de interés cuando ya no hay reservas ni empresas que
vender. Ellas no logran atraer capitales del exterior y
alimentan un gigantesco sistema financiero creado en torno
de la deuda pública, fuente de transferencia de recursos de
la población hacia los especuladores, convertidos en señores
de la nación a través de un mecanismo llamado de "mercado".
En el momento actual, el capital productivo lucha para
sacarse de encima este sistema de succión de recursos. Pero
estos sectores del capital productivo se comprometieron muy
seriamente con esas políticas en sus fases virtuosas para
los capitales en general. Ahora tienen dificultad para
presentar una resistencia política a los epígonos del
capital financiero que señalan ahora frente toda la nación
como enemigos de todo el pueblo. A falta de líderes
progresistas propios, tienen que buscar una alianza con las
fuerzas populares organizadas y sus expresiones políticas
para presentar un programa con alguna consistencia y apoyo
popular.
Estas son las motivaciones del neodesarrollismo. Pero a su
lado están también las motivaciones de la mayoría de la
población. Cabe a las fuerzas populares -que sufrieron
dolorosas experiencias en estos años de degeneración
económica- aprovecharse de la oportunidad para ampliar sus
objetivos tácticos y producir un programa de
transformaciones sociales y económicas que abran paso a una
etapa superior para la región.
* Theotonio dos Santos es profesor titular de la UFF.
Coordinador de la Cátedra y Red de la UNESCO y la UNU sobre
Economía Global y Desarrollo Sostenible
(http://www.reggen.org.br).
https://www.alainet.org/en/node/110609?language=es
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