Basta de rumores devastadores
14/03/2006
- Opinión
En los 60 y 70, la policía política de los EE.UU., básicamente el FBI, espió, se infiltró y atacó violentamente a varias organizaciones de los movimientos sociales. Esta labor, documentada en el libro de Ward Churchill y Jim Vander Wall, “Los papeles del COINTELPRO” [siglas de la operación de infiltración en movimientos populares del FBI, N. del. T.], tuvo cierto éxito socavando los movimientos populares.
Una importante táctica del arsenal de COINTELPRO era la propagación de rumores. Las falsas acusaciones a compañeros y representantes importantes en que la gente confiaba, rompían los lazos de amistad y confianza que la gente necesitaba para enfrentarse a la autoridad, para motivarse, y para mantener su coraje ante la represión. Una vez estos lazos de amistad y confianza estaban rotos, las organizaciones eran presa fácil. Los activistas han intentado diversos métodos para enfrentarse a las tácticas tipo COINTELPRO, incluyendo variantes de la “cultura de la seguridad” (ver, en inglés, http://security.resist.ca/ ).
Estas tácticas no se limitaron a los movimientos domésticos en los EE.UU. En el extranjero las llevaba a cabo mayoritariamente la CIA y se llamaba “guerra psicológica” (ver por ejemplo el libro de William Blum, “Killing hope”)
La fuerza de estas tácticas reside en que pueden usarse para socavar un movimiento manteniendo al mismo tiempo una capacidad plausible de eludir cualquier responsabilidad. Y la triste verdad es que a menudo es difícil decir si nuestras organizaciones han sido infiltradas porque demasiadas veces no necesitamos que se nos infiltren para destruirnos, debido a nuestros propios errores políticos, a inseguridades personales y a errores.
Por ejemplo, yo nunca sabré si el grupo del que formé parte entre 2001 y 2003, la Campaña de Solidaridad Canadá-Colombia (CCSC) fue objeto de algún tipo de campaña coordinada o simplemente fracasamos como individuos y como grupo.
No obstante, sí sé que el auge y declive de nuestro grupo encaja en un patrón típico. Un pequeño número de individuos (a veces sólo uno o dos) con muchas ganas, trabaja duro para poner en marcha un proyecto político. El proyecto consigue algún éxito, cierta visibilidad, incluso cierta efectividad en una esfera limitada. Luego hay una reacción en contra, por parte de oponentes políticos, a veces (demasiadas) por parte de aliados políticos, a veces por parte de individuos concretos. La reacción se centra en uno o dos líderes, preferiblemente uno sólo. Empiezan a volar los rumores, de corrupción financiera, de conducta sexual inapropiada, de insuficiente devoción a las políticas antirracistas o feministas, de fraude. El contenido de las acusaciones importa mucho menos que el hecho de que sean incontestables, y es mejor que sean tan viles que tan sólo oírlas quieras o abandonar al acusado o dejar de lado las acusaciones como indignas de consideración, a veces cegándote sobre problemas reales. Ejemplos que pueden ser familiares: Ward Churchill, acusado de falsificar su ascendencia indígena, de ser violento personalmente y académicamente un fraude. O Noam Chomsky, acusado habitualmente de negar algún genocidio que otro.
En mi grupo, uno de esos “líderes” iniciales con empuje era un cirujano canadiense-colombiano llamado Manuel Rozental. Manuel trajo al CCSC conexiones con los movimientos sindicales de Colombia, con los movimientos de afro-colombianos, con los movimientos feministas, con las organizaciones de campesinos, con los pueblos indígenas, conexiones creadas durante años de compromiso político dedicado y peligroso en ese país. Se sentía especialmente cercano a los indígenas del Cauca, cuya lucha claramente le había inspirado, y que, cuando hablaron de su caso en Canadá, también inspiraron a otros (vean aquí mi reportaje sobre los Nasa del norte del Cauca como introducción, http://www.zmag.org/spanish/0504podur.htm ) . También aportaba al grupo un análisis muy especial sobre Colombia.
Para Manuel, Colombia no era la víctima de una “cultura de la violencia” o de una guerra civil interminable, sino que era sólo el ejemplo más extremo de un modelo de “desarrollo sin gente” en el que se echa a la gente de sus tierras para darlas a multinacionales y que éstas exploten los vastos recursos de Colombia y se lleven enormes beneficios a sus matrices en los países ricos. En las ciudades, el movimiento sindical, la oposición organizada a estos intereses, era liquidado violentamente para facilitar ese proceso. La guerra civil, o la “guerra contra las drogas”, eran pretextos. Los colombianos no necesitaban caridad ni ayuda ni tan sólo ideas sobre cómo resolver sus problemas. Colombia tenía riqueza, y había gente más que suficiente con ideas y estrategias para un futuro mejor. Lo que necesitaban era un respiro ante el salvajismo del modelo económico impuesto desde fuera y una oportunidad para relacionar entre sí sus variadas luchas.
Estas necesidades sugerían una estrategia para los que estábamos fuera de Colombia: esfuerzos de solidaridad internacional que ayudaran a los colombianos a coordinarse, más que el enfoque sector a sector, dirigido a obtener fondos, que hacía más para dividir a los movimientos colombianos que para unirlos. El reconocimiento de que los movimientos colombianos tenían mucho que enseñar y los movimientos norteamericanos mucho que aprender. Y una estrategia, basada en la comunicación, para proteger a los movimientos de la violencia, de forma que cada violación de los derechos humanos llevara a un mayor riesgo de desenmascaramiento de los intereses y fuerzas subyacentes. Dado que los movimientos eran atacados por los paramilitares, que los paramilitares eran una rama del gobierno, y que el gobierno servía a los EE.UU. y a las multinacionales, los ataques tenían que tener un coste para éstos. Ésta era una tarea para todos, pero era un ejemplo donde los pequeños actos cotidianos del activismo de derechos humanos (investigar, escribir cartas, informar a la prensa, organizar actos, manifestaciones, acompañamiento de invitados), podían constituir una gran diferencia, especialmente si cada pequeña acción era parte de una estrategia mayor.
El análisis y la estrategia me parecieron tener tanto sentido como cualquier otra cosa que haya oído jamás. Fueron explicados en cuatro principios de solidaridad ( ver, en inglés, http://www.en-camino.org/enc_followup.htm ). A mucha otra gente también le pareció que el análisis y la estrategia tenían sentido. El CCSC obtuvo gran visibilidad en Canadá y en Colombia, especialmente en el momento de la reunión del ALCA en Québec en 2001. Organizamos dos grandes intercambios: en el primero, entre marzo y abril de 2001, 6 líderes de movimientos colombianos vinieron a Canadá, y en el segundo 30 activistas canadienses (sindicalistas, trabajadores de ONGs, activistas indígenas, estudiantes) viajaron a varias partes de Colombia, aprendiendo de sus anfitriones. La segunda visita tuvo lugar a finales de agosto de 2001. Los principios, las lecciones y la idea de solidaridad recíproca fueron de gran ayuda, y sigo creyendo en ellos. Pero para los movimientos colombianos, a pesar de que su situación se había vuelto más difícil que nunca después del 11 de septiembre de 2001, fue mucho más difícil obtener atención entonces, incluso en la izquierda.
Además, el análisis del CCSC tenía sus detractores. La crítica de Manuel al sector de la solidaridad tradicional, que se demostró exacta con el tiempo, era muy dura. Uno podía centrarse en obtener fondos para proyectos seguros y distribuirlo de forma que desmovilizara a la gente, o uno podía salirse de esa situación confortable y arriesgar sus propios fondos, su oficina, su estilo de vida. El CCSC nunca tuvo oficina y Manuel se ganaba la vida como cirujano. El trabajo era colectivo y estaba basado en un conjunto de “principios de solidaridad” políticos: todos los que suscribían los principios podían trabajar según ellos pero nadie controlaba el proceso, aunque trajera fondos o recursos. Quizá eso explica otra cosa. Cuando empezó el CCSC, hubo fondos procedentes de diversas ONGs, de grupos eclesiásticos, de sindicatos, incluso de la Agencia Canadiense para el Desarrollo Internacional, para traer a los activistas colombianos a Canadá y enviar a los canadienses a Colombia. Después de un tiempo, sin embargo, el CCSC perdió la mayoría de esos fondos.
Aunque se habían esparcido rumores sobre nuestro trabajo desde el principio, luego se hicieron mucho peores y nuestra capacidad de trabajo declinó, en parte como consecuencia de los rumores. Siguieron el patrón habitual, se centraron en Manuel. Se le echó lodo encima desde diversos lados y de diversas formas. Por parte de amigos y aliados consistía en exigir a Manuel unos estándares que no exigirían a ningún ser humano, y mucho menos a sí mismos. De parte de los que estaban menos familiarizados con nuestro trabajo las acusaciones eran, como en círculos concéntricos, más asquerosas cuanto más lejanas. En el último círculo estaban las peores acusaciones, hechas por la gente que lo conocía menos. Que si Manuel era un agente de la CIA (algo que no podría probarse), que si Manuel denunciaba públicamente a otros activistas (aunque no se encontrara ningún registro de esas denuncias), que si Manuel apoyaba el terrorismo, que si usaba la causa indígena para enriquecerse. Por supuesto, nadie salía públicamente a defender tales acusaciones: si se pedían pruebas se nombraba otra “fuente”. Preguntas a esa “fuente” y te envían a la siguiente. Pero la campaña de difamación funcionó. El CCSC entró en barrena, llegándose a montar reuniones con el propósito expreso de denunciar a Manuel. Un día, después de una de esas reuniones me fui a casa y escribí mi renuncia, y poco después sugería que el grupo se disolviera.
En Colombia, un líder afroamericano, un líder sindical y un líder campesino, todos los cuales habían trabajado con el CCSC fueron amenazados y acusados. La organización colombiana del CCSC decidió colectivamente parar su campaña, en vez de intentar contestar a las amenazas y arriesgar más sus vidas. Seguidamente el grupo se disolvió también, con todos los problemas y sentimientos heridos de un caso así, y Manuel resultó ser el más afectado.
Manuel nunca denunció a los que lo atacaron. Volvió a Colombia para trabajar directamente, y esta vez discretamente, con los movimientos con que había intentado trabajar en Canadá. Como siempre, se sentía más cercano a los Nasa de Cauca, y estuvo un par de años en el norte de Cauca, periodo en que éstos se convirtieron en la chispa para un resurgimiento de la resistencia política en Colombia.
Cuando abandonó Canadá en el 2003, Manuel no anunció su partida ni adónde iba. A veces, en esos años, gente en Canadá que yo sospechaba que eran parte de los que habían propagado los rumores, me preguntaban sobre él como quien no quiere la cosa. Preocupado por él, era vago en mi respuesta. Los rumores en Canadá eran problemáticos, en Colombia podían ser una sentencia de muerte. Finalmente lo encontraron, a finales de 2005, y empezaron las amenazas de muerte (ver el artículo de Naomi Klein sobre Manuel Rozental : http://www.nasaacin.net/noticias.htm?x=1631 ), y se vio obligado a volver al lugar donde empezaron los rumores, donde se perfeccionó la técnica de la difamación para desmotivar, donde los “movimientos de solidaridad” pueden devorar a las mejores y más decentes personas. Las amenazas forzaron a Manuel a irse de Colombia (ver http://www.nasaacin.net/noticias.htm?x=1600 ) en un momento en que las organizaciones Nasa le querían allí. Venían elecciones, y los indígenas lanzaban una campaña “Libertad para la Madre Tierra”, de recuperación de tierras en un proceso similar al del Movimiento de los Sin Tierra en Brasil, y en un contexto que es aún más peligroso para los activistas (ver el artículo de Héctor Mondragón sobre “Libertad para la Madre Tierra”: http://www.nasaacin.net/noticias.htm?x=1780 ) Y ahora que ya está en Canadá, como si hubiera un apuntador, ya empezamos a oír los rumores maliciosos otra vez.
Esta vez, a diferencia de en años anteriores, después de investigar un poco tenemos varios nombres de personas que son “fuentes” de las acusaciones contra Manuel. Pero el objetivo de este artículo es parar, no extender, la difamación. Instauremos algunos principios básicos que, si nos adherimos a ellos, pararán las cadenas de rumores y frustrarán las tácticas del COINTELPRO.
1.- A no ser que haya visto pruebas creíbles y convincentes de que una persona que trabaje en un movimiento progresista es un agente de la CIA o un agente paramilitar, que se ha enriquecido personalmente de su trabajo político, o que ha denunciado a otros activistas, no extenderé rumores en ese sentido. 2.- Si tengo pruebas creíbles y convincentes de cualquiera de estas cosas, haré mis acusaciones en público inmediatamente, proporcionando esas pruebas y dando la cara. 3.- Estoy de acuerdo en que hacer acusaciones no comprobadas es una práctica poco ética, y se convierte en criminal en contextos en que tales acusaciones pueden ser fatales. 4.- Si tengo desacuerdos políticos con cualquier activista, los arreglaré de la forma apropiada, públicamente, de acuerdo con las normas del debate y el discurso público. Las habituales reglas de la necesidad de pruebas, la presunción de inocencia y el derecho a conocer a tu acusador son todas aplicables.
Manuel necesita volver a trabajar por su gente. Hay una página para firmar si estás de acuerdo con estos principios (en inglés) o contactar a justin@killingtrain.com.
(traducido por Alfred Sola)
Fuente: http://wiki.zmag.org/Basta_de_Rumores_Devastadores
https://www.alainet.org/en/node/114549?language=en
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