Integración con soberanía
07/05/2006
- Opinión
La firma del Tratado Comercial de los Pueblos (TCP) entre Venezuela, Cuba y Bolivia, en La Habana, concretó una visión de intercambio económico distinto a la globalización que administra Washington a nombre de las transnacionales. La nacionalización de los hidrocarburos en Bolivia, que ha conmovido el mundo de los negocios, restableció la soberanía nacional que el neoliberalismo entregó sumisamente a los poderes transnacionales. La reunión de los presidentes de Argentina, Brasil, Venezuela y Bolivia, ratificó los principios de integración con soberanía, en evidente contraste con el esquema de subordinación que se pregonan con el ALCA y los TLC.
En menos de una semana, entre el 29 de abril y el 4 de mayo, quedaron sentadas las bases de una relación diferente entre los países latinoamericanos. Y no es minucia, pues en el proceso está interviniendo los países con economías mayores en el hemisferio.
Muchos analistas han partido de la suposición de que se trata de una reacción que, el gobierno norteamericano, responderá aislando a estas naciones. La premisa es que, en un mundo globalizado como el que vivimos en este tiempo, no hay posibilidades de relaciones económicas independientes de las grandes potencias. Después de todo, éstas tienen los más grandes mercados de consumo y poseen la tecnología más avanzada del planeta.
Los resabios del fin de la historia
Un decenio atrás, un osado oráculo estadounidense de origen japonés, aseveró que la globalización era la culminación de la búsqueda de un futuro mejor para la humanidad. En su proyección, la bonanza que veía en su estrecho horizonte, era el nivel superior de la satisfacción. Asumía que la economía de mercado solucionaría todos los problemas de los habitantes de todo el mundo. El dominio de los países más poderosos, por serlos mejor dotados, satisfaría las demandas básicas de esas pobres criaturas que aún se debatían en el atraso.
Las guerras de conquista que, casi de inmediato, llevó adelante Washington estuvieron a punto de convencer a quienes no estaban convencidos del fin de la historia. Pero, en el fondo de aquella olla de abundancia y prosperidad que dibujaba aquel aprendiz de brujo, se cocinaba aceleradamente la rebeldía de los pueblos.
Pero los hechos no eran poéticos; al contrario, tenían la contundencia de una realidad que está echando por tierra las intenciones de dominación. Ni los mercados del mundo industrializado son globales, ni la tecnología que pretenden monopolizar es total.
Las torres de la soberbia
La destrucción de las torres gemelas de Nueva York mostró la debilidad del ensamblaje en que se asienta el poderío del mundo industrializado. Espanto con espanto, Washington ha invadido dos países sin otro resultado que la destrucción y la muerte de propios y extraños. Grave que, la potencia militar más grande del mundo, reclamando la aprobación de todos, haya invadido países que no representan peligro. Más grave aún, que se descubra el verdadero motivo: la apetencia corrupta de las grandes empresas norteamericanas. Peor, si esos países son parte del mundo musulmán.
En carrera militarista, la Casa Blanca, no para mientes en amenazar a otras naciones de la misma región, pese a la pérdida en vidas humanas que supone esta arremetida bélica. Mañana podría pretender llevar a la guerra a otras regiones del mundo.
El autor de esta política ha sido tildado de demente y, sus directos colaboradores, de halcones oportunistas. Puede que así sea, pero lo cierto es que, toda la élite gobernante de Estados Unidos, de una u otra forma, está apoyando las agresiones que sufren esos pueblos ocupados y aquellos otros amenazados. Todo el “establishment” norteamericano es tan culpable como el actual gobernante.
Rebelión en la granja
Lo que parece haber llegado a su fin, es la política de acaparamiento global que, los países industrializados, llaman aún globalización. De pronto, los pueblos latinoamericanos han comenzado a levantar su propia estructura, rompiendo los andamios que construyó Washington.
El frustrado intento de imponer el ALCA, fue sustituido por acuerdos regionales en Norte y Centroamérica. El asalto final debía darse en Sudamérica, pero resultó un hueso duro de roer. Más ocupada en sus guerras, la Casa Blanca, diseñó una estrategia que, sin mucho esmero, trató de arrebañar un país aquí y otro por allá. Los pocos resultados obtenidos han servido, más bien, para que se acelere la construcción de la estructura propia.
El nuevo gobierno de Bolivia, al que miraron entre despectivos y molestos, ha puesto la pieza que faltaba para darle ese empuje. La propuesta del TCP y su rápida concreción abre la posibilidad de importantes proyecciones en el mediano plazo. Por de pronto, comienza a ponerse en duda la ratificación de esmirriados TLC’s que firmaron algunos gobiernos de la región. Otra alternativa es posible.
Si a esto le agregamos la nacionalización de los hidrocarburos, que reconocen y respetan como acto soberano los dos países de mayor economía en la región y, además, los principales compradores del gas boliviano, se diseña claramente una perspectiva de integración con soberanía.
Seguramente faltan muchos niveles para terminar de construir una estructura capaz de competir con el mundo industrializado. No hay dudas que se mantendrá un intenso comercio entre ellos y nosotros. Por supuesto que nadie puede levantar muros entre las naciones, como los que levantan en vano Estados Unidos e Israel.
Pero, del mismo modo, nadie puede llamarse a engaño respecto a las nuevas perspectivas que se abrieron a partir del TCP, de la nacionalización del gas en Bolivia y del entendimiento entre los gobiernos del área.
Bolivia se ha convertido en el eslabón que está uniendo a nuestra América.
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