Gualeguaychú y la <I> “gente común, es decir, rebelde”</I>
- Opinión
27 de marzo de 2007. Era evidente que habíamos llegado. Un enorme cartel, colocado a lo largo de un puente, al parecer peatonal, que cruzaba la ruta, lo advertía: NO A LAS PLANTAS DE CELULOSA. Cuanto más avanzaba el micro que nos transportaba, ese mensaje, palabra y grito, se repetía en automóviles, comercios, postes, paredones, remeras y gorras. Aquí y allá: No a las papeleras. Sí a la vida.
Había pasado el mediodía del sábado. La idea era llegar hasta el balneario camping Ñandubaysal, ubicado sobre la costa del río Uruguay, que abriría sus puertas en forma gratuita para que todos pudieran participar de la actividad que la Asamblea Ciudadana Ambiental de Gualeguaychú habría de realizar al día siguiente. Desde la terminal llamamos a Susana, secretaria de la Asamblea, cuyo número de teléfono nos había sido dado por un amigo, fiel compañero de luchas populares. Sí, habla Susana. Qué tal. Esperame que me parece que alguien puede llevarlos hasta el Ñandú. Cuántos son. Ahora te llamo. Sí ya está, acérquense hasta costanera y 25 de mayo, busquen a Luis, él tiene que ir para allá en camioneta. Los alcanza. Nos vemos después. A Luis lo ubicamos en seguida, en la esquina indicada, sentado en la panchería de Pocho. Cómo andan. De dónde vienen, che. Si tienen hambre, comemos algo, tomamos una cerveza y vamos. Macanudo. Tipo gaucho, como todos por allí, nos empieza a adentrar en esta historia en la que él, junto a miles, son protagonistas. Empezaron pocos, pero cada vez somos más. Les vamos a dar pelea.
Nos subimos a la camioneta, salimos. Al costado del camino se ven plantaciones de eucaliptus y pinos delgados, rectos. A diferencia de ése que trepábamos en la plaza del barrio, con ramas que eran puentes prometedores, desafiantes, ése que murió de viejo y no asesinado, éstos, salidos de laboratorios, son realmente aburridos y poco felices; parece, paradoja cruel, que el sistema que asienta su “orden” también en la fuerza y la represión los hubiese plantado así, como en una formación militar. Árboles nacidos para el negocio, no para la vida, devorados mañana por el capitalismo, como nosotros, día a día. Cientos de miles de hectáreas plantadas, de un lado y otro del charco. Estos árboles no beben: devoran decenas de litros de agua para crecer apenas un gramo y secan las napas, desertifican; dicen que hay pueblitos en Uruguay que ya no tienen agua para el consumo y precisan de camiones que la trasladan desde otros lados.
Yendo para el balneario, Luis nos va comentando sobre el funcionamiento, la práctica, de la Asamblea. Que sí, que al ser tan masivo el asunto, viene todo el mundo y admitimos a todo el mundo, el que quiere hablar, habla. Hasta concejales y funcionarios de la ciudad vienen, pero no a “hacer política”. Parece que esa palabra ya no comprende la actividad que Luis y sus vecinos están realizando. Importa poco. Habrá que buscar otra y que esa se la queden ellos, allá arriba, que así los identificamos bien.
Llegamos al Ñandu y se va juntando el grupo que tenía la tarea de resolver algunos detalles para el domingo. Se siente la confianza que tienen entre ellos. La puteada inofensiva, el chiste amigo. El río está muy crecido, hay poca playa, una lástima, porque la bandera grande iba a estar bien adentro, unos cien metros adentro, más cerquita de Botnia. Al menos no llueve, y esperemos que mañana tampoco. Luis, que a esta altura era nuestro guía oficial, sigue comentándonos. Que si la planta hubiesen querido poner de este lado, ya se hubiese ido. Pero en Colonia se está empezando a armar algo, ya que ENCE se traslada para Nueva Palmira. Botnia, atrás, se ve clarita, grandísima, prepotente. Le preguntamos sobre el corte, si lo reafirman o ponen en discusión cada asamblea: hace unos meses que no se discute. El corte no se levanta hasta que no se vaya Botnia. ¡Qué ejemplo de dignidad nos da esta gente! ¡Cuán distinto del de nuestras dirigencias políticas, que reciben con los brazos abiertos al genocida Bush o tocan las campanitas en Wall Streat!
Mañana, después de la actividad, hay asamblea, a las 20. Estábamos convencidos de que iba a ser hoy, cambiemos los pasajes, salgamos más tarde.
El sol sin verse caía, como negándose a que la pastera vea lo que está arruinando. Esos atardeceres que deberían haber sido maravillosos donde se hermanan los ríos.
La mañana del domingo nos despierta con calor húmedo y una cantidad asombrosa de mosquitos. Se ve más movimiento en el lugar. Hoy es el día de la prueba hidráulica, nombre utilizado con ironía y en referencia a las que ha de realizar la empresa finlandesa, artilugios para seguir engañando a vaya a saber quién.
La jornada es hermosa. Otra de las formas que le encontraron para demostrar que el corte, eje de su pelea, no es su única manera de expresarse.
En una carpa, atendida por asambleístas, se venden remeras, banderas, tazas y gorras con el No a las papeleras. Todo el dinero que ingresa, por fuera de los costos, va para la Asamblea. Allí nos dan un folletos donde informan, entre otras cosas, que “El funcionamiento de BOTNIA demandará más de 80 millones de litros de agua dulce por día (mil litros/segundo) que se extraerán del Río Uruguay, gran parte del cual volverá al río con una carga importante de contaminantes tóxicos orgánicos...”; que, “el método que BOTNIA utilizará para obtención de la pulpa de celulosa... utiliza dióxido de cloro para el blanqueado de la misma (...) que produce compuestos orgánicos clorados, entre ellos dioxinas y dibenzofuranos que serán vertidos al río y al aire, constituyendo un peligro latente para la vida, dada su extrema toxicidad y persistencia en el medio ambiente”: “las emisiones atmosféricas emitidas por BOTNIA en funcionamiento (la chimenea mide 120 m. De altura y su sección es de más de 100 m2 de luz) llegarán a una distancia aproximada de 100 kms. A la redonda, conteniendo compuestos altamente perjudiciales para la salud de la población y el medio ambiente...”
Al costado, a través de grandes parlantes, suenan chacareras, zambas, y cumbias.
La alegría contagia. Se lo ve feliz a cada uno con su tarea aunque cansados, el día fue agotador. Alguno avisa que esa noche no va a participar de la asamblea, que no da más, como Gustavo, uno de los impulsores de la propuesta.
La ruta es oscura, incluso el puente que cruza el río Gualeguaychú. A lo lejos comenzamos a divisar un poco de luz y en seguida vemos decenas de autos sobre el camino y gente alrededor. Llegamos a Arroyo Verde.
El primero que interviene propone realizar un minuto de silencio, ya que ayer se cumplieron 31 años del golpe genocida, y luego un emotivo aplauso, para recordar “a los 30.000 compañeros desaparecidos”. Las famosas reposeras se van acomodando, el mate circula y reina la atención y el respeto al que está haciendo uso de la palabra.
Un coordinador invita a comentar sobre la actividad del día, en la playa y aprovecha para excusar a los que no asistieron por cansancio. No es cualquier día, la “poca” concurrencia se debe a que la jornada fue larguísima y precisó de muchos brazos para llevarla adelante.
Patricia, muralista, unos 40 años, propone realizar un mural en Parque Lezama, “para nacionalizar la lucha”. Hay acuerdo pero no se vota: quedan en avanzar un poco más en la propuesta, ponerle fecha y luego resolver. Le toca el turno de hablar a otro vecino, quien comenta sobre la invitación de la Asamblea de Colón para participar de una conferencia de prensa que están organizando. Todos de acuerdo. “Va el que puede ir”, que parece ser un criterio fijado, no se eligen delegados o representantes. Otro es que el que propone algo, y es aprobado, lo debe llevar adelante, no puede luego desentenderse de ello.
Antes de terminar, preguntan si hay algún invitado. Nos miramos, tímidos. Levantamos la mano desde el suelo, donde estamos sentados. Nos piden que pasemos, que hablemos, insisten y nos sorprenden, quieren escucharnos. Pasamos, nos presentamos brevemente, los saludamos. Que los felicitamos por su lucha, que aprendemos mucho de ellos, que son un ejemplo, que estamos muy agradecidos por todo, que queremos volver, desde allá alguna mano les podemos dar, que vamos a volver. Es un momento para nosotros muy emotivo.
Hay que volver a Buenos Aires. Bastante callados, como para guardar y grabar bien esos momentos, subimos al micro algunos, a la camioneta de un compañero, otros.
En el camino de regreso, pienso en el saqueo del oro utilizando cianuro y envenenando ríos, en Betchel, Meridian Gold; en la soja transgénica y los pesticidas de Monsanto; en el PCV, en las pasteras (que, de manera impactante, describe el periodista Hernán López Echagüe, en su libro “Crónicas del ocaso”) del litoral argentino; en la basura del CEAMSE. Pero también pienso en los autoconvocados de Esquel, en los pobladores de Andalgalá, Famatina, Bajo la Alumbrera, en el MOCASE y su defensa de la tierra, en la Coordinadora en defensa del Agua y de la Vida de Cochabamba, Bolivia, en la firme resistencia indígena y andina de Perú; en Colón, en los vecinos de González Catán y de Brandsen, Florencio Varela, Dock Sud, y en tantas otras luchas que uno desconoce y que se dan, hoy, ahora.
Desde Norteamérica, el activista Joel Kovel advierte que “... la etapa actual de la historia puede caracterizarse por fuerzas estructurales que sistemáticamente degradan y finalmente exceden la amortiguada capacidad de la naturaleza con respecto a la producción humana...”.
El capitalismo ha salido a la caza indiscriminada de los recursos naturales, pero a veces se encuentra con gente, como los vecinos de Gualeguaychú; gente común, es decir, rebelde.
Nota: En el título, retomamos la idea de John Holloway, quien desarrolla esta afirmación expuesta por el Subcomandante Insurgente Marcos: “Somos mujeres y hombres, niños y ancianos bastantes comunes, es decir, rebeldes, inconformes, incómodos, soñadores”. En Holloway, John, “Contra y más allá del Capital”, Ed. Herramienta, 2006