La canción sigue siendo la misma
25/06/2007
- Opinión
La reducción de las opciones electorales al esquema chileno de centroderecha - centroizquierda dejó fuera de la campaña los temas centrales de la vida ciudadana y nacional. Se debatieron estilos y derechos, lo cual nunca está demás, pero se obviaron las propuestas que promuevan soluciones.
El gobierno argentino optó por construir una fuerza propia, por asentarse en un distrito difícil, antes que por vencer en el mismo. Puede no ser una mala táctica. Un espacio antimacrista vasto habría dado batalla más intensa en la segunda vuelta; pero sus componentes hubieran resultado díscolos y cuestionadores, algo que no parece agradar a las jefaturas kirchneristas.
En esa perspectiva, es posible afirmar que la elección del oficialismo en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires fue satisfactoria: una zona hostil al peronismo, con fuertes racismos cruzados, permitió el emerger de una fuerza que se planta hacia octubre con un caudal atractivo y ciertos enlaces con realidades provinciales.
Al mismo tiempo, es previsible que el macrismo, pese a su desenvoltura capitalina, tenga un borde en su capacidad expansiva tierras adentro. En el futuro mediato, contará con un presupuesto importante y con los resortes adecuados para hacer pingues negociados, pero también con una oposición intensa y profunda.
Sin embargo no es esto lo que nos preocupa: tal vez lo más grave del panorama registrado en las elecciones porteñas sea la delineación de un perfil bifronte de la política, en el cual se discute cualquier cosa, menos los temas trascendentes que pueden ofrecer soluciones claras y contundentes a los problemas populares.
Desde el oscuro gabinete nacional y desde las usinas de pensamiento que lo rodean, se ha concretado el primer globo de ensayo hacia la configuración de un panorama hegemonizado por dos opciones: la centroizquierda y la centroderecha. En este plano, los que se presentan como técnicos eficaces y buenos administradores, llevan las de ganar, mientras que quienes priorizan la desprestigiada "política" suelen ser víctimas de las broncas colectivas.
Al pretender instaurar ese modelo de alternancia comicial, se está echando a la basura lo mejor de la tradición política argentina, plasmada históricamente en polos más complejos y potentes como el interés nacional - popular confrontando con las fuerzas antinacionales y antisociales.
De esas disyuntivas históricas --que deben incluir otras, relacionadas con derechos y garantías, pero que no pueden ser anuladas por estas-- surgen opciones tales como industria frente a parasitismo financiero, producción frente a renta improductiva, distribución justa del ingreso ante la salvaje concentración económica.
Aunque el electorado no lo formule de ese modo, al no debatirse en torno de tales asuntos, muchos porteños se han sentido (y muchos argentinos se sienten), alejados de un proceso electoral en el cual se discuten modos de comportamiento, estilos de reorganización ciudadana, salidas para las consecuencias, pero ningún asunto sustancial que contemple los desafíos de fondo.
Hubo dos pensadores, entre otros, que plantearon de diferente manera el asunto y no fueron escuchados: Carlos Chino Fernández, del Centro de Estudios Estratégicos Suramericanos, indicó que "Todo proceso electoral es de alguna manera un enfrentamiento. En este caso es de hecho, un enfrentamiento espurio, no atribuible a un encuentro de fuerzas sociales esencialmente antagónicas, sino a una compulsa ideológica teñido de falsas antinomias."
Por su parte, Julio Godio, el conocido sociólogo que hoy participa de intentos por rediseñar la vida orgánica del movimiento obrero, advirtió que el macrismo no es apenas el menemismo, sino una nueva derecha surgida de la falta de opciones nacionales posteriores a las jornadas del 2001.
Y aquí vamos en la misma dirección, pero desde otro perfil. La elección porteña del 24 de junio de 2007 ratificó que hay grandes fajas de la población porteña que prefieren seguir siendo oprimidas o desplazadas antes que respaldar cualquier cosa que tenga aroma peronista, involucrando en ese olorcito a dirigentes populares, militantes sociales, piqueteros y sindicalistas. Padecen como negros, piensan como el diario La Nación.
Bueno, en esa dimensión vale recordar a don Arturo Jauretche: no vale de nada hacerles caras lindas. De hecho, y temiendo una reacción de esa naturaleza, pero también acentuando su proyecto bifronte centroizquierda - centroderecha, el gobierno escondió durante la campaña a la fértil militancia popular, social, sindical y se abocó a mostrar candidatos que pudieran aparecer en TVR --el programa más hipócrita de la televisión nacional-- sin ser burlados.
En su afán civilista, el kirchnerismo barrió bajo la alfombra el nacionalismo popular latente en su propia composición y puso a la consideración pública a aquellos muñecos que manejan códigos y estilos que cuesta identificar con un movimiento popular, se distancian del chavismo, se olvidan del peronismo, y no trepidan en alabar las virtudes de un capitalismo que, en realidad, Macri maneja con más soltura y sentido de la oportunidad.
Por eso, y finalmente, quizás lo más preocupante de esta contienda electoral resulten las enrevesadas interpretaciones de los militantes populares pensantes: ellos también, a la hora de analizar, hablan de cualquier cosa como factor de "construcción de la derrota" en lugar de meter el dedo en la llaga, tornarse incómodos y profundos, y poner sobre la mesa una verdad directa pero complicada. Las viejas antinomias, renovadas, mantienen vigor en la estructura profunda del país.
No habrá derechos ni garantías en un país sin industria, sin justicia social, sin soberanía integral en lo político y en lo económico. Si esto no lo plantean los candidatos populares ¿quién lo hará?
Gabriel Fernandez
Director Periodístico Revista Question Latinoamérica y de La Señal Medios
El gobierno argentino optó por construir una fuerza propia, por asentarse en un distrito difícil, antes que por vencer en el mismo. Puede no ser una mala táctica. Un espacio antimacrista vasto habría dado batalla más intensa en la segunda vuelta; pero sus componentes hubieran resultado díscolos y cuestionadores, algo que no parece agradar a las jefaturas kirchneristas.
En esa perspectiva, es posible afirmar que la elección del oficialismo en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires fue satisfactoria: una zona hostil al peronismo, con fuertes racismos cruzados, permitió el emerger de una fuerza que se planta hacia octubre con un caudal atractivo y ciertos enlaces con realidades provinciales.
Al mismo tiempo, es previsible que el macrismo, pese a su desenvoltura capitalina, tenga un borde en su capacidad expansiva tierras adentro. En el futuro mediato, contará con un presupuesto importante y con los resortes adecuados para hacer pingues negociados, pero también con una oposición intensa y profunda.
Sin embargo no es esto lo que nos preocupa: tal vez lo más grave del panorama registrado en las elecciones porteñas sea la delineación de un perfil bifronte de la política, en el cual se discute cualquier cosa, menos los temas trascendentes que pueden ofrecer soluciones claras y contundentes a los problemas populares.
Desde el oscuro gabinete nacional y desde las usinas de pensamiento que lo rodean, se ha concretado el primer globo de ensayo hacia la configuración de un panorama hegemonizado por dos opciones: la centroizquierda y la centroderecha. En este plano, los que se presentan como técnicos eficaces y buenos administradores, llevan las de ganar, mientras que quienes priorizan la desprestigiada "política" suelen ser víctimas de las broncas colectivas.
Al pretender instaurar ese modelo de alternancia comicial, se está echando a la basura lo mejor de la tradición política argentina, plasmada históricamente en polos más complejos y potentes como el interés nacional - popular confrontando con las fuerzas antinacionales y antisociales.
De esas disyuntivas históricas --que deben incluir otras, relacionadas con derechos y garantías, pero que no pueden ser anuladas por estas-- surgen opciones tales como industria frente a parasitismo financiero, producción frente a renta improductiva, distribución justa del ingreso ante la salvaje concentración económica.
Aunque el electorado no lo formule de ese modo, al no debatirse en torno de tales asuntos, muchos porteños se han sentido (y muchos argentinos se sienten), alejados de un proceso electoral en el cual se discuten modos de comportamiento, estilos de reorganización ciudadana, salidas para las consecuencias, pero ningún asunto sustancial que contemple los desafíos de fondo.
Hubo dos pensadores, entre otros, que plantearon de diferente manera el asunto y no fueron escuchados: Carlos Chino Fernández, del Centro de Estudios Estratégicos Suramericanos, indicó que "Todo proceso electoral es de alguna manera un enfrentamiento. En este caso es de hecho, un enfrentamiento espurio, no atribuible a un encuentro de fuerzas sociales esencialmente antagónicas, sino a una compulsa ideológica teñido de falsas antinomias."
Por su parte, Julio Godio, el conocido sociólogo que hoy participa de intentos por rediseñar la vida orgánica del movimiento obrero, advirtió que el macrismo no es apenas el menemismo, sino una nueva derecha surgida de la falta de opciones nacionales posteriores a las jornadas del 2001.
Y aquí vamos en la misma dirección, pero desde otro perfil. La elección porteña del 24 de junio de 2007 ratificó que hay grandes fajas de la población porteña que prefieren seguir siendo oprimidas o desplazadas antes que respaldar cualquier cosa que tenga aroma peronista, involucrando en ese olorcito a dirigentes populares, militantes sociales, piqueteros y sindicalistas. Padecen como negros, piensan como el diario La Nación.
Bueno, en esa dimensión vale recordar a don Arturo Jauretche: no vale de nada hacerles caras lindas. De hecho, y temiendo una reacción de esa naturaleza, pero también acentuando su proyecto bifronte centroizquierda - centroderecha, el gobierno escondió durante la campaña a la fértil militancia popular, social, sindical y se abocó a mostrar candidatos que pudieran aparecer en TVR --el programa más hipócrita de la televisión nacional-- sin ser burlados.
En su afán civilista, el kirchnerismo barrió bajo la alfombra el nacionalismo popular latente en su propia composición y puso a la consideración pública a aquellos muñecos que manejan códigos y estilos que cuesta identificar con un movimiento popular, se distancian del chavismo, se olvidan del peronismo, y no trepidan en alabar las virtudes de un capitalismo que, en realidad, Macri maneja con más soltura y sentido de la oportunidad.
Por eso, y finalmente, quizás lo más preocupante de esta contienda electoral resulten las enrevesadas interpretaciones de los militantes populares pensantes: ellos también, a la hora de analizar, hablan de cualquier cosa como factor de "construcción de la derrota" en lugar de meter el dedo en la llaga, tornarse incómodos y profundos, y poner sobre la mesa una verdad directa pero complicada. Las viejas antinomias, renovadas, mantienen vigor en la estructura profunda del país.
No habrá derechos ni garantías en un país sin industria, sin justicia social, sin soberanía integral en lo político y en lo económico. Si esto no lo plantean los candidatos populares ¿quién lo hará?
Gabriel Fernandez
Director Periodístico Revista Question Latinoamérica y de La Señal Medios
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