El triunfo de los fiscales en huelga
10/05/2008
- Opinión
Ya habrá tiempo de escribir como surgió la idea de los cuatro fiscales de iniciar el 7 de abril una huelga de hambre indefinida. Lo urgente ahora, a 33 días, es confirmar que el éxito de ese movimiento social se consolida en la misma medida en que la cleptocracia política y empresarial se niega a suspender de sus cargos al Fiscal General y su Adjunto.
Si esa clase política que tiene como figura nominal al Presidente del Congreso Nacional hubiera accedido a las demandas iniciales, le habría ganado la batalla a los fiscales. Además de venderse como demócratas hubieran estado en condiciones para proteger a sus padrinos de cualquier investigación o auditoría. La impunidad se basa en el sistema, no descansa en una institución en particular.
En los primeros días los fiscales estaban tan solos que daba miedo pasear por los bajos del Palacio Legislativo, casi asustaban los fantasmas de arriba. Nada de multitudes, cantos, cánticos, firmas, cámaras, luces, carpas, mantas o transmisiones de televisión en vivo.
Eso sí, Sandra Maribel Sánchez empezaba su histórica cobertura a través del noticiero que dirige en Radio Globo, una piedra muy molesta en el zapato de la censura. Por lo demás, no había reflectores y el país despertaba cada mañana en su escepticismo de siempre.
Eran, íngrimos, los fiscales en huelga de hambre, acompañados de personal del Equipo de Reflexión y Acción (ERIC) de los jesuitas –que en pareja se relevaban en el ayuno cada dos o tres días- y los vigilantes del Congreso Nacional. Lejos estaba Micheletti, en la tosquedad de su pensamiento, en percibir lo que se le venía encima.
Lo primero que hizo, típico de su carácter y falta de visión, fue minimizar y hasta despreciar la huelga y su resistencia. De su corte seguramente le decían al oído "quién se creerá que son esos Víctor Fernández o Jari Dixon". Nadie daba un cinco por ellos, mucho menos Rosa Bautista.
Probablemente tampoco los fiscales alimentaban muchas expectativas, pese a que la corrupción venía siendo identificada como una de las tres preocupaciones principales de la sociedad hondureña, superada apenas por el coste de la vida y la delincuencia (Banco Mundial, 2001).
El asunto es que la batalla era desigual, y sigue siendo desigual, en todos los sentidos del término. De un lado el Estado y los llamados "poderes fácticos", con todo su poder coercitivo, represivo, pragmático y mediático; y, por otro, un pequeño grupo ciudadano, persuasivo, dialogante, utópico y apenas dotado de voz y ejemplo. Ni siquiera un megáfono había en la carpa original de los huelguistas.
Aquella soledad, sin embargo, comenzó a ser rota por inesperados acompañantes. Un grupo de jóvenes, clase media, sin filiación política, sin ninguna sigla de por medio, pero con voluntad, valor y compromiso se adelantaron a sus padres, se asomaron a la carpa y casi pidieron permiso para ser solidarios. Esa primera vez durmieron
todos, como pudieron, cerca de los fiscales. Luego, una del grupo, Mariana Díaz, consiguió su carpa, consiguió colchoneta y sábanas, y empezó su ayuno prolongado. Los demás asumieron otras tareas. Después llegó otra marea de jóvenes, activos e ilusionados con este aliento de los años 70 que lograron rescatar de la historia.
La incredulidad social comenzó a disiparse. Se entendió que los fiscales no tenían intención de suicidarse. El suicidio es un acto breve e irreversible mientras la huelga de hambre permite una presión graduada, y que suele ser un recurso último, después de haber usado muchos otros medios de lucha no violenta.[1] El objetivo general planteado por los fiscales era de interés general; no privado. Se trataba de un grupo de jóvenes, quizá el promedio de edad sea de 35 años (Víctor tiene 32), que habiendo agotado todos los procedimientos internos posibles para enmendar el rumbo del Ministerio Público, decidieron reclamar lo que en este país son intangibles: dignidad y justicia. Se trataba de una acción política, no politizada como sostienen sus detractores. Política puesto que se enfrentaba a un Estado secuestrado, capturado, con técnicas difíciles de penalizar con el marco jurídico vigente.
La breve historia del Ministerio Público (1994) confirma como la mayor parte de la institucionalidad pública con atribuciones de investigación, fiscalización y juzgamiento, se desnaturalizó para satisfacer intereses políticos o económicos particulares, afectando el cumplimiento de responsabilidades públicas de interés colectivo.
Los fiscales en huelga saben perfectamente bien que el Ministerio Público que reclaman, hace tiempo dejó de existir, ejecutado con el tiro de gracia de las cartas de libertad a favor de políticos corruptos y por la manipulación artera e ilegal de su ley por parte de las cúpulas del Congreso Nacional, sin distingo de partidos políticos dominantes.
Quienes menospreciando a los fiscales los califican de "ingenuos" o "incautos" carecen, deliberadamente, de razón. De hecho, su huelga de hambre no fue en última instancia para convocar al Congreso Nacional a negociar, sino para movilizar a la opinión pública, despertarla de su letargo, y crear una nueva relación de fuerza entre la ciudadanía y el Estado.
En ese sentido, la legitimación popular de su huelga –cualquiera sea su desenlace- ya le dio la victoria histórica. Es posible que Honduras no sea la misma después de estos días, aunque el Estado y la política sigan bajo el poder de unos cuantos. El espejo que se rompió fue el de la complicidad pasiva de la ciudadanía con la corrupción; esa cohabitación vergonzante que se construye desde hace años, con cada nuevo escándalo que al quedar impune desalentaba a los honestos. Es posible que cuando la huelga termine los grupos de siempre rehagan el espejo de su institucionalidad descubierta, pero no podrán ocultar las huellas de la fractura. Micheletti seguramente recibirá su voto de castigo, aunque otros de igual ralea saldrán beneficiados, Rosa Bautista y Cerna no soñarán con ser reelectos y quizá la ciudadanía se organice y presione por despolitizar la elección de los nuevos fiscales y magistrados del Tribunal Superior de Cuentas y la Corte Suprema de Justicia. Las figuras cuentan a la hora de las reformas y no se puede repetir el abandono o la desidia ciudadana que propicio la destrucción de la credibilidad del Comisionado Nacional de los Derechos Humanos y del Instituto de Acceso a la Información Pública.
Esta huelga de hambre ha sido tan inhumanamente prolongada que ha permitido a la sociedad hacerse muchas preguntas y encontrar respuestas. Todavía es temprano para evaluar los resultados de un movimiento que aún persiste. Habrá que esperar para saber que opina la feligresía católica del papel de su Cardenal, que abandonó a sus sacerdotes en huelga; o de la grey evangélica que ve en campos pagados del Congreso Nacional el retrato de uno de sus pastores en abierto enfrentamiento con otras iglesias que se comprometieron a favor de la justicia o saber que dirán las bases de la Coordinadora
Nacional de Resistencia y los gremios magisteriales ante la terrible tardanza con que la mayoría de sus dirigentes asumieron su solidaridad activa en esta coyuntura o de los sindicalistas frente a la pasividad cómplice de quienes manipulan las centrales obreras o de la misma opinión pública que deberá juzgar la incomprensión, falta de valentía para apelar a la objeción de conciencia o el comportamiento cínico y vendido de muchos periodistas y medios de comunicación o del G-16 (países cooperantes) que invierten tantos y tantos millones de dólares en promover la "seguridad jurídica" para terminar exhibiendo – con honrosas excepciones - una pasividad extrema o la complicidad descarada, como ocurrió en el caso de un diplomático de cuyo nombre nadie se quiere acordar.
Habrá que analizar también los efectos sobre el Estado y toda la institucionalidad encargada de la lucha contra la corrupción, participe del colapso ético de la administración pública. Más de un mes después de que iniciaron su martirio, los fiscales deben saber que ganaron esta lucha. No sólo sensibilizaron a la opinión pública para combatir la corrupción sino que le mostraron que el camino para lograrlo se basa en la diversidad de esfuerzos. Allí en La Plaza de La Merced se ha visto lo impensable, desde feligreses de la Iglesia Vida Abundante trabajando en conjunto con los indígenas del COPINH hasta funcionarios de organismos públicos e incluso una diputada colocando sus carpas para no ingerir alimentos. Sólo movilizar en esta lucha a la clase media, tan individualizada por el modelo neoliberal, es un logro significativo.
La sociedad hondureña no se asoma a las carpas para ver morir lentamente a los fiscales y el resto de huelguistas sino para confirmar la insensibilidad de la clase política reinante y su desprecio a la vida de los otros.
Bajo esas condiciones, las convicciones éticas y motivaciones de los huelguistas ya están a salvo de las dentelladas mediáticas del poder. Los perdedores son otros, aunque todavía tienen la oportunidad de una rectificación histórica. Cumplir con las demandas de los huelguistas de hambre no debe ser considerado por el Congreso Nacional y los dirigentes de los partidos políticos una debilidad del Estado, al contrario; es darle la razón a la razón. Lo peor que podrían hacer es cavar su propia tumba sumando la represión a su obstinación. Así empezó todo en Ecuador. La gente no exigía la salida de los diputados, sino del Presidente, por corrupto e ineficiente, pero al final terminó gritando: "¡mejor que se vayan todos!"
Tegucigalpa, 9 de mayo 2008
[1] Huelga de hambre y ayuno, reflexiones del Equipo Buenos Aires del Serpaj, 2001
- Manuel Torres Calderón es Periodista
Si esa clase política que tiene como figura nominal al Presidente del Congreso Nacional hubiera accedido a las demandas iniciales, le habría ganado la batalla a los fiscales. Además de venderse como demócratas hubieran estado en condiciones para proteger a sus padrinos de cualquier investigación o auditoría. La impunidad se basa en el sistema, no descansa en una institución en particular.
En los primeros días los fiscales estaban tan solos que daba miedo pasear por los bajos del Palacio Legislativo, casi asustaban los fantasmas de arriba. Nada de multitudes, cantos, cánticos, firmas, cámaras, luces, carpas, mantas o transmisiones de televisión en vivo.
Eso sí, Sandra Maribel Sánchez empezaba su histórica cobertura a través del noticiero que dirige en Radio Globo, una piedra muy molesta en el zapato de la censura. Por lo demás, no había reflectores y el país despertaba cada mañana en su escepticismo de siempre.
Eran, íngrimos, los fiscales en huelga de hambre, acompañados de personal del Equipo de Reflexión y Acción (ERIC) de los jesuitas –que en pareja se relevaban en el ayuno cada dos o tres días- y los vigilantes del Congreso Nacional. Lejos estaba Micheletti, en la tosquedad de su pensamiento, en percibir lo que se le venía encima.
Lo primero que hizo, típico de su carácter y falta de visión, fue minimizar y hasta despreciar la huelga y su resistencia. De su corte seguramente le decían al oído "quién se creerá que son esos Víctor Fernández o Jari Dixon". Nadie daba un cinco por ellos, mucho menos Rosa Bautista.
Probablemente tampoco los fiscales alimentaban muchas expectativas, pese a que la corrupción venía siendo identificada como una de las tres preocupaciones principales de la sociedad hondureña, superada apenas por el coste de la vida y la delincuencia (Banco Mundial, 2001).
El asunto es que la batalla era desigual, y sigue siendo desigual, en todos los sentidos del término. De un lado el Estado y los llamados "poderes fácticos", con todo su poder coercitivo, represivo, pragmático y mediático; y, por otro, un pequeño grupo ciudadano, persuasivo, dialogante, utópico y apenas dotado de voz y ejemplo. Ni siquiera un megáfono había en la carpa original de los huelguistas.
Aquella soledad, sin embargo, comenzó a ser rota por inesperados acompañantes. Un grupo de jóvenes, clase media, sin filiación política, sin ninguna sigla de por medio, pero con voluntad, valor y compromiso se adelantaron a sus padres, se asomaron a la carpa y casi pidieron permiso para ser solidarios. Esa primera vez durmieron
todos, como pudieron, cerca de los fiscales. Luego, una del grupo, Mariana Díaz, consiguió su carpa, consiguió colchoneta y sábanas, y empezó su ayuno prolongado. Los demás asumieron otras tareas. Después llegó otra marea de jóvenes, activos e ilusionados con este aliento de los años 70 que lograron rescatar de la historia.
La incredulidad social comenzó a disiparse. Se entendió que los fiscales no tenían intención de suicidarse. El suicidio es un acto breve e irreversible mientras la huelga de hambre permite una presión graduada, y que suele ser un recurso último, después de haber usado muchos otros medios de lucha no violenta.[1] El objetivo general planteado por los fiscales era de interés general; no privado. Se trataba de un grupo de jóvenes, quizá el promedio de edad sea de 35 años (Víctor tiene 32), que habiendo agotado todos los procedimientos internos posibles para enmendar el rumbo del Ministerio Público, decidieron reclamar lo que en este país son intangibles: dignidad y justicia. Se trataba de una acción política, no politizada como sostienen sus detractores. Política puesto que se enfrentaba a un Estado secuestrado, capturado, con técnicas difíciles de penalizar con el marco jurídico vigente.
La breve historia del Ministerio Público (1994) confirma como la mayor parte de la institucionalidad pública con atribuciones de investigación, fiscalización y juzgamiento, se desnaturalizó para satisfacer intereses políticos o económicos particulares, afectando el cumplimiento de responsabilidades públicas de interés colectivo.
Los fiscales en huelga saben perfectamente bien que el Ministerio Público que reclaman, hace tiempo dejó de existir, ejecutado con el tiro de gracia de las cartas de libertad a favor de políticos corruptos y por la manipulación artera e ilegal de su ley por parte de las cúpulas del Congreso Nacional, sin distingo de partidos políticos dominantes.
Quienes menospreciando a los fiscales los califican de "ingenuos" o "incautos" carecen, deliberadamente, de razón. De hecho, su huelga de hambre no fue en última instancia para convocar al Congreso Nacional a negociar, sino para movilizar a la opinión pública, despertarla de su letargo, y crear una nueva relación de fuerza entre la ciudadanía y el Estado.
En ese sentido, la legitimación popular de su huelga –cualquiera sea su desenlace- ya le dio la victoria histórica. Es posible que Honduras no sea la misma después de estos días, aunque el Estado y la política sigan bajo el poder de unos cuantos. El espejo que se rompió fue el de la complicidad pasiva de la ciudadanía con la corrupción; esa cohabitación vergonzante que se construye desde hace años, con cada nuevo escándalo que al quedar impune desalentaba a los honestos. Es posible que cuando la huelga termine los grupos de siempre rehagan el espejo de su institucionalidad descubierta, pero no podrán ocultar las huellas de la fractura. Micheletti seguramente recibirá su voto de castigo, aunque otros de igual ralea saldrán beneficiados, Rosa Bautista y Cerna no soñarán con ser reelectos y quizá la ciudadanía se organice y presione por despolitizar la elección de los nuevos fiscales y magistrados del Tribunal Superior de Cuentas y la Corte Suprema de Justicia. Las figuras cuentan a la hora de las reformas y no se puede repetir el abandono o la desidia ciudadana que propicio la destrucción de la credibilidad del Comisionado Nacional de los Derechos Humanos y del Instituto de Acceso a la Información Pública.
Esta huelga de hambre ha sido tan inhumanamente prolongada que ha permitido a la sociedad hacerse muchas preguntas y encontrar respuestas. Todavía es temprano para evaluar los resultados de un movimiento que aún persiste. Habrá que esperar para saber que opina la feligresía católica del papel de su Cardenal, que abandonó a sus sacerdotes en huelga; o de la grey evangélica que ve en campos pagados del Congreso Nacional el retrato de uno de sus pastores en abierto enfrentamiento con otras iglesias que se comprometieron a favor de la justicia o saber que dirán las bases de la Coordinadora
Nacional de Resistencia y los gremios magisteriales ante la terrible tardanza con que la mayoría de sus dirigentes asumieron su solidaridad activa en esta coyuntura o de los sindicalistas frente a la pasividad cómplice de quienes manipulan las centrales obreras o de la misma opinión pública que deberá juzgar la incomprensión, falta de valentía para apelar a la objeción de conciencia o el comportamiento cínico y vendido de muchos periodistas y medios de comunicación o del G-16 (países cooperantes) que invierten tantos y tantos millones de dólares en promover la "seguridad jurídica" para terminar exhibiendo – con honrosas excepciones - una pasividad extrema o la complicidad descarada, como ocurrió en el caso de un diplomático de cuyo nombre nadie se quiere acordar.
Habrá que analizar también los efectos sobre el Estado y toda la institucionalidad encargada de la lucha contra la corrupción, participe del colapso ético de la administración pública. Más de un mes después de que iniciaron su martirio, los fiscales deben saber que ganaron esta lucha. No sólo sensibilizaron a la opinión pública para combatir la corrupción sino que le mostraron que el camino para lograrlo se basa en la diversidad de esfuerzos. Allí en La Plaza de La Merced se ha visto lo impensable, desde feligreses de la Iglesia Vida Abundante trabajando en conjunto con los indígenas del COPINH hasta funcionarios de organismos públicos e incluso una diputada colocando sus carpas para no ingerir alimentos. Sólo movilizar en esta lucha a la clase media, tan individualizada por el modelo neoliberal, es un logro significativo.
La sociedad hondureña no se asoma a las carpas para ver morir lentamente a los fiscales y el resto de huelguistas sino para confirmar la insensibilidad de la clase política reinante y su desprecio a la vida de los otros.
Bajo esas condiciones, las convicciones éticas y motivaciones de los huelguistas ya están a salvo de las dentelladas mediáticas del poder. Los perdedores son otros, aunque todavía tienen la oportunidad de una rectificación histórica. Cumplir con las demandas de los huelguistas de hambre no debe ser considerado por el Congreso Nacional y los dirigentes de los partidos políticos una debilidad del Estado, al contrario; es darle la razón a la razón. Lo peor que podrían hacer es cavar su propia tumba sumando la represión a su obstinación. Así empezó todo en Ecuador. La gente no exigía la salida de los diputados, sino del Presidente, por corrupto e ineficiente, pero al final terminó gritando: "¡mejor que se vayan todos!"
Tegucigalpa, 9 de mayo 2008
[1] Huelga de hambre y ayuno, reflexiones del Equipo Buenos Aires del Serpaj, 2001
- Manuel Torres Calderón es Periodista
https://www.alainet.org/en/node/127459
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