Consecuencias sociopolíticas de la crisis en Estados Unidos
- Opinión
Aunque sería aventurado afirmar que estamos en presencia del fin del imperialismo, resulta evidente que la crisis económica actual impacta de manera directa en la hegemonía de Estados Unidos hacia el resto del mundo y en el funcionamiento de sus instituciones políticas domésticas, anunciando cambios inevitables, que ya pueden ser percibidos en el presente debate electoral.
Lo relevante no es discutir si se trata de cambios cosméticos funcionales al sistema, está claro que Barak Obama no es Martin Luther King, de hecho Mc Cain tiene razón cuando afirma que lo apoyan empresas financieras que han estado en el epicentro de la crisis, sus recaudaciones casi duplican a las del republicano y su cuerpo de asesores forman parte del establishment tradicional. Tampoco Sarah Palin, con todo lo que se nos presenta como una revolución de género, es otra cosa que representante de la vertiente más extremista de la extrema derecha norteamericana. Pero la posibilidad, al parecer bastante cierta, de que un negro asuma la presidencia de Estados Unidos; que hasta última hora su principal contrincante en las primarias demócratas fuera una mujer y que los republicanos hayan tenido que colocar a otra mujer prácticamente desconocida para fortalecer su candidatura; incluso que el candidato republicano sea el más independiente y, por tanto, el menos comprometido entre los aspirantes de su partido, expresa el deterioro de patrones históricos y culturales que parecían inamovibles, así como el desmantelamiento de alianzas políticas que llegaron a dominar el país. La verdad es que nos encontramos frente a un hecho inédito de la vida política de Estados Unidos, donde lo único seguro es que se vinieron abajo los presupuestos fundamentalistas que anunciaban el fin de la historia.
Los pilares de este modelo hegemónico han sido el neoliberalismo en la esfera económica y el neoconservadurismo en lo político y lo ideológico. Vale decir que si bien el movimiento neoconservador adoptó la filosofía neoliberal como doctrina económica, no todos los neoliberales son neoconservadores, ya que el neoconservadurismo es solo una opción, entre otras, de la forma en que puede ser conducida la gestión neoliberal. La moraleja es que la derrota de los neoconservadores no significa, en sí misma, la derrota del neoliberalismo como modelo económico.
Si los paradigmas del modelo neoliberal se han desprestigiado, ha sido como consecuencia de sus propios resultados, lo que induce a pensar que su destino fallido, primero en la periferia y después en los países centrales, estaba en el ADN de la propuesta. La verdad es que el neoliberalismo, en definitiva una opción entre otras del sistema capitalista, se ha venido abajo porque liberó fuerzas que a la larga no pudo controlar, entre ellas, quizá la más importante, la resistencia de los pueblos.
Algunos, los que se creyeron en rigor la doctrina, se asombran de la actual intervención en el Estado en la economía de los países capitalistas desarrollados, otros consideran que el modelo neoliberal nunca ha sido aplicado en propiedad en los Estados Unidos y que solo ha sido un mecanismo de explotación aplicado a terceros. Esta claro que el Estado norteamericano siempre ha intervenido de manera muy activa en la economía, pero eso no quiere decir que no fuera el neoliberalismo el modelo conductor de su política económica en los últimos años, más que eso, ha sido el patrón básico de su organización social y ello explica la profundidad estructural de la crisis.
No existe lugar a dudas respecto a la capacidad reguladora de la economía que tienen los mecanismos financieros e impositivos puestos a disposición del Estado norteamericano, a lo se suman recursos extraeconómicos como el control de las inversiones extranjeras, medidas proteccionistas para ciertos productos, los subsidios a la agricultura, así como la decisiva intervención estatal en la promoción de los intereses económicos norteamericanos en el exterior, concebidos como asuntos de seguridad nacional para el sistema en su conjunto.
Ello se corresponde con las necesidades de una industria militar que constituye el verdadero motor de la economía y el desarrollo científico-técnico de Estados Unidos, ya que por la vía de las inversiones militares se canalizan buena parte de los fondos públicos –nacionales y extranjeros- hacia los grandes consorcios norteamericanos.
De hecho, el Pentágono es el principal contratista del país y la industria militar y sus subsidiarias constituyen una inmensa fuente de empleo, con la particularidad de que está extendida por todo el territorio nacional, lo que comporta el compromiso de los políticos locales, los sindicatos e, incluso, de los propios trabajadores con su mantenimiento y desarrollo. En parte, ello explica la aceptación que tiene la retórica guerrerista en buena parte de la sociedad civil norteamericana, un hecho también apreciable en la actual campaña electoral, así como la necesidad del mantenimiento de un clima de inestabilidad constante en el mundo, lo que aparentemente se contradice con los intereses naturales del poder hegemónico que disfruta ese país.
No obstante, asumir que este grado de intervención estatal implica que el neoliberalismo no rige la política económica norteamericana, responde a una interpretación engañosa de lo que en realidad propugna el neoliberalismo respecto a la función del Estado. Aunque el discurso neoliberal parte de la crítica a la burocracia estatal, en verdad el neoliberalismo no aboga por la no intervención del gobierno en la economía, sino por una intervención selectiva a favor de los grandes intereses capitalistas, en detrimento de los derechos y las necesidades de la mayoría de la sociedad.
Más que una doctrina antiestatal, el neoliberalismo es una doctrina antisocial, que en el caso específico de Estados Unidos ha estado orientada al desmontaje del Estado de Bienestar Social, tal y como fue concebido por los liberales del New Deal.
A diferencia del liberalismo clásico preconizado por Adam Smith, el neoliberalismo es una doctrina puesta al servicio de los grandes monopolios y las empresas transnacionales, como corresponde al desarrollo actual del capitalismo.
Visto de esta manera, el neoliberalismo estadounidense ha sido uno de los menos compasivos con su propia sociedad, toda vez que refleja una insensibilidad que trasciende los intereses económicos de la burguesía, llevando al límite de lo resistible una filosofía individualista que, aún estando en la matriz ideológica del sistema, con probabilidad nunca antes tocó los extremos hacia donde lo empujaron los neoconservadores. Tal visión es precisamente la que hoy se encuentra cuestionada, anunciando cambios importantes en la vida política del país, cualquiera que sea el candidato que triunfe en las próximas elecciones.
La crítica al papel de Estado en la economía ha servido de fundamento a la ideología conservadora norteamericana a lo largo de la historia y se había expresado a partir de posturas aislacionistas que influyeron mucho en la política de Estados Unidos hasta el fin de la segunda guerra mundial, cuando se consolidó la hegemonía norteamericana en el mundo y el papel del Estado resultó indispensable para la garantía de los beneficios resultantes de esta situación.
Puestos en crisis como resultado de las necesidades expansionistas y el peso de la industria militar en la economía norteamericana, los presupuestos conservadores tradicionales tuvieron que reestructurarse, para ofrecer una visión más a tono con los nuevos intereses del sistema hegemónico norteamericano, adoptando una posición que combinaba una visión segregacionista de la sociedad estadounidense, a tono con los antecedentes más reaccionarios del conservadurismo, con una vocación mesiánica respecto al papel de Estados Unidos en el resto del mundo, la cual los distancia definitivamente de los conceptos aislacionistas tradicionales. En esto radica lo “neo” del movimiento conservador actual.
La lucha ideológica resultante de la guerra fría, los conflictos sociales de los años 60 y la guerra en Viet Nam impidieron al establishment norteamericano desentenderse de la protección ciudadana y la puesta en marcha de programas sociales que caracterizaron al Estado de Bienestar, el cual siempre fue concebido como una necesidad transitoria y no como un proyecto político a largo plazo, como ocurrió con la socialdemocracia europea, aunque estos, frente a la marejada neoliberal, también terminaron abandonando estas posiciones, para administrar el modelo en buena parte del mundo. La crisis del campo socialista, la desaparición de
Los newcons, como les llaman, constituyen una singular alianza de grupos políticos hasta entonces dispersos e incluso contradictorios. Asumieron de los conservadores tradicionales sus criterios segregacionistas y una rígida armazón de valores morales que se empatan con lo religioso a partir del fundamentalismo evangélico, un poderoso estamento social con bases muy sólidas en las comunidades no urbanas de la clase media blanca, y con una presencia muy activa en el conjunto social a través de diversos medios divulgativos, los que han llegado a promover verdaderos “profetas” de la extrema derecha, encargados de convertir al programa neoconservador en un mandato divino.
Paradójicamente, a estos grupos se sumó buena parte de los sectores sionistas más recalcitrantes y un grupo de intelectuales judíos, muchos de ellos provenientes de la izquierda, que son los que elaboraron las bases doctrinales y articularon la influencia del movimiento en los centros académicos y de opinión del país.
Todos estos grupos han a funcionado bajo la sombrilla de los sectores armamentistas y la industria petrolera, donde vive larvada un corriente antisistema, enfrentada en ocasiones a los grandes intereses financieros del noreste del país, en la lucha por el control absoluto del gobierno. A estos grupos les sirve una parte importante de la propia estructura política a todos los niveles e importantes aparatos de cabildeo con influencia en los principales centros de poder del país. De esta manera, como ocurre también con los liberales, los neoconservadores constituyen el gobierno y la oposición al mismo tiempo, lo que explica el imperio de la demagogia en la vida política norteamericana.
El neoconservadurismo ha sido un movimiento más doméstico que de política exterior, porque su objetivo básico ha sido controlar a la sociedad norteamericana. Una mezcla de fundamentalismos, ya sean económicos, políticos, sociales o religiosos; el rechazo al multiculturalismo y la afirmación de una superioridad racial que recuerda al fascismo; la revitalización del destino mesiánico enarbolado por la supuesta excepcionalidad estadounidense y la generalización del miedo como recurso movilizativo, frente a las supuestas amenazas que por doquier ponen en peligro el sistema de vida norteamericano, constituyen el cuerpo doctrinario del neoconservadurismo. En última instancia, el neoconservadurismo ha sido la ofensiva de la extrema derecha contra la contracultura de los años 60, cuna de los procesos más progresistas de la sociedad norteamericana contemporánea.
Su fórmula electoral fue bastante simple, uniendo a estos grupos de la extrema derecha, podían disponer de un 25 o 30 % del electorado más seguro. En una sociedad donde apenas vota el 50 % de los electores, y donde el mensaje liberal resultaba difuso y hasta maloliente, la estrategia consistía en consolidar a estos grupos moviendo cada día más la agenda hacia la derecha sin hacer concesiones a los liberales, ni siquiera a los independientes. En el 2000, incluso en el 2004, pudo haberles fallado la cuenta y algunos aseguran que de todas formas perdieron, pero otros vinieron en su rescate y de todas formas George W. Bush se convirtió en presidente del país.
En estos momentos, los sectores ultraconservadores –la llamada clase media blanca, aunque dentro del concepto se está excluyendo a la mayoría de blancos de clase media que no es ultraconservadora, pero en esto radica la trampa mediática- están viviendo la pesadilla de ver como se les viene encima la amenazante contracultura y hasta parece que un negro llegue a gobernar el imperio de los blancos, sin que ellos puedan evitarlo.
A ello se suma una realidad agobiante que tiene que ver con el desmoronamiento de las ventajas ofrecidas por los neoconservadores a los supuestos dueños del mundo: se puede perder la casa, hay que vender uno de los autos, peligra el empleo, los muchachos no pueden ir a la escuela escogida y las navidades no van a ser tan felices como otros años.
De todas formas, casi seguro que votarán por Mc Cain, el asunto es determinar si serán suficientes, incluso con la esperanza de que el problema racial sume nuevos adeptos. Eso no dependerá de ellos, sino de que los demócratas sean capaces de movilizar a la gran masa de apáticos que han estado ausentes en las últimas elecciones: grupos minoritarios e inmigrantes nacionalizados, jóvenes, mujeres, se movilizarán a votar si el mensaje de cambio que ofrece Barack Obama resulta convincente. ¿Qué cambio? Ni el mismo puede explicarlo, tampoco es lo fundamental, el asunto es que “sin embargo se mueve”, como nos enseñó Galileo Galilei, lo que quiere decir que la historia continúa.
- Jesús Arboleya es Profesor visitante de
Arena Pública, plataforma de opinión de UARCIS
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