Doscientos años igual

12/05/2010
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En su libro “Workin’ on the chain gang” (1), el escritor y activista estadounidense Walter Mosley reflexiona: “Siempre me ha confundido la supuesta importancia de los aniversarios, y las fiestas o conmemoraciones de eventos basadas en la potencia de diez son las que me resultan más sospechosas. (…) El bicentenario de la Declaración de Independencia Americana permitió a la nación una celebración que duró por lo menos dos años, a pesar de que los negros no obtuvieron su libertad hasta casi cien años después de esa declaración y de que las mujeres, negras y blancas, tuvieron que esperar hasta el siglo veinte para poder votar.”
 
Como el libro de Mosley fue publicado en el año 2000, el escritor reflexiona sobre el Milenio: “…si tenemos que reconocer su paso, sería más apropiado –así lo siento yo– hacer duelo por el pasaje de estos mil años. Mil años y el genocidio todavía está con nosotros. Mil años y los niños aún se mueren de hambre. Estas son razones para lamentar nuestros fracasos, no para celebrar días mejores. (…) El cumpleaños de la raza humana significa muy poco para alguien que se está muriendo de hambre.”
 
Es por casualidad que estoy leyendo este libro por estas fechas, y es una casualidad bienvenida pues los cuestionamientos que plantea Mosley para los aniversarios a los que hace referencia, vienen muy al caso en el año del bicentenario de la rebelión americana contra la corona española.
 
Y no puedo decir que el del 25 de Mayo es el aniversario de la revolución independentista americana, porque doscientos años después de aquél famoso Cabildo Abierto en el que el pueblo pedía “saber de qué se trata”, todos estos países (hasta los que parece que no) siguen siendo tan dependientes como entonces y el pueblo sigue sin darse cuenta de que de lo que se trata es de buscar siempre la mejor manera de mantenerlo sojuzgado y generando riqueza para los poderosos.
 
Hace doscientos años, instigados por los británicos e inspirados por la Ilustración, los patricios de estos virreinatos se rebelaron más que nada porque estaban asfixiados por el monopolio comercial español. La derrota de José Artigas, Mariano Moreno, y otros pocos líderes verdaderamente revolucionarios, dio por tierra con los sueños de justicia social y determinó que la revolución independentista terminara en una gigantesca operación de gatopardismo.
 
Los oligarcas españoles fueron sustituidos por los oligarcas criollos, y el comercio con Cádiz fue sustituido por el comercio con Southampton. Los pobres continuaron siendo pobres, los negros continuaron siendo esclavos, y los indios continuaron siendo masacrados hasta peor que antes. No fueron los españoles los que exterminaron a los charrúas o a los pampas, fueron los traidores de Artigas y los asesinos de Mariano Moreno los que los mataron. Y cuando los esclavos ya no fueron necesarios, fueron los Mitre y los Flores los que los reclutaron a la fuerza y los enviaron a matar y morir en tierra paraguaya, para –también por orden de Gran Bretaña– exterminar al único país verdaderamente independiente que hubo en toda la historia del continente.
 
Doscientos años después de aquel mayo, no sólo no hemos logrado la independencia del capital extranjero, sino que salimos al norte a pedir por favor que vengan a instalar sus bancos, a construir sus fábricas y a abrir sus minas en nuestras zonas francas, como si esa fuera la única manera posible de mejorar las condiciones de vida de estos pueblos, como si no estuviera demostrado hasta el hartazgo que el capital extranjero no viene aquí a mejorar la vida de nadie sino a llevarse lo más rápido posible la mayor ganancia con la menor inversión.
 
Está claro que no es fácil salir de este círculo vicioso, por un lado porque no hay alternativa viable a la vista, y por otro porque el paquete capitalista está muy bien atado. Y digo esto a pesar de las crisis estadounidense y europea, porque me afilio a la tesis de que estas crisis no son fallas del sistema capitalista, sino que son parte de su funcionamiento habitual. Cada tanto, el capitalismo se “purga” a sí mismo para fortalecerse; se sacude los piojos y sigue adelante renovado. El capitalismo funciona con una especie de “darwinismo económico” en el que una y otra vez los fuertes se fortalecen con la desaparición de los débiles, empresariamente hablando, claro, porque aunque las empresas se fundan y desaparezcan, los ricos siguen siendo los mismos de siempre.
 
Y tan así es la cosa, que muchas de las familias que integran las oligarquías americanas de hoy, son las mismas que las integraban en la época de la independencia, y aún en la época de la colonia. Aquí en Uruguay está bastante a la vista cómo los mismos apellidos se repiten una y otra vez a lo largo de la historia, y algo similar sucederá en el resto del continente.
 
Por eso, ante este bicentenario, digo como Mosley, que en todo caso deberíamos hacer un acto de constricción y pedir perdón porque todavía haya gente viviendo en la calle y comiendo basura.
 
Nota:
 
(1) Walter Mosley – Workin’ on the chain gang” (The University of Michigan Press – 2000)
https://www.alainet.org/en/node/141400
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