En el corazón de los nuevos tiempos
15/01/2013
- Opinión
(El barro de la creación)
En mi último artículo, “Un incómodo forúnculo en el orgulloso trasero imperial, (¿Es Venezuela una nueva Cuba?)”, preguntaba por qué los gobiernos con tendencias sociales les resultan por decir poco, desagradables al sistema de intereses imperante. Desarrollaba entonces la inevitable secuencia de eventos que hemos vivido en Venezuela, desde que intentamos recuperar los imprescindibles recursos naturales así como las empresas básicas.
¿O acaso un gobierno puede distribuir entre sus ciudadanos aquello de lo cual no dispone? Y si no realiza el gobierno una distribución equitativa de recursos, colorín colorao ¿quién la realizará? Es tan ingenua la pregunta que hemos tenido que inventar respuestas como las leyes de mercado. Sí señor. Los recursos por movilidad propia, comenzarán a desbordar la capacidad de acumulación de las clases adineradas.
No estoy seguro si se refiere a los bolsilllos o las chequeras. Entonces como vasos comunicantes comenzarán a caer por la bajadita que conecta los bolsillos de las clases superiores, que según reza el cuento siempre han existido, con los de sus súbditos. Entonces todos se abrazarán, danzarán y festejarán alborozados el mágico acontecimiento.
Díganme Uds. si no es una concepción maravillosa, y por cierto ya anticuada dados los acontecimientos que hoy estamos viviendo y presenciando ocurrir en los supuestos países desarrollados del “primer mundo”. Díganme si no hace falta una ilimitada ingenuidad para aceptar esa imaginería, esos paisajes mentales.
Y no lo digo en un mal sentido ni burlándome por frustración. ¿Acaso no valoramos la ingenuidad de los niños? No hace mucho toda una generación de antropólogos anduvo buscando por remotos e inimaginables lugares, rastros de una raza primigenia cuyos reflejos originales la civilización había pervertido. Muchas de estas inquietudes y reflexiones se recogen en las excelentes novelas de Aldous Huxley la Isla y un Mundo Feliz.
En otras palabras no sabemos de dónde venimos ni para donde vamos, no sabemos por qué somos como somos y hacemos lo que hacemos. Por lo tanto vivimos intentando dar respuesta a esas inquietudes. Nuestra vida, nuestra historia, además de ser un modo en que la especie reproduce generaciones y satisface necesidades para asegurar su continuidad en el espacio tiempo, es también una búsqueda y un intento de darle sentido a la existencia.
Este es el modo humano de estar en la existencia, de estar en el mundo. No hay momento histórico, desde los más antiguos ancestros, desde cuando y como sea que nos convertimos en, que nos sentimos humanos hasta la modernidad, en que no nos hayamos hecho esas preguntas. Podemos estar almorzando, haciendo el amor, la guerra o la revolución, pero en el trasfondo, en la copresencia de nuestra conciencia siguen presionando esos sistemas de tensión.
Yo no creo que haya modo de acercarse a la comprensión de la naturaleza humana, si es que eso existe, sin incluir esa búsqueda activa de la conciencia, esas intenciones que generan fuertes sistemas de tensión, que motivan, movilizan conductas, que proyectan e incluso a veces alucinan paisajes, mundos completos. Paisajes con gran fuerza que nos impulsan a futuro, al encuentro de lo que soñamos o anhelamos. Paisajes a veces afiebrados, aterrados, que intentan prevenir lo que presentimos y tememos a flor de piel.
Hoy me levanté de mal humor y no se me da la gana de acatar las normas del gobierrno de turno y sus instituciones, legislaciones. Es más, no se me da la gana de trabajar y pagar por lo que consumo, así que voy a ir al supermercado y me voy a llevar lo que me provoque comer. ¿Les parece ingenuo, utópico, infantil? Pues en algún momento y según las circunstancias que nos toquen vivir, festejamos las aventuras de los Robin Hood o Batman de moda.
Pero más sorprendente aún, así actúa hoy en día la dirigencia de la oposición al gobierno bolivariano en Venezuela. Me informan que ya en España, circulan fotos trucadas de la inexistente represión del gobierno venezolano a las “pacíficas” protestas civiles, contra las abusivas decisiones de la Corte Suprema de Justicia que interpretó la Constitución que el pueblo se dio, como único órgano con poder vinculante para hacerlo según consta en la misma constitución.
La oposición termina de ser contundentemente derrotada en las elecciones presidenciales y regionales, pero no se le ocurre nada mejor que esgrimir argumentos formales como que el presidente reelecto por cuarta vez no está presente para asumir su cargo en una fecha preestablecida, cuando la constitución dice una y mil veces que el poder soberano reside en el pueblo y sus decisiones son inviolables.
Por supuesto la oposición nunca esperó que la Corte Suprema aceptara sus argumentos, solo busca excusas para desestabilizar, para generar apariencias de ingobernabilidad. Así que la enfermedad y ausencia del presidente autorizada por unanimidad por la asamblea constituyente, le parece una oportunidad tan buena como cualquier otra para llamar a la desobediencia civil y sacar grupitos armados a la calle, llenando las portadas de los diarios internacionales.
Algunos miramos incrédulos, sin comprender qué sucede. Otros nos llenamos de ira y pedimos que se ponga en su lugar a esos altaneros que creen que pueden actuar impunemente por encima de las leyes, alterando el orden social y la vida de la gente pacífica y trabajadora que se dedica a sus cosas. Pero en el fondo, todo eso no hace sino poner en evidencia una vez más nuestra ingenuidad de creer que las normas sociales son como un hecho natural, establecido para siempre.
Esas creencias provienen del mismo pensamiento dogmático que impuso la inquisición en el medioevo, cuando se decía que Dios creó la tierra en unos pocos días y de una vez para siempre. Al pecador ser humano no le quedaba otra alternativa que resignarse y obedecer. El poder de sus acciones no era relevante en lo que al cambio de las circunstancia naturales se refiere. Dogmatismo que no hace más que unos años por cierto, un presidente de EEUU proponía volver a enseñar en las escuelas.
Sin embargo, a aquella ingenua concepción de ser criaturas de hechura ajena que la aún insuficiente experiencia posibilitaba, hoy se le contrapone la más rica, compleja y creativa de que somos conciencia que se va haciendo, auto concibiendo una y otra vez a medida que camina, experimenta y se reconoce aplicándose al mundo. Es decir va ganando en conciencia de sí a medida que se expresa, que se realimenta de su interacción con el mundo.
Entonces, ¿somos un accidente evolutivo que apareció sin saber cómo en un supuesto big bang? ¿Una especie de carambola mecánica con la fuerza suficiente o casi para jamás detenerse? ¿O somos una especie con algo así como un libre albedrío, del cual no conocemos demasiado o estamos experimentando su alcance, pero con la capacidad de aprender de nuestras experiencias y superar los iniciales determinismos naturales que vamos encontrando, reconociendo?
Creo que el solo hablar de historia y humana evolución, a diferencia de las demás especies naturales, ya hace inevitable reconocer nuestra capacidad acumulativa de aprendizaje y superación de circunstancias que nos han conducido un poco inesperadamente a acelerar nuestro ritmo evolutivo, a revolucionar nuestra historia y mundo natural que incluye nuestro cuerpito, exigiéndonos paradójicamente acelerar nuestra capacidad de adaptación.
En otras palabras hemos de acelerarnos, de revolucionarnos no solo biológicamente, lo cual es mecánicamente inevitable al acelerarse el mundo, ¿o no operamos ya sobre nuestra genética los supuestos seres naturales sin otra alternativa que obedecer? Sino también sicológicamente para poder caer en cuenta de que somos hacedores de historias, soñadores de cuentitos, constructores y transformadores de realidades, aprendices de brujo.
Los sistemas de creencias son nuestro barro de la creación, nuestra realidad sicológica. No tienen nada de malo en sí mismos. Pero generan mucha contradicción, mucho sufrimiento mental cuando se anquilosan, cuando se fijan sicológicamente, cuando la mente es tomada, seducida por, cuando se aferra a ellos. Entonces se convierten en dolorosas limitaciones, en resistencias e impedimentos para nuevos pasos evolutivos que la conciencia ya está en capacidad de dar.
Toda nuestra forma de vida está hoy en día cuestionada por la velocidad e intensidad de los eventos. Es mi impresión que nuestra acumulación colectiva de intento, tal vez sin darnos cuenta plenamente ha llegado a la posibilidad de reconocer si nuestra historia, es decir nuestros hábitos y creencias reflejas, heredadas, cargadas o grabadas milenariamente generación tras generación son o no son irreversibles. En otras palabras, ¿está el creador sujeto o encadenado a sus creaciones?
Si uno o muchos dioses crearon así el mundo, pues que le vamos a hacer, no somos más que insignificantes víctimas de las decisiones y actos de otros y no nos cabe sino la impotente resignación. Preparémonos estoicamente para el fin. Pero si somos aprendices de brujo que duermen y despiertan cíclicamente entre coloridas creencias, entonces no somos ni una ni otra cosa. Justamente nuestra naturaleza es una “no naturaleza”, es “por definición indefinida”, porque es creadora, porque depende de lo que crea o sepa, de lo que decida, del conocimiento y la conciencia de sí que desarrolle.
Si una nueva sensibilidad nos impulsa con fuerza hacia un nuevo paso evolutivo, los sistemas de creencias que ya estén desgastados y resulten inoperantes generando gran sufrimiento, comenzarán a colapsar, a desmoronarse impotentes. O dicho desde su contracara, las miradas, como la bella durmiente del cuento comenzarán a despertar una vez más de su milenario sueño. Será algo así como una primavera del alma, nuevos e inesperados colores, sonidos, texturas. En el corazón de ese acontecer estará la humana capacidad de auto concebirse una y otra vez de nuevos modos, es decir de recrear su imagen de si, su modo de estar en el mundo.
Decimos entonces que un proceso, un paso evolutivo se vuelve irreversible, rompe su encadenamiento histórico o agota, supera, deja atrás definitivamente una instancia sicológica, un sistema de creencias, cuando despierta de ellas como de un sueño reconociendo por ejemplo que la explotación del hombre por el hombre, es la raíz de la violencia social que hace interminable las luchas generacionales por el poder.
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