Vindicación del revolucionario

06/04/2015
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Hay un son del cancionero popular cubano que tiene un pegajoso estribillo del siguiente tenor: “como cambian los tiempos, Nemesio, como cambian los tiempos…” enfatizando el hecho de que lo que fue ayer ya no es hoy. Sin embargo, como todo en la vida, esta no  es una verdad absoluta. Tras el aparente cambio están ciertas necias realidades que se niegan a cambiar. Me refiero a las estructuras del sistema que rigen la sociedad en que vivimos. A pesar de los cambios, nada es diferente ahora, comienzos del siglo XXI, a lo que fue en los dos siglos precedentes.

 

Pongámoslo de la siguiente manera: un pobre londinense de comienzos del siglo XIX era idéntico a un pobre neoyorquino de comienzos del siglo XXI, o, un campesino francés de finales del siglo XVIII sentía en las tripas la misma hambre que ahora sienten los campesinos en los andes peruanos o ecuatorianos. El hambre, como consecuencia de la injusticia social, sigue siendo igual porque la injusticia social no ha cambiado. En otro nivel, las llamadas conquistas del pensamiento democrático sólo han servido para legitimar en el poder un nuevo tipo de monarquía, ya no basada en el “derecho divino” sino en la voluntad soberana del pueblo. La alternabilidad es un mito, porque el ciudadano de a pie se ve obligado a escoger entre sujetos diferentes que representan lo mismo. Puedes escoger, nos dice el sistema, entre el malo, el menos malo y el peor, pero no entre el diferente, de pensamiento revolucionario. Ese no entra en el juego. La democracia tolera “matices”, pero no cambios radicales.

 

Esta lógica elemental es la que ha hecho posible la continuidad de la dominación desde el surgimiento de la sociedad clasista, no sólo del capitalismo. Siendo elemental es poderosa, como un hilo de araña. El secreto de esta lógica es que circula por todos los resquicios de la sociedad: en el sistema jurídico, en el cultural, en el educativo, en la tradición y está “naturalmente” asentada en las costumbres de las personas. Romper ese hilo de araña poderoso no puede ser obra sino del pensamiento revolucionario.

 

Marx como referente del pensador revolucionario

 

La vulgarización del pensamiento marxista, desde su surgimiento, ha impedido que se pueda ver la dimensión real de la figura revolucionaria de K. Marx. Su condición personal de revolucionario, digo, que tuvo el inaudito valor de arremeter contra los molinos de viento del sistema, demostrando que el mundo que nos ha tocado en suerte es injusto porque está mal hecho. En él, como en ningún otro pensador, se sintetizan todas las virtudes de un revolucionario.

 

La primera y más importante virtud de todo revolucionario es la capacidad de unir el pensamiento a la acción. En Marx se da esa simbiosis a la perfección. A los veintidós años fue redactor jefe de la Gaceta del Rin, periódico que fue obligado a cerrar por la tendencia demócrata-revolucionaria que Marx le imprimía. En 1843, en París, publica un único número de Anales franco-alemanes en cuyos artículos llega a la conclusión de que hay que criticar “despiadadamente” todo lo que existe.

 

Conoce a Engels en 1844 y, desde entonces, se entregan juntos a una febril actividad político-revolucionaria entre los grupos de obreros de París. Fue expulsado de Francia en razón de su peligrosidad y pasó a integrar, junto con Engels, la “liga secreta de los comunistas” la que, años más tarde, les encargó la redacción del Manifiesto del Partido Comunista. Después de su publicación fue expulsado de Bélgica, donde residía, y volvió a París, que entonces se encontraba convulsionada por la protesta de los trabajadores. Nuevamente salió de Francia para radicarse en Alemania. Su fe revolucionaria le llevó a publicar la Nueva Gaceta del Rin. Cuando la protesta obrera fue reprimida, Marx tuvo que comparecer ante los tribunales. Otra vez fue expulsado de Alemania pudiéndose radicar, por algunos años, en París después de lo cual se estableció en Londres hasta su muerte.  

 

Sorprende su intensa actividad práctica, su activismo político, en medio de penurias familiares extremas que llevaron a la muerte, por necesidad, de algunos de sus hijos; pero más sorprende su increíble capacidad intelectual que le llevó a desentrañar científicamente las leyes de funcionamiento del sistema capitalista. Hay en Marx una curiosidad científica inagotable que le hizo repensar todo lo existente. Justamente en ese rasgo radica su grandeza.

 

Marx, como todo pensador, no surgió por “generación espontánea”. Fue resultado de su época y de las circunstancias históricas en que le tocó vivir. Desde su nacimiento, en 1818, hasta la publicación del Manifiesto -cuando apenas tenía treinta años-, había replanteado el curso, no sólo del pensamiento humano, sino el sentido de la historia.

 

Como un luchador de artes marciales, supo aprovechar la fuerza de sus adversarios para superarlos, principalmente en el caso de Hegel. Hoy, después de la caída de los muros ideológicos creados por el estalinismo, es fácil reconocer cuanto Marx le debe a Hegel. Sin esas vendas teóricas y sin el peligro de ser acusados de contrarrevolucionarios, es fácil entender que Marx tomó la posta teórica de Hegel para romper el círculo vicioso que condenaba al pensamiento humano a ver el “fin de la historia” y proyectarlo al infinito en una espiral inabarcable e interminable. Al hacerlo estaba superando la cumbre más alta del pensamiento idealista y, por consiguiente, todo el pensamiento filosófico anterior, incluido el materialismo mecanicista de Feuerbach. Tarea de semejante envergadura sólo podía hacerla un revolucionario auténtico, alguien que, debido a su pensamiento dialéctico, no podía estar de acuerdo con las ideas hegelianas que justificaban el orden de cosas establecido.

 

Ese es el legado más importante de Marx: el método dialéctico aplicado al pensamiento, a la naturaleza y a la sociedad, nada más, ni nada menos. Hacer uso de él ahora, es tarea de los actuales revolucionarios, prevalidos de la catastrófica experiencia estalinista que castró la dialéctica marxista para cosificarla en la dialéctica circular hegeliana.

 

Es intrascendente discutir si el marxismo está en crisis o no, lo que no se puede ignorar es que a estas alturas se impone la necesidad de que con el método dialéctico marxista tenemos que captar otros aspectos de la realidad que, en su tiempo, por razones obvias, Marx no pudo hacerlo. Eso es lo dialéctico y lo científico porque desde Marx la teoría del conocimiento se funda en la historia, esto es, desde entonces sabemos que la comprensión científica del mundo por el hombre y la historia, es decir su práctica, forman una unidad en la que hay un intercambio mutuo permanente de cualidades, de tal forma que la naturaleza del uno se modifica por la interacción con el otro y viceversa, en un proceso constante y eterno cuyo resultado es la ampliación, at infinitum, del conocimiento.

 

Esta es la herencia de Marx, repito, nada más, ni nada menos. En este cambio de época se necesita valor para sentirnos legatarios de esta herencia, porque, como en su tiempo, estas ideas tienen poderosos enemigos. No basta pasearnos con esta preciosa arma por los salones de la burguesía, pavoneándonos de nuestro recurso y amenazando con sacarla de ser necesario, porque la herencia de Marx tiene un lado activo que la vincula con la práctica. Hay que usarla para no caer en el vicio de la fanfarronería.

 

Con esta arma tenemos que interpretar esta época de la globalización, del calentamiento global, del capital financiero, de la nanotecnología, de la guerra atómica, de la africanización de la pobreza, del consumismo extremo, de la cuántica, de la digitalización del conocimiento, de la mundialización de las comunicaciones, del corporativismo y del poder mundial. Puede ser que el marxismo tenga muchos vacíos, pero Marx, el revolucionario, nos dejó su método, precisamente, para llenarlos. No conozco, hasta hoy, nada que supere o sustituya su método dialéctico.

 

En el siglo XX hubo muchos marxistas teóricos y prácticos que lucharon por esta idea, pueblos también que estuvieron dispuestos a hacerla realidad. Hombres como el Che, pueblos como Cuba. Toda esa experiencia es ahora el bagaje histórico de la revolución mundial. Si el Che hizo un sacrificio vano, o si Cuba triunfó o no, poca importancia tiene a estas alturas. Los revolucionarios de hoy podrán cometer otros errores, pero ya no repetirán los del pasado. Nadie tiene derecho a enlodar la memoria de quienes comprometieron sus vidas en la lucha por sus ideales, salvo los mercenarios de la pluma y los asalariados del imperio.

 

La dialéctica marxista y el pensamiento ancestral andino

 

“Ver en silencio un crimen, es cometerlo”, decía ese cubano inmortal que fue José Martí. No podemos ver en silencio el crimen del capitalismo. Tenemos la obligación de impedirlo. Ninguna forma de lucha está excluida. La crisis del sistema es tan profunda y extensa que a la conciencia revolucionaria actual no le queda ninguna duda de que el poder mundial, en cualquier momento, empleará una solución militar extrema. Sustituirá la agonía lenta de las masas por el shock violento del exterminio masivo. Esa intención maltusiana del poder mundial tiene que tener una respuesta unificada de las fuerzas revolucionarias del mundo.

 

Es en esa perspectiva que los revolucionarios latinoamericanos de hoy trabajamos en la búsqueda de coincidencias entre el pensamiento ancestral andino y la dialéctica marxista, en la comprensión de que en esa tarea estamos dando respuesta a la necesidad de superar la cosificación teórica estalinista y a la necesidad del enriquecimiento del marxismo como requisito para afrontar las nuevas tareas revolucionarias. Esto significa, para nosotros, militantes de Ñucanchi Socialismo, sentirnos legatarios de la herencia revolucionaria de Marx.

 

En la era estalinista se convirtió en verdad “marxista” a una lista casi interminable de verdades a medias y de teorías absurdas, cuya aplicación práctica hizo imposible el surgimiento de otro tipo de sociedad. Se hizo de la economía socialista, por ejemplo, una economía de oferta, exclusivamente, negando toda forma de mercado, o lo que es lo mismo, anulando el emprendimiento individual que la historia, en ninguna parte del planeta, había podido anular; se supuso que la rueda de la historia no podía ir hacia atrás, con lo cual se hizo víctima a la sociedad humana de un determinismo reaccionario; se sostuvo que sólo la clase obrera podía ser el sujeto transformador del orden de cosas, con lo cual se anuló la potencialidad de otros sectores sometidos por el capital, convirtiéndoles en apéndices inferiores de la clase obrera; se impuso una sola vía de construcción del socialismo, con lo cual se negaba la riqueza de lo nacional a todos los pueblos del mundo; se dogmatizó la planificación económica; se endiosó al Estado; se impuso el régimen del partido único, con lo cual no se comprendió que en toda sociedad siempre habrá minorías que no pueden ser eliminadas, en fin, se impuso, desde el poder, verdades absurdas como puntales de una nueva vida, convirtiendo, como ya dijimos, a la dialéctica marxista en una dialéctica hegeliana.

 

Si se desbroza toda esta maraña de seudo verdades, se aclara el panorama y vamos a ver cómo el marxismo dialéctico se identifica con lo más puro del pensamiento ancestral andino.  

 

Como dijimos ya en otro documento, la piedra angular del pensamiento ancestral es el equilibrio. “La versión light del Sumak Kawsay hace de la armonía del ser humano con la naturaleza el centro de sus concepciones. Esto no es exactamente así. La piedra angular de las concepciones ancestrales está en la noción de equilibrio: equilibrio en la producción, en la distribución, en el consumo, en la relación del ser con la naturaleza. La falta de equilibrio altera el flujo normal de energías entre los múltiples sistemas que conforman el sistema general de la vida. Un sistema social pierde el equilibrio cuando se ha permitido la acumulación de la riqueza social en pocas manos. Eso es justamente lo que sucedió en América después de la llegada de los europeos. La solución es volver al equilibrio.”[1]

 

Sobre esta base es que el pensamiento ancestral establece la estructura económica de la sociedad, sustentándola en un sistema de propiedad comunitaria. La propiedad comunitaria de los medios de producción, apuntalada en la noción angular del equilibrio, hace posible la diferenciación de la propiedad entre propietarios individuales y el Estado y, entre ellos mismo, impidiendo, por medio de un proceso permanente de retroalimentación controlada, que se rompa el equilibrio estructural. No obstante, si bien es cierto que se puede controlar la concentración, no se lo puede hacer de forma total -salvo que se instaure un despotismo político incompatible con la nueva democracia-, con lo cual se vuelve a enfermar la sociedad, por lo que, en rizos de tiempo que duran aproximadamente quinientos años (un Pachacutik), se vuelve necesario otra vez restaurar el equilibrio, pero esta vez en un nivel superior, tanto por el desarrollo material como espiritual, en una espiral inabarcable e interminable que proyecta la sociedad humana al infinito.

 

Dos son, pues, los requisitos históricos para iniciar el proceso de construcción de un nuevo tipo de sociedad -que nada tiene que ver con los socialismos que surgieron durante el siglo XX, ni con el falso socialismo del siglo XXI-, la nueva sociedad del Sumak Kawsay Revolucionario.

 

Pero el equilibrio cíclico no es solamente el resultado del accionar de los “factores” de la historia, sino su conjunción con la voluntad del ser humano. La restauración es el acto consiente de los individuos en medio de sus circunstancias históricas, para lo cual están obligados a restaurar el equilibrio mediante la “fuerza necesaria” (pensamiento ancestral) o la “violencia revolucionaria” (Marx) sin lo cual el estancamiento del desequilibrio puede eternizarse en detrimento de la armonía general de la sociedad. La “fuerza necesaria” o “violencia revolucionaria” sólo tiene por fin la restauración del equilibrio, después de lo cual, desaparece.

 

En la práctica, el único acto violento del cambio es la toma del poder, desde donde el grupo humano que llega a controlarlo, revoluciona el sistema de propiedad existente (“expropiación de los expropiadores”, dice Marx; “restauración del equilibrio”, el pensamiento ancestral), convirtiendo en propiedad colectiva a los medios de producción, incluida la tierra. Luego de esta ruptura con el orden heredado, entonces se inicia -pero sólo entonces-, un período histórico de transición hacia el pleno equilibrio de las fuerzas productivas y sociales en el cual nada, ni nadie, estará excluido. Como hemos dicho, es un ciclo que tiene de duración aproximadamente medio milenio, después de lo cual, se repite el procedimiento, pero en un nivel superior.

 

Esto nos lleva a preguntarnos, ¿cuál es el grupo humano que emerge en la lucha social y llega a tomarse el poder? Más allá de las ideologías, en nuestra época esta pregunta sólo tiene una respuesta: todos, porque todos estamos amenazados de muerte por la crisis general del sistema vigente: obreros, campesinos, intelectuales, burócratas, jóvenes, mujeres, gays, lesbianas, viejos, niños, indios, negros, todos los que viajamos en esta nave sideral que se llama tierra nos juntamos en una vanguardia político-espiritual dispuesta a asimilar la esencia del Sumak Kawsay Revolucionario. Esa vanguardia se prepara acercándose al poder de las hierbas sagradas, interpretando las fuentes, vestigios materiales y espirituales de las sociedades ancestrales y estudiando las ideas auténticas del pensamiento revolucionario de occidente.

 

Sin fuerza restauradora no hay ruptura, sin ruptura no hay equilibrio, sin equilibrio no puede haber la equidad dinámica que debe caracterizar a la nueva sociedad del Sumak Kawsay Revolucionario. En la transición se va construyendo el equilibrio, hasta cuando su desajuste histórico inevitable haga necesario volverlo a corregir.

 

No hay fórmulas para construir el equilibrio, sólo el método dialéctico legado por Marx y ahora fusionado con le herencia ancestral. Si en algo nos pueden servir la experiencia histórica del llamado “socialismo real” y la propia historia del capitalismo, será para evitar los errores en ellos cometidos. La construcción de la nueva sociedad del Sumak Kawsay es una experiencia inédita que cuenta sólo con la sabiduría del hombre acumulada durante milenios y el desarrollo espiritual alcanzado hasta nuestros días. Una sociedad de exclusivo desarrollo material sólo puede terminar en la destrucción; así como es imposible una de exclusivo desarrollo espiritual. La conjunción de ambos es la nueva utopía.

 

Por eso resulta de una hipocresía histórica monumental el uso irresponsable que gobiernos como el de Rafael Correa hacen de los conceptos del Sumak Kawsay, porque carecen de base estructural para su práctica. Es la derecha “progresista” la que se ha dado cuenta de que el discurso del “buen vivir” apunta a una fibra oculta del subconsciente histórico de nuestros pueblos y se ha dedicado a la perversa tarea de explotarla para neutralizar su insurgencia y mantener el actual desequilibrio. El gobierno de la revolución ciudadana blanquea el sepulcro del capitalismo ideando un discurso vanguardista con los postulados del pensamiento ancestral, habiendo, inclusive, creado una secretaría adjunta a la presidencia de la república para difundir ese pensamiento. No hay “buen vivir” sin la ruptura con el orden heredado y Correa se niega a hacerlo, por lo tanto, en su gobierno no hay equilibrio, hay continuidad del histórico desequilibrio.

 

Ñucanchi Socialismo sabe que a la izquierda de Correa sólo puede estar un proyecto político-revolucionario de construcción de una nueva civilización, el mismo que se está forjando, que se está construyendo y que quiere fortalecerse en el debate y la acción para no ser sacrificado en la cuna por sus poderosos enemigos.

 

Si la nueva derecha, representada en el gobierno de Correa, blanquea el sepulcro del capitalismo, la vieja izquierda estalinista mete la cabeza en la arena y se sigue viendo en el espejo de su hedonismo estéril. No acepta que voces de sus propias filas le hagan ver sus errores y le proponga nuevos caminos. No comprende que Correa, al apropiarse de su proyecto político, los sepultó para siempre, tampoco que, históricamente, son un objeto fósil, cuyos engranajes se han paralizado para siempre.

 

Ñucanchi Socialismo no dice ser esa alternativa, quiere serlo, por eso invita al debate, quiere hacer conocer sus ideas, se siente heredero de lo mejor del pensamiento revolucionario mundial, de la tradición andina y de la rebeldía del pueblo ecuatoriano, elementos con los cuales se siente seguro para la contienda. Abre sus puertas a la juventud, a los viejos revolucionarios, a las mujeres, a los obreros, a los campesinos, a todas las minorías, a los intelectuales, a todos, les invita a participar del temazcal de la patria, crisol del barro materno, en el que iremos forjando la nueva vida, la nueva civilización, la nueva Patria en la que vivirán nuestros hijos la plena libertad.

 

Quito, 20 de marzo de 2015

https://www.alainet.org/en/node/168700
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