Soñar no cuesta nada, pero ¡vamos al grano!

La derecha lo tiene claro desde la fundación de la república y, sistemáticamente, les ha demostrado a las izquierdas de todos los tiempos su superioridad, incluidas las elecciones que acaban de pasar.

29/04/2021
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Foto: ETG/ALAI
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Mi generación tuvo en sus manos un libro que surtió el efecto de una operación en las retinas, devolviéndonos la luz que el colonialismo eurocéntrico nos había quitado por cerca de quinientos años. Se llama La visión de los vencidos y su autor fue un maestro mexicano que dedicó su vida a estudiar y comprender a las sociedades prehispánicas, no por mera curiosidad, sino por un impulso de identidad y sobrevivencia.

 

Desde comienzos del siglo pasado en México se ha pensado y reflexionado sobre este tema, sin prisa, pero sin pausa. Autores como Carlos Fuentes u Octavio Paz han producido obras fundamentales en defensa de nuestros pueblos ancestrales y ensayos esclarecedores sobre las consecuencias de la destrucción de los mismos y el inevitable fenómeno del mestizaje que es su más directa consecuencia.

 

Octavio Paz con El Laberinto de la Soledad se adentra en el análisis de cuáles son las virtudes y defectos de la mezcla de las sangres americana y europea y apuesta al mestizaje como destino de nuestros pueblos y Carlos Fuentes igual, reflexiona sobre la inserción de la cultura europea en la vida de los pueblos originarios.

 

José Vasconcelos les antecede a todos ellos planteando el inminente surgimiento de una “raza cósmica” que sería el resultado de la unión del blanco europeo con el nativo americano y el negro africano, raza, decía, destinada a construir un nuevo mundo. México es una nación mestiza en la realidad de su gente, heredera de civilizaciones sorprendentes como la Maya y la Azteca y en las reflexiones de sus intelectuales que han profundizado sobre su identidad y destino colectivo. La enorme epopeya de la revolución campesina de comienzos del siglo XX reafirma le herencia viva de sus antepasados y, a su vez, toma en cuenta lo que la civilización europea nos fue imponiendo a lo largo de los siglos de brutal colonialismo.

 

Desde el Caribe, José Martí nos advierte que la historia de los pueblos originarios se debe enseñar antes que la de los Arcontes griegos y, al sur del continente, Víctor Raúl Haya de la Torre nos habla del Indoamericanismo, a la par que José Carlos Mariátegui nos advierte la necesidad de americanizarnos. Hay, quiero decir, una enorme trayectoria histórica de pensamiento que, sin importar ni su tendencia política ni su filiación filosófica, coinciden en la necesidad de rescatar las virtudes de los pueblos originarios, es decir, la necesidad histórica de volver a nuestras raíces.

 

Esa corriente de pensamiento americanista, en el caso del Ecuador, está representada en las ideas de nuestro prócer independentista Eugenio de Santa Cruz y Espejo y en la visión pro socialista de Belisario Quevedo, uno a finales del colonialismo español y el otro en plena república oligárquica.

 

En todos los casos, sin excepción, parten de la denuncia de la brutalidad colonialista ejercida contra nuestros pueblos y cuyo más lejano antecedente lo encontraremos en la Brevísima relación de la destrucción de las indias de fray Bartolomé de las Casas. En ella se concentra todo el espectro brutal del colonialismo: genocidio, patriarcalismo, racismo, odio al diferente, xenofobia, machismo, homofobia, discriminación, fanatismo religioso, superstición y un largo etcétera de males que todavía persisten y contra los cuales seguimos luchando. La denuncia y la aspiración de una nueva vida está hecha por las plumas de los más esclarecidos intelectuales y patriotas de nuestro continente. Hay que partir de ella para no llover sobre mojado y no desviar la atención sobre lo que verdaderamente importa.

 

La trasnochada pretensión que ahora tiene una corriente “pachamamista” de desconocer este pensamiento insurgente presente en nuestros pueblos desde los mismos orígenes de la colonia a título de que la “matriz occidental” está equivocada, no puede ser tomada en serio, salvo si se quiere apoyar una especie de “talibanismo andino” cuyas consecuencias irían más allá de una confrontación de clases para convertirse en una matanza racial apocalíptica. 

 

Pero, dejemos los absurdos a un lado y vayamos al grano. ¿Qué es lo que verdaderamente importa en los actuales momentos desde un punto de vista político?

 

Importa diseñar una táctica y una estrategia para ganar las próximas elecciones presidenciales y poder hacer realidad nuestros propios sueños y el de nuestros antepasados. El resto es paja. La derecha lo tiene claro desde la fundación de la república y, sistemáticamente, les ha demostrado a las izquierdas de todos los tiempos su superioridad, incluidas las elecciones que acaban de pasar.

 

Ubicados en la perspectiva de la lucha por el poder, que es lo que importa, es imprescindible distinguir dos momentos: 1.- La lucha previa a la toma del poder cuyo objetivo principal es ganar las elecciones y 2.- Después del triunfo electoral proceder a la toma efectiva del poder que significa el control total del Estado y de la llamada “sociedad civil”, sin lo cual, no se puede hablar de una verdadera transformación de la sociedad. Analicemos estos dos puntos.

 

1.- LA LUCHA PREVIA POR GANAR LAS ELECCIONES PRESIDENCIALES

 

La piedra angular de esta etapa es tener clara una política de alianzas. La política, en sociedades clasistas como la nuestra, hay que entenderla como un choque de intereses antagónicos equivalente a una guerra. Esta simple y contundente verdad ha sido ocultada por el discurso oficial de los sectores dominantes herederos del poder colonial que dice actuar y representar los intereses de todos, cuando en realidad actúa y representa sus intereses particulares de clase. Después del triunfo liberal a finales del siglo XIX, nadie ha podido fisurar el bloque ideológico-político de la oligarquía ecuatoriana surgida como consecuencia de la traición plutocrática a Alfaro. La Revolución Ciudadana y su líder Rafael Correa tienen el mérito histórico de haber querido completar la trunca revolución de Alfaro afectando los intereses plutocráticos de sus asesinos. Eso explica el odio feroz de la moderna oligarquía a un líder reformista que nunca se planteó una transformación radical de la sociedad ecuatoriana.

 

Nadie puede negar que el primer triunfo electoral de Rafael Correa tuvo como condumio la lucha acumulada de los sectores populares durante el período de la partidocracia, esto es, desde el regreso a la democracia en 1979 hasta el 2006. En esencia, fue una lucha contra el neoliberalismo. Una izquierda boba (la izquierda histórica) creyó que apoyando a Correa iban a ser gobierno, pretensión que se frustró estrepitosamente porque pretendieron disputarle a la Revolución Ciudadana sus mismos postulados reformistas, es decir, aprovechar el liderazgo de Correa ´para hacer ellos los protagonistas de la reforma.

 

Sin un proyecto transformador, ubicado a la izquierda del correísmo, esa posición fue prontamente ahogada por Correa y la fracción de esa izquierda que se quedó dentro del correísmo se asfixió en el burocratismo estatal y el oportunismo político. Cuadros altos de la izquierda histórica, así como dirigentes medios y de base se sacaron la careta y quedaron al descubierto ante sus militancias y la opinión nacional. Rafael Correa tiene el mérito de haberles quitado la palabra y prohibido que sigan hablando a nombre de la izquierda y del pueblo.

 

La política de alianzas propuesta por Alianza País y Rafael Correa en las elecciones del 2006 fue todo un éxito. Entonces se plantearon alianzas en un eje que iba del centro hacia la izquierda, siendo la izquierda el sector más débil. Fue suficiente para el triunfo electoral. Nunca en los diez años de gobierno correista ninguna de las “izquierdas” le exigió a Correa radicalizar su gestión gubernamental para trascender los meros límites de la modernización capitalista, los reclamos tuvieron que ver con el estilo confrontativo y autoritario, decían, de Rafael Correa.

 

“Esas izquierdas” hicieron una oposición vacía de contenidos, insustancial y escandalosa, cuyo objetivo fue cuestionar a Correa por no saber conducir adecuadamente la Revolución Ciudadana que ellos mismos habían contribuido a concebir e instalar, coincidiendo de esa forma con la crítica clasista y cargada de odio que provenía de los sectores oligárquicos. Ninguno de esos dirigentes, estoy seguro, hubiera tenido la fuerza y potencia intelectual que Correa tuvo para confrontarse con la prensa “libre e independiente”, por ejemplo, o con personajes icónicos de los sectores dominantes, aparte de la decisión histórica que tuvo para llevar adelante reformas fundamentales como la educativa o la inmensa obra material, o la defensa de nuestra soberanía a nivel internacional.

 

Las críticas que tienen que ver con la criminalización de la protesta social, la persecución a dirigentes populares o la tendencia al extractivismo demostrada sobre todo al final de su período, claro que son válidas desde un punto de vista radical y revolucionario, no desde la misma óptica reformista como es el caso de “las izquierdas” que critican al correísmo.

 

La traición de Lenin Moreno al proyecto progresista tuvo el efecto de un “salto hacia atrás”. Durante cuatro años Moreno y la más recalcitrante derecha política y económica se han esmerado en pulverizar al correísmo y a su líder logrando posesionar en la conciencia de los sectores medios altos y las élites de siempre la idea de que el correísmo ha sido el gobierno más corrupto de la historia, todo sin fundamento jurídico alguno. Esa campaña sistemática de la derecha, apoyada por los oscuros designios de la embajada norteamericana, significó que el correísmo tuviera que volver a empezar.

 

Fue precisamente lo que hizo al proponer el nombre del economista Andrés Arauz para terciar en las elecciones presidenciales del 2021. Se trataba de dar continuidad a un modelo “pro socialista cuyo fundamento fue la implementación práctica de una heterodoxia económica tendente a crear las condiciones para transitar, primero, a una sociedad posneoliberal y posteriormente a un socialismo de mercado”[i]  Este, precisamente este, es el punto nodal del proceso político en el Ecuador, que por no ser comprendido cabalmente por parte del movimiento indígena-popular y los sectores de izquierda que dicen representarlo hizo posible la contraofensiva de la derecha oligárquica y su triunfo en la segunda vuelta de las pasadas elecciones.

 

Para garantizar el cumplimiento del primer objetivo en la lucha por el poder político, es decir el triunfo en las elecciones de la democracia en la que estamos inmersos, se trataba, en esta ocasión, de reeditar la alianza hecha en el año 2006 pero esta vez, cambiando el eje de la misma. Había que consolidar una unión que debía ir de la izquierda al centro en la que el centro, precisamente, debía ser el sector más débil. Esto por la sencilla razón de que la “izquierda reformista” camuflada de socialista, emepedista y otras hierbas había sido ya desenmascarada por Correa. Una cabal comprensión de la dialéctica histórica habría permitido que ahora la izquierda radical, o más revolucionaria, hubiera podido actuar como una garantía de que el proceso progresista derivase a posiciones más avanzadas.

 

Si no es posible darle una “solución de continuidad” a la Historia porque no están creadas todas las condiciones sociales para ello, es imposible escapar al avance natural de la misma. Esto es lo que no son capaces de comprender “esas izquierdas” que luchan por aplicar un proyecto anti extractivista, pero, si no es así como dicen, la pregunta es lógica ¿por qué se oponen al progresismo si ellas quieren lo mismo? Es debido a esta incongruencia histórica que no ayudan a la revolución, sino que la detienen y se oponen a la misma, coincidiendo con la defensa de los intereses de las élites nacionales y de sus aliados internacionales.

 

La lucha por el poder es la quintaesencia de la política, pero el poder no es un elemento inoloro, incoloro e insaboro, tiene nombre y apellido. Si se lucha por el poder burgués, estamos consolidando el patriarcalismo, la desigualdad estructural, la explotación del capital al ser humano, pero fatalmente estamos luchando por ese poder desde el mismo momento que aceptamos jugar con las reglas de la democracia que nos rige. Si alguna de las izquierdas en el Ecuador se habría planteado luchar por un “poder revolucionario” debería estar alzada en armas y luchando en las montañas y ese no es el caso. Las alianzas se las hacen, precisamente, para comenzar a cambiar la naturaleza del poder burgués.

 

Y esto es lo que no comprendieron en estas últimas elecciones Pachakutik, Yaku Pérez y “esas izquierdas”, conduciendo por un sendero equivocado a sus bases y haciendo posible el triunfo del banquero y de la extrema derecha socialcristiana. Cuando somos dueños de un proyecto revolucionario, no hay por qué tener miedo al reformismo, por el contrario, sus reformas deben ser bienvenidas porque son las concesiones que hacen las clases dominantes a la presión de las mayorías. Educación gratuita y de calidad, es una concesión, por ejemplo, red vial de primera, igual, reforma del Estado, soberanía nacional, elevación del nivel político del pueblo. El “gran salto hacia atrás” impulsado por Moreno, refrendado por la feroz campaña anticorreista y el odio demostrado por Yaku Pérez contra Correa se ubican en esa trágica línea de regresión al pasado.

 

De haberse depuesto el odio visceral contra el correísmo y haberse consolidado una alianza del progresismo con la llamada “nueva izquierda” el primer paso hacia la toma definitiva del poder se habría dado con éxito. Hoy nos hemos alejado de ese objetivo, no cuatro años, sino quién sabe cuántas décadas.

 

Si esta es la esencia de la política de alianzas, veamos, entonces, cual es la esencia del segundo paso en este proceso de toma del poder y cambio de su naturaleza.

 

2.- EL ESTADO Y EL PODER POPULAR

 

Que el desarrollismo ya no es un camino de progreso para los pueblos latinoamericanos es una verdad que, desde un punto de vista revolucionario, no necesita demostración. Todas las fórmulas del desarrollismo están vinculadas a los intereses del capitalismo corporativo mundial y ninguna ha traído prosperidad y bienestar a nuestras naciones, pero el hecho de que así sea no puede llevarnos a la conclusión de que cambiar de vida es tan sencillo como cambiar de camisa. Las fuerzas del establishment son muy poderosas todavía y tienen, a su favor, no sólo la fuerza económica, sino también ideológica y militar y jamás en la historia se ha visto que por muy podridas y decadentes que sean, estén dispuestas a entregar sus privilegios en bandeja de plata.

 

Comenzar a soñar en otra forma de vida es un derecho de los pueblos oprimidos y, en el caso de Latinoamérica, lo venimos haciendo desde el triunfo de la Revolución Bolchevique. Que los fundamentos de los sueños de nuestras izquierdas hayan estado equivocados, no nos quita el derecho a seguir soñando. Precisamente el aprendizaje de los errores cometidos es lo que nos da más derecho al sueño de cambiar de vida. Lo que siempre será un error será tirar el agua sucia de la bañera junto con la criatura.

 

Las bases gnoseológicas de esa nueva vida tendrán que ser nuevas, no copia de las sociedades ancestrales ni repetición de las occidentales, nueva, en el sentido de que tendremos que crear otras bases epistémicas. Ñukanchik Socialismo ha sostenido que serán el resultado de la fusión armoniosa de todas las coincidencias existentes entre las bases gnoseológicas de las sociedades primigenias y lo mejor del pensamiento revolucionario anticapitalista de occidente, representado en el pensamiento de Marx.

 

Tan desatinado sería copiar la gnoseología ancestral, como mantener la occidental, porque equivaldría a querer extrapolar, en el primer caso, ahistóricamente una forma de vida superada ya por la humanidad y, en el segundo, insistir en una que nos ha llevado al borde del abismo. Lo dialéctico es que las fuerzas sociales portadoras del cambio histórico necesario en este tiempo de cambio de época sintonicen con esta concepción, al igual que sus líderes que, sin esa sintonía, no pasarán de ser sino falsos dirigentes destinados a acelerar la caída de la humanidad en el abismo.

 

Es precisamente en la región andina donde ha comenzado a florecer esta nueva forma de pensar que, para desgracia de la nueva ciencia, está naciendo con la peligrosa desviación teórica de sostener que la episteme ancestral tendrá que “devorarse” a la gnoseología occidental, destruyéndola por perniciosa y equivocada, planteando, de esta forma, una soterrada confrontación racial que está más allá de los límites históricos propios de una lucha de clases justa y necesaria.

 

El sueño de una sociedad ecológica, anti extractivista, comunitaria, anti patriarcal, anticolonial y anticapitalista es el sueño que venimos soñando todos los que queremos una nueva vida[ii] desde que el Che Guevara dio su vida por él e intelectuales como Agustín Cueva nos enseñaron a pensar; pero ese sueño tiene que soñarse con los pies en la tierra y con los ojos bien abiertos para saber, con intuición histórica puntual, cuando será el tiempo de su plena realización. La lucha por esta nueva vida está bien, siempre y cuando se entienda desde dónde se la debe dar y cuando será el tiempo apropiado de “asaltar el cielo”.

 

Podemos equivocarnos de buena fe, pero la campaña de odio llevada adelante por Pachacutik, Yaku Pérez y “esas izquierdas” no puede decirse que estuvo basada en la buena fe. Demostró que no se entiende el sentido de la historia y puso en evidencia que fueron aprovechadas por las fuerzas oscuras del imperio. La realpolitik nos obliga a soñar con los ojos abiertos si no queremos ser arrastrados por los vientos contrarios de la reacción.

 

Ñukanchik Socialismo en el artículo citado líneas arriba, decía: “En la base de esta nueva forma de vida está el principio fundamental del colectivismo productivo que, a su vez, se sustenta en la colectivización de la propiedad de los medios de producción. Hay una coincidencia atemporal entre la forma de propiedad de nuestros pueblos originarios y el planteamiento teórico del socialismo científico en cuanto a la propiedad se refiere. Esa coincidencia hay que concretarla en la práctica productiva actual considerando el adelanto científico y tecnológico alcanzado en las sociedades occidentales en estos últimos quinientos años. Esta forma de pensar resuelve con éxito la crisis de las izquierdas latinoamericanas y se constituye en el aporte teórico que hacemos los revolucionarios andinos al pensamiento de la izquierda mundial”.   

 

Por eso llama mucho la atención que los pocos intelectuales que en nuestro medio se ocupan seriamente de estos temas vuelvan sus ojos, otra vez, a los centros del pensamiento europeo para destacar lo que la intelectualidad avanzada de América Latina viene sosteniendo desde hace más de un siglo: superar el capitalismo y encontrar otras formas de producir y vivir que salven al ser humano y al planeta en que habita.

 

En el siglo XX se creyó que era el socialismo esa solución, hoy los nuevos sueños no tienen todavía nombre, pero nada se podrá hacer si no nos consideramos herederos de esas luchas y de esas ideas.

 

“Volver la mirada a aquellas formas de vida social no subdesarrolladas” -no se sabe si cita o dice una autora ecuatoriana-[iii], “sino fuera del desarrollo, a las comunidades agrarias que siembran y se dedicaban (sic) a escuchar como crecen los cultivos, pues una vez sembrados, apenas queda ya más por hacer. A esos territorios fuera del tiempo donde la gente es feliz, todo lo feliz que puede ser un pueblo.”

 

¿Existieron esas sociedades?, ¿existen?, ¿Dónde están?, ¿fuera de la Historia?, ¿son paraísos idílicos que han existido más allá o más acá del tiempo histórico? ¿a quién se le ocurre que masas gigantescas de seres humanos como las de Nueva York, Sao Paulo, México DF, o del mismo Quito podrán sembrar y dedicarse a ver como crecen las plantas? Lo menos grave que se me ocurre es que no hay madurez teórica para sostener semejantes ideas y, lo más grave, que está en marcha una conspiración colosal de las fuerzas que dominan el mundo para enterrar, a nombre de la nueva vida, la nueva vida misma.

 

Sostener el aislamiento histórico de las comunidades originarias no es compatible con la realidad. Pueden conservar sus características etno-culturales, pero jamás han estado en aislamiento absoluto. Ni aún los pueblos no contactados tienen un ciento por ciento de aislamiento en la actualidad, es que las ramificaciones de la vida moderna configuran una red de tal naturaleza que nada ni nadie queda afuera. Soñar que es posible significa ser víctimas de un romanticismo utópico poco compatible con la realidad histórica,

 

El desarrollo tecnológico alcanzado en la sociedad capitalista será la base del desarrollo tecnológico que alcanzará la nueva sociedad, volver a cocinar con leña no solo que es un absurdo, sino un sueño retrógrado que, de convertirse en una idea fuerza, nos puede regresar a ser esclavos de los que manejan la ciencia y la tecnología. Una nueva sociedad será la prolongación de la vieja en niveles más altos de conciencia que nos permitirán dominar la tecnología y la ciencia a favor del ser humano y no de intereses particulares o de grupo. Llegaremos a un nivel de conciencia que nos permitirá dominar nosotros la tecnología y no al revés.

 

En un artículo escrito en diciembre de 2019 sobre este tema decía: “No hay lugar a reconstruir el sistema pre colombino de producción, como quieren los “pachamamistas”, pero tampoco es posible sostener el actual sistema capitalista que hace agua por los cuatro costados. La solución está en rescatar aquello que se demuestra positivo del sistema ancestral y lo que se puede rescatar del capitalismo actual.

 

Esos elementos nucleares son: 1) De los ancestros: la propiedad colectiva de la tierra, principalmente; también una forma de organización social basada en la reciprocidad, un particular sistema de participación de las bases (nueva democracia) y el rescate de un patrón cultural singular que recoja elementos del mundo andinoiv. 2) Del capitalismo actual: la libre empresa individual, con límites en su crecimiento y control del Estado[iv].”

 

Un dicho popular dice que soñar no cuesta nada, pero la práctica política nos enseña que para realizar nuestros sueños necesitamos el poder, entendido como la voluntad de una clase social para alcanzar sus metas económicas, sociales, culturales y de vida.

 

En las actuales circunstancias históricas las metas son progresivas, no hay lugar a las soluciones radicales e inmediatistas, es en este sentido que el progresismo latinoamericano tiene validez y proyección de futuro porque sólo eslabonándose a él las etapas más radicales tendrán arraigo histórico, actuar fuera de él es un sueño onírico, surrealista, más allá de lo posible real, equiparable en su grandeza al sueño que tuvo el Che Guevara en la década de los sesenta de crear muchos VietNam en América Latina para derrotar al imperialismo, pero que no pasó de ser eso, simplemente un sueño.

 

La Historia va por andariveles concretos de carne y hueso y de conciencia, diríamos, como los de la izquierda posible que, hoy por hoy, es el progresismo latinoamericano. Lo que está fuera de él, o contra él, o bien es ingenuidad o cálculo político magistral de las fuerzas oscuras del poder mundial para neutralizar la insurgencia de las masas.

 

La incomprensión de esto hizo posible el triunfo de la extrema derecha en las últimas elecciones. Los sueños de una nueva vida se han tenido que posponer, quién sabe por cuánto tiempo. La confrontación personal de Yaku Pérez con Rafael Correa dio un resultado favorable al primero porque le restó, al segundo, un 20% de la votación total de los ecuatorianos, hecho que en lugar de hablar a favor de los sueños de una nueva vida habla a favor de los sectores dominantes del Ecuador y sus aliados internacionales.

 

El objetivo de ganar las elecciones, como primer paso para la toma del poder, quedó destrozado en el intento, apalancado en apenas cuatro millones doscientos mil voluntades que no fueron suficientes para llevar al gobierno a una fuerza progresista que, de haberse dado la alianza que la lógica política recomendaba, hubiera hecho posible trascender los límites de la modernización capitalista y haber comenzado a sentar los cimientos de una nueva vida en la que íbamos a poder recuperar las virtualidades de las sociedades ancestrales y rescatar aquello que todavía la Historia no puede enterrar del régimen capitalista, en una fusión armónica de los intereses de los sectores de clase afines y del multiuniverso en el que vivimos, sin que la lucha racial pase a ser un fantasma rondando sobre nuestras cabezas.

 

Dicen los actuales filósofos europeos que ya no se trata de construir una nueva sociedad, sino una nueva vida. Claro, pero no como una isla o un baptisterio, especie de Ciudad del Sol o Isla de Utopía, sino una en la que podamos disfrutar de la ciencia y la tecnología puestas al servicio del ser humano, en la que el individuo sea el resultado del cambio de las condiciones materiales de vida, en la que la producción levantada con el trabajo de todos deje de ser la explotación inmisericorde de nuestra hermana naturaleza. Nunca será inútil recordar a Marx que nos advertía que no es la conciencia la que determina el ser social, sino al revés. No porque Marx ahora no es santo de la devoción de los “ideólogos” de la nueva vida, ha dejado de tener razón.

 

Ese es el comienzo que se truncó por no entender la dialéctica de la historia y cuyas consecuencias no serán capitalizadas ni por el voto nulo, ni por Yaku Pérez ni por “esas izquierdas”, sino por las élites de siempre y por sus eternos aliados extranjeros.

 

Cuánto fervor vemos en los actuales momentos en el discurso combativo que Yaku Pérez comienza a esgrimir contra Guillermo Lasso. ¡Cuánto mejor hubiera hecho si antes reflexionaba que el odio contra Correa y el voto nulo no eran argumentos a favor de esa nueva vida por la cual seguiremos luchando hasta vencer o morir!

 

“Los principios de correspondencia, reciprocidad, complementariedad y ciclicidad son aspectos que deduce el pensamiento teórico moderno al estudiar el Sumak Kawsay ancestral y son los que sirven para oponerse a los de individualismo, lucro, democracia, autoritarismo y totalitarismo que prevalecen en las sociedades actuales. Ese equilibrio dinámico que ahora se impone como necesario no es, según la nueva gnoseología en ciernes, un equilibrio eterno e inamovible, sino que se da en un ciclo de duración temporal (500 años o un Pachacutik) a cuyo final la sociedad dará un salto dialéctico hacia arriba y que, en su repetición eterna, va conformando la espiral perfecta de la Historia.”, escribí en el artículo citado antes.

 

Este es el fin del tiempo del viejo Pachakutik, del que se inició con la llegada de Cortez y de Pizarro a nuestras tierras y está comenzando uno nuevo, en el que el fruto de las luchas y de toda la sabiduría acumulada nos están señalando nuevos horizontes. Para comprenderlo debemos ser auténticos, pensar con nuestra propia cabeza y levantar las banderas del corazón, única forma de ir humanizando la vida que el capitalismo ha deshumanizado.

 

27-IV-2021

 

 

[i] Véase: Oviedo Rueda, Jorge, Esas izquierdas ¡otra vez! En:  https://lalineadefuego.info/2021/04/07/opinion-esas-izquierdas-otra-vez/

[ii] Véase: Oviedo Rueda, Jorge, ¿Dónde están nuestras raíces? En: https://www.alainet.org/es/articulo/198945

[iii] Véase: Sierra, Natalia: El legado del progresismo al pensamiento crítico latinoamericano, en: https://lalineadefuego.info/2014/01/29/el-legado-del-progresismo-al-pensamiento-critico-latinoamericano-por-natalia-sierra/

[iv] Véase: Oviedo Rueda, Jorge: La imperiosa necesidad de definir lo indio: https://lalineadefuego.info/2019/12/10/la-imperiosa-necesidad-de-definir-lo-indio-por-jorge-oviedo-rueda/

 

 

https://www.alainet.org/en/node/212044
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