Dialéctica de una derrota electoral

15/04/2016
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(…) Es preciso que el Gobierno se identifique, por decirlo así, al carácter de las circunstancias, de los tiempos y de los hombres que lo rodean. Si éstos son prósperos y serenos, él debe ser dulce y protector; pero si son calamitosos y turbulentos, él debe mostrarse terrible y armarse de una firmeza igual a los peligros, sin atender a leyes, ni constituciones, ínterin no se restablece la felicidad y la paz.

 

Simón Bolívar

 

Manifiesto de Cartagena - 15/ 12/ 1812

 

 

La sorpresiva derrota del 6 de diciembre de 2015, que puso en manos de la contrarrevolución el poder legislativo, ha configurado lo que quizás sea la coyuntura más compleja enfrentada hasta ahora por la Revolución Bolivariana (RB), cuestión que en un primer momento generó desconcierto en las fuerzas revolucionarias y exultación en las reaccionarias nativas y extranjeras.

 

Otras circunstanciales derrotas de las fuerzas progresistas potenciaron la arrogancia de la contra: la no menos inesperada del proceso argentino, iniciado por Néstor Kirchner y continuado por Cristina Fernández (a quien el macrismo trata ahora de enlodar para encubrir sus propias fechorías), y la del boliviano encabezado por Evo Morales.

 

Además, la derecha internacional se emplea a fondo en Brasil para derribar a Dilma Rouseff y torpedear la sucesión de Lula Da Silva, y trata en Ecuador de crear condiciones para desestabilizar el gobierno revolucionario de Rafael Correa.

 

Se trata de una caza de gigantes.

 

Esta coincidencia de derrotas de la izquierda y ofensiva reaccionaria emociona a los derechistas del orbe, quienes pregonan el “fin del ciclo izquierdista” en América Latina.

 

Pero Venezuela es, sin duda, la joya de la corona para la reacción mundial, partiendo del principio de las piezas del dominó: si cae el país que inició el proceso transformador, los demás de signo progresista caerán uno tras otro. A fin de entender cómo pudo configurarse esta situación resulta necesario analizar el contexto histórico del cual surgió y la especificidad de cada caso concreto.

 

Para comprender a la Venezuela actual creemos que se debe analizar el período que va desde el 7 de octubre de 2012 hasta el 6 de diciembre de 2015, pues constituye un momento singular en el decurso de la Revolución Bolivariana: el de la transición del liderazgo consensual ejercido por Hugo Chávez Frías al liderazgo colectivo encabezado por Nicolás Maduro Moros. Período inconcluso, de aguda lucha de clases, con victorias y derrotas de circunstancia, que también puede verse como de la defensa integral de la RB frente a la última ofensiva general del imperialismo norteamericano y sus acólitos nativos.

 

Capítulos de gran relevancia en esta fase transicional lo constituyen: la última alocución al país dirigida por el Comandante Eterno, el ocho diciembre 2012, y su ida el 5 de marzo de 2013; las elecciones regionales del 16 de diciembre de 2012, las presidenciales del 14 de abril de 2013 y las municipales del 8 de diciembre de ese mismo año; así como los hechos violentos de 2014 y la ofensiva de la “guerra económica”, acometidos por imperialismo y oligarquía nativa para cosechar la victoria de la reacción en diciembre de 2015.

 

El análisis de los acontecimientos ocurridos durante el lapso indicado constituye una necesidad ineludible para el desarrollo de la estrategia y la táctica del proceso bolivariano. Aquí intentamos un esbozo al efecto.

 

El resultado de la consulta del domingo 7 de octubre de 2012 (8.191.132 votos contra 6.591.304) demostró una vez más que la Revolución Bolivariana era y seguiría siendo el camino y Hugo Chávez Frías el líder de Venezuela. Todas las fuerzas contrarrevolucionarias de Europa, EEUU y América Latina, tensadas al máximo, prodigaron a sus “protegidos” vernáculos, provistos también de la totalidad de sus hierros, cuanto recurso mediático, político y financiero juzgaron necesario para frustrar el triunfo gubernamental, en un aquelarre de mentira e infamia que no por recurrente deja de asombrar el sentido de la decencia y la sindéresis.

 

No obstante, bajo la conducción de un jefe político que asentó de nuevo el poderío catalizador de su liderazgo, volvimos a ver la alegría y entusiasmo de las multitudes y se ratificó la convicción de que con ellas en acción consciente las grandes tareas planteadas se resolverán conforme a las posibilidades que encierran.

 

Opinar con seguridad de victoria y debida precaución ante el triunfalismo, gracias a la magnitud de la obra reivindicadora y la profundidad de la empatía entre líder y pueblo, no era ninguna hazaña. Todos por acá lo hicimos y este servidor escribió varios artículos en esa tesitura. La apuesta en ese momento era por ver si un sector de oposición lograba zafarse del núcleo neofascista o si se imponía la irracionalidad.

 

Lamentablemente, el esfuerzo físico desplegado durante la campaña minó nuevamente la salud del gran barinés, quien se vio obligado a reiniciar la batalla por su vida, y ya no podría reponerse. Desde el fondo de sí mismo lo acompañó su voluntad de acero, y por fuera, el amor de los pueblos del mundo, con el nuestro a la vanguardia, y el fraterno aliento de los líderes que ponen el oído en el corazón de la justicia; los cuales simbolizaré –y ninguno de ellos se sentirá excluido– en el nombre del bautizado por el Che como “ardiente profeta de la aurora”, el padre de revolución Fidel Castro Ruz.

 

La evolución de las circunstancias llevó a que el sábado 8 de diciembre de 2012 el noble corazón de Hugo Chávez se abriera una vez más en ofrenda de amor por Venezuela y su pueblo. Su capacidad infinita de entrega, gracias a la cual estuvo décadas ardiendo para avivar la llama de la lucha popular, se desplegó de la manera más conmovedora y generosa. El anuncio de la abierta posibilidad de su partida definitiva, de que era necesario mantener la unidad popular para garantizar la soberanía reconquistada y los logros políticos, económicos y sociales alcanzados, y la solicitud de que en caso necesario esa unidad y esos logros se mantuvieran alrededor de Nicolás Maduro Moros (anuncio que para muchos hubiera podido ser un presagio de tempestades), tuvo en la serenidad de su voz la capacidad de producir, maximizados, dolor, correspondencia de amor y decisión de lucha.

 

Y entre tanto, frente a la inmensa porción de humanidad que pujaba, oraba y clamaba por su vuelta, la más despreciable canalla de todas partes se atrevió a soltar sus bocanadas de odio. Esa gente que nunca ha hecho nada por la gente, que no dedica un microsegundo a pensar en el drama de la explotación del humano por el humano, para quien los excluidos de su sistema social son seres sobrantes y prescindibles, que se cree con derecho divino a vivir del trabajo ajeno, esos desalmados festejaron y encendieron fuegos de artificio sin percatarse de que son ellos como clase quienes están más cerca del sepulcro.

 

Y pocas veces su condición se ha revelado en toda su perversión como en esta, cuando ante la enfermedad del Presidente decían A (deseamos que se mejore), mientras todo el mundo observaba la B detrás con su verdadera expresión, el innoble deseo sobre el cual fincaban entonces su esperanza sin fondo de recobrar el poder.

 

Esta situación facilitó que el domingo 16 de diciembre de 2012, dos meses y nueve días después de la victoria de octubre, Venezuela se volviera a teñir de rojo rojito: veinte de veintitrés gobernaciones en liza fueron conquistadas por los candidatos del chavismo, con 4.863.494 votos contra 3.883.037. Se generó entonces una sensación de invencibilidad del proyecto bolivariano, en virtud de que fueron esas las primeras elecciones del actual período histórico en que no se encontraba físicamente Hugo Chávez, quien combatía contra su dolencia en La Habana, si bien su presencia política no podía dejar de gravitar durante la campaña.

 

A las 4.25 p.m. del 5 de marzo de 2013, lamentablemente ocurrió lo más doloroso imaginable en ese momento: Hugo Chávez Frías trascendió su existencia física. Acompañado del amor de su pueblo entró en el panteón de los héroes latinoamericanos. El dolor desbordado desmontó las mentiras difundidas durante años por el aparato ideológico del imperialismo y la burguesía monopolista venezolana. Quedó en evidencia ante el mundo entero la profunda raíz popular de la Revolución Bolivariana. Por ello, se esperaba una victoria holgada en las elecciones presidenciales convocadas de inmediato, siguiendo los lineamientos de la Constitución Nacional.

 

El 14 de abril de 2013 ganamos otra vez, en efecto, pero en esta ocasión al borde del precipicio, viendo asomarse el rostro de la derrota. Ganamos y no hay sustitutos para la victoria. Frente a 7.363.269 opositores, 7.587.532 compatriotas confirmaron la continuidad del proceso revolucionario. Se trataba de una fuerza, desde luego, formidable (más por su validez cualitativa que por su volumen) para mantener lo construido y avanzar desbrozando el camino del Plan de la Patria con sus cinco objetivos iluminadores.

 

Pero, al mismo tiempo, el carácter de este último triunfo tornó necesario entrar con firmeza en el terreno de la crítica y la autocrítica, asumir las erres de Hugo Chávez y fundirlas para potenciar la R mayor que lleva entre nosotros la denominación de Bolivariana.

 

En su notable discurso durante la proclamación en el Consejo Nacional Electoral el presidente Maduro hizo un llamado a ello. Gran comienzo. Sin embargo, dentro del espectro precisamente criticable se halla, y viene de bastante atrás, la resistencia a enfrentar de verdad, en profundidad, ese análisis, lo cual me parece indicador de un nivel deficiente de politización.

 

Y pese a que el Presidente demostró en seguida –y cada día lo comprueba in crescendo– estar a la altura del compromiso adquirido, aquella digamos ligereza ha coadyuvado a que se haya producido bajo su Gobierno la derrota del 6-D, la cual ha caído como una verdadera plaga para nuestro pueblo y obliga a multiplicar los esfuerzos para recuperar y reimpulsar la marcha de la Revolución.

 

 

II

 

Son varias las causas, desde luego, pero aun así nada debería justificar a estas alturas ese triunfo de la derecha y menos en los términos ocurridos. Cierto, amén de impedir la reforma constitucional, había obtenido éxitos parciales, pero la obra revolucionaria es de tal magnitud que parecía imposible, al menos en mí tuvo ese efecto, concebir un resultado semejante.

 

Evidentemente, la voluntad falsificadora de la oposición obtuvo dividendos desproporcionados esta vez. Se comprueba que padecemos un déficit de conciencia de clase que permite a una ínfima minoría de explotadores –utilizando el correaje de la estructura pequeñoburguesa de politiqueros construida y reciclada en el curso de varias décadas– poner a su servicio para la acción política a una importante porción de los explotados.

 

No hemos podido reducir sensiblemente el déficit de conciencia, y la existente es mérito casi exclusivo de Hugo Chávez. Este escribidor, ganado por aquel vital señalamiento, intentó recogerlo en un breve decir: “poner la conciencia al nivel del corazón”. No con la pretensión de proponer la frase como guía o consigna, sino sugiriéndola en calidad de pequeña contribución al esfuerzo que a todos nos toca.

 

Desde los propios comienzos del proceso bolivariano las más lúcidas mentes revolucionarias, en primerísimo lugar la del presidente Chávez, han señalado que la tarea fundamental es la de iluminar la conciencia, la de educar ideológica y políticamente al pueblo para que su conexión emocional con el líder, ahora con su memoria imborrable, se convierta en fuerza material inmune a cualquier circunstancia adversa y presta para tornarse invencible en su empresa de transformar la sociedad.

 

Por supuesto, la iluminación conciencial es una dialéctica entre la idea bien afincada y el trabajo bien realizado y productivo. En ambos aspectos se falló.

 

Con humildad hay que lanzarse en busca del tiempo perdido, valga la memoria del celebrado escritor francés Marcel Proust. Humildad que a veces ha hecho mutis; por ejemplo, cuando se ha hablado de victoria perfecta: es este un decir pretencioso, que podrá ser real únicamente cuando se hayan rescatado las masas alienadas. Y en pos de tal fin, Partido y Gobierno siguen obligados a ponerse a la altura del inolvidable líder llanero y alcanzar el tamaño del compromiso histórico planteado.

 

En esa tarea corresponde a los concienciadores concienciarse también, en términos de mutuo aprendizaje con el pueblo, y en ella deben participar todos los colectivos partidistas y no únicamente secciones especializadas. Sólo así puede realizarse en forma cabal.

 

Por otro lado, hay que analizar la estrategia y la táctica que ha venido desarrollando la oposición, la cual ha sostenido ante la audiencia nacional e internacional una relación de amor-odio con nuestros procesos electorales. Es una oposición, más bien oposicionismo, que parece la versión criolla de El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, del novelista inglés Robert Louis Stevenson, o de su parodia gráfica El otro yo del Dr. Merengue, del argentino Guillermo Divito: cuando gano, el proceso es limpio y transparente; cuando pierdo, es producto de la trampa y el ventajismo.

 

Las elecciones primarias para la selección del candidato presidencial opositor, realizadas el 12 de febrero de 2012, dieron la impresión de ser un paso positivo de gran importancia. En ellas sufrieron una derrota aplastante los precandidatos cuyos discursos eran más abiertamente cercanos al neofascismo y el neoliberalismo: María Corina Machado, Diego Arria y Pablo Medina. Entre los tres apenas obtuvieron unos 150 mil votos, sobre un total de electores de alrededor de tres millones, según sus propios datos oficiales. (El hecho de que la exactitud cuantitativa de tales guarismos sea incomprobable, pues quemaron materiales y cuadernos electorales una vez finalizado el proceso, con lo cual les birlaron a sus propios dirigentes incorformes la posibilidad de revisarlos, no niega la precisión cualitativa, política, de las cifras ofrecidas por ellos).

 

Pero el desarrollo de la campaña electoral presidencial de 2012 puso en evidencia la continuidad de una doble moral en la mayor parte del grupo dirigente opositor, incluyendo al candidato, y la prevalencia del espíritu aventurero y neofascista en la dirigencia de la derecha venezolana: una vez más trataron de desarrollar al máximo el viejo arte politiquero de la demagogia, la simulación y la autovictimización, buscando arrastrar a la mayor parte de su base social desde una posición antiaventurera hacia el acompañamiento militante de una nueva aventura política. Las verdaderas posiciones quedaban sólo para las élites dirigentes.

 

La doble moral se manifestó, por ejemplo, en el manejo y la presentación de los postulados programáticos de la oposición. Por un lado, los precandidatos electorales de la derecha firmaron el llamado compromiso programático de la “Mesa de la Unidad Democrática” (MUD), elaborado por un equipo de intelectuales orgánicos del capitalismo en Venezuela, donde se habla de la eliminación acelerada de las políticas económicas y sociales implementadas por el gobierno bolivariano, la instrumentación de un paquete consecuentemente neoliberal y la toma de medidas que “corrijan” la orientación general del país.

 

Entre otras: Realineamiento de las políticas económica, exterior y militar de acuerdo con los designios e intereses del imperialismo norteamericano; suspensión de las expropiaciones realizadas y devolución masiva de medios de producción a sus antiguos propietarios nacionales y extranjeros, a cuenta de la “defensa de la propiedad privada”; desmantelamiento de los mecanismos de captación, control y redistribución de la renta petrolera, mediante la “autonomización” de Pdvsa y del Banco Central (claro, del Gobierno, no de las aves de rapiña); eliminación del control de cambio y de la obligatoriedad de la intermediación bancaria para financiamiento de las empresas micro, pequeña y mediana, e igualmente de la mayoría, si no la totalidad, de los impuestos establecidos para que las grandes empresas coadyuven a eliminar la deuda social e impulsar el desarrollo del país; subordinación de los aparatos ideológicos estatales al bloque hegemónico tradicional, con la finalidad de que vuelvan a contribuir al reforzamiento de los “valores” propios del capitalismo, etc.

 

Aunque se armó una gran alharaca comunicacional para proyectar el acto de la firma como una muestra de la voluntad unitaria de las fracciones que conforman al partido del imperialismo y la burguesía monopolista, se soslayó la divulgación masiva del contenido del acuerdo. De esa manera se le facilitó al candidato electo disfrazarse al iniciar la campaña electoral y negar su intención de aplicar dichas propuestas, las cuales, amén de adoptadas expresamente por él, son de principio para las clases que tradicionalmente han detentado el poder en nuestro país y por tanto esenciales en un gobierno contrarrevolucionario; la argucia consistía en reconocer algunos logros bolivarianos –las misiones, por ejemplo, prometiendo incluso “mejorarlas”–, y en el señalamiento de que los cambios se harían en forma gradual y sin retaliación hacia la militancia chavista. (Es bastante probable que en la conformación de semejante artimaña haya influido el último grupo de tránsfugas del chavismo, especialmente los gobernadores de Lara y Amazonas).

 

De igual manera los representantes del imperialismo y la burguesía monopolista han adoptado frente a los momentos electorales dos tácticas de carácter aparentemente contradictorio: por un lado llamar a sufragar y por otro sembrar dudas sobre la transparencia del proceso y la idoneidad del árbitro para garantizar la honestidad de los resultados.

 

Ambas tácticas forman parte de una estrategia orientada a crear el clima propicio para cuestionar la legitimidad del gobierno bolivariano y solicitar una intervención extranjera; y se aderezan con una especie de tragicomedia de equivocaciones, según la cual los “buenos muchachos” que procuran la reconciliación nacional serían víctimas de un robo electoral realizado por los “malos”, que han dividido el país con la ayuda de un CNE parcializado y tramposo. Una estrategia de tal naturaleza sólo podía tener posibilidad de éxito con un resultado electoral cerrado, tal como aconteció el señalado 14 de abril.

 

Derrotar esa política implica la necesidad de ganar siempre con una ventaja muy amplia, que anule cualquier posibilidad de desconocimiento de los resultados por parte de los líderes contrarrevolucionarios y sus amos imperiales.

 

Un buen ejemplo de ello fue lo sucedido el 7 de octubre de 2012, última gran victoria personal del presidente Chávez. Dada la impresionante presencia del pueblo y su decisión de lucha, más de ocho millones de compatriotas vibraron depositando cerca de millón y medio de votos de ventaja, por lo cual el candidato opositor asumió una conducta positiva, pues no tenía alternativa viable. En ese momento dicho gesto parecía abrir la posibilidad de que nuestra vida democrática consolidara su transcurrir pacífico, aunque manteniendo ojo avizor, como ha sido necesario a todo lo largo del proceso.

 

La respuesta de Hugo Chávez a quienes le habían insultado en todos los tonos, cuyas categóricos triunfos electorales recibieron siempre la injuria de la canalla, cuyo gobierno sufrió la guerra sucia digitada y pagada por el imperio, fue demostrar una vez más su praxis de no apartarse un ápice de la orientación que estatuyen tanto el ordenamiento jurídico como su convicción y compromiso con la construcción de una democracia verdadera. Después de su determinante victoria convocó una vez más a los opositores a un diálogo, con el fin de instarlos a participar en términos democráticos, mediante propuestas y críticas responsables, en la empresa de engrandecer a Venezuela, no para reeditar un pacto de élites cuyo nombre es mejor no recordar y de cuyas consecuencias nefastas el pueblo venezolano no puede olvidarse. Nunca dejó de llamarlos. No obstante, el nido de la serpiente siguió allí.

 

Ya indicamos arriba que el esfuerzo realizado minó la salud del líder bolivariano, y que, mientras él continuaba librando su tremendo combate, los oposicionistas ahondaban cada vez más el foso que los separa socialmente del pueblo. Su característico desprecio a los sentimientos, opiniones e intereses de este se muestran hoy en su mayor evidencia. Su problema no es cómo garantizar el cumplimiento de la voluntad popular, sino cómo encontrar subterfugios, trampas y recovecos leguleyescos para burlarla.

 

La victoria del 16 de diciembre fue bastante amplia. No obstante, nos pareció que, pese a su magnitud, no se trataba de un triunfo para enorgullecerse. Podíamos considerarlo grande e importante, pero no una “victoria perfecta”, como sostuvieron entonces muchos compatriotas y sobre cuyo concepto ya hemos opinado. Advertimos que ni el PSUV ni las otras organizaciones del proceso debían dar pábulo a esa actitud triunfalista, pues, bien mirado el asunto, era preciso darle la razón a la camarada Ismenia González, una notable militante pesuvista de El Hatillo: “No hicimos el trabajo”, dijo ella, y era verdad. No lo hicimos, y los hechos posteriores demostraron que aún no se ha hecho. En ese momento no había manera de justificar la derrota en tres estados y menos la disminución considerable del caudal electoral (cerca de tres y medio millones, mucho, aun tratándose de una elección no presidencial).

 

Pero fue una importante victoria que abría la posibilidad de profundizar la revolución, de dar el salto dialéctico necesario en el proceso transformador hacia conquistas superiores, bajo la condición de que también pudiesen sobrepasarse globalmente, en los ámbitos del Gobierno y del Partido, tanto el sectarismo y la impaciencia infantil, propios de la corriente neoestalinista, como las trabas burocráticas y el conformismo de los reformistas.

 

La contundencia política de los resultados pareció producir también la aparente desmoralización del ala no extremista del partido de la burguesía y el imperialismo y la consiguiente vía libre a la “vanguardia” neofascista. Volvimos a ver los intentos desestabilizadores de esta. Tornaron los efebos “manitas blancas” con sus “huelgas de hambre” itinerantes, se airearon amenazas de conflictos para el día 23 de enero y se realizaron continuos intentos de negar la legitimidad del Gobierno, a pesar de estar asentado en la voluntad popular “como sobre una roca” –decir nerudiano– y era la continuidad multielegida de la gestión del presidente Chávez. Se inició en ese momento el ataque frontal contra Nicolás Maduro, prefigurando lo que habría de ser uno de los vértices principales de su futura estrategia electoral.

 

Finalmente, el 14 de abril volvimos a ganar, pero sufriendo una merma considerable de votos, cerca de seiscientos mil, en relación con la última elección del presidente Chávez, lo cual hace obligatoria la evaluación de las cifras y los errores más visibles cometidos en la campaña, obviando por ahora los precedentes.

 

En primer lugar hubo un exceso de confianza. Veníamos de las victorias contundentes del 7 de octubre y el 16 de diciembre de 2012, así como de la más grande manifestación de dolor de que se tenga memoria en Venezuela, una de las mayores en la historia de América Latina. Se tenía como referente el caso de la muerte del presidente Kirchner y la reelección masiva de Cristina, y se supuso que la última y conmovedora alocución pública de Hugo Chávez garantizaba la unidad del chavismo y el trasvase íntegro del caudal de votos del líder-presidente a su discípulo seleccionado, el presidente-candidato obrero Nicolás Maduro.

 

Era esta una creencia compartida por todo el país, incluida la oposición. De hecho, Capriles Radonski vaciló sobre si aceptar o no la candidatura; el alto mando de la MUD fue hasta la sede de su comando de campaña para oficializar su designación y Capriles hizo mutis por el foro. Luego, cuando finalmente aceptó, dejó claro que lo hacía por acompañar el sentimiento de la parte del país que se identificaba con él antes que por pensar en la posibilidad cierta de una victoria personal, remota en apariencia en aquellas circunstancias. Su alocución careció de alegría y entusiasmo. Era más el discurso de un político obligado por las circunstancias que el de un candidato con real opción de poder.

 

¿Por qué entonces ganamos con tan estrecho margen? Creemos que hubo una serie de errores electorales y extraelectorales que le permitieron a la derecha generar dudas (borradas por la convincente actividad posterior del presidente Maduro) sobre la idoneidad de la selección de Hugo Chávez para sucederlo. Al respecto estimamos los siguientes:

 

*Pese a no haber aceptado debatir directamente con su adversario, el candidato chavista pareció caer en la provocación y se rebajó a replicar las invectivas de Capriles, lo cual desvió en parte el enfoque original de su campaña (profundizar en los logros y las tareas pendientes de la Revolución Bolivariana) y contribuyó en la práctica a promover y ranquear a su contrincante, a veces incluso victimizándolo, por ejemplo mediante chistes homofóbicos.

 

*La devaluación de la moneda poco antes de la muerte del líder fundador hizo perder credibilidad al Gobierno, pues estuvo más de un año negando públicamente la necesidad de la misma, frente a la presión pública y notoria de la burguesía y sus intelectuales para que la realizara.

 

*El incumplimiento de algunos acuerdos, como la discusión de los contratos en Guayana, generó malestar en sectores proletarios.

 

*La furia especulativa asociada al acaparamiento hizo mella antigobierno en personas que no captaban aún toda la maldad del enemigo.

 

 

 

III

 

El resultado inesperado del 14 de abril nos obligó a que, simultáneamente con la celebración, debiésemos preparararnos para defender la decisión popular que una vez más pretendió desconocer la oposición, arrastrada por el fascismo. De nuevo disparó primero sus dardos verbales y averiguó y pensó después. El candidato perdedor llamó al presidente Maduro para exigirle retener la proclamación hasta que se recontase manualmente el 100% de los votos.

 

El líder bolivariano rechazó por absurda tal pretensión de establecer un nuevo “pacto de élites”, al usual estilo cuartarrepublicano. No obstante, durante su discurso de agradecimiento al pueblo de Venezuela, luego de conocidos los resultados oficiales, dejó constancia pública de su confianza en nuestro sistema electoral automatizado y multiauditado, al solicitarle a las autoridades del CNE disponer el recuento manual de todos y cada uno de los votos, con el fin de cerrarle el paso a cualquier excusa para intentar embochinchar al país.

 

Al día siguiente, durante el acto de proclamación del presidente electo, la presidenta del CNE habló en nombre de la mayoría del equipo rector del organismo y cuestionó la solicitud original del candidato perdedor, indicando que la misma suponía deslegitimar el más moderno y confiable sistema electoral del mundo, auditado y evaluado en múltiples oportunidades por los técnicos, representantes y testigos opositores, buscando recuperar el viejo sistema afincado en la práctica del acta matavotos. Expresó que, a pesar de esta opinión, las autoridades del CNE estaban estudiando sus opciones técnicas y legales para satisfacer la demanda de la oposición.

 

Entonces la cabeza visible de la antipatria conminó a sus seguidores a manifestar “con arrechera” y desconocer al presidente legítimamente surgido de las urnas, una manera de soltar de nuevo a los efebos amaestrados como perros de presa. La consecuencia fue una espiral de violencia que dejó un saldo trágico de 12 muertos y decenas de heridos, amén de daños a centros educacionales y de salud. Buscaba la derecha “calentar” la calle y convertir en momento culminante la marcha hacia el CNE, intentando recrear una escena similar a la del 11 de abril, que posibilitara a sus amos imperiales aislar a Venezuela y armar una alianza para intervenir en el país.

 

La acción rápida y decidida del Gobierno impidió concretar el objetivo estratégico perseguido: se detectó, persiguió y detuvo a los autores materiales de los crímenes realizados, se impidió la realización de la marcha central, se informó de la situación a América Latina, obteniéndose su respaldo pleno, y se colocó a la oposición en el trance de pergeñar un documento que resumiera sus observaciones sobre el proceso electoral más auditado del mundo.

 

Las observaciones señaladas por la oposición entran todas en el terreno de la subjetividad y de la hipocresía: supuestamente se habrían colocado “puntos rojos” en las puertas de los centros electorales, para hacer proselitismo político; un número exorbitante de militantes del proceso habrían asistido en el voto a millares de compatriotas, presionando y torciendo su voluntad; más de un centenar de testigos de la oposición habrían sido expulsados de sus centros electorales mediante la violencia, incluida la amenaza de armas de fuego.

 

Esta última es la más absurda de todas: de haber ocurrido siquiera un caso en cualquier parte del país el escándalo habría sido inmediato e internacional, pues es sabido que la abrumadora mayoría de la industria ideológica venezolana (televisoras, emisoras de radio y medios impresos), está al servicio del imperialismo, la burguesía monopolista interna y su candidato. No vivimos en el siglo XIX: la aldea global es una realidad.

 

En cuanto al voto asistido, se conoce de sobra que el mismo está normado. Si en algún centro electoral de votación chavista predominante su ocurrencia a favor de dicha opción es mayoritaria, lo contrario también es cierto: en los centros de mayoría opositora el voto asistido que predomina es el opositor. Si se diere el primer caso en un número exagerado, se sabría de inmediato, por las mismas razones antes dichas.

 

El cuestionamiento “bandera” plantea una supuesta burla a la veda propagandística por parte del PSUV, aduciendo que los puntos rojos estarían colocados a las puertas de los centros electorales para hacer proselitismo político y amedrentar a los funcionarios públicos.

 

Como las anteriores, esta denuncia también es falsa y se halla orientada a engañar y confundir a las audiencias externas: la ley es clara en cuanto a la distancia mínima de los centros electorales (200 metros) para permitir reuniones y concentración de personas; también lo es en lo relativo a la prohibición de propaganda y proselitismo electoral.

 

Apartando la profunda hipocresía y doblez de acusar al adversario por una práctica que es común, pues la oposición también tiene sus propios puntos amarillos, naranjas o blancos, ni uno solo de los llamados puntos rojos viola la normativa legal: son colocados más allá de la distancia señalada por la Ley y nadie puede demostrar que incumplen la normativa sobre la veda propagandística, porque allí no se encuentra ningún afiche, volante o cualquier otra forma de propaganda política. Esos puntos sirven como escenario de encuentro entre los partidarios del proceso, para intercambiar información sobre la marcha de los acontecimientos y prestar apoyo a personas de la tercera edad o con alguna discapacidad física, o que simplemente así lo soliciten, para trasladarse a sus respectivos centros de votación. Esta última práctica es también efectuada de manera pública y notoria por la militancia de la oposición.

 

Lo cierto es que ninguna de las observaciones cuestiona la plataforma tecnológica, ni el protocolo de realización del acto electoral en sí. Todo lo cual demuestra que la protesta no tenía como objetivo impugnar los resultados. Era una simple maniobra de distracción: si el CNE les negaba el recuento, afirmarían que fue porque sabe que hubo trampa; y si se lo daba, dirían que ocurrió como producto de su presión, pero seguirían detrás de cualquier excusa para invalidar la auditoría.

 

El organismo electoral aprobó finalmente realizar una extensión de la auditoría al 46% restante que faltaba por auditar, con lo que se completaría el 100% de las mesas.

 

A la sazón una de las rectoras del CNE declaró en rueda de prensa que, en su opinión, no existía posibilidad de que la auditoría cambiara los resultados.

 

Siguiendo su guión, el candidato perdedor aprovechó para afirmar que dicha auditoría era una farsa y sería preciso mostrarle los cuadernos para verificar las firmas, pues el fraude había radicado en permitir la doble o triple votación; y que, finalmente y por tanto, le robaron la votación y él era el verdadero ganador. Además, amenazó con montar su propio escrutinio exclusivamente con sus acólitos.

 

Esta tramoya tenía como objeto seguir manteniendo una línea de actuación que de otra forma sería insostenible: la de presentarse como víctima y al mismo tiempo defensor de la voluntad del electorado. Solo así tenía sentido enviar una delegación a Europa en busca de convencer a las cancillerías subimperiales de que asumieran la línea de los EEUU, único país en mantener una actitud ambigua frente al gobierno legítima y transparentemente electo el 14 de abril. También marcharon por Latinoamérica tratando de consolidar un frente unido de la derecha continental en contra de la Revolución Bolivariana.

 

Finalmente, tuvieron que tascar el freno.

 

 

 

IV

 

Por otro lado, y paralelamente con lo anterior, después de marzo de 2013 la oposición incrementó su guerra económica, alentando una inflación artificial, acaparando alimentos y bienes, escondiendo víveres, inflando los precios, etc., actuación del mismo tenor de la desarrollada en Chile para viabilizar el golpe en contra del presidente Allende. Aquí los empresarios recibían divisas al cambio oficial (Bs. 6,30 por dólar) y vendían su mercancía con lucro de hasta 2.000%.

 

Todo eso era llevado a efecto con miras a la próxima confrontación, las elecciones locales del 8 de diciembre de ese año, pero sin perder de vista el objetivo permanente del neofascismo criollo, el cual, dicho en multiples oportunidades por sus principales voceros políticos e intelectuales, es el de promover una explosión social. Según ellos, la situación del país era a la sazón aún más grave que la generadora del estallido popular del 27 de febrero de 1989, y por consiguiente otro sacudón sería inevitable.

 

Por supuesto, esa es una política invariable.

 

Luego de haber llegado la inflación acumulada a 46% el Gobierno intervino y varias instituciones ejecutaron revisión y control de precios. Estos fueron bajados por la fuerza, los bienes acaparados puestos a la venta y, en los peores casos, los empresarios criminales llevados a la cárcel. Se anunció la puesta de unos cien tras las rejas, por fraude. Así mismo, se encontraron miles de toneladas de alimentos escondidos, los cuales se distribuyeron a precios regulados. "Suman 1.125.000 los electrodomésticos encontrados en depósitos abandonados", rezaba una declaración. Todas esas empresas recibieron dolares al cambio oficial.

 

Las acciones gubernamentales fueron bienvenidas. Sin embargo, podían dar solamente un alivio temporal. A ellas debían suceder medidas estructurales. No es dable esperar que grandes empresarios vernáculos o transnacionales cumplan con "acuerdos". Gran parte del empresariado venezolano y todas las empresas transnacionales tienen la meta de apropiarse de los dólares del negocio petrolero, transferirlos hacia el exterior y tumbar al Gobierno, en el cual hay también personas que alientan esa "liquidación" con teorías económicas neoliberales, aunque el presidente Maduro las ha parado a tiempo.

 

Las medidas de contraofensiva económica le permitieron al Gobierno retomar la iniciativa política, recuperar su credibilidad y prestigio, generar sorpresa y opiniones favorables en sectores de las capas medias y desconcertar y colocar a la defensiva a la dirigencia política de la derecha, que no ha podido marcar o aparentar distancia de las prácticas especulativas de la burguesía monopolista y las empresas imperialistas asentadas en nuestro país, por lo que, a todos los efectos, ha quedado al descubierto, o mejor, confirmada, su condición de lacaya de las clases tradicionalmente dominantes.

 

Los mayordomos y las camareras del imperialismo y la burguesía monopolista apenas balbucearon algunos infundios, relativos a que serían solo representantes de la "boliburguesía" y de la burocracia corrupta enquistada aún en el Estado, quienes habrían abusado de la buena fe del venezolano y apropiádose de la renta petrolera –a través de los dólares controlados por Cadivi y el Sicad– para luego vender sus productos como si los hubiesen adquirido con el dólar sumergido.

 

Esos infundios eran aprovechados por activistas y fanáticos de las distintas fracciones de la MUD –infiltrados en las colas de quienes aspiraban a cubrir sus necesidades o expectativas gracias a las políticas gubernamentales–, para despotricar de estas en el mismo momento en que se beneficiaban de ellas.

 

Los hechos, no obstante, tercos y demoledores, continuaban dando la razón al Gobierno revolucionario, el cual multó a empresas emblemáticas del imperialismo, como la General Motors, o de la gran burguesía importadora y comercializadora, como Epa, Ferretotal, Pabloelectrónica y Traki, entre otras, obligándolas a ajustar sus precios y a aceptar las reglas del Estado bolivariano, ante el temor de la cárcel o de que las empresas fuesen entregadas a la administración y dirección de sus trabajadores.

 

La ofensiva política gubernamental ha ubicado con claridad la contradicción fundamental actual de la sociedad venezolana: la lucha por el control y distribución de la renta petrolera y las riquezas del país entre el bloque histórico insurgente –conformado por obreros, campesinos, estudiantes, profesionales, intelectuales y pequeños y medianos burgueses– y el bloque hegemónico tradicional, constituido por el imperialismo, la burguesía monopolista y sus lacayos de capas medias y bajas alienadas y cúpulas eclesiástica, sindical y política agrupados hoy en la MUD.

 

Y ello facilitó la excelente victoria en las elecciones municipales del 8 de diciembre de 2013, período hasta el 2017, en las cuales el campo revolucionario obtuvo 76,42% de las alcaldías en disputa (256 de 334), y una rotunda mayoría de concejales, con 5.216.522 sufragios contra 4.373.910, ratificando el rojo rojito del mapa nacional.

 

El presidente Maduro convocó a un diálogo nacional buscando “racionalizar” la confrontación política. Los oposicionistas asistieron un día y luego, tras diversos pretextos, hicieron mutis.

 

 

 

V

 

Desde luego, aquella victoria seguía siendo imperfecta, por cuanto el déficit de conciencia de clase que permite al enemigo utilizar sectores explotados no pudo ser consistentemente reducido.

 

De allí nos encaminamos a los comicios parlamentarios del 6 de diciembre, período 2016-2021, para elegir 167 diputados en medio de una actividad oposicionista caracterizada por la desesperación.

 

El enfrentamiento tenía, por supuesto, el mismo signo y lo seguirá teniendo dadas las características del enemigo imperialista.

 

Porque el monstruo, atajado en Corea, derrotado en Vietnam y en Cuba, resistido en Afganistán e Irak pese a las caídas de estos, dubitativo frente a Irán, temeroso de Rusia y China, detenido en buena parte de nuestra América y al borde de la estampida en Siria, muestra la creciente ferocidad de la fiera herida.

 

Y ahí está el quid del asunto. Embiste y embiste buscando quebrar la moral popular. El 2014 fue de ataque con todos los hierros, como queriendo revivir el “año terrible” de dos siglos antes. Guarimba potenciada –con saña increíble y saldo de 43 muertos y 878 heridos–, asesinatos selectivos y al voleo, guerra económica sin cuartel, balumba mediática por todos los horizontes, descalificación del presidente Maduro y de altos dirigentes, ni un segundo de tregua en su política de arrase de la revolución.

 

Y el 2015, cuando parecía que ya habían agotado su arsenal, quedando en reserva solo la intervención de los marines, pudieron todavía echarle más leña al fuego.

 

La guerra económica fue alcanzando niveles de locura, disparando el bachaqueo sin freno en todo el país e intensificando en la frontera occidental, con la complicidad de la contrarrevolución colombiana y un gobierno al que le cuesta ocultar su carácter provocador, una orgía de violencia, caracterizada por la acción abierta y desafiante de los paramilitares enhebrados con el neofascismo vernáculo y los capos del narcotráfico y del contrabando de alimentos, medicinas, gasolina y otros productos.

 

Igualmente esos criminales y bandas derivadas suyas incrementaron el asesinato, de policías intentando una respuesta a las OLP, y de militares, líderes políticos e indefensos ciudadanos, así como el sabotaje eléctrico y el incendio de medios de transporte; y abrieron nuevas líneas de ataque, v. gr. el lanzamiento de granadas contra centros policiales y la destrucción de patrimonios históricos.

 

También los llamados profesores de las universidades elitescas arrimaron su infaltable granito; “llamados” porque usted no los ve impartiendo clases.

 

Los medios, entretanto, “goebbelizaban” afirmando que al Gobierno se le fue el país de las manos, que era incapaz de asegurar la alimentación del pueblo y que el modelo socialista es un fracaso.

 

El Presidente actuó buscando recobrar la iniciativa. Las OLP (operaciones de liberación del pueblo) para combate directo al delito, exacerbado como arma de guerra también; la acción en las fronteras y la diplomacia de paz, que movieron al gobierno colombiano a dialogar; las disposiciones relativas a la producción y la seguridad alimentaria, más las que se anunciaban (“medidas radicales para limpiar de bachaquerismo los grandes almacenes”, construcción de un sistema de empresas ocupadas, recuperadas, nacionalizadas y creadas, ley de gestión del trabajo por la clase obrera, y otras, incluyendo las resultantes de acuerdos internacionales), así como los oportunos incrementos salariales, lucían como apoyadas por la determinante mayoría del país.

 

Por otra parte el imperio azuzaba al régimen ultraderechista de Guyana, con un gobernante sin rubor para la provocación y la inefable Exon injiriéndose, a fin de crear una situación de ataque en pinzas, buscando de algún modo llevar la situación al terreno militar y abrir las compuertas a la agresión armada.

 

La cuestión planteada era: ¿Podrá tal ofensiva mellar la moral de nuestro pueblo, al menos en medida suficiente para hacerlo abstenerse disgustado, y aun renegar dando algunos votos al enemigo y facilitando la posibilidad de su triunfo?

 

Creíamos, al menos algunos y yo entre ellos, que el pueblo del Libertador, recuperado en su visión histórica por el emérito presidente Chávez, resistiría con firmeza y pondría de nuevo en alto el tricolor mirandino.

 

Una parte, sin embargo, cedió ante ese ataque en todos los frentes y dio al enemigo la inmerecida victoria, la cual es considerada, ahora sí unánimemente en las filas patrióticas, como transitoria, sin filo estratégico.

 

 

 

VI

 

Sigamos sobre el 6-D.

 

Una primera cuestión: Lo inmerecido del triunfo. En diecisiete años lo que ha hecho esa gente es rechazar toda acción reivindicativa popular; bufar ante la adquirida voz de los humildes y odiar al proceso, su líder fundador y sus seguidores, en primer lugar el presidente Maduro; ser marioneta rabiosa de una oligarquía parásita e inepta y de un imperio depredador e implacable, y convertir la lucha que legítimamente le toca en un ejercicio de violencia, dolor y sangre.

 

Lo que no ha hecho es dar al país una perspectiva de justicia, ni una palabra positiva, acto de amor o programa confesable de gobierno.

 

Segunda cuestión: El oposicionismo, jugándose al resto el plan A mientras mantenía listo el disparador del B (y lo sigue manteniendo), pudo acumular la totalidad de su votación y simultáneamente neutralizar un fuerte sector nuestro y desorientar una parte, lo cual le sirvió para un triunfo que, no obstante su apariencia impresionante, no pasa de ser táctico y puede convertirse en derrota estratégica. Tal desarrollo es posible porque se trata de un logro edificado sobre la mentira. La fuerza de la verdad contiene el potencial requerido para revertir el daño y avanzar.

 

Perdimos este encuentro, claro que por los errores detectados en el debate autocrítico convocado por el Presidente y cumplido a retazos, pero sobre todo, como hay que repetir sin cansancio, porque la lucha ideológica no se ha desarrollado en toda la magnitud necesaria para inmunizar contra la mentira sistemática, y ello toca no solo a la base popular, sino también a personas en posiciones que les demandan ser factores primordiales de esa lucha. Por supuesto, lucha que correlativamente incluye los éxitos reales, las respuestas, el cumplimiento cabal de lo prometido.

 

Pero, ¡aleluya!, la dialéctica inherente a los sucesos sociales ha permitido a las fuerzas revolucionarias obtener en medio de la derrota una victoria de verdadera repercusión estratégica: la legitimidad internacional del sistema electoral de Venezuela. Nunca más la derecha mundial podrá levantar de manera creíble la bandera de que sus similares nativos pierden por acción fraudulenta. Se ha ratificado en los hechos que nuestro sistema electoral es el más confiable del planeta.

 

De igual modo se puso en evidencia que el movimiento revolucionario no es el promotor de la violencia en el escenario político del país. El mundo ha podido comprobar cómo, al revés de la negación automática propia de las fuerzas reaccionarias, el Gobierno aceptó ipso facto la derrota –como cada vez que la ha sufrido–, llamando a sus seguidores a la calma y la reflexión autocrítica.

 

Tercera cuestión: Míster Obama, luego de dos períodos presidenciales ensangrentados a conciencia, en busca de recuperar la hegemonía gringa para “un nuevo siglo americano” (con lo cual se propuso emular a Bush Jr. en el intento de cambiar el mapa del Norte de África y el Medio Oriente y cercar a Rusia y a China, amén de marcharse volviéndonos a meter en el redil) se va sin gloria, sonrisa ni falso encanto y con el imperio empantanado, más peligroso que nunca y herido en forma que parece incurable.

 

Desesperadamente se aferra el presidente gringo al “patio trasero”, persiguiendo un gol de oro: exacerba la canalla mediática y fustiga a las viles oligarquías para defenestrar a los gobiernos progresistas, y en jugada que pretende maestra, da un giro táctico en Cuba y valida el Premio sueco transformándolo en Nobel de Hipocresía.

 

Los coletazos de la crisis mundial, los errores inevitables en toda empresa humana, la campaña alienadora a la enésima, la guerra económica y en la Venezuela todavía rentista el efecto petróleo y la no aplicación a fondo de las medidas antibachaqueo (manes del burocratismo de origen cuartarrepublicano),

 

más el que siempre ha de machacarse déficit de conciencia, le dieron tres triunfos electorales que tienen a sus dependientes brincando en una pata.

 

Creo que esos triunfos serán transitorios, pues los pueblos se sacudirán y la verdad impondrá su ley.

 

El presidente Maduro –a quien odian y vilipendian porque, atragantándose, lo reconocen como digno sucesor del gran Chávez– ha respondido con un Plan Nacional que está manejando la emergencia y que contiene los lineamientos necesarios para enfrentar con lucidez el tránsito de una economía rentista a una economía productiva, asentada en el trabajo del pueblo y a su servicio.

 

La puesta en tensión de los sectores patrióticos para enfocar los problemas de abastecimiento, precios –incluyendo el de la gasolina–, sistema cambiario, protección del ingreso real, recaudación tributaria y lucha anticorrupción, y los quince motores diseñados para transformar la base productiva nacional, deberán asegurar el triunfo en la doble batalla que se libra.

 

Pero eso sí, ¡con todos los hierros! para reforzar la decisión y voluntad de servicio.

 

VII

 

El Presidente no deja olvidar que el compromiso máximo es avanzar en la consolidación de la soberanía nacional y la construcción de la sociedad libre, justa, solidaria y fraterna a que aspiramos.

 

En función de ello ha hecho nuevamente un llamado al ejercicio, en el espíritu de las erres chavistas, de la crítica y la autocrítica, a penetrar en el meollo de los errores e inconsecuencias, a ver cuánto se pudo hacer y no se hizo, a captar la magnitud de los debes individuales y colectivos y de la responsabilidad que en cada caso corresponde, y hacerlo con la honradez que define la verdadera condición de revolucionario; se trata, por supuesto, de identificar y elaborar sobre esa base los procedimientos, modos, mecanismos y requerimientos políticos, administrativos, organizativos e ideológicos necesarios para corregir y superar los entuertos, y con ello, de recobrar la marcha victoriosa de la revolución, rumbo a la realización de los principios fundamentales en los cuales descansa la esencia conceptual del socialismo del siglo XXI. Esperando un avance en profundidad a tales efectos, ha convocado el Congreso de la Patria.

 

Una de las áreas donde el escalpelo crítico debe hurgar prioritariamente, según me parece, es la del Estado (con máxima atención en el Poder Ejecutivo, porque su acción es la de más directa incidencia popular), que en insoportable proporción se mantiene inficionado de clasismo, burocratismo, corrupción y ausencia de espíritu de servicio, y cuya transformación en un órgano genuinamente democrático y social de derecho y de justicia, constituido para servir y sujeto a la gestión, el control y la orientación del soberano, es un prerrequisito para el cabal triunfo revolucionario. Todas y cada una de sus instancias han de ser revisadas en busca de transparencia, eficacia, eficiencia y fidelidad al pueblo y a sus objetivos históricos. Tarea más ardua hoy con un Legislativo en manos disolventes, antinacionales.

 

La otra área de máxima prioridad para la Revolución es el Partido, el cual no ha podido deslastrarse a profundidad del viejo tipo de organización verticalizada, autoritaria, cuya base sigue siendo principalmente cumplidora de líneas y no cabalmente participativa y protagónica, pues carece de espacios idóneos para elaboración y no simple recepción de políticas, así como de capacidad fluida para nominar, ratificar y revocar.

 

El Partido también debe prepararse para compartir en pie de igualdad el ejercicio político con las organizaciones populares de cualquier tipo interesadas en el cambio social, respetándoles su derecho a la autodeterminación, sin desmedro de la influencia que legítimamente pueda alcanzar.

 

Así mismo, su condición esencial de orientador, evaluador y contralor de la acción de gobierno, y especialmente de viabilizador del control social, exige separación entre función gubernamental y dirección política. Hasta ahora se ha carecido de ello y eso ha sido perjudicial, pues no es dable esperar que el titular de alguna responsabilidad de administración pública se autooriente, se autoevalúe y se autocontrole.

 

La revisión tiene que cubrir muchos otros aspectos, desde luego, y todos debemos participar viendo la paja ajena y nuestra propia viga.

 

 

 

VIII

 

Recapitulemos. El 7 de octubre representó la última gran victoria personal de Hugo Chávez, pero el esfuerzo físico realizado en la campaña llevó a un deterioro acusado de su salud, del cual ya no pudo reponerse. Su ida, el 5 de marzo de 2013, nos llevó a la mayor manifestación de dolor colectivo de que se tenga memoria en Venezuela y a la campaña electoral más corta e intensa en la historia del país. Ante la comprobada identificación mayoritaria del pueblo con el proceso bolivariano –evidente en la interminable procesión para llorar y despedir al gran líder– y las contundentes victorias del 7 de octubre y el 16 de diciembre, se pensaba que el 14 de abril sería un mero trámite de relegitimación del proceso.

 

No fue así. Errores cometidos, tanto en la campaña como a lo largo del período preelectoral, redujeron de manera sensible la distancia entre las fuerzas revolucionarias y las contrarrevolucionarias.

 

Hay que analizar esos errores. Algunos de ellos vienen de larga data. Los más importantes –siempre dentro del decisivo déficit de conciencia no abordado– derivan de la carga burocrática que mella la capacidad operativa, así como de la corrupción, por lo cual los avances que hoy debería haber en cuanto a prestación de servicios públicos, aplicación de las medidas acordadas y producción general, tanto en agricultura como en materia de agroindustria e industrias ligera y básica, han sido lentos e inconsistentes, o insatisfactorios.

 

La autoridad central ha planificado, trazado los objetivos, realizado ingentes inversiones, pero sin resultados equivalentes. Desde luego, también a ese nivel ha habido lentitudes y vacilaciones, el control ha sido deficiente, no se había puesto en pie la decisión de romper con el modelo rentístico-petrolero y no siempre ha estado presente el espíritu socialista.

 

Todo ello ha facilitado al enemigo el desarrollo de la guerra económica, forzado al Gobierno a enfrentar el desabastecimiento con importaciones desmedidas –lo cual retrasa más el esfuerzo productivo–, reblandecido o golpeado la adhesión en personas de convicciones no consolidadas y fomentado entre los trabajadores la desviación conciencial del reivindicacionismo.

 

Por supuesto, la burguesía se afinca en la crítica de tales debilidades sin la más mínima moral para ello. Se trata de una gente que jamás ha creado nada, que ha vivido parasitariamente del Estado y la renta petrolera, que ha preferido siempre la agricultura de puerto y la especulación financiera a la inversión productiva, que no es otra cosa que un apéndice incondicional del complejo económico capitalista dirigido por el imperialismo norteamericano, y que carece de futuro, al igual de sus amos, cuya voluntad dominante y tiránica crece en la misma medida en que se les oscurece el horizonte.

 

Por consiguiente, cualesquiera sean los errores y deficiencias mostrados en el curso de la Revolución Bolivariana, su Gobierno, que es del pueblo y no de la oligarquía, es infinitamente superior para los oprimidos y explotados. No es del caso ahora rememorar sus realizaciones, pero traeré dos citas, a título de muestra. Primera: “el Inces ha identificado para este año un total de 45 cadenas productivas, que equivalen a 1.853 entidades de trabajo de propiedad social, partiendo del esquema de los once motores fundamentales que impulsa el Gobierno Bolivariano”. Segunda: “la Venezuela Bolivariana y Chavista dedica 62% del ingreso nacional a obras en educación, salud, vivienda y bienestar para nuestro pueblo”.*

 

________________

 

*Respectivamente tomadas de “Plan de crecimiento y expansión económica”, editado por el Inces, y “Correo del Orinoco” del martes 13 de octubre de 2015.

 

Y en razón de ello, frente a la ofensiva in crescendo del enemigo no podía haber cabida para tremendismos durante la campaña electoral y proporcionarle armas era inaceptable, así como letal la abstención. En tales momentos la opción única para las y los revolucionarios era apretar las filas, con la vista en lo fundamental, firmemente aferrados a la disciplina que nace de la conciencia. Hubo goteras en eso.

 

La incomparable grandeza del Libertador se cimienta en el hecho de haber sido “el hombre de las dificultades”, capaz de levantarse de todas las caídasmientras la envoltura perecedera lo acompañó. El mariscal de campo Pablo Morillo, máxima expresión guerrera del imperio español en América, le escribió al rey: ”Bolívar vencido es más temible que vencedor”. Ese atributo lo aprendió y asumió nuestro Presidente inmortal, por lo cual es un legado de doble ascendencia heroica, abierto para los revolucionarios que quieran y puedan recibirlo.

 

Con tales antecedentes no hacía falta padecer la derrota o sentir el látigo de la contra para probar el temple. Sembrarlos en el corazón y la conciencia es suficiente (y necesario) para tomar el impulso que nos lleve a recuperar lo perdido, mantener lo conquistado consistente y seguir desbrozando el camino del Plan de la Patria con sus cinco objetivos iluminadores.

 

Desde luego, los poderes desplazados no se resignan, nunca en parte alguna los explotadores y opresores se han resignado. Pero sea por las malas (recordemos: golpe de abril, golpe-sabotaje petrolero, show grotesco de la plaza Francia, guarimbas sanguinarias, paras de la hacienda Daktari y luego en las fronteras y diseminados por el país, microinsurrecciones de todo tipo lucubradas en los laboratorios de la CIA y mentiras, mentiras, mentiras descargadas sobre los caminos del mundo, con el cinismo criminal aprendido de los nazis y potenciado por el descomunal aparataje mediático que manejan), sea por las buenas –dieciocho derrotas en veinte elecciones–, creo que estratégicamente no pueden trascender el tremedal que los envuelve y enloquece.

 

Porque, además, son absolutamente indiferentes ante la efusión de sangre que deben al país, impagable, y ante el daño material, montante a millardos de dólares; y por añadidura, no aprenden, pues padecen el síndrome borbónico, ese atasco que solía endilgar a nuestra izquierda un conocido exintegrante de ella. No obstante, pudieron ganar ese round y solazarse creyéndolo un K. O.

 

La perversidad del fascismo, invariable arreador del resto oposicionista que no se atreve a enfrentarlo, ha estado durante meses o años preparándose, bajo coyunda gringa, para desencadenar recurrentemente la maquinación conspirativa dirigida a destruir la democracia venezolana y reemplazarla por un pinochetismo potenciado, del cual tuvimos un botón de muestra con Carmona el Efímero. El éxito del 6-D ensancha su peligrosidad.

 

Pero no es poco lo que está de nuestro lado: un Pueblo que descubrió su voz y se dotó de un proyecto (y cuya parte desprendida puede y debe ser recuperada), una Fuerza Armada que reencontró su conciencia, un liderazgo que reencarnó al Libertador y un proceso transformador que traspasa fronteras y recibe admiración y solidaridad de todos los pueblos y no pocos gobiernos del planeta. Pienso que si se pone todo en la olla, si se aplican a fondo las medidas defensivas dispuestas, si Gobierno y Partido hacen su esfuerzo mejor, se podrá apartar pronto este cáliz, digo en honor a un recuerdo de Jesucristo. Y en el horizonte, ¡la victoria siempre!

 

freddyjmelo@gmail.com

 

 

https://www.alainet.org/en/node/176775

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