Se puede luchar sin esperanza
- Opinión
La multinacional canadiense Eldorado Gold continúa con el proyecto de una mina de oro en un pequeño pueblo griego. La resistencia contra la transnacional cuenta con el apoyo de activistas internacionales debido a su grave impacto ecológico.
La plaza de Megali Panagia no es muy grande. Como todas las plazas que se configuran como lugar de encuentro tiene un gran árbol en su centro. Megali Panagia y su plaza están situadas al noreste de Grecia, en la península Calcídica. En este pueblo, si estás de acuerdo con la empresa minera compras el pan o te tomas un café en ciertos lugares; si estás en contra, en otros.
El centro de esta región, que pasa desapercibido para los turistas que buscan playas y no bosques, fue estratégico para que Alejandro Magno pudiera financiar sus campañas gracias a las riquezas mineras que se extraían de debajo de la tierra. Hay oro, plata, cobre, plomo y zinc en el subsuelo de la Calcídica. Hoy, son compañías multinacionales las que van a sacar metales de las entrañas del bosque de Skouries y de otros ecosistemas de esta zona.
Una sopa de multinacionales y fechas
La historia de los bosques del corazón de la península Calcídica está ligada a la lucha de quienes saben que la megaminería y la vida no son compatibles: las vecinas y los vecinos que viven en la región, que ven las hojas tornar a tonos ocres en otoño y que beben el agua fresca y limpia de sus manantiales.
La lucha antiminera comienza en los años ochenta, cuando la compañía canadiense TVX Gold tuvo que poner fin a su proyecto minero en Olympias, otro pueblo de esta región, por la fuerte oposición de sus habitantes. Años después, en 1997, se produjo un nuevo intento de reactivar esa mina y, entonces, las vecinas y vecinos resistieron los gases, los golpes, la ley marcial que les impedía salir en grupos de más de tres personas y el acoso policial, mediático y judicial. Después de una lucha valiente y combativa consiguieron que, en 2002, el Tribunal Supremo ordenara cerrar la mina tras admitir el recurso ciudadano. Fue el 6 de diciembre de ese año; tres días después, tuvo lugar un accidente en otra explotación de TVX Gold, esta vez en el municipio costero de Stratoni, que provocó el vertido de residuos tóxicos al mar. [1]
La lucha de las y los pobladores de esta región no tiene descanso. “Aquí no nos hace falta leer sobre los impactos que supone vivir en una zona minera”, comenta una vecina activista que lleva años en el movimiento antiminero, [2] “los hemos visto y hemos sufrido sus consecuencias”. Por eso, durante todos estos años, han surgido comités antimineros en cada uno de los pueblos de la Calcídica.
Tras el citado accidente, el Gobierno griego compró las minas de la región a TVX Gold para, poco después, venderlas por la misma cantidad a la empresa griega Hellas Gold. Luego, el 95% de las acciones de esa compañía fueron compradas a su vez por la transnacional canadiense European Goldfields, que en 2012 fue relevada por otra multinacional —igualmente con la sede matriz en Canadá, como muchas de las grandes mineras que hoy operan por todo el planeta—: Eldorado Gold. Y es precisamente esta compañía la que actualmente está llevando a cabo las obras de preparación del megaproyecto de minería de oro a cielo abierto en el bosque de Skouries, en Megali Panagia. “Aquí estamos viendo el desastre paso a paso”, comentan dos activistas ecologistas que siempre han vivido en este pueblo, “cuando esté en marcha a pleno rendimiento cambiará las vidas de los que habitamos esta región”.
Un paseo por el bosque de Skouries
Pasear por un bosque de robles y hayas —muchas de las cuales tienen más de 500 años— es suficiente para entender la importancia de estas mujeres y hombres, que dedican las energías que consiguen recolectar cada noche a conservar estos ecosistemas. “No es solo que disfrutemos de dar paseos por el bosque, que es de los más bonitos que pueden existir”, dicen, “es que nuestra vida está ligada a la de este ecosistema, el agua que bebemos y el aire que respiramos dependen de él”.
Pero hoy, entre los robles —y la valla con alambre de espino que los cerca—, pueden verse ya tanto el gigantesco agujero de la mina como, unos cientos de metros más allá, la planta de procesamiento del oro. Una proyecto de megaminería a cielo abierto que, antes de comenzar su funcionamiento, ya ha partido el bosque en dos con una carretera y ha hecho un socavón de 1,5 kilómetros de diámetro. “La mina es más grande que el propio pueblo”, explican las activistas.
“Es muy duro ver todo esto”, comenta una de ellas, “y todavía no está en funcionamiento, lo peor está por venir, cuando esté a pleno rendimiento yo me voy a ir de aquí”, pero sostiene que “una de las pocas cosas buenas que ha tenido esta lucha ha sido poder conocer la solidaridad de otros países, así que tengo lugares a donde ir”, dice con una sonrisa sin alegría.
Contaminación del aire, la tierra y el agua
El pueblo de Megali Panagia está a apenas 2 kilómetros de donde se generará el polvo tóxico. Además, en esa zona, que es la principal fuente de agua potable de la región, hay arsénico que puede filtrarse a los acuíferos. Parte de los túneles están bajo el nivel del mar y los metales pesados pueden llegar hasta él. Igualmente, las dos grandes balsas de residuos que están construyendo en la actualidad serán, sin duda, otro foco de contaminación importante.
“Está absolutamente demostrado que las minas de este tipo producen contaminación de los acuíferos, de la tierra y del aire”, explica una de las activistas con tono desolado, “por eso es difícil de entender que ahora no haya la misma oposición vecinal que la que consiguió echar a TVX Gold en los noventa”. Y añade: “Aquí hemos visto que sobre una mina, aunque esté abandonada, ya no vuelve a crecer el bosque. Nada crece sobre un suelo agujereado”.
En la puerta de entrada a la planta de procesamiento del mineral, detrás de la valla, hay un cartel que dice: “130 días sin accidentes”.
El puesto de vigilancia
“Muchas personas han trabajado históricamente en la mina. Mucha gente, incluso la más implicada en la lucha antiminera, tiene familiares que han trabajado o trabajan en ella”, comentan.
“Hace años instalamos un puesto de vigilancia en medio del bosque, queríamos controlar la actividad de la minera cuando comenzaron las primeras prospecciones”. Eso fue en 2009. Ahora, en el lugar donde estaba la casita de madera desde donde vigilaban a la multinacional, hay una carretera de acceso restringido. Una carretera por la que solo circulan los coches de la gente que trabaja en la mina, el personal de seguridad, la policía y… las activistas. “Ahora son solo ellos quienes nos vigilan”, recalcan. Personas que siguen al coche de las activistas desde que llegan a la zona hasta que se van y que alimentan a los perros que se lanzan ladrando hacia ellas cuando se acercan a la valla. “Hay muy poco nivel educativo en esta zona y mucho paro”, comentan.
“La noche que nos quemaron el puesto de vigilancia había cuarenta personas haciendo guardia”, recuerdan con amargura desde el punto de la carretera donde estuvo situado. “No tuvieron que mandar a la policía. La multinacional lo hizo de una manera mucho más eficaz, trajeron a 400 mineros que estaban trabajando o les habían prometido trabajo. Fue muy fácil, en veinte minutos nos desalojaron”. Así fue como comenzaron las obras, sin permiso, en marzo de 2012.
Resistencias que retrasaron el desenlace
Cuentan las activistas que durante todos estos años de lucha se han hecho muchas cosas: charlas de concienciación, debates en los que participaban los propios mineros, boicot por parte de algunas compañías madereras que se negaban a talar los árboles, manifestaciones de las más masivas que se recuerdan en la región, y que se extendían a las ciudades más importantes del país, cortes diarios de carreteras durante meses para impedir que se construyeran más vías de acceso a la mina, acciones de mujeres reivindicando que sin bosque no hay vida, campanas de iglesias que repicaban para avisar de que venía la policía y barricadas en las calles para impedir que entrara, además de diversas formas de apoyo a las personas detenidas y encausadas…
No relatan con detalle esos momentos donde la victoria parecía posible, se centran más en analizar qué ha podido suceder para que la movilización frente la minería se haya reducido tanto. “Por un lado están los medios de comunicación que han contribuido a criminalizar el movimiento antiminero, silenciar sus reivindicaciones y difundir las campañas publicitarias elaboradas por Eldorado Gold, siempre acompañadas con el discurso de que los que nos oponemos a la minería impedimos que haya más empleo en momentos de crisis”, explican las activistas. Y por otra parte está la represión policial y judicial que sufren: “Tenemos más de 450 causas judiciales abiertas contra activistas”, comentan. “Desde el comienzo de nuestra lucha ha habido mucha represión. Pero hubo un ataque a las instalaciones de la mina, cuya autoría no ha sido reivindicada por nadie, que supuso un incremento brutal en la violencia hacia las personas vecinas implicadas en la movilización”, aseguran.
Las obras en el bosque de Skouries, además, no han contado con la oposición gubernamental. Y eso que “Syriza estaba totalmente en contra de la mina antes de llegar al Gobierno”, recuerdan. “Pensábamos que si ganaban íbamos a tener una posibilidad, pero ahora ya sabemos no solo que no es así, sino que su triunfo ha debilitado nuestro movimiento”, dicen. Una mezcla de estas y otras cosas es lo que, finalmente, ha llevado a que actualmente la resistencia contra el megaproyecto minero tenga una oposición activa de unas veinte o treinta personas, como cuando comenzaron su lucha hace más de una década.
“No hubieran podido hacer todo esto si no hubiesen contado con la gente local”, dicen, “y en ese apoyo, más o menos explícito, el poco nivel educativo en esta zona juega un papel clave. En muchos de los pueblos los hombres aspiran a ser mineros y las mujeres a tener una familia con un minero. No hay dinero para que los jóvenes de aquí vayan a la universidad”.
A finales del pasado mes de julio, 600 activistas y ecologistas llegaron a Megali Panagia para apoyar la movilización contra la minería y en defensa de la vida. Montaron una acampada durante una semana en el bosque de Skouries, a la que no pudieron acudir las personas encausadas que tienen órdenes de alejamiento de la zona, y conectaron la lucha en la península Calcídica con las que mantienen otros movimientos que también se enfrentan al extractivismo y al desarrollismo en Europa y en América Latina.
“Así es nuestra historia de amor, odio y pasión”, concluyen las activistas: “No tenemos esperanza en que consigamos parar este proyecto de megaminería, pero se puede luchar sin esperanza”.
Martes 1ro de noviembre de 2016
María González y Cecilia Fernández, de Ecologistas en Acción; Erika González y Pedro Ramiro, del Observatorio de Multinacionales en América Latina (OMAL) – Paz con Dignidad.
Fuente: Ecologista, nº 90, octubre de 2016
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