22 de enero de 1980:

Recuerdos de una masacre

23/01/2017
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Hace 37 años un aire de libertad barría los rincones de la patria; después de doscientos años de imposición de un pensamiento de derecha y la represión de las aspiraciones populares, un sector mayoritario de la población tomó consciencia del difícil camino por el que había que transitar para alcanzar lo que tantas veces le fue negado. Era el 22 de enero de 1980.

 

En San Salvador se llevaba a cabo una manifestación, para celebrar la unidad popular y conmemorar la masacre perpetrada por el General José Tomás Calderón «Chaquetilla Calderón», por órdenes del dictador Maximiliano Hernández Martínez, del Partido Pro Patria, ascendiente de ARENA. En 1932 cerca de 35 mil personas de la etnia, o pueblo de los Izalcos cayeron bajo la bota de Chaquetilla Calderón, abuelo del ex presidente Armando Calderón Sol y de la diputada Carmen Elena Calderón Sol de Escalón, ambos dirigentes de ARENA.

 

El último intento del pueblo para tomar en sus manos el futuro de la patria le fue arrebatado con sangre el 28 de febrero de 1977 en la Plaza Libertad, por el presidente, coronel Arturo Armando Molina del partido de Conciliación Nacional (PCN). Las elecciones presidenciales las ganó arrolladoramente en 1977 la Unión Nacional Opositora (UNO), integrada por el Partido Demócrata Cristiano (PDC), El Movimiento Nacional Revolucionario (MNR), de tendencia Social Demócrata, liderado por Guillermo Manuel Ungo, y el partido Unión Democrática Nacionalista, expresión legal del clandestino Partido Comunista de El Salvador (PCS). La represión fue brutal, una vez más el suelo patrio fue manchado con sangre del pueblo. Camiones sisterna lavaron la evidencia. El general Carlos Humberto Romero Mena fue impuesto como presidente.

 

Esa noche, cuando asomaba un nuevo día, altavoces del ejército desde un camión ubicado en la esquina del Cine Libertad, vociferaron para que la plaza fuera desocupada, al tiempo que cobardemente los militares arremetieron contra el pueblo indefenso. La multitud agrupada en el parque Libertad resistía pacíficamente para que no le fuera arrebatada la victoria a la UNO. Los presentes se divertían con los grupos de música y de teatro y escuchaban los discursos de los líderes de la oposición. La intención del ejército era clara: dispersar la muchedumbre para que cayeran en el cerco que habían tendido en los alrededores del parque. El centro de San Salvador estaba tomado por el ejército.

 

Se negoció la salida de la Iglesia El Rosario, del coronel Ernesto Claramount Rozeville candidato presidencial de la UNO y de todos los que nos encontrábamos allí. Salí de la iglesia como todos los demás, en medio de un cordón militar, para subirnos en ambulancias de la Cruz Roja que nos alejaban del centro de la ciudad. Algunos nos fuimos hasta la sede de la institución para tener protección y salir ya entrado el día. Recuerdo claramente que iba junto con Julio Farfán, que hacía fotos para «Voz Popular» semanario del partido UDN. Ese fue el último intento del pueblo para decidir su futuro.

 

Y ese fue el hecho que ayudó al esforzado trabajo de las cinco organizaciones político militares existentes para lograr la unidad de los revolucionarios salvadoreños, que hoy se expresa en el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). Las cinco organizaciones político militares existentes en ese momento eran: El Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), La Resistencia Nacional (RN), El Partido Comunista de El Salvador (PCS), El Partido Revolucionario de los Trabajadores Centroamericanos (PRTC), y las Fuerzas Populares de Liberación (FPL).

 

Bien, el día 22 de enero de 1980, iba en la manifestación y logré refugiarme en el sindicato de Bebidas y Gaseosas. Allí me encontré con Adan Chicas, secretario de la Federación Unitaria Sindical de Trabajadores Salvadoreños (FUSS). Inmediatamente Adán me proporcionó un teléfono para mi trabajo periodístico. Ese material, ya lo hice público hace cinco años, pero es necesario traer de nuevo a la memoria aquellos hechos porque mucha gente no los conoce, no los recuerda, o pretenden ignorarlos.

 

Comparto además un vídeo que encontré hace poco en YOUTUBE  
 
https://youtu.be/EaTheDbZ_m0

 

A continuación el material de ese día.

 

22 de enero de 1980 El Salvador: La Hora Cero

 

Víctor Regalado

 

Recientemente llegaron a mis manos unos viejos cables de información a los que estoy ligado estrechamente pues fui yo quien los generó. Me los dio Alberto Rabilotta, un amigo. Corría el año de 1980, estudiaba periodismo y cubría la manifestación para la solidaridad internacional. Grabé el ambiente sonoro de la manifestación, tomé notas e hice fotos. Mis rollos de película los entregue a manos que viajaban al extranjero, y jamás supe que pasó, pero guardo las notas y grabaciones de sonido. Trataba de mantenerme cerca de los periodistas extranjeros, había aprendido que era el mejor sitio para estar seguro. Pero como era natural también los corresponsales extranjeros se alejaban del grupo buscando fotos y temas para sus notas. En el momento de desatarse la represión me encontraba lejos de cualquier enviado, que por su extranjería era posible que gozara de mejor suerte que un periodista nacional o el simple estudiante que era yo.

 

El azar hizo que me resguardara en el Sindicato de Bebidas y Gaseosas, cerca de la Iglesia Concepción. El  grueso de enviados se refugió en la Iglesia El Rosario, desde donde les tomó tiempo salir con sus despachos, porque necesitaban permiso del arzobispado para usar el teléfono, yo tuve la suerte de tener uno a mano, y sin mayor problema me comuniqué con Alberto, entonces director de Prensa Latina de Canadá, y comencé a enviarle información, para escrito y audio. Así, Prensa Latina fue la primera agencia de noticias en dar cuenta al mundo de lo que estaba pasando, en el mismo acto en que todo ocurría, y Radio Habana Cuba el primer medio internacional. Por razones de seguridad, mi trabajo lo hacía clandestinamente bajo seudónimos, entre otros el de Samuel Cisneros T.

 

Mis notas

 

La mañana del 22 de enero, cientos de miles de personas se congregaron frente al Parque Cuscatlán, sobre la Alameda Roosevelt, para celebrar la unidad de las organizaciones populares y rendir homenaje a los caídos en la masacre de 1932, bajo la dictadura militar de Maximiliano Hernández Martínez. Con marchas de guerra, canciones de lucha, banderas multicolores, mantas y pancartas alusivas, unas trescientas mil personas iniciaron la marcha de la unidad, convocada por la Coordinadora de Masas, cuya constitución se hizo pública el 11 de enero, en conferencia de prensa celebrada en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional.

 

Mientras se iniciaba la manifestación, a las 10.30 a.m. entre los 1,400 y 1,600 kilociclos de la banda local, con los acordes de La Internacional Comunista de fondo, se escuchó la primera emisión de una radio clandestina en la historia salvadoreña. Una voz femenina serena y pausada abrió la emisión:  “…Radio Revolucionaria del Pueblo permitirá conocer cuáles son las directrices generales de organización que en un momento determinado es necesario entender para incorporarse a la lucha. Radio revolucionaria del pueblo instruirá al pueblo para que sepa cómo impulsar las tareas concretas de la lucha revolucionaria. Radio Revolucionaria del Pueblo servirá también, para fortalecer el proceso de unidad de las fuerzas del pueblo. Viva la Radio Revolucionaria del pueblo que hoy pasa a ser un arma más de lucha de nuestro pueblo…”

 

Mientras continuaba la marcha, un sector de la columna se sentaba en el pavimento ante la mirada expectante del público, dejaba transcurrir cincuenta, cien metros, y a una voz, de un salto, con el puño izquierdo en alto y coreando consignas, se incorporaba hasta elevarse del pavimento; algunos sosteniendo por los extremos inmensas banderas que casi cubrían la calle, que ondeaban y se hinchaban al perder altura. La gente aplaudía y el sector trotando rítmicamente se unía de nuevo al desfile, coreando la tan escuchada consigna: ¡U, u, unidad!, ¡u, u, unidad! Otra vez reinaba la alegría y los vendedores irrumpían con sus gritos para anunciar minutas, sorbetes, mangos verdes, hot dogs, globos para los niños… Los manifestantes habían recorrido más de setenta cuadras, mientras el último sector aún no había salido del punto de reunión.

 

Música por todas partes, algunos grupos yendo y viniendo a todo lo largo de la manifestación, parándose en las esquinas para entonar con flautas, guitarras y tambores, canciones que durante la guerra el pueblo repitió en silencio. Brigadas de jóvenes buscando paredes y pintando murales de cinco, diez, y hasta quince metros; murales llenos de colores, de donde aguerridos puños, luminosas estrellas, recios Farabundos y perfiles populares, parecían tomar vida y desbordando los fríos muros, testigos de tantas fatídicas madrugadas, se unían a la multitud. Kilómetros de verdadera fiesta popular a lo largo de los cuales miles de personas formaban valla para ver pasar el inmenso desfile, aplaudir y lanzar consignas de júbilo a los integrantes de las organizaciones populares.

 

Cuando la cabeza de la manifestación había marchado por todo el centro de San Salvador, pasado por el Parque Centenario, llegado a la Avenida Independencia, dado vuelta de nuevo hacia el centro de San Salvador para dirigirse a la Plaza Libertad, y pasaba frente al Mercado Cuartel, los manifestantes fueron atacados simultáneamente en distintos puntos por francotiradores del ejército y de las secciones especiales de los cuerpos de seguridad. Faltaban 500 metros para el arribo de la manifestación a la Plaza Libertad, en el corazón de San Salvador.

 

Yo iba y venía por toda la manifestación. Cerca del Parque Centenario, por donde me encontraba se oyeron detonaciones producidas por los francotiradores apostados en los edificios públicos del sector. La reacción fue espontánea, cada manifestante tomó su responsabilidad. Una voz juvenil femenina gritó: “Mantener la manifestación, las calles debemos de mantenerlas”, un joven: “que no nos vayan a romper y dejen la gente atrás.” A través de un megáfono, otra voz femenina nerviosa, pero denotando pleno control de la situación: “Compañeros, por favor organicen las filas. Demostremos que no le tememos al enemigo. Sigamos adelante compañeros.” Una voz masculina por un megáfono: “Todos los que se encuentran sin armas desalojen los puestos… hay que incorporarse donde está la masa compañeros. Dejen la autodefensa por favor.” Y se pudo ver en el acto a las escuadras de autodefensa, en la inmensa soledad de la calle que iba quedando atrás, abrir vías de escape a los manifestantes, mientras los activistas repetían: “Ordenemos las filas como veníamos. Demostremos que somos disciplinados y ordenados, que ninguna agresión de la dictadura podrá doblegarnos.”

 

La inmensa columna fue atacada simultáneamente en diferentes puntos con el fin de fragmentarla, tender cercos militares a los distintos fragmentos y facilitar la represión. Yo iba de un lado para otro con la cámara y la grabadora, tratando de estar sereno para ver tan inmenso panorama y buscar el encuadre preciso, pero consciente de que era vulnerable. Cerca del Mercado Cuartel, por donde marchaba la cabeza de la manifestación, seguían sonando los disparos. “!Al suelo!”, gritó alguien. En el acto todos nos vimos acostados en el pavimento, arrastrándonos para ganar la cuneta, escondiéndonos en las puertas, agachados detrás de latas de basura, detrás de cualquier cosa que ofreciera la menor posibilidad de ocultarse, atentos. “¡A la puta aquí tenemos una compañera bien herida!” dijo alguien a dos metros de donde yo estaba. Por un altavoz un activista comenzó a decir: “El pueblo unido jamás será vencido…” “Pueblo que lucha triunfa”; y la multitud coreando enardecida. Activistas, hombres y mujeres, guiando aquel caudal popular, en su enfrentamiento a un enemigo oculto y poderoso; contagiando de ánimo a los manifestantes a la par que era necesario un acopio de serenidad para calcular cada movimiento y observar las reacciones del enemigo, para controlar la situación y salir de ella. Seguían oyéndose las detonaciones. También en este sector era clara la presencia de las escuadras de autodefensa, tomando posiciones o desplazándose por en medio de los manifestantes y obstáculos callejeros. De nuevo el grito popular: “El pueblo armado jamás es derrotado…”

 

Había miedo, indignación y reacciones espontáneas fuera de control, pero todos los manifestantes coordinaban sus movimientos como si se tratara de una escena ensayada repetidamente. Un pueblo en actitud de ganar la calle, fruto de una conciencia de clase ganada en años de lucha popular, demostrando que cuando el pueblo se decide, puede; que cuando se enardece es dueño de la calle, de su historia y de su futuro. Esa noche y la mañana siguiente, la radio, la televisión y la prensa escrita de todas partes del mundo, dedicaron amplios espacios para informar de la represión desatada por la Junta Militar contra la manifestación más grande en la historia de las luchas populares salvadoreñas. En el país se impuso una cadena nacional de radiodifusión con música e información falsa.

 

Ese día, bajo el fuego de la dictadura militar, el acuerdo de constituir un organismo de coordinación nacional, tomado en la clandestinidad en diciembre de 1979, se convirtió en una realidad cuando escuadras de autodefensa de las cinco organizaciones político-militares ganaron sorpresivamente las calles para proteger al pueblo y abrir vías de escape a través del cerco tendido por los francotiradores del gobierno. Fueron esos combatientes, hombres y mujeres del rostro cubierto, quienes hicieron menos dolorosa la represión de esa jornada. Ahora el pueblo sabe quiénes son los responsables de esa otra cobarde masacre, y que tendrán que rendir cuentas frente a la justicia. Yo, ahora comprendo que el primer disparo de un francotirador, marcó la hora cero de la revolución salvadoreña.

 

22 de enero de 2017

https://www.alainet.org/en/node/183027
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