Naufragios

11/07/2017
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Abdellah ha visto a muchos como él que se han ahogado. Él, y los que han conseguido llegar, ya no están en pateras inestables sino en chabolas hechas de palés, cubiertas de plásticos reutilizados sobre un suelo de tierra y arena. Ya no beben agua llevada consigo desde tierra firme sino almacenada en bidones azules que antes contenían venenos. Ya no tienen necesidad de remar en búsqueda de tierra a la vista, pero cuando avistan una oportunidad de trabajo corren hacia ella y a codazos y empujones intentan dejar atrás a otros como ellos.

Y aunque no han sido rescatados por Salvamento Marítimo, el único servicio sanitario que les atiende es Médicos sin Fronteras. Sus patologías son dermatológicas, no por exposición al sol pero sí por exposición a pesticidas y fertilizantes. Que también acaban con el funcionamiento de sus riñones. Los días que ganan la carrera, entonces sí encuentran sustento, cual madero donde flotar. Tras más de ocho horas de tutorar tomates o recoger pepinos, calabacines y berenjenas, reciben 20 euros.

Esta realidad la narra el documental ‘Los náufragos del mar de plástico’, de Gilles Gasser y Jean-Marie Barrère, con testimonios e imágenes rodadas en Almería, la huerta de la Europa de las vallas, un océano de 30.000 hectáreas de plástico visible desde el espacio y donde a diario también se ahogan muchas personas.

Algunas similitudes podemos encontrar con las reivindicaciones que estos días de recogida de fruta volvemos a escuchar, como ya sucede durante demasiados años, en boca de las y los temporeros en Lleida que algún día llegaron de Marruecos, Gambia o Mali. También hablan de contratos que no existen, de salarios ilegales por debajo del convenio y por debajo de los mínimos para vivir, y de estar en torres abandonadas, granjas o en la calle, o no poder ni lavarse en las fuentes del pueblo porque les cortan el agua.

Sin justificar al sector agrario de Almería o Lleida que permite y solidifica esta situación, ni desde luego la falta de voluntad política de las administraciones respectivas, mucho tiene que ver en todo esto el poder de las grandes superficies de la distribución alimentaria. Al concentrarse el poder de este eslabón de la cadena alimentaria en muy pocas manos –en Catalunya, los 10 primeros operadores comerciales concentran el 77,4% del total de la oferta comercial, destacando los grupos Carrefour+Dia (20,4%),Mercadona (14,7%) y Caprabo-Eroski (12,21%)–, y sin regulaciones que lo impidan, se permiten decidir a su conveniencia el precio a pagar a quien produce los alimentos y el que cobrar a quienes los consumimos.

El mes pasado, mientras a sus proveedores les pagaban 0,20 euros el kilo de berenjenas, 0,12 el de calabacines o 0,19 el de pepinos, vendían estos productos en sus estanterías a 1,75, 1,55 y 1,86 euros, respectivamente. Es decir, entre nueve y doce veces más caro. Un actor invisible pero protagonista de este documental.

- Gustavo Duch Guillot es autor de Alimentos bajo sospecha y coordinador de la revista Soberanía Alimentaria, Biodiversidad y Culturas.

http://gustavoduch.wordpress.com/


 


 

https://www.alainet.org/en/node/186723

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