Olvida los expertos: llegaron los futurólogos

14/09/2017
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El 'futurólogo' francés Nostradamus
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Para ser justos, debo decir que la práctica de la futurología es vieja como el mundo. En todas las épocas hubo adivinos, augures, videntes, médiums, arúspices, sibilas y agoreros. Allí donde surge una demanda, dicen los mercaderes, aparece una oferta.

 

Si algo ha inquietado siempre al hombre, al punto de arrojarlo en brazos de chamanes, sacerdotes y otros oficiantes, es el futuro y el más allá. El primero ha hecho la fortuna de los adivinos, los economistas y los «dateros» de las carreras de caballos. El segundo, el éxito de las religiones.

 

Aun cuando es sabido que sus oscuros escritos no anuncian nada digno de ser tomado en cuenta, mi compatriota Nostradamus sigue siendo grito y plata. Sus catastróficas predicciones seducen y embrujan. Los libros que las adoptan como tema se venden como pan caliente. Mientras más negras, mejores las predicciones. En esas condiciones no falta quien ve en las adivinanzas una magnífica oportunidad de negocio.

 

Ya puestos, si sugieres que tus predicciones se apoyan en lo más avanzado de la ciencia y lo más granado de las tecnologías, le agregas una fuerte dosis de credibilidad a tus cuentos chinos: el personal es crédulo. Necesita creer.

 

John Mauldin, por ejemplo, una eminencia yanqui que vende análisis financieros y consejos para invertir tus magras economías, a cambio de una modesta retribución. Temiendo repetirse, como la inmensa mayoría de los economistas, Mauldin se propone adoptar una visión en plan Superman: verá más allá del horizonte. En su última newsletter Mauldin escribe:

 

«Esta nota será la primera de una serie en la que voy a delinear mi visión para los próximos 5-10-15-20 años de la economía global. Entiendo que hay una enorme arrogancia en tal empresa, por eso voy a abordar el tema meticulosamente».

 

¡Arrea! He aquí un tipo que ignora olímpicamente la advertencia de John Maynard Keynes: «De mañana no sabemos nada, y en el medio plazo estaremos todos muertos».

 

Mauldin es consciente de entrar en arenas movedizas, por eso se cura en salud:

 

«¿Por qué arriesgarse en tales predicciones? Como mis lectores saben, estoy escribiendo un libro sobre cómo veo los próximos 20 años, tecnológica, geopolítica, sociológica y económicamente. El título del libro es ‘La Edad de las Transformaciones’. La tesis de base es que vamos a ver más cambios en los próximos 20 años que los que vimos en el último siglo».

 

A estas alturas tengo que hablarte de Michio Kaku, cuyo nombre, muy probablemente, no te dice nada. Kaku es un científico estadounidense de origen japonés, especialista de la Teoría de las Cuerdas. Hasta ahí, cualquiera. Pero pasa que Kaku entró en la farándula: animador de emisiones de radio, su notoriedad le llevó a la televisión en programas divulgados por la BBC-TV, Discovery Channel y Science Channel. Allí, como científico, no descubres mucho, pero te pagan mejor que en la City University of New York donde Kaku hacía clases.

 

Hace seis años (2011) Kaku publicó un libro, perdón, un best-seller, titulado Physics of the future, recientemente difundido en Europa con un título más propio al tema que aborda: Una Breve Historia del Futuro. En la introducción Kaku escribe lo que sigue:

 

«Predecir el avenir de aquí al año 2100 se revela tanto más intimidante cuanto que vivimos un periodo de transformaciones científicas sin precedentes y que el ritmo de los descubrimientos se acelera sin cesar. Estas últimas décadas hemos acumulado una cantidad de saber más importante que durante todo el resto de la historia de la humanidad. Y de aquí al año 2100 esos conocimientos científicos se multiplicarán varias veces».

 

¿Recuerdas lo que dice Mauldin a propósito de su propio opus magnum?

 

«El título del libro es ‘La Edad de las Transformaciones’. La tesis de base es que vamos a ver más cambios en los próximos 20 años que los que vimos en el último siglo».

 

Plagios más, plagios menos, ambas eminencias rompen, a patada limpia, puertas ampliamente abiertas.

 

Uno, Kaku, en el ámbito de las nuevas tecnologías, las invenciones en curso de industrialización, los tratamientos médicos que nos permitirán «vivir mucho más tiempo, en cuerpos de ensueño gracias al progreso de las biotecnologías». Yo Tarzán, tú Jane.

 

Otro, Mauldin, un poquillo menos modesto –por algo es economista–, en los campos de la tecnología, de la geopolítica, de la sociología y de la economía. Una suerte de Omar Khayam contemporáneo.

 

Kaku confiesa estar habitado por dos pasiones: «de una parte el deseo de reunir todas las leyes físicas del Universo en una única teoría coherente, y de otra parte el deseo de resolver los misterios del futuro». Lo suyo, en sus propias palabras, consiste en «construir una teoría del todo», una ecuación que revele los secretos del Universo y permita, tal vez, «conocer el pensamiento de Dios». Como lo lees.

 

Servidor se dice que, obnubilado por su actividad farandulera, Kaku olvida que la relatividad general y la física cuántica siguen negándose a cualquier forma de fusión. En cuanto a los misterios del futuro… Kaku necesitará de verdad conocer el pensamiento de Dios. ¡Suerte!

 

Mauldin, en un alarde de impunidad, agrega: «El primer 40-50% de mi libro estará centrado en las transformaciones tecnológicas y biológicas que ocurrirán en los próximos 20 años».

 

Mauldin no hace sino copiar hasta la sospecha de la primera idea, y sostiene que lo suyo es la innovación, aunque no va hasta pretender que se encuentra en plena destrucción creativa.

 

Refiriéndose a las profundas mutaciones constatadas en el ámbito de la producción en las últimas décadas, Mauldin señala:

 

«Este nivel de transformación no es nada que no hayamos hecho en el pasado. Muchos de Uds. recordarán que 80% de los americanos trabajaban en el campo en el año 1800. Hoy en día esa cifra es inferior al 2%, y produce masivamente más per-cápita y en mejores condiciones. Pero ese cambio se dio a lo largo de más de 10 generaciones. Los cambios de los que hablo yo ocurrirán en menos de una generación.»

 

Magnífica transición hacia un dato que no mencionan ni Kaku, ni Mauldin: todas las transformaciones de las que hablan, de las cuales constatamos la aceleración creciente, ocultan la persistencia del modo de apropiación del producto creado por el trabajo de miles de millones de seres humanos. En la materia no hay «transformación»: un puñado de privilegiados, cada vez más reducido, acumula la riqueza de la que desposeen a la humanidad entera.

 

Peor aún, la aparición del Smartphone, la invención de las nanotecnologías, el avance de la astrofísica, el acabado conocimiento de las partículas elementales, el desarrollo de sorprendentes tecnologías médicas, la exploración espacial y tutti quanti, no han logrado hacer desaparecer ni la pobreza, ni la miseria, ni siquiera el esclavismo.

 

Si bien es cierto que a fines del siglo XVIII el 80% de la población trabajaba en el campo para mal alimentar la población existente, y que hoy en día esa proporción se redujo al 1-2%, no es menos cierto que los campesinos siguen siendo pobres, que viven en condiciones marcadamente inferiores a los citadinos, y que la riqueza producida va a parar, casi integralmente, a enormes corporaciones de la agroindustria.

 

Los agricultores europeos, de los cuales se puede decir que benefician de condiciones excepcionales comparados con sus homólogos africanos, asiáticos o latinoamericanos, ganan apenas el salario mínimo. ¿Dónde está el progreso? ¿Dónde la transformación?

 

Mauldin se propone contarnos cómo será el mundo dentro de 20 años. Kaku nos adentra en el mundo tal y como será dentro de un siglo. Ambos desconocen que 14 horas antes de que el huracán Irma se transformase en el más poderoso y destructor del que se tenga noticia, los meteorólogos más avezados y mejor equipados lo veían apenas como un fenómeno de tercera zona. Su capacidad predictiva no era mucho mejor que la del hincha de fútbol que, un día antes del partido, anuncia un 2 a 0 en favor de su equipo.

 

Incapaces de saber si dentro de 10 días lloverá, a 100 leguas de saber si la sequía que asola regiones enteras del planeta terminará en una gigantesca inundación como suele ser el caso, ignorantes del momento en que terremotos y maremotos destruirán los litorales que albergan la mayor parte de la población de la tierra, Mauldin y Kaku pasan por alto el deplorable estado del planeta, el fenómeno del cambio climático, las masivas migraciones forzadas por el clima y/o las guerras. Lo evidente no tiene valor a sus ojos: están ahí para vender pomada como un economista cualquiera, acostumbrado a formular hipótesis céteris páribus: modifico una variable pero el resto permanece constante.

 

Mauldin parece inspirarse de un cierto Jeremy Rifkin, autor de un libro de futurología, El Fin del Trabajo, que pronostica justamente eso: en un futuro próximo estarás, estaremos todos en el paro. Añade Mauldin: «Para algunos de nosotros habrá un futuro brillante; para otros, incapaces de adaptarse, no mucho. Globalmente, cientos de millones de empleos que hoy están ocupados por humanos, simplemente no requerirán humanos en el futuro».

 

Mauldin –el del brillante futuro– no sabe lo que dice. Vende pomada. Es un economista. Razón por la que se le puede perdonar. Kaku es otro tema. Kaku la juega en plan «científico». Es, para decirlo en sus propias palabras, la voz de Dios.

 

Jeremy Rifkin publicó su libro en los EEUU en el año 1995, y se transformó rápidamente en un best-seller. La reputada revista científica francesa La Recherche hizo el siguiente comentario:

 

«Tal vez este libro sea considerado algún día, por los historiadores, como uno de los más proféticos y más lúcidos de este fin de siglo».

 

A poco andar, sin embargo, se pudo constatar que allí donde Rifkin predijo el fin del trabajo lo único que se ve es el trabajo sin fin. Si no me crees, mira ver las extenuantes jornadas que aun prevalecen en Chile, y el santo horror que produce en el empresariado la idea de reducirlas.

 

Para no mencionar que una de las más apreciadas conquistas sociales jamás alcanzadas en Francia, la semana de 35 horas, podría dar paso a una proposición descarada: la de eliminar toda referencia a una duración legal de la jornada de trabajo. El límite, incluso en el siglo XXII, será de 24 horas al día.

 

Tal parece que gracias a Macron y su cacareada modernidad, Francia podrá, ¡por fin!, hacer las extraordinarias reformas que ya se hicieron en el resto de Europa: regresar gradualmente la mano de obra a la situación que prevalecía en la Edad Media.

 

Pero de todo esto los eminentes futurólogos Mauldin y Kaku no dicen una pijotera palabra.

 

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