Gualcarque, río Berta Cáceres
- Opinión
1
Berta Cáceres: ya lo dijo el poeta,
Primero fueron los ríos, las montañas, el sol,
La fauna, en fin,
Desde el pináculo de la cordillera
Bajaba como un venado extraviado
El río Gualcarque, límpido,
En tiempos de verano ardiente,
Y espeso como la selva húmeda
En época de invierno.
Entonces era la luz del agua,
La catarata vertical que caía
Entre los riscos encumbrados
En la altura del cielo.
Antes que el hombre fueron las vegetaciones,
Dijo también el aeda,
Fueron los animales florecientes
En la extensión de la tierra
Que parecía animal feroz y agresivo.
Nada poseía la luz del reconocimiento
Que encendiera su existencia
En la lengua del misterio.
Selvas y pinares, ríos y lagos,
Todos ellos sin sustantivo ni verbo
Como una gramática perdida en la profundidad
De la bruma y la inexistencia.
Pero, un día el río Gualcarque
Con su caída infinita del agua
Llegó a poblar la vasta oquedad
Que habita en el barro y la garganta
De los cerros y los valles.
Fue cuando el maíz dijo presente
En el recodo del día y de la noche.
El maíz que fue molde
En el cual se aferraba la mano poderosa
De la luz desparramada,
La existencia luminosa,
La palabra “y sus deberes”
El canto y su música
La costumbre y su raíz
El viento del sueño,
Todo como una masa que huele a comunión.
En las tierras del valle y la montaña
Los lencas, cares y potones
Pervivían con sus dioses antiguos
Eran lenguajeros de milpas rotundas
Lúcidos campesinos que añoraban
Sus ancestros esculpidos en la memoria.
2
Gualcarque bajaba como un venado
Que salta los peñones del abismo
Para convertirse en serpiente del tiempo
Que ondula senderos como agua
De lento ritmo zigzagueante
A veces torrencial
A veces como el espejo rutinario
Que devuelve el paisaje
Reflejado en el tenso fluir
Hacia el incógnito deambular de su deceso.
Gualcarque, río antiguo,
Testigo indubitable de la compostura
Que los lencas realizaban en su ribera
Para agradecer su magnánima pureza
De fuente creadora que da la vida
A la existencia plena.
Compañero del río Ulúa
En edad de niño tímido y silente
Cuando se desliza hacia la lucidez
Fabulosa de la resurrección.
Eran las milpas florecidas que en su regazo
Iban creciendo como soldados permanentes
Que arrojaban al suelo sus armas
De mazorcas efervescentes.
Por todo su cuerpo de agua nutricia
De agua como un tronco de árbol de ceiba ferviente
Iba el río Ulúa bandeando las playas
Que se multiplicaban como una piel terrosa.
Gualcarque era un compañero más del río Ulúa
Tal vez un poco lejano
Pero en el etéreo conversar de los ríos
Ambos se comunicaban por una brisa
Que viajaba en las alas del viento.
Era el centro donde el agua golpeaba las rocas,
Los cauces de los remolinos
Que parecían trépanos insurrectos
Mientras la espuma se deslizaba rápida
Hacia el escondrijo de la belleza
Que navegaba con sus atuendos
De pinos y flores verticales
En el sin fin de la espuma que el cauce
Arrastraba como una cabellera uniforme
En el retumbo de los deslices.
3
Desde las montañas profundas y altas
Donde pernocta la niebla
Que es manto de algodón
Disipado por el viento fijo
A veces como un látigo
Que golpea los riscos y los farallones,
Desde las entrañas de las selvas crecidas
En las faldas ubérrimas
Nace primero un arroyo frío y de cristal
Que salta de piedra en piedra
Y luego el otro arroyo y los mil riachuelos
Que crecen y crecen alegres
Como niños traviesos y saltarines
Convocados a los barrancos enormes
En donde parecen desfallecer
Y así van formando ríos desde las sierras
Empinadas hacia el cielo
Con su picos que hieren el azul cielífero
A veces confundido por el verde
Color de sus rostros.
Por elevadas planicies extensas
Y valles que se desparraman
Entre las sierras tremebundas
Desde donde se desprenden
Los ríos salvajes y caudalosos
“Eran los ríos arteriales”.
Convertidos en madres fortísimas
Que dejan deslizarse en sus entrañas
Ríos inconmensurables y desbocados
Desde la Sierra Espíritu Santo
Donde los picos alcanzan hasta 2285 metros
En el Cerro Azul de Copán,
La Sierra Omoa a 2400 metros,
La Sierra Nombre de Dios
En donde el cerro Calentura
Asciende a 667 metros,
Así se erigen montañas impertérritas
De La Masica, Mico Blanco, El Tiburón,
Cangrejal que incluye su monte más alto de 2430 metros
Y le siguen no en orden lineal
Si no desperdigados por la orografía
De un país que Lempira, Entepica y Mota
Defendieron irascibles y rabiosos
Aquellos montes de la libertad que era un quetzal
Volando sobre los árboles enhiestos de bostezos
Ocultos en la vegetación de la desmesura.
Y también La Sierra Montecillos de 2744 metros,
Sulaco, La Esperanza, Agalta, Gallinero,
Atima, Mico Quemado, Misoco, Almendárez,
Y Punta Piedra, convertidos en moles incesantes,
Vegetaciones diseminadas con aromas de pinos,
Robles, ceibas, guajiniqueles, almendros, guanacastes,
Cedros, caobas, guayabos, en fin,
Jardines verdosos como abrigos inimaginables.
Desde ese vientre hiperbólico nacieron los hijos hídricos
Que poblaron la tierra con sus vertientes raudas
Las cuencas húmedas e iridiscentes
Fluían trepidando a veces con sonoros ruidos
O suaves sonidos de agua arremansada en el recodo
De una vuelta abierta entre la espesura del follaje:
Oh Chamelecón, dios de la fertilidad marina,
Serpiente emplumada de ramas y troncos silvestres,
Oh, Jicatuyo, joven guerrero del declive acuoso
Oh Puringla, combatiente natural ferruginoso,
Oh Zarzagua, vértigo del descenso,
Oh Sulaco, soñador de la abundancia sin nombre
Oh Humuya, egueguan de la intrepidez,
Oh Ulúa, dios permanente de la resurrección florida
Oh Leán, margen desnudo de la raíz innómine,
Oh Cangrejal, laberinto de las rocas vertiginosas
Oh Mangulile, sílaba de la madre que perfuma la noche
Oh Papaloteca, musgo cristalino del destello
Oh Aguán, rocío abundante de la perfección,
Oh Paulaya, gracia de primavera en el torrente
Oh Sico, patriarca de los nenúfares,
Oh Plátano, numismático de la herencia proteica
Oh Jalán, vivencia de la luz espesa
Oh Talgua, pedrería que fulgura resbalante
Oh Guayape, dios del oro líquido que se esfuma
Oh Guayambre, lámpara luminosa que relumbra
Oh Patuca, trenza del cabello selvático
Oh Mocorón, constante amanecer del murmullo,
Oh Cruta, luminoso en el decurso del sendero
Oh Wans Coco o Segovia, larguísimo laberinto
Que asoma su testuz de torrenciales multiformidades
Oh Choluteca, ventana horizontal que respira marañas
De pájaros fiesteros.
4
Y la historia se convirtió en el huracán del tiempo
En un río de aguas vigilantes y sufridas.
La historia convertida en río que serpentea
Y gira como un trompo alargado
Que baja siempre a su vorágine.
Nos va dejando en los remansos
Trazos esculpidos de humedad
Que refresca toda memoria insoslayable.
El río es siempre movimiento
Y cambios de rumbo pasajero
Para él existe el acá, el allá,
Este lado o el otro,
Nunca para su fluidez sucedánea
En el continuum
Donde se une lo entero
Con lo no entero como un chispazo diverso
Que no vuelve al punto de partida
En donde lo acorde y lo discorde
Es un todo en el despertar del sueño del recuerdo.
Y porque el río es también volumen
Y masa acumulada de energía
Que se despliega hacia el océano
Se puede asegurar
Que es como la materia infinita
En movimiento perpetuo.
La primera vuelta se detiene un instante
En la rueda calendárica:
1537: Lempira reúne 30.000 lencas
Que se insurreccionan
Contra el invasor español
En la tercera parte del territorio
Pero una traición lo derriba
Desde el punto más alto del Congolón
Asesinado por un disparo de arcabuz tenebroso.
Es la primera estación del río diverso.
Luego, en 1827 surge la batalla de La Trinidad
El segundo momento del recodo
Del río circular que se detiene
En el campo inmarcesible del sustento,
Francisco Morazán recorre la cintura americana
Con su ejército masivo de hombres utópicos
Que sueñan una república de vértice luminoso.
Pero otro asesinato de viento endurecido
Arrasa el límite de la espera
Que es el verde horizonte de los sueños.
Es la segunda estación del río diverso.
En 1954, una pólvora incendia
Los campos del banano arremolinado
En las riberas de los ríos asamblearios,
Es el fuego que fulmina
Las raíces enhebradas de injusticia.
Y otra vez, la traición con rostro
De virgen endurecida
Hunde sus colmillos de bestia sedienta
Y desgaja los frutos arcaicos
Del desborde punzante.
Es la tercera estación del río diverso.
En 2009, de nuevo la tierra estremecida
Respira fulgores,
Arterias que empujan con fuerza
Fluviales retornos de la almendra,
Todo era una flama de vigilia
Con fronda de pájaro primogénito
Y así, otra vez el dragón
De las siete cabezas cavernícolas
Lanzó el fuego abominable de muerte
Con dentelladas de ratas mortales
Que sádicas roían el brazo cósmico
Del párpado que sueña.
Es la cuarta estación del río diverso.
¿Qué hemos sido
Camaradas, compañeros,
Desde entonces?
¿Somos acaso la pluma soplada
Por algún viento inexorable?
¿Somos la hoja del árbol
Barrida en el colapso?
¿Somos la nube disipada
Por el sol candente?
¿Somos la casa derrumbada
Por el terremoto inescrutable?
¿Somos la piedra del estorbo
En el camino irrenunciable?
En fin: ¿Qué nos deja la herencia
En el río que acaece?
6
Berta Cáceres,
Hija de los ríos de augusta
Claridad efervescente,
Voz que deambula y crece
En las riberas pedregosas
Donde los dioses bajan
A beber el agua eterna,
Palabra que recuerda el tono permanente
De los próceres vertidos
En el torbellino que sulfura,
Gesto de la mano que señala
Agujas temblorosas en la brújula.
Berta Cáceres, fémina radiante
Que surge toda humedecida como una flor de agua
Que navega en los remansos y remolinos
Del río que la procrea siempre sin detenerse
En el ojo límpido de las congregaciones.
Berta Cáceres, vocablo rumoroso
Que convoca a todos los bienes
Que la naturaleza posee
En la entraña volcánica de la espesura.
Y entonces vienen los ríos, los lagos y las lagunas
Con sus pies de agua que ruge
Y vienen las montañas, los cerros, las cúspides,
Caminando con pie de gigante estremecido,
Y vienen los venados, los tigres, las tortugas,
Los cenzontles, los quetzales, los guazalos,
En fin, la fauna entera llega,
Y también se desplazan los minerales, la plata, el oro,
El tugsteno, en fin, van llegando hacia
El lugar donde Berta Cáceres emprendió el vuelo
Donde las águilas le entregaron alas
Del tamaño de la tierra,
Los jaguares le dieron la parda vestimenta
Que posee manchas mágicas de inmortales
Sueños humanos y recurrentes
Los pinos le cedieron esa altura que conversa
Con los riscos y los cielos encapotados algunas veces
Y claros como un sol perfecto
Y todos a la voz de una le fueron concediendo
Estas y aquellas virtudes del planeta
Desde el más simple de los aromas
Hasta el más complicado remolino de la aguas
Que bajan turbulentas o tranquilas
Hacia el océano inmenso que existe
En la utopía mayor del mundo:
“Ríos del mundo uníos”.
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