El virus del progreso

19/03/2020
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En Australia y Estados Unidos, la gente se ha peleado por el papel higiénico. En muchos países el gel anti-bacterial se convirtió en objeto de confrontación. En Venezuela, el viernes 13 (día cuando anunciaron oficialmente los primeros contagios por el coronavirus Covid-19) los precios del alcohol y de los tapabocas alcanzaron, en pocas horas, niveles exponenciales.

 

Las cadenas de farmacias, en el caso de nuestros país resultado de una acelerada y tolerada concentración monopólica que absorbió a las farmacias tradicionales, están incrementando extraordinariamente su flujo de caja (una parte en dólares que no le reportan al Estado) al mismo ritmo que aumenta la desesperación de la gente

 

Un virus que nos confina (¿a reflexionar?)

 

Francisco de Goya, tituló uno de sus grabados con una expresión muy oportuna para el caso: “El sueño de la razón produce monstruos”. El virus, está causando terror, pero también está desnudando el carácter del sistema capitalista que se consolidó en el siglo pasado.

 

Hay dos versiones sobre el origen del coronavirus, y ambas llevan a reflexión. Una, que el agente patógeno fue creado en un laboratorio de un país “desarrollado”, dentro de la nefasta planificación de la guerra bacteriológica. Otra, que el virus logró trasmitirse de un murciélago al ser humano.

 

La primera hipótesis, aunque pueda estar dentro del marco de la teoría de la conspiración, no debe ser subestimada, dado que la guerra entre potencias -desde hace mucho tiempo- ha dedicado recursos para crear agentes químicos y biológicos para destruir, en masa o selectivamente, seres humanos. En este caso, de ser cierto, nuevamente se demuestra que el “progreso” del conocimiento científico no necesariamente está al servicio del avance de la humanidad, sino al servicio de poderes fácticos, con gran influencia geopolítica en el capitalismo mundial.

 

La idea positivista de progreso, partía del supuesto de que la razón triunfaba sobre la oscuridad. Ciertamente, los descubrimientos científicos permitieron mejoras sustantivas no sólo en la salud sino en todos los aspectos de la sociedad, y especialmente en la producción de bienes y servicios.

 

En los años de la segunda posguerra, la palabra “desarrollo” integró la idea de progreso con otras categorías como evolución, crecimiento, industrialización, riqueza…Pero el desarrollo, definido claramente en el capítulo 4 del conocido discurso presidente Harry Truman en 1949, nació a la par del uso retorcido de la “razón” para matar a millones de seres humanos.

 

El “desarrollo” tuvo entre sus parteras a la “bomba atómica”. En nombre de la libertad, del “mundo libre” y de la democracia, se lanzaron dos cargas atómicas sobre una población indefensa, que fue calcinada y sus sobrevivientes tuvieron una agonía bajo los efectos horribles de la radiación. No son teorías conspirativas, son hechos históricos, lamentablemente son hechos: Nagasaki e Hiroshima.

 

Cuando los que se creen dueños del mundo y pueblos elegidos por un poder celestial, utilizan la ciencia no para crear bien sino para crear mal. Hasta ahora ningún presidente estadounidense ha pedido perdón por este pecado, tal como se estila hacer cuando acuden a las ceremonias religiosas.

 

Podemos enumerar muchos eventos de guerra donde la utilización del talento, del conocimiento, justificado por principios “superiores”, sirvió a la muerte. Hitler y los experimentos para lograr la pureza de la raza. En la guerra de Vietnam se utilizó el agente naranja, que paradójicamente no sólo afectó una población que se había empeñado a combatir la dominación imperial en su territorio, sino que afectó a los soldados estadounidenses que estuvieron expuestos a este producto de la industria de la guerra bacteriológica y química Made in USA.

 

Entre los años 1932 y 1972, en la ciudad estadounidense de Tuskegee (Alabama) se llevó a cabo un experimento con la población negra para observar la progresión natural de la sífilis. Lo tenebroso del estudio clínico, conocido como experimento Tuskegee, es que lo realizó el Servicio de Salud Pública de Estados Unidos, bajo engaño en una población de seiscientos aparceros afroestadounidenses, en su mayoría analfabetos.

 

En 1997, Bill Clinton pidió perdón por este hecho y su esposa Hillary Clinton hizo lo propio, en 2010, pero por un caso similar en Guatemala, cuando en los años 1940, el mismo Servicio de Salud Pública de EEUU infestó de sífilis y gonorrea a casi 700 guatemaltecos para estudiar estas enfermedades en seres humanos que, evidentemente, consideran razas inferiores.

 

De seguro, los resultados de estos estudios contribuyeron con el progreso de las corporaciones que desarrollaron vacunas y tratamientos. De seguro, Wall Street no pedirá perdón. Ni los médicos que participaron en el estudio (en uno de los casos, abiertamente estos doctores eran racistas) son tan conocido como Josef Mengele.

 

¿Qué sociedad puede ser genuina representante del progreso de la humanidad, de la libertad y de los valores democráticos, cuando tiene en su conciencia este expediente genocida?

 

Tenemos razones para sospechar y dejarnos influenciar por las teorías de la conspiración.

 

Cavernícolas y murciélagos

 

La segunda versión sobre el origen de la pandemia del coronavirus, se convertiría en un gran paradoja: ¿cómo un organismo con el cual convivieron nuestros antepasados en las cavernas, y que compartimos con los murciélagos, pone en cuarentena al mundo, a la sociedad de comienzos del siglo XXI? Produce una emergencia en una sociedad que está buscando vivir en marte, que ha desarrollado la ciencia y tecnología a niveles insospechados hace apenas 20 o 30 años.

 

Este virus, agazapado – muchísimo tiempo- en la oscuridad, húmeda, entre excrementos y secreciones de murciélagos salió a invadir nuestros cuerpos con una eficiencia impresionante.

 

El encierro y el terror al que nos somete nos hace conocer testimonios valiosos. Durante la cuarentena, el aire se limpia de la contaminación que genera el “progreso”, el “desarrollo”, la industrialización y la explotación del trabajo. Las aguas de los canales de Venecia se hacen cristalinas y los peces nadan libres de viscosidades. Los países petroleros, de nuevo, descubrimos nuestra vil dependencia y la adicción que ha creado. Valoramos el tiempo libre, el ocio, vemos que nuestros hogares son principalmente refugios.

 

Ponemos a prueba las relaciones humanas con quienes compartimos este espacio y con la comunidad. Valoramos la información, el conocimiento y el derecho a la salud. La solidaridad es más poderosa que el egoísmo

 

Igual, tomamos conciencia que es una sociedad que le paga millones de dólares a futbolistas, basquetbolistas o beisbolistas por el solo hecho de tener habilidades extraordinarias para manipular un objeto esférico; que hace multimillonarios a banqueros por manejar el dinero de otros…mientras que a los investigadores científicos, profesores, maestros, enfermeros, policías, bomberos, trabajadores de la cultura se les paga una miseria, no sólo en la periferia o semiperiferia subdesarrollada sino (relativamente) en los mismos países denominados desarrollados.

 

Por supuesto, como siempre, los más expuestos y perjudicados serán los de siempre, los que no tienen cuentas en dólares en el exterior, los que no viajan frecuentemente al primer mundo para satisfacer su vida de consumo imitativo; aquellos que, para sobrevivir, tienen que alquilar su fuerza de trabajo a cambio de un salario que hoy, en nuestro caso, la hiperinflación ha colocado a niveles de miseria. Los condenados de la tierra (F. Fanon).

 

No sabremos tal vez cuál fue la causa que sacó al coronavirus de su nido, ni cual fue su gestación, porque hay demasiados intereses en juego para que la verdad aflore. Lo cierto es que las compañías farmacéuticas que ya están anunciando las posibles vacunas, y tratamientos, serán las grandes ganadoras. Investiguemos quienes están detrás de estas firmas, de seguro saldrán apellidos cercanos a los círculos de poder político y económico que controlan los países “desarrollados”.

 

Los monstruos producen la razón y las razones.

 

José Félix Rivas Alvarado

Economista, Msc. en Desarrollo Económico, profesor de Teorías del Desarrollo y del Subdesarrollo, en la Escuela de Economía de la Universidad Central de Venezuela. Analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (www.estrategia.la )

 

http://estrategia.la/2020/03/18/el-virus-del-progreso/

https://www.alainet.org/en/node/205351
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