Paraguay y un cambio de gobierno clave para recuperar el independentismo
- Opinión
Entre el 14 y el 15 de mayo de 1811 el Paraguay declaró su independencia. Fue la primera manifestación plena de uno de los actuales países de la región. Desde entonces han pasado nada menos que 209, pocos para la historia humana, pero muchísimos si se considera que en ese período hace una docena, por vez primera, una fuerza política le cedió el gobierno a otra. El reemplazo de Nicanor Duarte Frutos y su Asociación Nacional Republicana (Partido Colorado) por Fernando Armindo Lugo al frente de la Alianza Patriótica por el Cambio (APC) es ese primer relevo apelando a un mecanismo electoral. En estos dos siglos sólo ello aconteció por vía de la violencia.
La asunción de Lugo tuvo varias características de trascendencia, amén de esa condición histórica de tanta importancia. Tal vez, mayoritariamente, para la cantidad de asistentes extranjeros a la ceremonia y hasta para algunos paraguayos, dentro de la variopinta y hasta contradictoria representatividad de todos ellos, hayan pasado inadvertidos algunos gestos simbólicos del entonces nuevo presidente. Por empezar su vestimenta que, siguiendo la línea inaugurada por el boliviano Juan Evo Morales, que reivindica a los pueblos originarios, rompe con las formas de la urbanidad occidental del traje y la más reciente corbata inventada ya avanzado el Siglo XX.
Muchos creerán que la camisa con la que pronunció un estentóreo “Sí, lo juro” tuvo relación con su condición de religioso, ya que tenía algún parecido con la vestimenta informal de los clérigos. Pero no. Lugo se apareció con la clásica camisa del mariscal Francisco Solano López, a quién luego reivindicó en su discurso. Discurso que no debe haber agradado, entre la melange de asistentes, a exponentes de la derecha argentina allí presentes como a las delegaciones del macrista PRO y de la Coalición Cívica.
Y por si fuera poco reivindicó un par de veces al gran revolucionario latinoamericano que fue el presidente José Gaspar Rodríguez de Francia, vilipendiado por la historiografía liberal. La reivindicación explícita de Rodríguez de Francia fue seguida de otras implícitas a medida que fue delineando su futura gestión gubernamental. En primer lugar, cuando leyó la carta que aquél redactara y dirigiera al gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata el 25 de julio de 1811, hacen hoy exactamente 209 años, la junta de gobierno paraguaya donde, a la par que reivindicara la ruptura con el tradicional amo español, se manifestara la decisión de no aceptar hacia el futuro ningún otro vasallaje. Lo mismo que hizo incluir José Francisco de San Martín en el acta de la Independencia argentina en 1816.
Los mayores aplausos a su discurso -amén de los propiciados por la multitud que enarbolaba banderas de fuerzas de izquierda- entre los ocupantes de los lugares reservados a los invitados especiales, partían de políticos, intelectuales, religiosos y otros que también se inscriben entre los partidarios de los grandes cambios sociales. El teólogo de la liberación brasilero Leonardo Boff rebozaba de satisfacción cuando Lugo se comprometió a defender los bosques naturales aún supérstites en el Paraguay y a impulsar proyectos comunes en la materia con los estados vecinos. Boff asesoró a Lugo en la materia.
Desde la “popular” los mayores aplausos se hicieron notar cuando habló de la cuestión aborigen y de la problemática de la niñez y la infancia. El ex obispo de San Pedro estableció dos clases de especialmente favorecidos para el futuro de la sociedad paraguaya. Como al estilo de aquél “los únicos privilegiados son los niños” de la Constitución social argentina de 1949. En este caso los privilegiados, para los que no utilizó tal denominación, fueron los aborígenes y los niños, quienes, según manifestara son, incluso hasta hoy, ignorados por los estamentos del poder y, particularmente, por la justicia.
Su relación con la tradición de las antiguas etnias de la región la ratificó, además, al exponer su pensamiento, en diversas oportunidades, a lo largo de su prolongado discurso, en la lengua guaraní, con el añadido de garantizar la inviolabilidad de las tierras de esas comunidades, a las que no podría aspirar ningún “blanco”, según enfatizó.
Un tramo importante fue el destinado a comprometerse a frenar la diáspora paraguaya. En tal sentido dio las gracias a los argentinos, personificados en la presencia de la “presidenta Cristina” Elisabet Fernández, por haber dado trabajo a millones de paraguayos desde los años 1930, sobre todo en la industria de la construcción. Emigración que en las últimas décadas también apuntó hacia otras regiones del planeta como Europa y los Estados Unidos de América. Emigrantes que en la actualidad representan el tercer ingreso de recursos del Paraguay mediante los giros que realizan a sus familias, tema que no fue mencionado por el asumido presidente quién, por el contrario, expresó que aspira a que en un porvenir no lejano cada paraguayo pueda ganarse dignamente la vida en su país.
En ese marco señaló la importancia de la cuestión de la tierra, comprometido como estaba desde la campaña electoral con la cuestión de la reforma agraria. Y también habló, implícitamente, de las relaciones con la Argentina y el Brasil, fundamentalmente con este último, por el reparto de los beneficios de las represas de Yacyretá e Itaipú. Fue cuando señaló que algunas cuestiones nacionales en realidad son binacionales y que, en ese marco de integración, en el cual dijo creer, lo que deben primar son los hechos de legítima justicia, más allá de algunos argumentos meramente jurídicos. Fueron importantes los avances logrados en esa materia que fueron impulsados por el ingeniero Ricardo Canese, el probable candidato a la presidencia en las próximas elecciones impulsado por el propio Lugo.
Lugo, que se comprometió a luchar por “justos, los débiles y los perseguidos”, reconoció que no hay plazos estimables para encontrar soluciones y pidió ayuda al conjunto de la población, sin banderías. El tema no parece ser fácil. Sus fuerzas propias en el parlamento son escasas, aunque cuente con una manifiesta adhesión popular. Sus propios aliados del Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA) se manifiestan insatisfechos porque consideran que no han cobrado lo suficiente en la composición del nuevo gobierno. Un 80 por ciento de los liberales parece estar dispuesto a tener paciencia, pero otro 20 por ciento da radicalidad a sus reclamos como lo demostró cuando unos años después se sumó al coloradismo para destituir a Lugo mediante un golpe blando desde el parlamento.
Desde el derrotado coloradismo los mayores problemas surgieron del saliente Duarte Frutos y sus tropas, algo que se suma al rechazo de la APC para aprobarle su diploma de senador electo. Algunos acuerdos trasuntaron que podía llegar a tener alguna colaboración de la Unión de Ciudadanos Eticos (UNACE) encabezada por el general Lino César Oviedo, lo que quedó reflejado en las palabras de Enrique González Quintana, quién en representación de esa fuerza presidía el Senado paraguayo, y quién comprometió un espíritu colaborador mediante un discurso en el que predominó el guaraní por sobre el castellano.
Un discurso importante en tales circunstancias, y en un acto al que, finalmente, no asistió el dictador de Guinea Ecuatorial, Teodoro Obiang –el mismo al que cuestionó severamente en su momento la presidenta argentina Cristina Elisabet Fernández-, a pesar de haber anunciado su presencia, y en el cual no fue mencionada la presencia del secretario de Comercio de los Estados Unidos de América, Carlos Gutiérrez, quién sí estuvo sentado entre los asistentes, uno de los cuales, el presidente de Taiwán, Ma Ying-jeou, debe haber seguido todo con mucha preocupación ya que un tema en discusión a saldarse en el futuro gobierno de Lugo es saber si mantendría las relaciones diplomáticas con la provincia china rebelde o si las dejaría de lado para establecerlas con el gobierno de la verdadera China que, en aplicación de la “Doctrina Zhou” (por el ex canciller Zhou En-lai), no acepta intercambiar embajadores con aquellas naciones, hoy muy pocas, que las mantengan con las autoridades aposentadas en Taipeh que siguen contando, hasta la fecha, con el respaldo colorado que acaba de rechazar la ayuda de la República Popular China para la lucha contra la pandemia del coronavirus.
- Fernando Del Corro es periodista, historiador, docente en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires.
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