La mercancía invisible. Sexismo, terapias y verdades

24/06/2021
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Octavio Paz una vez advirtió que entre uno de los más grotescos despropósitos del siglo XX estaba el de haber convertido el cuerpo de la mujer en un objeto de la sociedad de consumo. Esta aberración es solo uno de los elementos que han contribuido a devaluar la imagen de lo femenino en el ámbito de una sociedad edificada por el capitalismo en el siglo pasado, a través de las distintas ramificaciones que la publicidad despliega por todos los medios para desfigurar la imagen y la función de la mujer. Es apenas un elemento menor dentro del trato que se le ha dado a la mujer en la llamada modernidad industrial. Primero, están las ya sabidas funciones domésticas y de procuradoras de hijos, de trabajadoras del hogar y de todo lo que ello implica (cocina, mantenimiento, crianza, benefactora amorosa, etc.) sino que también la mujer pasa a ser receptora pasiva de la injusticia, maltrato verbal o físico y finalmente violencia.

A conciencia de ello, las mujeres debieron buscar trabajos en el comercio, la administración pública o privada y la industria para ganarse la vida. Después, si tenían suerte, debían estudiar para conseguir una carrera universitaria o técnica que les permitiera liberarse del autoritarismo, el machismo y el paternalismo. En efecto, la sociedad daba preeminencia al hombre para ejercer estos trabajos de obrero, empleado, profesional, técnico o trabajador en la burocracia estatal, mientras las mujeres quedaban relegadas a un plano secundario o doméstico.

 

Las mujeres a la vanguardia

Poco a poco, los movimientos feministas fueron configurando una filosofía cuyos logros irrumpen en la ciencia, la técnica, la literatura y el arte, equiparando sus obras a las del sexo masculino. En Europa, los Estados Unidos y América Latina numerosas mujeres irrumpieron en todos los campos del conocimiento y el saber, de modo que ya no fue posible ignorarlas, con obras sólidas en todos los terrenos. De este modo, las mujeres comenzaron a ocupar cargos públicos en congresos, tribunales, cortes, organizaciones internacionales y presidencias de países hasta puntos que a veces superaron a las de los hombres. A la par de ello, la institución del matrimonio deja ver sus fisuras, por todo sus componentes machistas y autoritarios. Los divorcios, separaciones y rupturas familiares se hacen cada vez más frecuentes, con las correspondientes consecuencias nefastas en hijos, nietos y allegados.

En verdad, este maltrato perpetrado a la mujer deja ver, paralelamente, no sólo el injusto trato sobre ella, sino también la crisis de la sociedad en su conjunto; esto es, el engranaje social funciona de modo tan deficiente en su estructura interna, que se rompe por el lado más débil. La sensibilidad femenina es percibida entonces como algo frágil cuando en verdad es todo lo contrario: es un nexo fuerte, me atrevería a decir un nexo mucho más fuerte que el nexo masculino en el sentido de que la mujer, vientre paridor, es precisamente el nexo primigenio, aun cuando el semen masculino aporte el esperma que va a gestar la vida dentro del útero, y seguirá procreando y protegiendo a la prole. Justamente, es estos oficios y labores donde el sistema capitalista explota la fuerza del trabajador y lo aliena a su ideología, la va condicionando a labores duras, rudas, donde la fuerza física y la resistencia corporal son lo principal, y somete al varón a agotadoras jornadas de trabajo de cualquier tipo, hasta anular sus fuerzas.

Al mismo tiempo, la ideología del consumo y del trabajo alienado sólo hace una tregua durante los fines de semana para ocios, paseos, diversiones. turismo o fiestas, o, por lo contrario, el sencillo descanso de reuniones familiares acompañadas de música o licor, lo cual a la larga va generando desgaste y rutina, incluso para los niños: televisión, cine, paseos a la playa o el campo, comidas adictivas, chucherías, visitas a parques o museos. La cultura, que en este caso puede hallarse en museos o bibliotecas, se convierte también en una suerte de diversión o pasatiempo que a su vez va conformando una rutina. Mientras los niños crecen y llegan a una adolescencia de por si problemática, comienzan los propios problemas serios: conformación de la personalidad, control de las adicciones, asedios de los posibles vicios, desenvolvimiento del eros y definición de las vocaciones que, si no se vigilan u observan, pueden convertirse en los primeros problemas reales del individuo; si en el núcleo familiar tales conflictos no se resuelven a tiempo, como bien lo señaló Sigmund Freud, el eros desarrolla su parte destructiva (tánatos) o se acerca a la ambigüedad mediante manifestaciones homosexuales o lésbicas que, de no encauzarse bien, pueden convertirse en traumas mentales.

Todos estos procesos psíquicos gestados en plena sociedad capitalista avanzada dan lugar a su vez a un individuo profundamente traumado, escindido interiormente, cuya personalidad busca expresarse a como dé lugar mediante satisfacciones sexuales onanistas o narcisistas. Hago referencia a los traumas mentales y sexuales porque en ellos radica buena parte de las causales de la alienación, el desamor, la dejadez, la indiferencia, el desprecio. Se trata, evidentemente, de un problema estructural y requiere de un estudio más profundo de la individualidad donde ambos seres, el hombre y la mujer, lo masculino y lo femenino, aparecen íntimamente ligados y cuyo análisis debe afrontarse también de modo completo. Si bien es cierto que una sociedad patriarcal y autoritaria ha marcado este proceso en el cual nos hallamos involucrados todos sin distingos de profesiones u oficios, entonces las posibles soluciones serán también holísticas, tomadas en conjunto, analizadas desde su origen. De modo que no hacemos mucho con culpar o responsabilizar a éste o a aquel sexo o responsabilizar a determinado estamento, si no hacemos una revisión profunda de las falencias y equivocaciones de fondo, para atacar así los problemas en su raíz.

En la misma medida en que una sociedad machista y autoritaria va creciendo, la resistencia feminista va ofreciendo nuevas salidas a los problemas sociales, políticos y afectivos del ser humano en convivencia; los avances de las mujeres a través de nuevas ideas comienzan a posicionarse desde el siglo diecinueve en el terreno intelectual. Cuando llego a este punto, siempre surge la figura de Mary Wollstonecraft, una de las primeras defensoras de los derechos de la mujer en Inglaterra (y creo que en toda Europa), madre de la gran novelista de ficción Mary Shelley, autora de Frankenstein (1818) y de otras novelas y relatos magistrales de la literatura inglesa; lo cual me permite relacionarla a otras grandes escritoras inglesas como las hermanas Charlotte y Emily Bronte, a Jane Austen, Leonora Carrington, y a otras francesas como George Sand y Simone de Beauvoir. Tenemos una gran cantidad de escritoras y filósofas en América que sería muy arduo nombrar aquí por no poder citarlas todas. En el siglo XX tendríamos que hacer énfasis en Simone de Beauvoir cuyo libro El segundo sexo abre un nuevo compás para el acercamiento al feminismo y a las posibilidades antropológicas y sociales de interpretar el rol de la mujer en todos los estratos de la vida contemporánea.

A medida que las mujeres fueron ocupando cargos importantes en la política y la administración públicas, se fueron ampliando los espacios de participación, y a la vez aportando otras perspectivas para hacer justicia a sus demandas de participación en cuerpos deliberantes, congresos, parlamentos y asambleas, comunidades y liderazgos sociales. en la medida en que esto se fue produciendo, también se fueron operando cambios cualitativos en el orden social y en la transformación de la ciudadanía. Pero asimismo vimos lo contrario: muchas de las mujeres que estaban destinadas a promover un cambio cualitativo, se plegaron a los esquemas de corrupción y burocratismo, que fueron los elementos más nefastos para impedir el funcionamiento de las instituciones. Como bien lo expuso Carlos Marx, la economía dependiente del gran capital ostentado por la clase burguesa, y manejado por las entidades financieras, perpetuaron la explotación de la fuerza de trabajo y afectaron a las economías dependientes de nuestros países, los cuales obedecieron por muchos años a la economía del gran capital en Europa y Estados Unidos, y configuraron un orden mundial que les permitió un dominio completo de las economías locales, mediante la bancocracia internacional. Esta situación de dominio ideológico afecta a todos por igual, no distingue entre hombres y mujeres, jóvenes, niños, adultos o ancianos. De modo que los hombres debemos ser conscientes de las luchas de las mujeres y solidarizarnos con ellas, y las mujeres a su vez ser conscientes de que su lucha no puede ser contra los hombres o contra un sistema ideado por hombres para perjudicarlas, sino un sistema que justamente hace una brecha más grande cada día para que nos desliguemos unos de otros y no podamos entender los problemas como totalidad, sino a través de puros epifenómenos, de meros hechos circunstanciales que nos impiden comprendernos en igualdad de condiciones.

 

Femicidios

Uno de los fenómenos más sórdidos y lamentables es el del femicidio. Es un verdadero problema que está afectando a las mujeres principalmente, por supuesto, pero que no puede ser abordado sólo como un problema de los hombres contra las mujeres, o como un problema de un sexo contra el otro. Este es un problema que se origina en la psique, pues se trata de un asunto esencialmente irracional. El sexo débil no es la mujer ni tampoco es el hombre. El sexo débil no existe por definición. El hombre en todo caso posee mayor fuerza física que la mujer, pero no necesariamente se traduce en un dominio mental o personal del hombre sobre la mujer. En este caso, y según la conceptuación actual sobre este tipo de hechos, el femicidio se transforma en feminicidio, es decir, cuando el Estado no condena el hecho y se convierte en cómplice legal del femicidio. Los problemas de femicidio se deben en su mayoría a asuntos de amor traicionado, o a violencia producida por excesos de alcohol o drogas que potencian la violencia e incentivan a su vez la celopatía. El afecto amoroso, cuando es “traicionado” o cuando se ejecuta debido a un engaño de uno de los dos sexos al verse amenazado o ejecutado por un tercero, toma la forma de una pasión ciega que se apodera del individuo y se vuelca sobre la humanidad de la otra persona al sentirse impotente, pues se percibe incapacitada para racionalizar el arrebato colérico y entonces se vuelve violenta, pierde completamente el control y se desboca con una fuerza destructiva sobre su semejante, como si se tratara de su peor enemigo. asesinado o matando a su consorte, amante, esposo, su novio o novia; el amante traicionado apela a sus instintos básicos y convierte en ira ciega: lo que antes pudo haber sido un sentimiento genuino de cariño; la impotencia para controlar la llamada traición (que puede ser real o imaginaria), se transforma en un arrebato cuyos efectos son mortales. Una vez vuelto en sí, el asesino o la asesina se percata del acto atroz y reacciona, o bien negando el hecho u ocultándolo, o cometiendo suicidio. Entonces entra en acción la ley y castiga al asesino, pero ello no es suficiente porque una vez en prisión o en el centro de salud, el asesino tiende a acentuar su enfermedad, culpar la sociedad o terminar en la locura, atormentado por las consecuencias de su acto.

Aquí los consejos que puede proporcionar un psicólogo o un psiquiatra son mínimos y progresivos, pues los tratamientos mentales requieren de una terapia y no se curan con medicamentos. A menudo estos centros de salud se mantienen en condiciones precarias o son muy onerosos, y pocos pacientes sanan o mejoran su salud. De modo que el asunto de los femicidios se agrava cuando nos cercioramos de que realmente lo que está enfermo es el sistema, la estructura social injusta, inoperante, que actúa sobre el individuo de manera implacable. Por supuesto, no podemos echar la culpa de todo a la sociedad o al Estado, pero en los casos de violencia sexual ésta se halla alimentada por una serie de factores provenientes de la educación, el cine, la publicidad, la promiscuidad, la desigualdad, la inequidad, el racismo, las drogas. También, en menor número, las mujeres asesinan a sus consortes o amantes por las mismas causas, cuando se ven amenazadas o asediadas. Se trata, pues, de uno de los problemas más complejos que encara la sociedad.

 

La revancha de las mujeres

En las últimas décadas, las mujeres han venido mostrando mayores habilidades que los hombres justamente porque la mayoría de las relaciones sociales y gremiales ideadas por hombres han fracasado, y porque las complicidades de poder instrumentadas por hombres han degenerado en círculos viciosos. Las relaciones de poder político y económico se imponen sobre las necesidades de la ciudadanía y entonces surgen las complicidades automáticas de poder, propiciadas por la acumulación de capital, empresas de maletín, desfalcos, comisiones, contratos ficticios, contrabando, economías alternas basadas en el tráfico de estupefacientes o armas, especulación inmobiliaria o bancaria. Esto se produce indistintamente en sistemas que pueden ser capitalistas, socialistas, comunistas, de derecha o de izquierda, no importa el rótulo que se use, las transacciones continúan haciéndose del mismo modo una vez lograda la ubicación del individuo en la alta esfera de poder y de capital, indispensable para emprender una nueva campaña que permita mantenerse en ese poder el mayor tiempo posible, el cual se regenera al modo de una adicción, de una droga o de un paraíso artificial.

Por otra parte, las mujeres poseen herramientas distintas a los hombres para ejercer poder y cargos directivos o gerenciales. Tienen un lenguaje distinto; tanto verbal, corporal o de vestimenta. Siendo de facciones o miembros más delicados o sinuosos, las mujeres requieren de más cuido corporal; sus órganos son más sensibles y delicados y requieren de mayores cuidados; sus tejidos capilares se desgastan con mayor rapidez que los del varón, por lo cual deben usar todo tipo de cremas, afeites, polvos o coloretes, especialmente en la piel, el rostro o el cabello; sus movimientos son distintos y poseen mayores recursos de seducción física que los hombres para atraer con gestos, olores, colores; la mujer habla más directamente con el poder de su sexo que el hombre. El hombre no; el varón es simple, directo, va el grano, desea resolver rápido las situaciones y pasar de un asunto a otro con mayor prontitud, manejando todo con una mayor capacidad física o inteligencia práctica, más elemental, mientras la mujer apela a un lenguaje más gestual, simbólico, de recursos sugeridos o de doble significado, envía mensajes simultáneos de connotaciones diversas.  La mujer, además de ser madre, es esposa, amante y fuente de afectos, fundadora de hogar; de ahí su apego al domus, a la casa; mientras el hombre se maneja mejor al descampado, en la lucha callejera, en la conversación directa en espacios públicos; no cuida mucho de su aspecto físico y está más pendiente de acumular bienes o de construir argucias prácticas.

 

El eros del varón

Pero, por otra parte, el eros del hombre suele ser más complicado. Madura lentamente, es más frágil, se rompe fácilmente con cualquier golpe y se ancla al dolor, por lo cual le cuesta superar las desilusiones amorosas o rupturas carnales; el hombre se refugia a veces en la mujer consorte como en una madre, o, por lo contrario, consulta ideas privadas a su madre como si se tratara de una amante. Mientras, la mujer ve en su padre a un tótem insustituible. Las transferencias simbólicas del hombre y la mujer son completamente distintas, o mejor, operan de modo inverso. Freud explicó estos fenómenos mediante la teoría de los complejos (de Edipo, de Electra, de Filia, etc.) para indicar las complicadas formas del apego de la psique en su relación con el sexo, y generalmente acertó. Al mismo tiempo, se ha estudiado el comportamiento de las hormonas sexuales (feromonas) en el momento del cuerpo emitir mensajes sexuales que tienen una inmensa repercusión en los comportamientos sociales, y en nuestro caso están asociadas a las actividades políticas y a la capacidad de ejercer poder o asumir responsabilidades públicas.

Dispense el lector estas digresiones. Lo que pretendo indicar, en todo caso, es la complejidad del comportamiento social de la mujer en los últimos años, en los terrenos social y gerencial. Cansada de sobrellevar yugos varoniles y pudiendo descifrar los intereses inmediatos del hombre, la mujer tiene ahora la oportunidad de desplegar sus posibilidades más allá del yugo de un matrimonio, o de esquemas societarios preconcebidos. Se han puesto a la vanguardia.

 

Homosexualidad

Por otra parte, los homosexuales presentan dos caras básicas: la activa y la pasiva. En la activa el homosexual se muestra orgulloso de serlo y da rienda suelta a sus pasiones, se realiza; su sexualidad se deslastra del complejo social y puede hasta sentirse como una persona de vanguardia, reclama sus derechos y es escuchado. El homosexual pasivo a menudo siente vergüenza de serlo, esconde sus impulsos, se mimetiza, enmascara sus deseos y no encara su condición plenamente. El homosexual activo, urbano, de vanguardia, se mueve en un contexto social amplio con amistades y relaciones y crea nuevos modos de relacionarse que imitan un progresismo ilimitado, una conducta nueva transgresora, audaz. desenfadada, aunque generalmente solo imita actitudes aprendidas o se apega a ciertas tendencias de la moda.

En la homosexualidad femenina ocurre otro tanto. La lesbiana activa no deja de ser femenina y usa sus encantos para seducir. La lesbiana dotada de conciencia feminista se convierte en portadora de ideas nuevas y reacciona contra los desmanes del machismo, crea tendencias ideológicas y busca zafarse de limitaciones impuestas por hombres; mientras la lesbiana pasiva no se atreve a dar el paso de hacer público su sentimiento, disfruta en su fuero interno el placer sexual y se va desprendiendo de la dominación masculina poco a poco. Homosexuales y lesbianas --bajo el nombre genérico de heterosexuales o sexo diversos-- han estructurado gremios para luchar por sus derechos y han hecho logros significativos. En algunos casos, la lesbiana adopta actitudes no femeninas sino más bien hombrunas y se presenta como dominadora de situaciones.

 

Prostitución

El tema de la prostitución también es muy complejo. La prostituta vende su cuerpo como mercancía en una relación de cliente que ofrece un servicio sexual a una persona, sin comprometerse anímicamente. Pero la prostitución ya se ha convertido en un gran negocio dentro de la sociedad capitalista. El lupanar, el burdel o la casa de citas conforman una empresa donde además de sexo se expende diversión, licor, drogas, música, escapismo, placer fácil y adictivo, que son justamente lo que necesita el capitalismo para mantener a la sociedad embebida en placeres momentáneos, sin ningún tipo de responsabilidad social. El erotismo se convierte en pornografía y la pornografía a su vez en una transgresión social en sí misma, que va enfermando la relación sexual hasta desfigurarla. La industria sexual entonces se provecha de esto y se va esparciendo por los medios de comunicación y las redes en un segundo plano mediante concursos, programas de opinión donde no concurren especialistas sino locutores de farándula, chismografías, horóscopos que tienen al sexo como señuelo enmascarado para urdir sus guiones, condimentados luego por una publicidad de mensajes ambiguos donde el sexo es la latencia preferida, y los mismos conductores de los programas se ofrecen también en segundo plano como carnadas sexuales veladas, con asociaciones al chisme, al dato transgresor o escandaloso. El sexo adquiere así un valor de cambio conectado a la ideología, como mercancía invisible.

 

Fundamentalismo sexista

Estas consideraciones sobrepasan el campo de la objetividad para convertirse en unos códigos subjetivos, complejos, y a veces aterradores. Ser feminista y luchar por los derechos de la mujer es una cosa; convertir el feminismo en un fundamentalismo gremial es otra; ser machista consciente de hacer daño a la mujer es una cosa y activar actitudes machistas inconscientes implícitas en el sistema social de relaciones, otra. Casi todas vienen asociadas a la cultura tradicional o popular, cuando en verdad surgen muchas veces de la cultura de masas. La evidente crisis del machismo se refleja en la crisis de la familia como núcleo principal de la sociedad. Mientras, en teoría, el matrimonio funciona como contrato legal de obligaciones mutuas entre marido y mujer para construir una relación duradera y una familia, el matrimonio no funciona como tal, sino que se basa en una serie de roles que deben asumir marido y mujer ya diseñados previamente y no están casi nunca completamente claros, sino sólo delimitados. En la familia tradicional, el hombre iba a la calle a procurar el sustento material de la familia, mientras la mujer permanecía en la casa dedicada a labores domésticas, las cuales a menudo sobrepasan con creces a los esfuerzos del hombre en el sentido puramente instrumental, pues el hombre debía enfrentar por si solo en la calle y en las instituciones la mayor parte de las contradicciones ideológicas que se presentaban –y se presentan aun— en los estamentos institucionales, sorteando todo tipo de laberintos burocráticos, jurídicos y laborales destinados en su mayoría a explotar su fuerza de trabajo. El hombre también se esfuerza, pero tampoco tiene plena consciencia de lo que desea para sus hijos, sino que estos pueden ser engendrados al azar sin ningún tipo de previsión material, lo cual iría la larga en detrimento de la educación del infante. El hombre (obrero, trabajador, oficinista, burócrata, comerciante) a menudo se entrega a un trabajo que dispersa sus fuerzas, y la pareja va entrando en una rutina alienadora que va cercenando la relación sexual placentera, y se convierte en un mero acto físico de liberación carnal. El “amor”, esto es el afecto o el cariño amalgamado a la pasión o al deseo, deja de existir como tal para trocarse en una rutina de caricias mecánicas. La familia se impone sobre el hecho matrimonial en sí, que va adquiriendo rasgos inesperados o insólitos a medida que se desarrolla en medio de una serie de sucesos súbitos de los que suelen conformar la vida humana: enfermedades, escándalos, errores, fraudes, equívocos, omisiones, olvidos, en fin, el matrimonio puede volverse un círculo vicioso donde a la larga los miembros de la familia –principalmente los hijos—pagan las consecuencias de esos errores.

 

La educación

Otro de los asuntos centrales es la crisis de la educación. La enseñanza presencial proporcionada por maestros, guías y consejeros bien preparados está siendo reemplazada por una educación a distancia, remota, propiciada por instrumentos llamados “redes sociales” cuyas acreditaciones formativas pueden derivar sólo en diplomas o certificados que no tienen como objeto la edificación de una sociedad mejor, sino aumentar el currículo individual del graduado o de ingresarlo a un “mercado” de trabajo; entonces la educación pierde su norte y se convierte en mero requisito para lograr empleo o ubicarse en determinado escalafón social. En tal educación está ausente de manera obvia la educación sexual (que antes se llamaba “puericultura” y estaba sólo destinada a las mujeres) donde los hombres resultan los menos informados de los procesos físicos que sufre la mujer, antes y después del embarazo. Tampoco se educa con el norte de una educación sexual sana, como libido proveedora de energía creadora, si no que el sexo se vuelve un “peligro” en la mente de los adolescentes; si llegaran a embarazar a una joven por no conocer cuáles son sus días fértiles, y las terribles consecuencias sociales que puede sufrir ella de quedar embarazada. Los padres de la muchacha suelen buscar al responsable del embarazo y obligan al joven a contraer matrimonio para que la muchacha embarazada no pase por la vergüenza de ser una “madre soltera”, mote que funciona como estigma. En el mejor de los casos, la abuela de la creatura asume la responsabilidad de criarla, con la ayuda de su hija y a espaldas de su padre, ignorando las nefastas consecuencias que ello puede ocasionar a su desarrollo individual, quedando a veces marcados de por vida por aquel suceso.

 

Traumas

El asunto de los traumas también fue estudiado por Freud. El trauma se origina cuando el conflicto no se resuelve y se va acumulando en la psique hasta conformar un nudo anímico difícil de desatar. Los traumas generalmente se producen en la infancia y la adolescencia y se deben a violaciones, humillaciones y actos violentos de personas adultas hacia niños inocentes, a niñas púberes asociadas a taras innatas o sociales del violador, que también es otro enfermo. A veces estos traumas son históricos o culturales, provienen de situaciones de guerra, prisión, tortura, violencia doméstica, que se van transmitiendo de generación en generación por vía cultural o genética, al punto de que a veces la misma persona ignora que los sufre, pero los reproduce para librarse de ellos. Por eso no podemos dar una respuesta unívoca al asunto de los traumas, ni analizarlos solamente desde el punto de vista sintomático. El único tratamiento para el trauma es la terapia, y la terapia está basada en el dialogo analítico y en el examen del inconsciente, que se revela en los sueños y en los recuerdos. y ahondando en situaciones de la infancia, donde pueden hallarse claves para comprenderlos y acometerlos. Generalmente los temas sexuales se obvian, pues se vuelven temas “tabú”, como Freud los definía, es decir, temas intocados debido a los prejuicios moralistas. Y el sexo es el primero de ellos. El sexo casi siempre está velado o vetado, enmascarado por la ideología precisamente para poder explotarlo en un segundo plano, mediante los mecanismos ocultos de la publicidad del mercado capitalista, donde el sexo deriva en una apetencia nunca completamente saciada, pues se presenta bajo diversas formas. Primero, bajo la forma de la mujer semidesnuda, en ropas insinuantes, mostrando partes de su cuerpo desnudas a medias, de modo que permitan una emoción a descubrir o inciten a la adquisición de un producto. Al convertirse en primer símbolo de placer, a través del cual pueden alcanzarse otras cosas, la mujer sufre una metamorfosis negativa. Una imagen que la niega como generadora de un mito ancestral asociado a la madre natura, a la madre tierra o al eterno femenino, se reduce en estos casos a un producto de consumo masivo cuyo principal consumidor es el macho poderoso y el adolescente deseoso en primer plano, y en segundo plano, la propia mujer alienada, que busca simbólicamente un placer orgásmico mediante el desplazamiento continuo de los deseos. Esta lamentable imagen orquestada por el capitalismo del siglo XX a través de concursos de belleza promovidos por televisión, cine y redes, condujo a la mujer a una crisis de identidad cultural y espiritual de consecuencias dramáticas, pues creó prototipos de belleza asociados a modelos occidentales supremacistas donde lo rubio, lo blanco, lo estilizado y lo delgado, se impusieron sobre los iconos de las demás culturas africanas, negras, asiáticas o indígenas para hacerlas sentir en desventaja, y procrear imágenes asociadas al triunfo de un nuevo imperio industrial, todopoderoso, presidido por magnates, banqueros, financistas e industriales ocultos tras las máscaras de una adoración al dinero, a la capacidad adquisitiva indefinida, casi infinita, cuando en verdad es limitada y va mermando la capacidad del planeta para sobreponerse a una destrucción ambiental y ecológica inminente.

Como advertimos, el asunto del sexo y de los abusos cometidos en su nombre para humillar a la mujer, terminan devastando no sólo a la mujer sino al conjunto de la sociedad, y sobre todo a las instituciones creadas para proteger a la humanidad de abusos del poder político, que en las últimas décadas se han agravado hasta límites insospechados. Cuando una mujer toma la palabra en algún tribunal, congreso o corte para defender sus derechos, lo está haciendo también por los derechos de todos. No puede verse este hecho de modo unilateral, como una venganza de un sexo sobre el otro; o de castigar a uno para que el otro obtenga justicia con un nuevo castigo; o la revancha de una condición débil, como víctima, por parte de otra fuerte o menos explotada. En este duro camino de reconocernos como sociedades, lo importante no es generar una diatriba radical e irreconciliable con nuestros semejantes, ni promover traiciones históricas para promover infinitas retaliaciones y quedar bien con determinadas banderas o facciones, si no buscar salidas integradas y tolerantes. No podemos hacer de nuestras banderas de lucha posiciones esencialistas que van constantemente sobre los mismos tópicos y las mismas ideas. El asunto del sexo, y de los sexismos sobre él derivados, son más difíciles de lo que parecen y deben ser observados desde una posición holística, de conjunto, integrada a un todo. El contrincante ideológico más peligroso es en este caso el capitalismo de estado tornado global, que ha provocado situaciones extremadamente graves. Hombres y mujeres tenemos la misma responsabilidad de combatir y de crear nuevas formas de armonizar y convivir.

 

Radicalismos

En muchas posiciones feministas radicales, en vez de lograrse un mayor grado de concienciación sobre el asunto, se arriba a un nivel de esencialismo que no permite ningún tipo de disenso ni discusión, pues el tema se convierte en una idea cerrada, admitiéndose sólo nociones que se encuentren en su mismo campo de acción y se vuelven herméticas, impermeables a cualquier otro tipo de interacción, creando así un concepto fundamentalista. La doctrina liberal busca en teoría librar al individuo del control del Estado, abogando por su libertad y por el ejercicio de la libre empresa, que en sí no tiene nada de malo. El principal problema aquí no radica en esta opción del individuo pensante y en su libertad de acción, si no justamente en que la llamada libre empresa (o capital privado) se confabula con el Estado liberal burgués para tramar todo tipo de negocios cuyo centro no es el bienestar de la ciudadanía, pues la empresa privada aquí sirve en todo caso de vía (el dinero en este caso es el lubricante, no el fin), el aceite de la maquinaria que trabaja con la anuencia del Estado para llenar las arcas de las empresas involucradas, valiéndose de la fuerza de trabajo de los obreros, quienes aparecen encadenados a un aparato comercial y financiero cada vez más desbalanceado, donde su libertad de acción, (es decir, de opinión, de juicio, de decisión) es prácticamente nula, pues está subsumida en la gran empresa  o en caso de falso socialismo implementada por los mandatos de un partido todopoderoso como el que se halla presente en los regímenes totalitarios. De esta manera, la naturaleza misma de las empresas y de los Estados es la que impide que el individuo se auto realice como ser humano social o individual. Además, el aparato represivo siempre va a estar ahí a las órdenes del poder ejecutivo, para castigar al pueblo en caso de un levantamiento, huelga, marcha o protesta con justas solicitudes para los trabajadores.

Aquí hombres y mujeres son explotados por igual, sin distinciones; recayendo, eso sí, las peores consecuencias en las mujeres, en este caso con una carga mayor de responsabilidades y deberes. La mujer, entonces, debe ser consciente de que estos procesos alienatorios impuestos operan para el conjunto de la sociedad, incluyendo a niños, jóvenes y ancianos. A los niños los ponemos a estudiar a menudo en colegios de los que no sabemos su filosofía educativa, muchos de ellos clasistas; luego los adolescentes son presa fácil de una sociedad de consumo dirigida esencialmente a ellos, y luego el hombre lo hallamos sumido en el trabajo alienado de la subsistencia y la mujer en el plano doméstico, componen una línea de desarrollo social muy heterogénea sin coherencia conceptual.

 

El sentimiento erótico y el amor

Generalmente en los liceos, durante la educación secundaria, es donde se desenvuelve por primera vez el sentimiento erótico y donde tienen lugar las primeras latencias claras de deseo, ilusión amorosa, seducción, placer y otros sentimientos afines, todos mezclados, que aguardan dentro del ser humano esperando ser canalizados de cualquier forma. Por ello es tan importante la instrucción sexual en los programas de educación formal. Al estar estos ausentes, el adolescente se refugia en los mensajes transmitidos por los medios de masas, principalmente la televisión y el cine, para ubicarse en el siglo XXI en las llamadas redes sociales, que permiten una audaz interacción y han venido a convertirse, por su relativa facilidad de manejo, en un verdadero problema para al adolescente en pleno crecimiento de su eros. Digo “problema” porque las redes sociales, en un segundo plano, ofrecen opciones perniciosas de realización sexual y constituyen una plataforma ideal para la prostitución de niños y niñas, que hallan allí un refugio para canalizar las expectativas sexuales que no tienen lugar en la realidad presencial, habida cuenta que han creado otra realidad, la virtual, que parece alimentarse por sí sola. Todos estos elementos han contribuido negativamente a la distorsión de los deseos sexuales conformadores de la libido, esto es, la energía de la pulsión sexual que habita en cada ser humano y se expresa a través de diversos comportamientos y lenguajes.

En cuanto al sentimiento que comúnmente llamamos “amor” percibo que se trata de un sentimiento supremamente idealizado. A menudo este sentimiento tan omni-abarcante, pocas veces experimentado por las personas, pero invocado a diario con una facilidad enorme, se encuentra fuera del alcance de la vida cotidiana de las personas, incurriéndose en su uso y abuso y terminando por no significar nada, aunque si engendrando muchos malentendidos, pues a menudo se trata de un lugar común sin significado preciso. Primero aparece como un sentimiento sublime; luego, como una suerte de éxtasis emocional o mental que se expresa por sí mismo, a veces involuntariamente, sin elementos del raciocinio, más asociado al afecto filial, paternal o maternal que a otra cosa; suele presentarse como un concepto absoluto que se resiste a la definición, pero se presta mucho a la manipulación social y sentimental. El amor no suele aparecer mucho en la vida cotidiana, sino asociado a situaciones especiales intimas o tiernas, como observar con ternura el nacimiento de un bebé, apiadarse de alguien que sufre en la calle, o en los hospitales, o en las guerras. Pero nadie puede amar a alguien a primera vista, invocando el ridículo mito de Cupido. Casi no conocemos personas amorosas por naturaleza, a menos que se nos presenten como mártires o dispuestos a sacrificarse por otros sin esperar ningún tipo de compensación, como lo hacen los santos. Pero no existen casi personas sacrificadas que estén dispuestas a ceder lo suyo (sus propiedades, sus bienes, sus afectos) sin oponer resistencia, por lo cual el amor también está asociado a un sentir ingenuo poco creíble, o, mejor dicho, excepcional. Sin embargo, el amor se confunde a veces con el sexo, la pasión, la libido, el afecto, el cariño comprensivo. Sentimientos más verosímiles son la solidaridad, el respeto, la lealtad, el compromiso, y, sobre todo, la amistad, que no tiene dobleces y suele ser más incondicional; el amor sin embargo puede canalizarse a través de éstos, más que presentándose como un sentimiento superior o total, absoluto. En la sociedad de consumo, amor es un concepto maleable, manipulable, ambiguo, asociado a celebraciones familiares, efemérides, cumpleaños; pero el amor casi siempre es inaprehensible, intocable, fugaz y por ello fácilmente maleable por los medios y proclive a los mensajes reductores del capitalismo, debido a su ambigüedad e imprecisión. El sexo, en cambio es palpable y visible, pero se negocia como una mercancía invisible mediante discursos publicitarios sofisticados. Mientras, el erotismo es similar a un juego, a un ardid del cuerpo. El amor no cede fácilmente a ser explicado o argumentado, y esta es la razón por la cual no deseamos asociar la idea de amor en este caso a la de sexo o erotismo, donde intervienen más los elementos corporales.

 

 

La celopatía

La celopatía es, ciertamente, uno de los fenómenos más intensos dentro de la patología sexual. Se trata de un sentimiento animal, primal, asociado a la idea de proteger un territorio, una hembra reproductiva y un grupo familiar, todo ello ligado al sentimiento de posesión. Se “posee” a una persona en el acto sexual, se posee su cuerpo, se penetra o se deja penetrar, se busca un placer animal que se encuentra en el orgasmo, que es el éxtasis placentero del cuerpo por excelencia, y ese placer debe prolongarse, hacerse continuo en el tiempo. El sentimiento de posesión crea a su vez una adicción, una especie de acto vicioso que va incubándose en el inconsciente personal, en la subjetividad imaginaria, y allí es alimentado progresivamente y en secreto. El ser humano, en ese caso un animal instintivo, asume que se ha apoderado de  la individualidad del otro, y cuando recuerda el placer del orgasmo producido,  piensa que puede perder en lo futuro ese sentimiento que el otro le brinda, y entra en pánico cuando imagina que ese placer puede estar siendo compartido con otro: entonces hace aparición el componente de los celos, que se apodera casi totalmente de la psique individual y se troca en un sentimiento  irracional, pues aparecen en su campo de acción una serie de elementos imaginarios donde se contempla al amante copulando con otros u otras, y ello acrecienta su sentimiento de posesión, el cual disipa por completo al elemento racional. El celoso, entonces, no acepta explicaciones, sean estas justificadas o no, sino que obra de manera automática sobre el ser hasta ese momento “amado” para cobrarle su traición, sin que aquel lo sepa. Al producirse la confrontación celosa, las parejas se sumen en un miedo continuado y cotidiano que se va llenando como un recipiente, hasta ser colmado por actos de violencia verbal o física. Si aparece entonces una pista real y comprobable de la infidelidad, el celoso planifica su venganza, la cual a menudo se cobra la vida de la persona amada. Este acto irracional, independientemente de si es justificado o no, está tipificado dentro de la ley como un delito grave. La celopatía, así pues, está considerada la primera causa de femicidio, pero no la única. La impotencia sexual, el desequilibrio mental, las neurosis, paranoias, esquizofrenias y otras enfermedades dan origen a los femicidios y a otras enfermedades mentales no tratadas oportunamente, que luego aparecen reseñadas en las noticias como actos absurdos, crímenes “pasionales” o sin explicación lógica o racional. En menor cantidad, están los casos de homicidios de las mujeres sobre hombres que las maltratan de diversas formas, y se vengan de sus victimarios asesinándolos, cuando no también debidos a situaciones de celopatía por parte de la mujer que conducen al hombre a situaciones desesperantes.

 

Violencia pasiva

Está también el caso de la violencia pasiva, la cual es aún más complicada, pues se produce a través de actos de desprecio o ignorando al otro, invisibilizándolo, sin tenerlo para nada en cuenta en la cotidianidad, a tal punto que las personas que sufren de violencia pasiva se sienten inútiles, vacías, despreciadas o humilladas. No recae sobre ellos ningún tipo de violencia física o insultos directos. Uno de los conformadores del grupo familiar, o uno de la pareja, deja de tener en cuenta a la otra persona y la excluye casi totalmente de su vida en común, hasta que este se siente despreciado o anulado y busca satisfacción en otra parte, en otros espacios o con otras personas. Puede incluso visitar lugares extramuros o peligrosos, pues el propio peligro ya deja de ser obstáculo un para él, más bien se convierte en un reto transgresor y entonces el despreciado busca experiencias fuertes, bares, burdeles, prostitutas, drogas, más tampoco allí encuentra su realización. Su situación empeora y se acrecienta la situación de agobio, soledad o abandono hasta alcanzar un estado de depresión severa, que va a estar allí presto a estallar como una bomba de tiempo. A la larga esta persona puede convertirse en un homicida en potencia, o en un suicida. Son numerosos los casos de suicidio generados por este tipo de violencia pasiva que acaece en las grandes ciudades, debido al conocido fenómeno de la soledad de multitudes, paradoja social-mental que habrá de tomarse en cuenta para investigar de los femicidios y la violencia familiar, cuya consecuencia indirecta es sufrida por hijos y nietos. En este caso de la violencia pasiva, habrá que tomar en cuenta a los ancianos o adultos mayores, quienes son quizá los que sufren de mayor discriminación social. El anciano, al que se tilda normalmente de “viejo”, es considerado muchas veces una persona inútil que ya ha vivido lo suficiente o hecho lo que tenía que hacer, cuando esto no es más que una falacia. A partir de una edad de 60 o 70 años el adulto mayor aún está activo mental, física, intelectual o sexualmente, y aun disfrutando de una relativa buena salud, se le relega entonces a un segundo o tercer plano, se le excluye de invitaciones, reuniones, o viajes. Al adulto mayor también se le invisibiliza, aún más si sufre de algún mal crónico, achaques o males menores.

Hay parejas con mucha diferencia de edad que no se consideran ineptos para compartir lecho, pero al avanzar los años, esta diferencia se advierte de tal modo que el mayor en edad de la pareja se siente relegado o inútil, el hombre o la mujer sienten que ya no pueden cumplir con las expectativas sexuales del otro, y son presas de la depresión. Tales problemas no suelen ventilarse, se obvian y se van convirtiendo en conflictos más graves, cuando el adulto mayor se percata de que ha sido objeto de discriminación sexual o social, tal como antes lo hacían con homosexuales o lesbianas. negros, indios o extranjeros y otros tipos de exclusiones que forman parte del damero social que debemos conformar todos los días, en medio de un clima que puede ser de positiva convivencia. Como observamos, muchos de los problemas que surgen relacionados con la violencia sexual y específicamente la mujer con un alto grado de femicidios, no pueden, repito, observarse en solitario sino formando parte de una serie de taras, limitaciones, prejuicios y actitudes racistas y desconsideradas que aún no han sido abordadas con suficiente seriedad.

Me parece urgente plantearse estos problemas y resolverlos en un contexto educativo y formativo, crear cátedras libres o académicas de filosofía, psicología, sociología y demás ciencias sociales y humanas que nos permitan revisar estos asuntos con propiedad, y no separándolos a la manera de taras congénitas, odios innatos o resentimientos históricos heredados, sino ocasionados por un conjunto de elementos sociales y psíquicos mal planteados y analizados, que suelen obviarse para atacar sólo los síntomas más visibles y superficiales. No podemos, creo yo, atacar estos problemas sólo por la vía punitiva o legal, o de satanizar tal o cual aberración creyéndola un mal predestinado, sino como una consecuencia de los errores metodológicos que se han cometido en el momento de observarlos.

 

El prototipo masculino

Es cierto también que el concepto tradicional de masculinidad está altamente cuestionado. Desde el siglo pasado se fueron incubando estos estereotipos de cómo debe comportarse un hombre, un ser masculino, un varón, macho o como se le quiera designar, el cual debía obedecer a patrones preconcebidos de fuerza, virilidad, violencia o poder, que hicieron y siguen haciendo mucho daño a la psique profunda del ser humano. Se pretendió incluso que había oficios o trabajos propios de hombres, cuestión que se vino superando lentamente. Por fortuna, esta situación ha cambiado y ahora la mujer ha logrado ocupar cargos y ejercer responsabilidades públicas que lamentablemente se han visto interrumpidas con el nefasto modelo de la globalización, el cual se ha interpuesto en el avance del tejido social emancipatorio, e impidiendo que estos logros se efectúen en mayor proporción y con la ayuda de las respectivas instituciones, las cuales han permanecido a veces inermes frente a tal cantidad de hechos  erráticos, injustos, violentos que han tenido lugar en la mayoría de los países occidentales.

 

Los retos

Tenemos pues la responsabilidad de ensayar otros modelos de convivencia y nuevos modos de relacionarnos. De seguir así sólo estamos alimentando indefinidamente los mismos estatutos, escalafones y métodos, y por ende teniendo las mismas reacciones frente a los mismos cánones y estructuras de vida no sólo viejas y caducas (la lucha no se establece sólo contra lo viejo para poner lo nuevo, una la de las reacciones más típicas de la modernidad mal entendida), sino ensayando ideas sobre la propiedad compartida donde no operen ya más las sociedades mercantiles dirigidas por bancos o empresas desde conceptos de acumulación absurda de bienes para ejercer un consumo masivo indefinido e irracional, que incluye al sexo, sentimientos, pasiones y hasta las mismas ideas están permeadas de esta manera de asumir la realidad posesionándose de bienes, energía, casas, tierras, y creando instituciones que expresan ese mismo tipo de concepción egoísta y narcisista. Vemos, por ejemplo, cómo en medio de una pandemia global que mata a millones de seres humanos, en los programas de televisión siguen ofertándose casas, mansiones de billones de dólares, cantantes de moda completamente ineducados y semianalfabetas que apenas pueden articular bien el idioma y gaguean sílabas incoherentes en revistas televisivas, todos ganando sumas astronómicas de dinero.

 

Vamos a referirnos ahora a una pareja que puede ejemplificar cómo se maneja el asunto del sexo en la sociedad de consumo en medio de una pandemia, donde parece que no estuviese sucediendo nada grave, pues lo que importa es divertirse con algunos incidentes personales de estos arquetipos. Veamos el caso como tipificado en la pareja Jennifer López- Marc Anthony.

 

Ejemplos de símbolos sexuales

Jennifer López y Marc Anthony, ambos cantantes, actores y empresarios, empiezan con buen pie sus carreras, se casan, tienen hijos. Nacidos en Puerto Rico y formados en Estados Unidos, disfrutan la doble identidad latino-estadounidense, lanzados desde Nueva York, urbe cosmopolita aglutinadora de símbolos de éxito, placer y derroche, se convierten así con el tiempo en prototipos, sus carreras avanzan y son celebridades en aumento, cada día venden más discos y hacen más películas y presentaciones en vivo, amasan fortunas mil millonarias, y llegado un momento se divorcian. Anthony toma la delantera como seductor, mantiene innumerables relaciones con mujeres, sobre todo con actrices jóvenes, cantantes, modelos; crece su fama y sus amantes. Jennifer permanece sola un tiempo, se vuelve empresaria y modelo, es cantante, bailarina, su tez es latina, su cuerpo moreno, entonces su fama supera a la de Marc; al poco tiempo Jennifer se une a una nueva relación, luego a otra y otra, todas duran poco, como las de Marc. Ambos compiten; sus vidas personales se vuelven comidillas de la farándula, infinitos rumores comienzan a circular en los medios y redes con lujo de detalles, forman parte del negocio, se vuelven iconos de triunfo y seducción, su promiscuidad es un show. Son tomados para inaugurar eventos de moda, cine, televisión, incluso eventos políticos o de caridad pública, da lo mismo. En ambos no hay ningún drama o evento trágico, todo se asume desde una supuesta normalidad; pero pueden encarnar en el cine a otros ídolos trágicos como Selena en el caso de Jennifer, y a Héctor Lavoe el cantante de salsa en el caso de Marc; son imágenes públicas, ya están acuñadas a la iconografía fílmica y musical y su promiscuidad sexual configura un espectáculo aparte, que contribuye a su fama, sus vidas privadas ya casi no existen, todo en ellas se vuelve marca, mercancía, moda, ambos son objetos de consumo asociados a ropa, comida, perfumes; son entes deseados y deseantes y establecen parámetros y arquetipos de gusto, música, arte, tienen influencia en políticos, empresarios, presidentes y gobernadores para promocionarse, son símbolos ideológicos de triunfo, hacen lo que les viene en gana, pueden romper con todas las reglas, son imitados, venerados, todo en ellos es éxito o triunfo, incluyendo sus errores. Jennifer y Marc son apenas dos ejemplos de cómo pueden convertirse dos “artistas” en objetos ideológicos de la cultura de masas, reciclada interminablemente.

 

Estos símbolos sexuales del siglo XXI son distintos de los del siglo XX como Elvis Presley y Marilyn Monroe, que también provienen del cine. Ambos nacieron en ciudades humildes de los Estados Unidos y debieron hacer muchos sacrificios para llegar al estrellato. Norma Jean debió atravesar duros trances vitales y familiares para convertirse en Marilyn Monroe, con un erotismo natural aprovechado por Hollywood no sólo desde el punto de vista de su belleza y capacidad actoral, sino que aprovecha de su desgarradura vital íntima para explotarla en la industria del espectáculo. Marilyn se convierte en icono sexual y pronto intenta formar pareja con actores, beisbolistas, dramaturgos, magnates o presidentes. Pero tiene problemas de adicción a las drogas, anfetaminas, alcohol. Cae víctima de la publicidad más descarada y entra a formar parte del arte, de la industria, su imagen asciende a conquistar el título de mujer más bella del mundo, dotada de una mezcla de ingenuidad y erotismo, dulzura y tristeza, gloria pública que muestra su lado frágil de fracaso personal. Por su parte Elvis Presley se convierte en la máxima estrella de rock and roll y sintetiza en su personalidad, con su canto, su baile y su agraciada figura en el ícono masculino de Norteamérica por excelencia, desplazando a los anteriores: sus movimientos atrevidos, su voz privilegiada pronto son lanzados a la industria y se vuelven imprescindibles. Le hacen ir al servicio militar en tiempos de guerra mundial para volverlo símbolo oficial de Estados Unidos en el mundo. A su regreso a Hollywood, lo están esperando para hacerle firmar un contrato donde debe protagonizar un sinfín de películas mediocres que perjudican su carrera musical, a tal punto sus nervios comienzan a sufrir, pues no se da abasto para cumplir con todos los compromisos publicitarios que exige el contrato. Su psique se altera y cae víctima de las drogas; intenta salvar su matrimonio, pero no lo logra; poco a poco su figura física decae, su salud se deteriora; su cuerpo se desfigura y se viste con atuendos recargados que le hacen lucir grotesco, pero todo ello es convertido en espectáculo: su decadencia es la misma decadencia de la ideología que lo maneja, sometido a las presiones del capitalismo, que convierte su tormento personal en alimento de masas, hasta terminar también muriendo joven y víctima de la depresión y las drogas.

 

Hay muchos más ídolos de este tipo; baste nombrar sólo a dos de generaciones más recientes, como Prince y Michael Jackson, sobre todo éste último, cantante, compositor, bailarín, empresario, se convierte en un enfermo mental pedófilo, cuya fortuna delirante le permitió adquirir una villa privada para satisfacer sus deseos sexuales con niños, mientras aparecía ante el mundo como un símbolo de ternura infantil. Michael Jackson es un símbolo de la completa decadencia de un sistema que venera a sus ídolos como cosas explotables y su manera de captar la atención mundial, para vender un producto que pueda producir interminable plusvalía.

 

Estas son apenas algunas pocas de las cientos de parejas que ahora mismo protagonizan este tipo de espectáculos sexuales de repercusiones masivas, que se siguen difundiendo a diario por los medios sin que haya ningún control sobre ellos, como si se tratara de actos innovadores a imitarse, o llegado el caso, de convertirse en astros como ellos, exitosos, felices, conscientes, cuando en verdad se trata de pobres deformaciones de la personalidad y de una verdadera vergüenza social sólo avalada por el dinero, donde no ha dado ninguna cabida al elemento ético.

Tenemos, pues, mucho trabajo por hacer.

 

 

 

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